La ¨²ltima y mala noticia sobre Haroldo Conti
A Haroldo Conti, que era un escritor argentino de los grandes, le advirtieron en octubre de 1975 que las fuerzas armadas lo ten¨ªan en una lista de agentes subversivos. La advertencia se repiti¨® por distintos conductos en las semanas siguientes y, a principios de 1976, era ya de dominio p¨²blico en Buenos Aires. Por esos d¨ªas, me escribi¨® una carta a Bogot¨¢, en la cual era evidente su estado de tensi¨®n. ?Martha y yo vivimos pr¨¢cticamente como bandoleros?, dec¨ªa, ?ocultando nuestros movimientos, nuestros domicilios, hablando en clave?. Y terminaba: ?Abajo va mi direcci¨®n, por si sigo vivo?. Esa direcci¨®n era la de su casa alquilada en el n¨²mero 1205 de la calle Fitz Roy, en Villa Crespo, donde sigui¨® viviendo sin precauciones de ninguna clase hasta que un comando de seis hombres armados la asalt¨® a medianoche, nueve meses despu¨¦s de la primera advertencia, y se lo llevaron vendado y amarrado de pies y manos, y lo hicieron desaparecer para siempre. Haroldo Conti ten¨ªa entonces 51 a?os, hab¨ªa publicado siete libros excelentes y no se avergonzaba de su gran amor a la vida. Su casa urbana ten¨ªa un ambiente rural: criaba gatos, criaba palomas, criaba perros, criaba ni?os y cultivaba en canteros legumbres y flores. Como tantos escritores de nuestra generaci¨®n, era un lector constante de Hemingway, de quien aprendi¨® adem¨¢s la disciplina de cajero de banco. Su pensamiento pol¨ªtico era claro y p¨²blico, lo expresaba de viva voz y lo expon¨ªa en la Prensa, y su identificaci¨®n con la revoluci¨®n cubana no era un misterio para nadie.
Desde que recibi¨® las primeras advertencias ten¨ªa una invitaci¨®n para viajar a Ecuador, pero prefiri¨® quedarse en su casa. ?Uno elige?, me dec¨ªa en su carta. El pretexto principal para no irse era que Martha estaba encinta de siete meses y no ser¨ªa aceptada en avi¨®n. Pero la verdad es que no quiso irse. ?Me quedar¨¦ hasta que pueda, y despu¨¦s Dios ver¨¢?, me dec¨ªa en su carta, ?porque, aparte de escribir, y no muy bien que digamos, no s¨¦ hacer otra cosa?. En febrero de 1976, Martha dio a luz un var¨®n, a quien pusieron el nombre de Ernesto. Ya para entonces, Haroldo Conti hab¨ªa colgado un letrero frente a su escritorio: ?Este es mi lugar de combate, y de aqu¨ª no me voy?. Pero sus secuestradores no supieron lo que dec¨ªa ese letrero, porque estaba escrito en lat¨ªn.
El 4 de mayo de 1976, Haroldo Conti escribi¨® toda la ma?ana en el estudio y termin¨® un cuento que hab¨ªa empezado el d¨ªa anterior: A la diestra. Luego se puso saco y corbata para dictar una clase de rutina en una escuela secundarla del sector, y antes de las seis de la tarde volvi¨® a casa y se cambi¨® de ropa. Al anochecer ayud¨® a Martha a poner cortinas nuevas en el estudio, jug¨® con su hijo de tres meses y le ech¨® una mano en las tareas escolares a una hija del matrimonio anterior de Martha, que viv¨ªa con ellos: Myriam, de siete a?os. A las nueve de la noche, despu¨¦s de comerse un pedazo de carne asada, se fueron a ver El Padrino II. Era la primera vez que iban al cine en seis meses. Los dos ni?os se quedaron al cuidado de un amigo que hab¨ªa llegado esa tarde de C¨®rdoba y lo invitaron a dormir en el sof¨¢ del estudio.
Cuando volvieron, a las 12.05 horas de la noche, quien les abri¨® la puerta de su propia casa fue un civil armado con una ametralladora de guerra. Dentro hab¨ªa otros cinco hombres, con armas semejantes, que los derribaron a culatazos y los aturdieron a patadas.
El amigo estaba inconsciente en el suelo, vendado y amarrado, y con la cara desfigurada a golpes. En su dormitorio, los ni?os no se dieron cuenta de nada porque hab¨ªan sido adormecidos con cloroformo.
Haroldo y Martha fueron conducidos a dos habitaciones distintas, mientras el comando saqueaba la casa hasta no dejar ning¨²n objeto de valor. Luego los sometieron a un interrogatorio b¨¢rbaro. Martha, que tiene un recuerdo minucioso de aquella noche espantosa, escuch¨® las preguntas que le hac¨ªan a su marido en la habitaci¨®n contigua. Todas se refer¨ªan a dos viajes que Haroldo Conti hab¨ªa hecho a La Habana. En realidad, hab¨ªa ido dos veces ¨Den 1971 y en 1974¨D, y en ambas ocasiones como jurado del concurso de la Casa de las Am¨¦ricas. Los interrogadores trataban de establecer por esos dos viajes que Haroldo Conti era un agente cubano.
A las cuatro de la madrugada, uno de los asaltantes tuvo un gesto humano, y llev¨® a Martha a la habitaci¨®n donde estaba Haroldo para que se despidiera de ¨¦l. Estaba deshecha a golpes, con varios dientes partidos, y el hombre tuvo que llevarla del brazo porque ten¨ªa los ojos vendados. Otro que los vio pasar por la sala, se burl¨®: ??Vas a bailar con la se?ora??. Haroldo se despidi¨® de Martha con un beso. Ella se dio cuenta entonces de que ¨¦l no estaba vendado, y esa comprobaci¨®n la aterroriz¨®, pues sab¨ªa que s¨®lo a los que iban a morir les permit¨ªan ver la cara de sus torturadores. Fue la ¨²ltima vez que estuvieron juntos. Seis meses despu¨¦s del secuestro, habiendo pasado de un escondite a otro con su hijo menor, Martha se asil¨® en la Embajada de Cuba. All¨ª estuvo a?o y medio esperando el salvoconducto, hasta que el general Omar Torrijos intercedi¨® ante el almirante Emilio Massera, que entonces era miembro de la Junta de Gobierno Argentina, y ¨¦ste le facilit¨® la salida del pa¨ªs.
Quince d¨ªas despu¨¦s del secuestro, cuatro escritores argentinos ¨Dy entre ellos los dos m¨¢s grandes¨D aceptaron una invitaci¨®n para almorzar en la casa presidencial con el general Jorge Videla. Eran Jorge Luis Borges, Ernesto S¨¢bato, Alberto Ratti, presidente de la Sociedad Argentina de Escritores, y el sacerdote Leonardo Caste¨ªlani. Todos hab¨ªan recibido por distintos conductos la solicitud de plantearle a Videla el drama de Haroldo Conti. Alberto Ratti lo hizo, y entreg¨® adem¨¢s una lista de otros once escritores presos. El padre Castellani, entonces ten¨ªa casi ochenta a?os y hab¨ªa sido maestro de Haroldo Conti, pidi¨® a Videla que le permitiera verlo en la c¨¢rcel. Aunque la noticia no se public¨® nunca, se supo que, en efecto, el padre Castellani lo vio el 8 de julio de 1976 en la c¨¢rcel de Villa Devoto, y que lo encontr¨® en tal estado de postraci¨®n que no le fue posible conversar con ¨¦l.
Otros presos, liberados m¨¢s tarde, estuvieron con Haroldo Conti. Uno de ellos rindi¨® un testimonio escrito, seg¨²n el cual fue su compa?ero de presidio en el campo de concentraci¨®n de la Brigada G¨®mez, situada en la autopista Richieri, a doce kil¨®metros de Buenos Aires por el camino de Ezeiza. ?En mayo de 1976?, dice el testimonio, ?Haroldo Conti se encontraba en una celda de dos metros por uno, con piso de cemento y puerta met¨¢lica. Lleg¨® el d¨ªa 20. Dijo haber estado en un lugar del Ej¨¦rcito, donde lo pas¨® muy mal. Dijo que se hab¨ªa quedado encerrado en un ba?o, donde se desmay¨®. Apenas s¨ª pod¨ªa hablar y no pod¨ªa comer. El d¨ªa 21 pudo comer algo. Se ve que andaba muy mal porque le dieron una manta y lo iban a ver con frecuencia. En la madrugada del d¨ªa 22 lo sacaron de la celda. Parece que lo iban a revisar o algo as¨ª. Estaba muy mal y no reten¨ªa orines?. El testigo no lo volvi¨® a ver en la prisi¨®n.
No ha habido gesti¨®n, ni derecha ni torcida, que la esposa y los amigos de Haroldo Conti no hayamos hecho en el mundo entero para esclarecer su suerte. Hace unos dos a?os sostuve una entrevista en M¨¦xico con el almirante Emilio Massera, que ya entonces estaba retirado de las armas y del Gobierno, pero que manten¨ªa buenos contactos con el poder. Me prometi¨® averiguar todo lo que pudiera sobre Haroldo Conti, pero nunca me dio una respuesta definitiva.
En junio de 1980, la reina Sof¨ªa de Espa?a viaj¨® a Argentina al frente de una delegaci¨®n cultural que asisti¨® al aniversario de Buenos Aires. Un grupo de exiliados le pidi¨® a algunos miembros de la comitiva que intercedieran ante el Gobierno argentino para la liberaci¨®n de varios presos pol¨ªticos prominentes. Yo, en nombre de la Fundaci¨®n Habeas, y como amigo personal de Haroldo Conti, les ped¨ª una gesti¨®n muy modesta: establecer de una vez y para siempre cu¨¢l era su situaci¨®n real. La gesti¨®n se hizo, pero el Gobierno argentino no dio ninguna respuesta. Sin embargo, en octubre pasado, cuando ya estaba decidido su retiro de la presidencia, el general Jorge Videla concedi¨® una entrevista a una delegaci¨®n de alto nivel de la agencia Efe, y respondi¨® algunas preguntas sobre los presos pol¨ªticos. Por primera vez habl¨® entonces de Haroldo Conti. No hizo ninguna precisi¨®n de fecha, ni de lugar ni de ninguna otra circunstancia, pero revel¨® sin ninguna duda que estaba muerto. Fue la primera noticia oficial, y hasta ahora la ¨²nica. No obstante, el general Videla les pidi¨® a los periodistas espa?oles que no la publicaran de inmediato, y ellos cumplieron. Yo considero, ahora que el general Videla no est¨¢ en el poder, y sin haberlo consultado con nadie, que el mundo tiene derecho a conocer esa noticia.
Copyright, 1981. Gabriel Garc¨ªa M¨¢rquez.
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