Un lujo de Par¨ªs
Como la misma torre Eiffel, la Normand¨ªa, los Campos Eliseos o Chevalier, Ren¨¦ Clair lleg¨® a ser en su d¨ªa lujo de una Francia que todav¨ªa dictaba al mundo las normas de un saber hacer o la cultura, incluido, por supuesto, el cine.Al cine hab¨ªa llegado como escritor frustrado, Ren¨¦ Chomette, para, cambiar, su oficio por el de actor, al tiempo que de nombre. Cuando realiza Par¨ªs dormido, Par¨ªs, en lo que a cine se refiere, se halla despierto y dividido: la vanguardia que agrupa en torno a los intelectuales y la que mira a un p¨²blico m¨¢s popular y universal. Como se ve, m¨¢s o menos corno ahora. Clair decidi¨® buscar una v¨ªa intermedia, aunque ello, no le librara de recorrer primeramente todo un sendero de vanguardias, seg¨²n la moda de la ¨¦poca. No en balde escribe Pasinetti a prop¨®sito de su breve Entreacto: ?De esa absurda e insospechada carrera ha nacido Ren¨¦ Clair, un CIair todo externo de momento. La humanidad vendr¨¢ m¨¢s tarde?.
Principios dif¨ªciles
La humanidad no lleg¨®, sin embargo, f¨¢cilmente. El cine nunca ha corrido al comp¨¢s de sus realizadores. Sin embargo, el joven Chomette llevar¨¢ a cabo un corto titulado La Tour. ?De qu¨¦ torre podr¨ªa tratarse sino de la alzada por Eiffel? Monumento y literatura a la que por entonces vuelve, dar¨¢n forma, seg¨²n Verdone, a su estilo en El sombrero de paja de Italia. La burla, la iron¨ªa, un cierto instinto comercial tras sus ensayos anteriores y un cinismo tan suave como t¨ªmido no ocultan a su realizador el abandono de un modo de concebir el cine. Si antes lo persegu¨ªa sin palabras, capaz de expresarse por s¨ª mismo, se dir¨ªa que ahora, como en el caso de Melies, no all¨¢ m¨¢s all¨¢ de un teatro para sordos al que muy pronto se a?adir¨¢ el sonido.
Bajo los techos de Par¨ªs, a¨²n el silencio es oro. Luego Ia abandonar¨¢ definitivamente en El mill¨®n, donde culmina el vodevil cerrando todo un ciclo de su obra.
Su nueva aventura es la de un Chaplin menos agresivo en ?Viva la libertad!, donde viene a decirnos que s¨®lo se es libre a costa de los otros. Es su primer encuentro con la censura europea y un retorno a temas menos peligrosos, a un 14 de julio, convertido no en revoluci¨®n, sino en festejos de barrios populares. La Iibertad pronto naufragar¨¢ en el mundo y el fantasma de su pel¨ªcula siguiente emigra con el realizador al Oeste, a Inglaterra, para alcanzar Am¨¦rica definitivamente.
En Hollywood
Par¨ªs duerme ahora en vela, noches bien diferentes. La libertad nace y muere cada d¨ªa. Sus buenas gentes se desvelan, luchan y mueren lejos de la ciudad por los senderos de la guerra. Clair en Hollywood sue?a brujas modernas, llamas de Nueva Orleans o intenta adivinar qu¨¦ suerte le deparar¨¢ el ma?ana.
Hasta que un d¨ªa esa ma?ana llega sobre un Par¨ªs sombr¨ªo que renace. De todo cuanto la guerra se llev¨® consigo, de todo aquello que conoci¨® y amo en su vida, a¨²n queda en la memoria del realizador el recuerdo de sus tiempos mejores, de un cine de barraca y manivela donde el silencio es rey, y el hombre regla de oro de su obra. All¨ª est¨¢ la iron¨ªa de siempre transformada en tenaz melancol¨ªa que todo lo ba?a, como la lluvia con que se inicia la pel¨ªcula. All¨ª est¨¢ Chevalier, viejo y eterno como la torre Eiffel, amable y seductor como los Campos El¨ªseos; all¨ª est¨¢, sobre todo, aquel joven a quien un d¨ªa Baroncelli diera su oportunidad, hablando a aquellos que le siguen: ?Dentro de algunos a?os se dir¨¢ que nuestro cine ha envejecido porque permanecer¨¢ tal como es, mientras nosotros ya no seremos j¨®venes. Es in¨²til lamentarse. Quien compara el arte cinematogr¨¢fico con los dem¨¢s cuyas obras son m¨¢s duraderas, desconoce su naturaleza. Lo que queda de un creador cinematogr¨¢fico no es su obra, sino su influencia en los dem¨¢s?. Tal es la historia de un lujo de Par¨ªs y de su lucha por perpetuarse.
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