?Al asalto de UCD?
Resulta a veces inexplicable la acumulaci¨®n de cr¨ªticas que recibe UCD como partido pol¨ªtico. Es evidente que en el ejercicio de su funci¨®n en la vida p¨²blica UCD ha cometido errores, ha incurrido en fallos y omisiones y ofrece flancos al descubierto. Desde esta perspectiva, bien venidas sean las cr¨ªticas que ayuden a corregir lo que debe ser corregido. Pero me parece no menos evidente que la actitud sistem¨¢ticamente cr¨ªtica hacia el partido centrista o bien obedece a un d¨¦ficit de reflexi¨®n y de an¨¢lisis sobre el insustituible papel que ha desempe?ado, desempe?a y le queda a¨²n por desempe?ar al servicio de la democracia espa?ola o bien hay intereses de muy diverso signo y ra¨ªz que parecen tener su punto de coincidencia en la necesidad de romper la formaci¨®n pol¨ªtica centrista.Entiendo que es plenamente leg¨ªtimo que los partidos pol¨ªticos situados a la derecha y a la izquierda de UCD traten de ocupar su espacio electoral. No es tan leg¨ªtimo, por el contrario, aprovechar sus conflictos dom¨¦sticos para propiciar -y dejo ahora al margen conscientes o inconscientes complicidades internas- la ruptura del partido. Y esta ileg¨ªtima conducta es adem¨¢s peligrosa ceguera pol¨ªtica cuando se practica por ciertos sectores y grupos de inter¨¦s de notable influencia en la sociedad espa?ola. Me temo que, de tener ¨¦xito en sus pretensiones, se producir¨ªan irreparables consecuencias para la viabilidad de nuestra democracia.
En mi opini¨®n, hoy por hoy, un partido centrista mayoritario, moderado y gradualista en sus objeti vos de cambio y modernizaci¨®n de la sociedad espa?ola, es indispensable para garantizar el sistema democr¨¢tico de convivencia y el r¨¦gimen de libertades consagradas en la Constituci¨®n de 1978. Respeto la posici¨®n, aunque la creo equivocada, de quienes estiman que ha llegado la hora de delimitar con nitidez la confrontaci¨®n derecha-izquierda o de articular la vida democr¨¢tica a trav¨¦s de un pluripartidismo m¨¢s amplio para ver as¨ª representados mejor y de manera m¨¢s directa sus intereses espec¨ªficos y sus opiniones concretas. Pero dejando ahora de lado argumentos o antecedentes hist¨®ricos de peso y dignos de meditaci¨®n, prescindiendo tambi¨¦n del an¨¢lisis de la compleja estratificaci¨®n social de las sociedades industriales y urbanas y obviando en esta ocasi¨®n la reflexi¨®n sobre las manifiestas singularidades que derivan de nuestro inmediato pasado posb¨¦lico, pol¨ªtico, cultural y socioecon¨®mico, o de nuestro pluralismo pol¨ªtico-territorial, querr¨ªa hacer unas breves e inevitablemente esquem¨¢ticas consideraciones sobre UCD y algunos de los rasgos que la definen como formaci¨®n pol¨ªtica.
UCD es, en primer lugar, un partido joven, sin tradici¨®n a la que acogerse y sin precedentes hist¨®ricos, que tiene su origen en una coalici¨®n electoral. Y este nacimiento no puede dejar de condicionar a corto plazo su periplo vital. Algo m¨¢s de tres a?os de existencia no son a mijuicio suficientes para cuajar una s¨®lida e inexpugnable organizaci¨®n de nuevo cu?o y superar ciertas fragilidades propias, sobre todo, de la edad. Pero UCD, con estas caracter¨ªsticas, ha conseguido una importante implantaci¨®n. Tiene 6.000 puntos de apoyo a lo largo y a lo ancho de todo el territorio nacional, es capaz de movilizar a los mejores cuadros el pa¨ªs, ha realizado una obra pol¨ªtica de primera magnitud globalmente considerada y contin¨²a teniendo la responsabilidad de gobernar Espa?a. Dar al traste con este activo o contribuir a destruirlo sin razones de gran entidad constituye una irresponsabilidad que perjudicar¨ªa gravemente las posibilidades del r¨¦gimen democr¨¢tico y su estabilidad.
En segundo lugar, el centrismo, al presentarse como un partido de integraci¨®n social, ha tenido en Espa?a virtualidad bastante para obtener el respaldo de un amplio sector del electorado, de un electorado interclasista, de composici¨®n plural e intereses diferenciados sin cuyo apoyo habr¨ªa sido imposible -y lo ser¨¢ igualmente en un futuro- ganar unas elecciones generales en t¨¦rminos suficientes para gobernar. El objetivo l¨®gico del partido es, o debe ser, por el contrario, tratar de extender su base electoral aun contando con la complejidad adicional que supone armonizar o conciliar en su seno intereses y aspiraciones tan diversos y a veces contradictorios. Pero tal es el reto que tiene ante s¨ª UCD y tal es tambi¨¦n el reto que ha asum¨ªdo desde el d¨ªa de su nacimiento, reto que no tendr¨ªa respuesta desde un planteamiento conservador o de derecha cl¨¢sica. Y no creo, por otra parte, que haya otro modo de abarcar a amplios segmentos de poblaci¨®n a la hora de acudir a una consulta electoral.
A nadie debe extra?ar que por virtud de esta ancha base electoral, de su correlativo pluralismo interno y de las enormes responsabilidades que ha debido asumir en los ¨²ltimos a?os, UCD haya producido insatisfacciones y tenga hoy unos niveles de conflictividad interna probablemente superiores a los de cualquier otro partido, intensificados por la natural lucha por el poder inherente a la existencia de toda organizaci¨®n pol¨ªtica y ampliados por la preferente atenci¨®n que prestan los medios de comunicaci¨®n social a todo cuanto ata?e,al partido gubernamental, dada-su trascendencia o repercusi¨®n.
A mi juicio, y en buena medida en beneficio del avance del proceso democr¨¢tico, es conveniente, no obstante, mantener aquel planteamiento. Cualquier tentativa por revestir a UCD de una mayor rigidez ideol¨®gica reducir¨ªa en forma directamente proporcional su capacidad de convocatoria electoral, generar¨ªa la aparici¨®n de nuevas opciones pol¨ªticas, complicar¨ªa el aceptable sistema multipartidista de la democracia espa?ola, dificultar¨ªa la formaci¨®n de Gobiernos viables y conferir¨ªa a nuestro r¨¦gimen democr¨¢tico un m¨¢s alto grado de inestabilidad, dificultando su consolidaci¨®n.
Nada de cuanto antecede es original. Todos los grandes partidos pol¨ªticos de la Europa democr¨¢tica han tenido y tienen problemas similares a los que hoy parecen singularizar la situaci¨®n de UCD. Todos tienen corrientes internas que luchan por el poder y que son fuente potencial de conflictividad, aunque a?os de experiencia y, por tanto, una mayor madurez y profesionalidad les permiten afrontarlos generalmente con serenidad, con permanente capacidad de compromiso y con menores traumas. Y aun as¨ª, los dif¨ªciles momentos en que viven los pa¨ªses industriales del entorno europeo no han dejado de afectar a sus principales organizaciones partidistas y a sus respectivos sistemas de partidos. La reciente escisi¨®n en el Partido Laborista ingl¨¦s, el estado de inquietud e incluso de rebeli¨®n en que se encuentra el ala izquierda del Partido Conservador brit¨¢nico contra la pol¨ªtica de Margaret Thatcher, los conflictos que regularmente plantea la corriente m¨¢s izquierdista de la socialdemocracia alemana, la pluralidad de corrientes consolidadas y organizadas en los grandes partidos democristianos europeos, partido dem¨®crata-liberal japon¨¦s o en los partidos socialistas italiano y franc¨¦s, las crecientes dificultades de entendimiento entre las dos formaciones pol¨ªticas de la mayor¨ªa francesa, la divisi¨®n en dos agrupaciones de los partidos estatales belgas por su incapacidad para asimilar internamente el problema nacionalista y ling¨¹¨ªstico son, entre otros, ejemplos sobradamente significativos.
En UCD junio a esta problem¨¢tica ante la que nadie debe rasgarse las vestiduras y que el votante espa?ol habr¨¢ de asumir como un hecho no ya normal, sino a la postre positivo si se respetan ciertos l¨ªmites, inciden un conjunto de cuestiones b¨¢sicas de gran trascendencia para la configuraci¨®n de la sociedad espa?ola. Tales cuestiones, aut¨¦nticos ejes de convivencia en el marco de nuestro sistema social, afectan ciertamente a todos los partidos pol¨ªticos espa?oles, pero recaen en mayor medida sobre UCD por su condici¨®n de partido gobernante.
Resulta as¨ª que el partido centrista, de manera no exclusiva, pero s¨ª en forma principal¨ªsima, porque su posici¨®n es determinante, est¨¢ hoy resolviendo en su seno unas cuantas contradicciones sociales y definiendo otros tantos ejes de convivencia que afloran conflictivamente con la transici¨®n pol¨ªtica y de manera m¨¢s intensa con la entrada en vigor de la Constituci¨®n y el funcionamiento del r¨¦gimen de libertades p¨²blicas: laicismo-confesionalidad y sus secuelas concretas; formas de coexistencia de la ense?anza p¨²blica y privada; centralismo-regionalismo-nacionalismos; relaci¨®n sector p¨²blico-iniciativa privada y sus respectivas funciones; tensi¨®n dial¨¦ctica entre la institucionalizaci¨®n de la libertad y el ejercicio de la autoridad; adecuaci¨®n y encaje entre los diversos niveles institucionales -democr¨¢ticamente cubiertos por fuerzas pol¨ªticas distintas- que constituyen el entramado b¨¢sico del Estado, etc¨¦tera, y todo ello en una situaci¨®n de crisis econ¨®mica profunda a la que no se ve un horizonte de soluci¨®n ni siquiera a medio plazo y por cuya virtud algunos de aquellos temas recobran particular magnitud y trascendencia.
Todas estas cuestiones que las democracias europeas han resuelto suficientemente en los ¨²ltimos cuarenta a?os por la v¨ªa de la confrontaci¨®n democr¨¢tica entre fuerzas pol¨ªticas distintas o por el camino del compromiso propio de los Gobiernos de coalici¨®n se han empezado a afrontar en la Espa?a de las libertades a trav¨¦s o en el seno de UCD, con la imprescindible colaboraci¨®n en ocasiones de otras fuerzas pol¨ªticas. Y es que problemas de esta ¨ªndole s¨®lo tie nen dos v¨ªas b¨¢sicas de soluci¨®n: o las resuelve un partido mayoritario, con las consiguientes e inevitables contradicciones internas y con la igualmente inevitable confrontaci¨®n externa, o las resuelven partidos distintos con Gobiernos de coalici¨®n o acuerdos parlamentarios, haciendo un esfuerzo de aproximaci¨®n de sus respectivas posiciones program¨¢ticas. El instrumento es siempre el compromiso, interno o externo, pero, a fin de cuentas, compromiso y, por tanto, cesi¨®n rec¨ªproca.
Por muchos errores que haya cometido, por visibles que parezcan los avances y retrocesos, por perjudiciales que hayan sido algunas ambig¨¹edades e indecisiones y por preocupantes que sean los conflictos dom¨¦sticos que todo ello genera, lo cierto es que el balance de UCD es positivo y que dif¨ªcilmente se podr¨ªa haber avanzado tan considerablemente en apenas cuatro a?os de democracia sin un partido centrista de las caracter¨ªsticas de UCD. Podr¨ªa decirse, probablemente con algo de raz¨®n, que los miembros de UCD no siempre hemos estado a la altura de las circunstancias; pero ello es algo que podr¨ªa tambi¨¦n predicarse de los responsables, agentes o directivos de otros sectores de la vida espa?ola. No es este, en todo caso, el problema. Creo m¨¢s bien, sin embargo, que el riesgo real est¨¢ hoy m¨¢s en una din¨¢mica pol¨ªtica objetiva, puesta en marcha desde diversos centros de influencia, que act¨²a en contra de la pervivencia de UCD en su actual configuraci¨®n unitaria. Ceguera pol¨ªtica y situaci¨®n peligrosa que hay que superar por encima de todo, porque la democracia espa?ola necesita vitalmente de grandes partidos sociol¨®gicamente interclasistas, con corrientes de opini¨®n flexibles y abiertas, capaces de canalizar las distintas demandas sociales y de captar los votos de la gran mayor¨ªa del electorado espa?ol. S¨®lo organizaciones pol¨ªticas de este g¨¦nero, que encaucen las fuertes tensiones potenciales de la sociedad espa?ola, diluyendo internamente su conflictividad, pueden dar estabilidad al sistema y evitar un alto grado de polarizaci¨®n de la vida pol¨ªtica, tumba de la democracia en pa¨ªses, como Espa?a, en que existen a¨²n numerosos focos de tensi¨®n susceptibles de provocar confrontaciones incontrolables.
Rafael Arias-Salgado es miembro del Comit¨¦ Ejecutivo de UCD y diputado por Toledo.
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