El tama?o de nuestra miseria
La ¨²ltima pol¨¦mica que enzarza a la clase tecnoecon¨®mica es, en s¨ª misma, buen term¨®metro de la cr¨ªtica situaci¨®n en que nos encontramos. ?Ha crecido el PIB durante 1980 un 1,5 % (INE), un 1 % (patronal bancaria) o notablemente por debajo de un punto (Julio Alcaide Inchausti)? Discutimos el tama?o de nuestra miseria. Recordemos el contenido del informe ?secreto? sobre las previsiones de paro hasta 1985 que, seg¨²n se dice, el Gobierno encarg¨® y cuidadosamente ocult¨® al ver los resultados. Dicho informe contemplaba dos escenarios para 1985, uno optimista, con algo menos de mill¨®n y medio de parados (tasa del 10%), y otro ?pesimista?, con 1.700.000 (tasa del 11,8%). Pues bien, la hip¨®tesis ?optimista? operaba sobre un incremento anual acumulativo del PIB, de aqu¨ª a 1985, de un 4%, y la ?pesimista?, sobre un incremento del 2,5 % anual. Fi¨¦monos de los bancos: en 1980 habremos crecido un 1%, y, en el mejor de los supuestos, un incremento similar del PIB se producir¨¢ en 1981 (aunque crezca algo el sector industrial, ya no nos salvar¨¢ la agricultura). La realidad est¨¢ echando por tierra la hip¨®tesis ?Optimista? y la hip¨®tesis ?pesimista?: hay una hip¨®tesis a¨²n m¨¢s p¨¦sima y es la m¨¢s veros¨ªmil. A esta hip¨®tesis ?innombrable?, que el informe citado no se atreve siquiera a cuantificar, le atribu¨ªan sus autores ?incalculables repercusiones negativas sobre nuestra estructura social?.2. Ya nadie duda de que Espa?a sufre una ?crisis diferencial? (expresi¨®n acu?ada por el Bolet¨ªn de Coyuntura Econ¨®mica de las Cajas de Ahorro). La distancia del PIB per c¨¢pita entre Espa?a y la CEE era en 1970 de 100 a 225; en 1975, de 100 a .202, pero en 1980 pas¨® a ser de 100 a 213. Esa relaci¨®n, que con respecto al conjunto de los pa¨ªses de la OCDE es sensiblemente parecida, expresa sencillamente un proceso de alejamiento de Espa?a de los pa¨ªses desarrollados de nuestro entorno econ¨®mico o, por utilizar terminolog¨ªa al uso, una ca¨ªda hacia el Sur.
?Cu¨¢l es la naturaleza o las causas singulares, de esa crisis diferencial? Globalmente puede afirmarse que esa crisis expresa falta de capacidad de respuesta al cambio, pero ?qu¨¦ clase de cambio es el que se est¨¢ produciendo en nuestro contexto econ¨®mico y a cuyas exigencias no somos capaces de dar respuesta?
Nos encontramos en una ¨¦poca-bisagra, m¨¢s all¨¢ de la cual se configurar¨¢ un nuevo orden econ¨®mico. La profunda modificaci¨®n en la estructura de la divisi¨®n internacional del trabajo hace variar nuestra posici¨®n en esa estructura: aparecen nuevos pa¨ªses que producen -con ventajas- lo que nosotros produc¨ªamos, y eso nos obliga a desplazarnos a otras posiciones, exactamente las que nos permitan convertir en renta nuestras ventajas relativas. Se a?ade una mutaci¨®n importante en el arsenal tecnol¨®gico de la humanidad, que prefigura un nuevo orden de consumo (otros bienes, para satisfacer otras necesidades) y un nuevo orden de producci¨®n (b¨¢sicamente, incorporaci¨®n de la electr¨®nica a los procesos productivos). Finalmente, el encarecimiento de los precios petrol¨ªferos, antesala de la verdadera crisis energ¨¦tica, formula nuevas exigencias de cambio: el aumento de los precios de la energ¨ªa modifica la estructura de costes de, las empresas y la estructura misma del consumo, imponiendo cambios profundos tendentes a producir con menor consumo de energ¨ªa bienes que consuman menos energ¨ªa. En otras palabras: el conjunto de los factores expuestos determina que en el futuro hayan de producirse bienes distintos de manera distinta.
?Cu¨¢les son las condiciones para poder responder eficazmente a esa exigencia de cambio? B¨¢sicamente, las siguientes:
a) El cambio exigir¨¢ una importante reconversi¨®n de todo el aparato productivo, especialmente (pero no s¨®lo) el aparato industrial. Esa reconversi¨®n no ser¨¢ posible sin la realizaci¨®n de un esfuerzo inversor gigantesco, que a su vez exige un proceso de acumulaci¨®n importante. Sin inversi¨®n no ser¨¢ posible la adaptaci¨®n al cambio, pero sin acumulaci¨®n capitalista no habr¨¢ inversi¨®n. Son verdades elementales, pero tercas.
b) El cambio se produce tambi¨¦n de un mundo cierto a un mundo incierto. En consecuencia, el esfuerzo investigador, a trav¨¦s del cual vaya configur¨¢ndose ese mundo incierto, pasa al primer plano.
c) El cambio ser¨¢ tanto m¨¢s posible cuanto menores sean las rigideces de la sociedad que cambia. Esta parece tambi¨¦n una verdad elemental, pero que no tiene nada que ver con la postura de quienes, desde la derecha, defienden liberalizaciones unidireccionales (quieren mercado libre de trabajo, pero lloran la orfandad del estado-protector).
d) La disminuci¨®n de las tensiones internas de una sociedad o, si se prefiere, el grado de integraci¨®n de sus fuerzas sociales, constituye una ventaja relativa. Puede renunciarse a ella en aras de otros sacrosantos -?valores?, pero conste, al menos, que esa renuncia tiene un precio que habr¨¢ de pagarse.
3. Si las expuestas son las condiciones para afrontar con posibilidades de ¨¦xito el reto del cambio, envite que ya se puso sobre la mesa en la primera mitad de los setenta, ?cu¨¢l ha sido la capacidad de respuesta de la sociedad espa?ola?
a) Detenci¨®n o involuci¨®n de los procesos de acumulaci¨®n. Los costes de personal en la industria por unidad de producto pasaron de ser 100 en 1970 a 130 en 1979. Los gastos de personal han pasado de representar el 57% del valor a?adido en 1.973, al 71% en 1979. El deterioro del excedente empresarial ha sido inevitable, porque en las circunstancias actuales de la demanda s¨®lo una parte de los incrementos de costes pueden repercutirse en los precios. Los pactos de la moncloa constituyeron el primer intento de respuesta a esa situaci¨®n. Los AMI, el segundo.
b) Desprecio absoluto por las inversiones en investigaci¨®n y desarrollo: un 0,3% del PIB en los a?os setenta que nos sit¨²a en el ¨²ltimo lugar de los pa¨ªses industrializados, sin que la situaci¨®n haya experimentado ninguna mejor¨ªa sensible.
c) Mantenimiento, bajo unas y otras formas, de las rigideces y fragmentaciones del sistema. Del lado empresarial, se sigue impetrando proteccionismo, ahora a punta de pistola: o el Estado me proporciona un paraguas o cierro la empresa., Pero en el momento en que el empresario elude el riesgo pierde toda legitimaci¨®n como agente econ¨®mico. Del otro lado, tambi¨¦n hay culpa: hay todav¨ªa quien piensa que para luchar contra el paro hay que hacer la defensa numantina de cada puesto de trabajo en cada empresa y en cada una de sus implantaciones geogr¨¢ficas.
Esa es una buena forma de luchar, pero a favor del paro.
Lo que antecede, con todo, no pretende inculpar a nadie de nada. Tal vez la transici¨®n pac¨ªfica no hubiera sido posible si el incremento de los salarios no hubiera actuado como elemento amortiguador de tensiones en un momento de natural desbordamiento. Tampoco es posible improvisar una estructura de investigaci¨®n ni romper tajantemente con el binomio porteccionismo/paternalismo. Pero es preciso constatar que la contradicci¨®n entre exigencia de cambio e incapacidad para el cambio es la clave ?ltima explicadora de la crisis diferencial espa?ola.
4. Es preciso constatar tambi¨¦n, ahora con prop¨®sito de la enipienda, que hasta ahora el grueso de las pol¨ªticas puestas en marcha ha ido dirigido a ocultar los problemas por el procedimiento de cambiarlos de sitio, y que ¨¦se sigue siendo, en gran medida, el plan de futuro que se nos ofrece. Se habla, por ejemplo, de disminuir la edad de jubilaci¨®n para descargar a las empresas d¨¦ coste salarial y para disminuir el gap entre poblaci¨®n activa y poblaci¨®n ocupada (ese gap se llama paro), pero se silencia que esa carga de la que se desgrava a las empresas se transfiere al presupuesto y, en consecuencia, se convertir¨¢ o en mayor presi¨®n fiscal o en mayor d¨¦ficit p¨²blico, y ¨¦ste, o en. mayor endeudamiento (con la consiguiente -contracci¨®n del cr¨¦dito al sector privado) o en mayor apelaci¨®n al Banco de Espa?a (y mayor inflaci¨®n, que es tambi¨¦n un impuesto, y econ¨®micamente desestabilizador). Igual cabr¨ªa decir de la mayor cobertur¨¢ por el Estado de la Seguridad Social, o incluso de la llamada reconversi¨®n sectoral procedimiento para la recomposici¨®n selectiva de la tasa de ganancia mediante desgravaciones y acceso a cr¨¦dito barato.
Lo dicho no significa que esas medidas no sean convenientes o incluso necesarias. Lo que se quiere poner de manifiesto es que esas medidas tienen alg¨²n sentido cuando son el acompa?amiento de otras de mayor trascendencia. En otras palabras: la ¨²nica forma de luchar de verdad contra el paro o reconvertir la industria espa?ola es conseguir que crezca la econom¨ªa, y para ello hace falta restaurar un proceso de acumulaci¨®n que permita fabricar nuevos bienes que satisfagan una nueva demanda con una estructura de costes que nos permita competir y exportar. La gravedad de los datos sobre d¨¦ficit exterior por cuenta corriente no estriba s¨®lo en el riesgo futuro de p¨¦rdida de solvencia internacional, sino especialmente en que ser¨ªan significativos,en parte, desagregando la culpa que corresponda al incremento de los crudos, de una p¨¦rdida de competitividad de nuestros productos, preludio de la ca¨ªda al Sur.
5. ?La salida de la crisis consiste ¨²nicamente en una disminuci¨®n de la participaci¨®n relativa de las rentas del trabajo? Quien as¨ª lo entienda estar¨¢ nuevamente cambiando una crisis por otra. Los actuales niveles salariales, la baja productividad o incluso el absentismo no son fen¨®menos casuales, sino que expresan la fuerza de un agente social y econ¨®mico (los trabajadores) y son el resultado acumulado de muchas luchas. Quien desconozca esa fuerza ignora la realidad y queda incapacitado para planificar el futuro.
La salida de la, sima -no del t¨²nel, como record¨® el profesor Alcaide Inchausti- pasa obviamente por una menor remuneraci¨®n por unidad de producto, sin lo cual no habr¨¢ acumulaci¨®n ni inversi¨®n; pero, simult¨¢neamente, por un conjunto de compensaciones que garantice que al t¨¦rmino de esa negociaci¨®n social la evaluaci¨®n de la posici¨® n de los trabajadores siga arrojando cien. Esas compensaciones deber¨¢n producirse en tres niveles:
a) Nivel empresa. Los trabajadores deben participar en mayor o menor medida en el control de los procesos de acumulaci¨®n que su sacrificio hace posible, sin quebrantar el papel del empresario, que es f¨¢ndamental para gestionar el cambio. F¨®rmula: acuerdos de planificaci¨®n empresarial que p'ermitan asegurar que el resultado del mayor esfuerzo ser¨¢ la mayor y mejor inversi¨®n (y, por ende, m¨¢s empleo).
b) Wivel Estado. La Administraci¨®n p¨²blica -y no s¨®lo los servicios sociales- est¨¢ actuando como un recipiente de embolsamiento de bienestar: mayores imputs/impuestos que no se convierten en mayores ou tputs /servicios. La Administraci¨®n p¨²blica, como gran patrono de la ciudadan¨ªa, debe contribuir en el esfuerzo nacional tolerando resignadamente y, a ser posible, colaborando en la reforma administrativa.
c) Nivel sociedad. Las instituciones sociales modernas son un Tactor de bienestar. La modernizaci¨®n de la sociedad espa?ola (el divorcio, por ejemplo) puede compensar otros costes y detrimentos.
La virtualidad del modelo estriba en que no comportar¨¢ el aniquilamiento ni el entorpecimiento del sistema, sino su progresi¨®n. La participaci¨®n de los trabajadores no s¨®lo no distorsionar¨¢ la econom¨ªa de la empresa, sino que la har¨¢ m¨¢s eficaz. La reforma de la Administraci¨®n o de las instituciones sociales no ser¨¢ un coste para la generalidad, sino un beneficio. El gran pacto consiste, por tanto, ni m¨¢s ni menos, en sacar a flote la econom¨ªa espa?ola y modernizar el pa¨ªs. En definitiva, se trata de compatibilizar la reconstrucci¨®n de la tasa de ganancia con el mantenimiento, al menos, de la tasa de bienestar de los trabajadores. Ese objetivo bifronte no ser¨¢ alcanzable sin la presencia en el Gobierno del primer partido representante de los trabajadores.
6. ?Es Espa?a un pa¨ªs de patriotas, es decir, de ciudadanos capaces de reconciliarse en un esfuerzo colectivo? ?C¨¢be entablar una salida consorciada de la crisis econ¨®mica y pol¨ªtica? ?Estar¨¢n dispuestos los trabajadores a cambiar menos salario por m¨¢s empleo, y m¨¢s trabajo por mayor control obrero? ?Estar¨¢n dispuestos los patronos a modernizar su rol empresarial, conservando gesti¨®n, pero cediendo control a cambio de disponer de recursos para estar presentes en el futuro? ?Estar¨¢ la Administraci¨®n dispuesta a automutilar muchos de sus ap¨¦ndices viciosos, mejorar eficiencia y devolver servicios a la sociedad? ?Estar¨¢ dispuesta la sociedad espa?ola a perder el miedo a vivir en la hora del mundo? He ah¨ª el inventario de interrogantes de cuya respuesta depende que Espa?a, su econom¨ªa y la sociedad misma entren en un proceso de achatarramiento, precipit¨¢ndose en el oscuro Sur paleoindustrial, o se lance al futuro con la vitalidad de un pueblo que todav¨ªa puede hacer su historia si se olvida de historias.
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