Lecturas del franquismo
Nos cuenta el catedr¨¢tico de Filolog¨ªa Griega de la Universidad Complutense, Mart¨ªn S. Ruip¨¦rez, en art¨ªculo dedicado al profesor Tovar, y aparecido en las p¨¢ginas culturales de EL PAIS el d¨ªa 13 pasado, c¨®mo ?en el pobre ambiente de la posguerra hab¨ªa que leer clandestinamente a Unamuno, Ortega, Valle, Baroja y al, propio Goethe?.Pienso que ya va siendo hora de poner las cosas en su sitio ante afirmaciones de este tipo, que se repiten con frecuencia. Mal se compagina el t¨¦rmino de ?lectura clandestina? con la libertad en la compra de libros de tales autores y esto s¨ª que puedo asegurarlo, pues en mi modesta biblioteca conservo vol¨²menes de Unamuno y de Baroja, en la benem¨¦rita colecci¨®n Austral; de Valle-Incl¨¢n, editados por Rua Nueva, en 'bella tipograf¨ªa. Las ediciones son de la d¨¦cada de los cuarenta y fueron comprados en los mismos a?os en librer¨ªas de la entonces recoleta ciudad de Le¨®n. Recuerdo que en el a?o 1945 adquir¨ª el Fausto, de Goethe. Los autores espa?oles mencionados eran comentados con elogio en un libro de texto de usual utilizaci¨®n para los estudiantes de letras, me refiero a la Historia de la literatura espa?ola, de Hurtado y Palencia, cuarta edici¨®n, a?o 1940, sacada a la luz por entidad de tan sugestivo nombre a la saz¨®n como era el de Editorial Tradicionalista.
En cuanto a otras afirmaciones de Ruip¨¦rez, no pongo en duda que alg¨²n obispo de Salamanca ?montase autos de fe? contra los catedr¨¢ticos que en sus clases le¨ªan a Arist¨®fanes, mas poca fuerza deb¨ªa tener el prelado en el gremio de los libreros, ya que en el a?o 1944 libremente se compraban las comedias de Arist¨®fanes de la levantina Editorial Prometeo, tan vinculada ¨¢ Blasco Ib¨¢?ez; a nosotros se nos recomendaba su lectura por el catedr¨¢tico del Instituto Padre Isla, de Le¨®n, el sacerdote Luis L¨®pez Santos.
Luego llegaron los a?os de universidad y reconozco que hacerse con Huxley era un poco m¨¢s complicado, pero gracias a los buenos oficios de las ediciones argentinas nos ¨ªbamos arreglando.
Sin duda que el ambiente cultural de nuestra posguerra no era precisamente muy flexible, y m¨¢s cierto que la censura hac¨ªa de las suyas, pero las tajantes afirmaciones de Ruip¨¦rez, seg¨²n mis vivencias, distorsionan la realidad y eso no parece lo m¨¢s adecuado a la objetividad que debe presidir el testimonio de personas dedicadas a la docencia./
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