El futuro del clero, entre el desconcierto de la jerarqu¨ªa y la inspiraci¨®n de las cormunidades de base
?El sacerdocio de las grandes confesiones no puede legitimarse ya recurriendo a Jes¨²s de Nazareth?, escrib¨ªa el austriaco Adolf H?ll, autor del ¨¦xito de venta Jes¨²s en mala compa?¨ªa. La afirmaci¨®n era compartida por los te¨®logos que segu¨ªan de cerca la crisis. Y la afirmaci¨®n ten¨ªa su importancia dado que en tiempos de crisis la Iglesia, como otros muchos organismos, busca su legitimidad en las fuentes. Del moderado Ives Congar al cr¨ªtico Johan Baptist Metz muchos son los que ponen de relieve que el cristianismo rompe con el concepto cl¨¢sico de sacerdocio e inaugura un tipo de ministerio desacralizado, en plan de servicio a los hombres.
El rumbo se tuerce ya en el siglo III, cuando los habitantes se refugian en las iglesias buscando en lo sagrado la seguridad que les niega el imperio. A partir de ese momento comienza a desarrollarse el cl¨¦rigo, ordenado de sacerdote, que vive del altar y al altar sirve. El cura se convierte, de alguna manera, en funcionario del Estado. No pasar¨¢ mucho tiempo sin que haga suya la tradici¨®n jud¨ªa que hac¨ªa del cl¨¦rigo una casta aparte, consagrada al culto. En el siglo V se intensifica el distanciamiento respecto al pueblo al se?alarse exteriormente con la tonsura. La adopci¨®n, en el siglo VIII, del lat¨ªn como lengua oficial de la Iglesia delimita las fronteras entre el clero y el pueblo, la plebs.La consolidaci¨®n de este cuerpo espec¨ªfico, segregado del pueblo, disciplinado jer¨¢rquicamente e intermediario entre la autoridad y el pueblo, s¨®lo se lograr¨¢ cuando se imponga la pr¨¢ctica del celibato obligatorio. Pero todav¨ªa a estas alturas del tiempo, y hasta bien avanzada la Edad Media, el pueblo creyente ten¨ªa su peso, voz y voto. La comunidad pod¨ªa deponer a un sacerdote si se mostraba indigno, incluso a un obispo, como ocurri¨® a los de Le¨®n, Astorga y M¨¦rida, que, por cobard¨ªa, huyeron de sus di¨®cesis durante la persecuci¨®n de Decio. Los obispos depuestos recurrieron al Papa, que les repuso. Pero la comunidad, por mediaci¨®n de san Cipriano, obispo de Cartago, convoc¨® un concilio local que declar¨® el derecho de la comunidad a designar a sus ministros y a deponerlos, si les consideraba indignos. Todav¨ªa entonces, el oficio de cl¨¦rigo no era considerado como algo irrevocable y para siempre, ya que los concilios hablan con frecuencia de cl¨¦rigos y obispos depuestos que perd¨ªan, sin m¨¢s, la dignidad y los privilegios.
La introducci¨®n del celibato obligatorio fue la punta de lanza de una estrategia que acab¨® configurando al tipo de cura que hoy predomina. Esa larga y enrevesada historia comienza, dicen los historiadores, en el a?o 300, con el concilio de Elvira (la actual Granada), donde se dijo: ?Est¨¢ prohibido a los obispos, sacerdotes y di¨¢conos, es decir, a todos los cl¨¦rigos consagrados al ministerio del altar, mantener comercio con sus mujeres y engendrar hijos, y quien quiera que infrinja esta prohibici¨®n ser¨¢ depuesto de su clerec¨ªa?.
Pero bien vistas las cosas, ah¨ª no se habla de celibato, sino de continencia, lo que supone estar casados. Lo que entonces preocupaba era la continencia matrimonial, tal y como lo recoge el concilio de Nice (325), en donde alguien quiso que se aprobara el que ?los obispos, presb¨ªteros y di¨¢conos no durmiesen con sus mujeres?. Entonces se levant¨® Pafnucio, obispo de Teba¨ªda, c¨¦libe ¨¦l, y grit¨® bien alto que no se deb¨ªa imponer a los hombres consagrados ese yugo pesado, diciendo que ?es tambi¨¦n digno de honor el acto matrimonial e inmaculado el mismo matrimonio?.
La importancia pol¨ªtica del celibato
La ley del celibato propiamente no se produce hasta 1610, momento en que la sagrada congregaci¨®n del concilio decreta que ?los casados, mientras dure el matrimonio, no pueden ser promovidos a la primera tonsura?. Que la conquista del celibato ha sido un forcejeo lo atestigua el historiador Georg Denzler cuando recuerda que ?hasta el siglo XVII se prolonga en la Iglesia la lacra del concubinato?.
No hay unanimidad a la hora de explicar la firme decisi¨®n romana de hacer pasar a sus cl¨¦rigos por el aro del celibato. Jos¨¦ Mar¨ªa Castillo opina que la enemiga contra el sexo coincide con la introducci¨®n de la celebraci¨®n diaria de la eucarist¨ªa; entonces se empez¨® a exigir al sacerdote cristiano la misma pureza ritual que el Antiguo Testamento impon¨ªa a sus levitas, esto es, la continencia camal. En el celibato que se exigi¨® a los obispos influy¨® el temor de que pudieran dejar los bienes de la Iglesia en herencia a sus hijos, tal y como consta en la carta del papa Pelagio I, en los a?os 558-559.
En estos estudios hist¨®ricos, que se han multiplicado en los diez ¨²ltimos a?os, los curas contestatarios encontraban justificaci¨®n para las nuevas v¨ªas que trataban de abrir. Lo que llama la atenci¨®n es que los problemas siguen siendo los mismos, aunque no se advierta la beligerancia de anta?o, sustituida por una cierta resignaci¨®n. Hace dos a?os aparec¨ªa, en efecto, en Iglesia en Madrid, una encuesta sintom¨¢tica m¨¢s que por su valor cient¨ªfico por estar realizada entre los curas j¨®venes de Madrid. La publicaci¨®n de la encuesta en la hoja diocesana supuso una purga del seminario a manos del provicario Mart¨ªn Patino. Un 92% de los encuestados quieren que la imagen del cura sea normal y trabajador; el mismo porcentaje dice no identificarse con la Iglesia instituci¨®n. S¨®lo un 23% considera al celibato corno un valor; el resto, un 74%, ?lo soporta, lo suplanta o considera una tragedia el mantenerlo?. Pol¨ªticamente, un 17% se considera de derechas y un 63% de izquierdas. Aunque aqu¨ª los porcentajes son mayores, se detecta, sin embargo, la misma tendencia que en la encuesta de Foessa 1970-1973, y la realizada por la Oficina de Sociolog¨ªa de la di¨®cesis de Madrid, en 1978, si bien en esta ¨²ltima no se encuesta sobre el celibato, pero s¨ª aparece agravada la comunicaci¨®n interna: ?La casi totalidad detecta rupturas graves dentro del clero?.
Un s¨ªntoma de la crisis del clero es el de las secularizaciones de curas que deciden abandonar la clerec¨ªa. Entre 1969 y 1977 se calculaban unas 20.000 registradas en el Vaticano, a las que hab¨ªa que a?adir otras 15.000 de quienes no avisan que se van. Hasta la llegada de Pablo VI no era f¨¢cil secularizarse. Algunos tuvieron suerte, como C¨¦sar Borgia, obispo de Valencia, que obtuvo la dispensa del papa Alejandro VI, previa consulta con el colegio cardenalicio, ?para el bien de su alma?. En 1969, Giovanni Musante, prelado dom¨¦stico de Pablo VI, se casa, en Roma, con todos los honores y una dotaci¨®n vaticana de mill¨®n y medio de pesetas. En Espa?a, hasta 1978, era mayor el n¨²mero de secularizaciones que de nuevas ordenaciones. Desde entonces se ha estabilizado la situaci¨®n por dos razones: que Juan Pablo II ha vuelto a ponerse duro y que, como dec¨ªa el jefe de la oficina de sociolog¨ªa de la di¨®cesis de Madrid, ?ya apenas quedan curas en edad de secularizarse?.
El impulso de la religiosidad en la base
La situaci¨®n preocupa hondamente a los episcopados europeos, que no ven salidas claras. Los hay que piensan que se trata de una crisis pasajera y que puede llegar el d¨ªa que los seminarios se llenen de nuevo. Otros consideran que el cura casado podr¨ªa ser una soluci¨®n, dado que la situaci¨®n actual limita el acceso al sacerdocio a ni?os y j¨®venes no comprometidos; si se abren las puertas a los casados se aumenta matem¨¢ticamente la proporci¨®n de cristianos que quieren acceder al sacerdocio; no faltan quienes lo descartan ?porque eso ser¨ªa hacer un feo al cl¨¦rigo c¨¦libe?, como dec¨ªa D¨ªaz Merch¨¢n. Lo que s¨ª puede constatarse es que algo est¨¢ bullendo por doquier, aunque de manera an¨¢rquica. En Madrid, por ejemplo, existe un Movimiento por un Celibato Opcional (Moceop), que agrupa a unos seiscientos curas, casados unos y c¨¦libes otros, que buscan soluci¨®n a la crisis. La reivindicaci¨®n de la libertad frente al celibato es s¨®lo el punto estrat¨¦gico de un planteamiento que trata de acabar con el cl¨¦rigo existente que monopoliza en su persona la variedad de funciones que necesita una comunidad. Los casados celebran la eucarist¨ªa en peque?as comunidades y su existencia es conocida y tolerada por los obispos.
M¨¢s significativo es, de todas maneras, el fen¨®meno de las comunidades de base, en el que el episcopado cat¨®lico ha puesto sus esperanzas. Se trata de un fen¨®meno variopinto, reciente y original. Existen las comunidades neocatecumenales, rigurosamente jer¨¢rquicas, que viven en cotos cerrados desarrollando intensas relaciones entre los miembros de las mismas. Tambi¨¦n las comunidades carism¨¢ticas o pentecostales, de procedencia protestante e importadas de Estados Unidos, que atestiguan del renacimiento de carismas antiguos, como el don de lenguas, de curaciones y el de la expulsi¨®n de demonios. Junto a ¨¦stas, las comunidades populares cristianas, que se diferencian de las anteriores por su compromiso sociopol¨ªtico y por su orientaci¨®n cr¨ªtica. Y, finalmente, las comunidades catecumenales eclesiales, las m¨¢s cercanas a la jerarqu¨ªa.
Estas comunidades de base, conservadoras y apol¨ªticas unas, progresistas y comprometidas otras, tienen por com¨²n denominador el haber nacido, crecido y madurado al margen de la iniciativa jer¨¢rquica, y ser quiz¨¢ expresi¨®n de la ambigua religiosidad que est¨¢ renaciendo en este ¨²ltimo tramo del segundo milenio.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.