El murubito que muri¨® con las botas puestas
Protestaron a los primeros Mur¨²be por peque?os, y es verdad que lo eran, pero un respeto, pues nadie podr¨ªa negar su condici¨®n de toros. Qu¨¦ le iban a hacer los animalitos si el esqueleto no les daba para m¨¢s. El tama?o no lo es todo. Sin ir m¨¢s lejos, los murubitos demostraban ser m¨¢s toros que los Urquijo (versi¨®n Ord¨®?ez: cosa mansa), aunque ¨¦stos flamenquearan sus corpachones de buen a?o. Ortega Cano, nos parece, habr¨ªa preferido, para su sosiego, los grandullones Urquijo (versi¨®n Ord¨®?ez: cosa mansa), al murubito pele¨®n, que muri¨® con las botas puestas.Ese murubito sali¨® el segundo, y la gente le empez¨® a faltar, como si fuera un delito haber nacido peque?o. Adem¨¢s, el animalito cobarde¨® con los caballos. Pero en banderillas, que le prendi¨® bien Ortega Cano, se fue arriba, y ya no par¨® de embestir. El escozor de los arpones le debi¨® sentar a cuerno quemado y, como su sangre era brava, dijo all¨¢ voy, y ya no par¨® hasta morir.
Plaza de Las Ventas
Cuatro toros de Jos¨¦ Murube, terciados, con casta; cuarto y sexto de Antonio Ord¨®?ez, grandes y mansos; sexto, devuelto por cojo. Sobrero de la misma ganader¨ªa. Roberto Dom¨ªnguez: bajonazo y tres descabellos (silencio). Dos pinchazos, otro hondo y descabello (silencio). Ortega Cano: media (divisi¨®n y salida a los medios). Pinchazo y estocada (silencio). Luis Francisco Espl¨¢: estocada ladeada (petici¨®n de oreja y dos vueltas). Pinchazo y media atravesada (aplausos). Dos tercios de entrada.
El pundonoroso Ortega Cano, un torero con oficio, no sab¨ªa c¨®mo capear el temporal. Equivocaba en un mil¨ªmetro los terrenos o desacompasaba el muletazo, y s¨®lo eso bastaba para que el murubito se lo quisiera llevar por delante. No es que fuera malo el murubito -es decir, resabiado, sabiendo lat¨ªn, barrab¨¢s y restantes adjetivos descalificadores de la jerga-. Por el contrario, era manejable, boyante, noble; pero hab¨ªa nacido para embestir, y nadie pod¨ªa convencerle de lo contrario. Ten¨ªa esa inconfundible casta agresiva del toro bravo, que s¨®lo se embarca en el enga?o cuando el torero sabe el terreno que pisa, da la distancia adecuada, manda, templa y tiene la serenidad necesaria para convertir en realidad toda la torer¨ªa.
Que una cosa es leer el Coss¨ªo y otra asimilarlo. De un famoso espada retirado se cuenta que una tarde sangrienta en Las Ventas, donde los tres matadores acabaron en la enfermer¨ªa, un aficionado le pregunt¨®: ??Qu¨¦ opina de este desastre, maestro??. Y respondi¨®: ?Que estos toreros se han le¨ªdo el Coss¨ªo, pero me parece que no lo han entendido?.
A lo mejor el Coss¨ªo lo hab¨ªa le¨ªdo el murubito, que tomaba el enga?o como debe hacerlo el toro de casta, y daba importancia al espect¨¢culo, emoci¨®n a la lidia y m¨¦rito al diestro, cuyo pundonor le hacia jugarse el tipo pase a pase, tanda a tanda, aunque en ning¨²n momento consigui¨® centrarse, templar las acometidas, dominar al peque?¨ªn pele¨®n. El cual no par¨® hasta que mordi¨® el polvo. Ten¨ªa media en lo alto, el electroencefalograma le daba plano y a¨²n embest¨ªa. Muri¨® con las botas pues
Por la casta de los Murube tuvo inter¨¦s la corrida, que de lo otro ya me contar¨¢s. Al primero lo protestaron por peque?o y cojo (le pusieron de vuelta y media, al pobre) y tambi¨¦n se fue para arriba; tanto, que al final no parec¨ªa cojo. Roberto Dom¨ªnguez le mulete¨® aseado y sin ¨¢ngel. El tercero, de condici¨®n flojo y tambi¨¦n protestado por este motivo, derroch¨® nobleza en el ¨²ltimo tercio y Espl¨¢ le hizo una faena en tonos mediocres, con unos alivios de pico que no ten¨ªan justificaci¨®n. Lo que pasa es que consigui¨® una estocada de efectos r¨¢pidos, y parte del p¨²blico arm¨® un alboroto porque el presidente no crey¨® oportuno concederle la oreja. Cuando Espl¨¢ terminaba de dar la segunda vuelta al ruedo, en medio del clamor orej¨®filo que vociferaba ??Otra, otra!?, ya no record¨¢bamos absolutamente nada de lo que motiv¨® tama?o frenes!.
El quinto ya ten¨ªa cuajo, y armamento, y Murube que era, exhibi¨® su casta, si bien no tan agresiva como la de su hermanito pele¨®n. Ortega Cano le aguant¨® m¨¢s bien poquito. La faena no va a pasar a la historia. Se admiten apuestas. Lo otro fue de Urquijo (versi¨®n Ord¨®?ez: cosa mansa), grandull¨®n y sin importancia. Roberto Dom¨ªnguez nos obsequi¨® con un trasteo desligado, anodino e interminable al cuarto, y ganas daban de pasarle nota de que le esperaban en Manuel Becerra. El sexto fue devuelto por ¨ªnv¨¢lido y le sustituy¨® otro Urquijo (versi¨®n Ord¨®?ez: cosa mansa), que result¨® aplomado, y Espl¨¢ le porfi¨® sin ¨¦xito. Espl¨¢ y Ortega Cano alternaron en banderillas en los dos ¨²ltimos toros y lo hicieron bien. Sobre todo un par del alicantino por los adentros result¨® emocionante. Tambi¨¦n el alicantino se marc¨® en el quite unos faroles. Pero para faroles, los de Las Ventas, que iluminaban la noche, cuando, ?al fin!, nos dejaron salir de la plaza. La corrida hab¨ªa sido el cuento de nunca acabar.
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