Remedios para volar
Una vez m¨¢s he hecho el disparate que me hab¨ªa propuesto no repetir jam¨¢s, que es el de dar el salto del Atl¨¢ntico de noche y sin escalas. Son doce horas entre par¨¦ntesis dentro de las cuales se pierde no s¨®lo la identidad, sino tambi¨¦n el destino. Esta vez adem¨¢s fue un vuelo tan perfecto que por un instante tuve la certidumbre de que el avi¨®n se hab¨ªa quedado inm¨®vil en la mitad del oc¨¦ano e iban a tener que llevar otro para transbordarnos. Es decir, siempre me hab¨ªa atormentado el temor de que el avi¨®n se cayera, pero esta vez conceb¨ª un miedo nuevo. El miedo espantoso de que el avi¨®n se quedara en el aire para siempre.En esas condiciones indeseables comprend¨ª por qu¨¦ la comida que sirven en pleno vuelo es de una naturaleza diferente de la que se come en tierra firme. Es que tambi¨¦n el pollo -muerto y asado- va volando con miedo, y las burbujas de la champa?a se mueren antes de tiempo, y la ensalada se marchita de una tristeza distinta. Algo semejante ocurre con las pel¨ªculas. He visto algunas que cambian de sentido cuando se vuelven a ver en el aire, porque el alma de los actores se resiste a ser la misma y la vida termina por no creer en su propia l¨®gica. Por eso no hay ninguna posibilidad de que sea buena ninguna pel¨ªcula de avi¨®n. M¨¢s a¨²n: cuando m¨¢s largas sean y m¨¢s aburridas, m¨¢s se agradece que lo sean, porque uno se ve forzado a imaginarse m¨¢s de lo que ve y aun a inventar mucho m¨¢s de lo que se alcanza a ver, y todo eso ayuda a sobrellevar el miedo.
Semejantes remedios son incontables. Tengo una amiga que no logra dormir desde varios d¨ªas antes de embarcarse, pero su miedo desaparece por completo cuando logra encerrarse en el excusado del avi¨®n. Permanece all¨ª tantas horas como le sean posibles, leyendo en un sosiego s¨®lo comparable al del ojo del hurac¨¢n, hasta que las autoridades de a bordo la obligan a volver al horror del asiento. Es raro, porque siempre he cre¨ªdo que la mitad del miedo al avi¨®n se debe a la opresi¨®n del encierro, y en ninguna parte se siente tanto como en los servicios sanitarios. En los excusados de los trenes, en cambio, hay una sensaci¨®n de libertad irrepetible. Cuando era ni?o, lo que m¨¢s me gustaba de los viajes en los ferrocarriles bananeros era mirar el mundo a trav¨¦s del hueco del inodoro de los vagones, contar los durmientes entre dos pueblos, sorprender los lagartos asustados entre la hierba, las muchachas instant¨¢neas que se ba?aban desnudas debajo de los puentes. La primera vez que sub¨ª a un avi¨®n -un bimotor primitivo de aquellos que hac¨ªan mil kil¨®metros en tres horas y media- pens¨¦, con muy buen sentido que por el hueco de la cisterna iba a ver una vida m¨¢s rica que la de los trenes, que iba a ver lo que ocurr¨ªa en los patios de las casas, las vacas caminando entre las amapolas, el leopardo de Hemingway petrificado entre las nieves del Kilimanjaro. Pero lo que encontr¨¦ fue la triste comprobaci¨®n de que aquel mirador de la vida hab¨ªa sido cegado y que un acto tan simple como soltar el agua implicaba un riesgo de muerte.
Hace muchos a?os super¨¦ la ilusi¨®n generalizada de que el alcohol es un buen remedio para el miedo al avi¨®n. Siguiendo una f¨®rmula de Luis Bu?uel, me tomaba un martillazo de Martini seco antes de salir de la casa, otro en el aeropuerto y un tercero en el instante de decolar. Los primeros minutos del vuelo, por supuesto, transcurr¨ªan en un estado de gracia cuyo efecto era contrario al que se buscaba. En realidad, el sosiego era tan real e intenso que uno deseaba que el avi¨®n se cayera de una vez para no volver a pensar en el miedo. La experiencia termina por ense?ar que el alcohol, m¨¢s que un remedio, es un c¨®mplice del terror. No hay nada peor para los viajes largos: uno se calma con los dos primeros tragos, se emborracha con los otros dos, se duerme con los dos siguientes, enga?ado con la ilusi¨®n de que en realidad est¨¢ durmiendo, y tres horas despu¨¦s se despierta con la conciencia cierta de que no ha dormido m¨¢s de tres minutos y que no hay nada m¨¢s en el futuro que un dolor de cabeza de diez horas.
La lectura -remedio de tantos males en la tierra- no lo es de ninguno en el aire. Se puede iniciar la novela policiaca mejor tramada, y uno termina por no saber qui¨¦n mat¨® a qui¨¦n ni por qu¨¦. Siempre he cre¨ªdo que no hay nadie m¨¢s aterrorizado en los aviones que esos caballeros impasibles que leen sin parpadear, sin respirar siquiera, mientras la nave naufraga en las turbulencias. Conoc¨ª uno que fue mi vecino de asiento en la larga noche de Nueva York a Roma, a trav¨¦s de los aires pedregosos del Artico, y no interrumpi¨® la lectura de Crimen y castigo ni siquiera para cenar, l¨ªnea por l¨ªnea, p¨¢gina por p¨¢gina; pero a la hora del desayuno me dijo con un suspiro: ?Parece un libro interesante?. Sin embargo, el escritor uruguayo Carlos Mart¨ªnez Moreno puede dar fe de que no hay nada mejor que un libro para volar. Desde hace veinte a?os vuela siempre con el mismo ejemplar casi desbaratado de Madame Bovary, fingiendo leerlo a pesar de que ya lo conoce casi de memoria, porque est¨¢ convencido de que es un m¨¦todo infalible contra la muerte.
Siempre pens¨¦ que no hay un recurso m¨¢s eficaz que la m¨²sica, pero no la que se oye por el sistema de sonido del avi¨®n, sino la que llevo en un magnetof¨®n con auriculares. En realidad, la del avi¨®n produce un efecto contrario. Siempre me he preguntado con asombro qui¨¦nes hacen los programas musicales del vuelo, pues no puedo imaginarme a nadie que conozca menos las propiedades medicinales de la m¨²sica. Con un criterio bastante simplista, prefieren siempre las grandes piezas orquestales relacionadas con el cielo, con los espacios infinitos, con los fen¨®menos tel¨²ricos. ?Sinfon¨ªas paquid¨¦rmicas?, como llamaba Brahms a las de Bruckner. Yo tengo mi m¨²sica personal para volar, y su enumeraci¨®n ser¨ªa interminable. Tengo mis programas propios, seg¨²n las rutas y su duraci¨®n, seg¨²n sea de d¨ªa o de noche, y a¨²n seg¨²n la clase de avi¨®n en que se vuele. De Madrid a Puerto Rico, que es un vuelo familiar a los latinoamericanos, el programa es exacto y certero: las nueve sinfon¨ªas de Beethoven. Siempre pens¨¦ -como he dicho antes- que no hab¨ªa un m¨¦todo m¨¢s eficaz para volar hasta esta semana de mi infortunio, en que un lector de Alicante me ha escrito para decirme que ha descubierto otro mejor: hacer el amor tantas veces como sea posible en pleno vuelo. De esto -como en las telenovelas- vamos a hablar la semana entrante.
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