La segregaci¨®n racial, una inexorable bomba de tiempo
Como una ?ciudad de vidrio en la cual cada familia vive su vida bajo la supervisi¨®n de una polic¨ªa espiritual? describ¨ªa R. H. Tawney la Ginebra medieval de Calvino. La regeneraci¨®n de la sociedad ginebrina con un esp¨ªritu teol¨®gico y a la vez mundano fue la obra que se propuso el reformador. Como ¨¦l mismo escribe en sus ?Instituciones?, ?ha de obedecerse a los hombres que nos gobiernan, pero someterse s¨®lo al Se?or. Y si nos mandan algo que va contra El, no les prestemos la m¨¢s m¨ªnima atenci¨®n?. Se ha dicho que el mundo ?afrikaan?, que constituye la base del poder real de la actual Sur¨¢frica, no puede entenderse sin el calvinismo. La realidad es que ese pa¨ªs, que por s¨ª solo crea el 20% del producto interior bruto de toda Africa junta, es un gran desconocido en Europa. Un enviado especial de EL PAIS ha visitado recientemente la Rep¨²blica Surafricana.
Un d¨ªa de marzo de 1647, el gale¨®n Haarlem, de la Oostindische Compagnie, cogido en medio de un temporal, se estrell¨® contra la costa de la bah¨ªa de la Mesa, frente al lugar donde hoy se levanta Ciudad del Cabo. Entre esa fecha y el Gran Trek de 1848, un acontecimiento capital en la historia de Sur¨¢frica, mediante el cual los vortrekkers (pioneros) se lanzan a la conquista del hinterland, hasta la creaci¨®n de la Uni¨®n Surafricana, en 1909, surgi¨®, primero en los esp¨ªritus y luego en los mapas, una naci¨®n y una patria que todos los blancos reivindican hoy con pasi¨®n, y por la que temen.Hurgar en el alma de la sociedad resultante de ese Gran Trek es como retroceder varios siglos atr¨¢s, a los or¨ªgenes mismos de la civilizaci¨®n europea, a esa nueva Europa que result¨® de los grandes descubrimientos, de la apertura de las rutas mar¨ªtimas, las guerras de religi¨®n y la Reforma emprendida por Calvino, o un Lutero ofendido despu¨¦s de una peregrinaci¨®n a Roma que le permite constatar la ostentaci¨®n de la corte de Alejandro VI, por aquel entonces jefe espiritual, militar y pol¨ªtico.
Visitar Sur¨¢frica es tener la oportunidad de conocer una sociedad que se rige por los mismos mecanismos desenfadados hacia el colonizado que impusieron en las colonias de Am¨¦rica los capitanes y adelantados despachados por los Reyes Cat¨®licos. Con ese ¨¢nimo, nada censurable en la Europa contempor¨¢nea a los descubrimientos y posterior formaci¨®n de los imperios coloniales, los afrikaans de Sur¨¢frica mantienen hoy unida bajo su mando a la naci¨®n m¨¢s poderosa de Africa y una de las m¨¢s ricas del mundo.
Hay que partir de Calvino y de esa ciudad, vigilada por una polic¨ªa espiritual -hoy adem¨¢s pol¨ªtica-, para entender ese profundo sentimiento religioso y el puritanismo que de ¨¦l se deriva, t¨ªpico de las grandes colonizaciones anglosajonas, que se mezcla, con el encanto de los espacios enormes y ricos conquistados.
El afrikaian de hoy ensalza el amor a los hombres, la humildad y el valor purificador del trabajo con la misma sinceridad con que la Iglesia cristiana medieval predicaba esas mismas virtudes sin encontrarlas contradictorias con la Inquisici¨®n, el fasto de la corte papal, el que el Vaticano se hubiese convertido en uno de los imperios financieros m¨¢s importantes del mundo. O que con la cruz por delante se exterminase a los ?descre¨ªdos? de los territorios descubiertos.
Los propios surafricanos se sorprender¨ªan ahora si alguien les recordase que uno de los primeros decretos promulgados por Van Riebeeck tras desembocar en la bah¨ªa de la Mesa en 1652, como agente de la Oostindische Compagnie, rezaba as¨ª: ?Cualquiera que maltrate, golpee o zarandee a un ind¨ªgena, con raz¨®n o sin ella, ser¨¢ castigado a recibir cincuenta latigazos en presencia de aqu¨¦l?.
Inglaterra trajo el "apartheid"
Son los ingleses quienes trajeron a Sur¨¢frica las ideas de segregaci¨®n racial, de divisi¨®n y separaci¨®n discriminatoria de unos grupos sociales de otros, de creaci¨®n de departamentos estancos y reservados para unas razas privilegiadas dentro de la sociedad multirracial, que es la nuestra, pretenden, apoyados en la historia, los afrikaians.
No tienen, sin embargo, justificaci¨®n pol¨ªtica, porque es el Partido Nacional, eminentemente afrikaian, el que reintroduce, a partir de su ascenso al poder, en 1948, la formidable maquinaria legislativa racial que convierte a Sur¨¢frica en una rep¨²blica de se?ores y vasallos.
El Estado teocr¨¢tico, o la preeminenci¨¢ de las ideas religiosas en la formaci¨®n de una naci¨®n, por variados que sean sus componentes, exige que se intente moldear a toda la sociedad con la misma pasta de la religi¨®n y la cultura del grupo dominante. Cuando los hugonotes franceses, expulsados de Francia despu¨¦s de la revocaci¨®n del Edicto de Nantes, desembarcan en Ciudad del Cabo, all¨¢- por 1688, se, les obliga a disolverse entre los holandeses y se les niega la posibilidad de abrir escuelas en franc¨¦s para mantener su propia identidad.
El mismo significado tienen las intenciones explicadas a EL PAIS hace unos d¨ªas por el diputado del Partido Nacional M. Nothnagel cuando dec¨ªa: ?Nuestra cultura se basa en las ideas cristianas, la libre iniciativa individual y la proscripci¨®n de las ideas comunistas y ateas. Llevamos con nosotros un bagaje cultural europeo. Los negros, por el contrario, proceden de otras culturas. Todo nos separa de ellos culturalmente. Ellos no sienten, igual que nosotros, la necesidad de la libre competici¨®n y, dado el primitivismo de las sociedades de que proceden, son dados a formas de convivencia y trabajo m¨¢s asociativas. S¨®lo en Soweto existen novecientas sectas religiosas africanas. Antes de convivir con ellos tenemos que inculcarles nuestros valores?.
Las familias hugonotes francesas quedaron totalmente asimiladas en la cultura afrikaan, que es la dominante, a pesar de las ideas liberales que propician hoy los surafricanos de origen ingl¨¦s. Sin embargo, que cinco millones de blancos puedan someter tambi¨¦n culturalmente a veinte millones de negros parece un sue?o absolutamente imposible de realizar.
En realidad, el Partido Nacional surafricano ya abandon¨® hace tiempo las pretensiones que le prestaba su diputado antes mencionado. Los negros no est¨¢n atravesando una crisis de identidad, como ¨¦l afirmaba, sino una crisis artificialmente creada por las limitaciones de todo tipo que el sistema les impone.
De todas maneras, el primer ministro, P. W. Botha, bajo la presi¨®n amistosa de dos Gobiernos como el de Margaret Thatcher y Ronald Reagan, a los cuales no puede ofrecer o¨ªdos sordos, parece haber comprendido que no se puede movilizar al mundo occidental en apoyo de Sur¨¢frica con insinuaciones tan primitivas como las su as. y
El programa del Partido Nacional preconiza, en consecuencia, patrias pol¨ªticamente separadas para negros y blancos, pero econ¨®micamente interdependientes; promete eliminar todos aquellos aspectos ?hirientes e innecesarios? de la discriminaci¨®n racial y ofrece una modificaci¨®n de la Constituci¨®n con la creaci¨®n de un consejo presidencial para admitir en un reparto te¨®rico del poder con ellos a mestizos e indios, que, de acuerdo con la legislaci¨®n surafricana, no son ni blancos ni negros.
Esta estrategia ser¨¢ la que domine la vida pol¨ªtica interna surafricana en los pr¨®ximos a?os si una revoluci¨®n negra, por ahora impensable, no viene a interrumpir este proceso. Para llevarla adelante, para obtener un mandato que te permita acabar con el esquema ?verwoerdiario? de discriminaci¨®n racial primitiva y brutal, P. W. Botha disolvi¨® el Parlamento y convoc¨® elecciones generales anticipadas.
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