Ense?anza y Constituci¨®n
La educaci¨®n es una necesidad de cada sociedad. Al hombre no le basta con producir y reproducir bienes; nada de eso es posible sin un repertorio de conocimientos, unas t¨¦cnicas de aplicaci¨®n y unas pautas de comportamiento. En la historia de cada sociedad llega un momento en que es preciso que sus miembros posean un m¨ªnimo de conocimientos para asegurar esa producci¨®n y reproducci¨®n. La alfabetizaci¨®n y la escuela no pueden verse como un simple gesto filantr¨®pico, sino como una necesidad hist¨®rica.La clase dominante de cualquier formaci¨®n social se esfuerza por mantener las relaciones de producci¨®n existentes y para ello tiende a reproducir igualmente el ordenamiento jur¨ªdico, el sistema de representaciones mentales, la escala de valores, etc¨¦tera, que justifican o legitiman las relaciones de poder existentes.
Es esta una cuesti¨®n de alcance que merecer¨ªa m¨¢s honda reflexi¨®n; sin embargo, quiero tan s¨®lo referirme al hecho de que durante largo tiempo la Espa?a oficial o legal, dominada por el agrarismo de sus clases dirigentes, tuvo una visi¨®n muy corta de esas necesidades y desatendi¨® evidentemente la escuela y la ense?anza. En Espa?a se dio el caso de que la burgues¨ªa en el poder no quiso o no pudo crear un aparato docente y, como hizo la Tercera Rep¨²blica Francesa a partir de Jules Ferry, el aparato ideol¨®gico y docente sigui¨® siendo, por lo esencial, el eclesi¨¢stico, como en la ¨¦poca se?orial. Es decir, que ya hab¨ªa un desfase b¨¢sico entre la ense?anza dada y las necesidades del siglo XX.
La Segunda Rep¨²blica supuso un relevo de clases sociales en la c¨²spide del Estado. Pero no una verdadera renovaci¨®n en los aparatos de ¨¦ste; la peque?a burgues¨ªa y un gran sector de la clase obrera ocuparon los centros decisorios. ?Ten¨ªan el poder? Probablemente se limitaban a estar en el poder, asunto que hemos tratado otras veces y que hoy no podemos desarrollar. Sin embargo, su mayor esfuerzo de transformaci¨®n se orienta a dotar al Estado de un verdadero sistema escolar; la creaci¨®n de unas 13.0.00 escuelas y de otros tantos puestos de maestros, mucho mejor retribuidos. Fue paradigm¨¢tico el esfuerzo republicano por la ense?anza, que no se limit¨® a eso. Sin embargo, las presiones ideol¨®gicas de las clases apenas desplazadas del poder pol¨ªtico, pero siempre instaladas en el poder econ¨®mico (unido a la brevedad del per¨ªodo republicano), impidieron una renovaci¨®n total que quebrase la reproducci¨®n del sistema de valores tradicional.
En la Segunda Rep¨²blica hubo m¨¢s que eso; hubo tambi¨¦n el impulso cultural popular, ese apetito de saber expresado a trav¨¦s de misiones y universidades populares, casas del pueblo, ateneos libertarios, bibliotecas circulantes, etc¨¦tera.
Cayo la Rep¨²blica y nunca m¨¢s se levant¨® la escuela prima r¨ªa ni los otros niveles de ense?anza. Crecieron varias generaciones ignorando las categor¨ªas b¨¢sicas del pasado reciente de Espa?a, sin la m¨¢s leve idea de la realidad de Europa y del mundo. ni de las formas de gobierno y de convivencia; millones de ni?os y adolescentes espa?oles, carent¨¦s del m¨ªnimo de formaci¨®n escolar, pero sometidos a presiones Ideol¨®gicas y seudodocentes de instituciones eclesiales, de frente de juventudes, etc¨¦tera, a quienes se les hizo creer que los partidos pol¨ªticos eran ?algo patol¨®gico? (Carrero dixit), que ?la ciencia, estaba inspirada por el Esp¨ªritu Santo? (Iba?ez Mart¨ªn dixit) y que Espa?a era un pa¨ªs mod¨¦lico, centinela de Occidente, y parad¨®jicamente odiado por el extranjero. As¨ª, con las m¨¢s bajas cotas culturales y una imagen primaria del mundo, se formaron los j¨®venes que un d¨ªa llegar¨ªan a ser reclutas y ajurar la bandera.
Transici¨®n a la democracia
Y llegamos a 1977, a lo que se ha llamado la transici¨®n a la democracia. A?o y medio despu¨¦s, en diciembre de 1978, una Constituci¨®n era votada por la gran mayor¨ªa de los espa?oles; seg¨²n ella, la soberan¨ªa reside en el pueblo, del que emanan todos los poderes del Estado. Sin embargo, por mucho,que busquemos, no podemos encontrar ni rastro de una transici¨®n educativa; ni en conceptos, ni en t¨¦cnicas ni en extensi¨®n. El art¨ªculo 27, resultado de un laborioso consenso recuerda el derecho de todos a la educaci¨®n y que ¨¦sta ?tendr¨¢ por objeto el pleno desarrollo de la personalidad humana en el respeto a los principios democr¨¢ticos de convivencia y a los derechos y libertades fundamentales?. En Ia pr¨¢ctica, se ha cedido al embate eclesial al tratarse del Estatuto de Centros Escolares y hasta ahora no ha sido posible que se vote uni modest¨ªsima ley de Autonom¨ªa Universitaria. Sin hablar de otro asuntos que est¨¢n en la conciencia de todos (el del Consejo de Rectores en el verano de 1980, la m¨¢quina de autorreproducci¨®n del mandarinato derechista a trav¨¦s de ciertos tribunales de oposici¨®n, la negativa a una ense?anza en todos los niveles de ciencia pol¨ªtica impartida por licenciados de la especialidad), que son la consecuencia de que, en su aspecto de aparato de Estado, la escuela y la universidad no han.cambiado durante la llamada transici¨®n; ¨¦sta, como bien dice un librito magistral sobre la Constituci¨®n, que acaba de publicar Aula Abierta Salvat, ?se realiza con el aparato del Estado franquista intacto y la presencia siempre vigilante de los llamados eufem¨ªsticamente poderes f¨¢cticos?. Y si eso ocurre, como lo estamos viendo todos los d¨ªas, en los aparatos coactivos, tambi¨¦n se produce en los docentes e ideol¨®gicos (pensernos en una forma de transmisi¨®n educativa como es la televisi¨®n).
Nada de esto sucede por azar. Ese vasto entramado de aparatos con su personal y sus ideas procedentes del franquismo tiende a reproducir en todos sus aspectos un sistema de creencias y de valores que corresponden a un bloque socioecon¨®mico dominante, que, precisamente, para no perder su hegemon¨ªa, se ha visto obligado a aceptar esa transici¨®n a la democracia, pero intentando en todos los casos que sea lo menos transici¨®n posible; es la ¨²nica explicaci¨®n seria de la permanencia en todos los aparatos del Estado de un personal formado en valores y pautas del franquismo. Hay un esfuerzo gigantesco para impedir que se forme una alternativa ideol¨®gica de las clases subordinadas que pueda echar las ra¨ªces de un futuro bloque hist¨®rico.
Hay que observar con qu¨¦ conceptos y mecanismos mentales anacr¨®nicos se sigue operando desde la derecha. En primer lugar, el concepto feudal de Espa?a: es la tierra sobre la que se ejerce el dominio eminente, no es la comunidad de hombres y pueblos, es ?la uni¨®n de las tierras y de los hombres?, tan cara al franquismo, porque, como en la ¨¦poca feudal, el hombre se vincula a la tierra, y quien tiene el poder manda en la tierra y, a trav¨¦s de ella, en los hombres. Ese concepto anacr¨®nico no se utiliza como argumento persuasorio, sino como arma arrojadiza; igual que su concepto de unidad, que no es tal, sino uniformidad y centralismo, que s¨®lo puede sostenerse con evidente desprecio o ignorancia de la historia de nuestro pa¨ªs, que sigue siendo sustituida por una serie de leyendas y mitos, repetidos unas veces como salmod¨ªas y otras como gritos hist¨¦ricos.
Pero ah¨ª est¨¢ la Constituci¨®n. ?D¨®nde y c¨®mo se ense?a, si es que se ense?a acaso? Hay que decir sin ambages que la Constituci¨®n, y a¨²n m¨¢s su esp¨ªritu, sus bases ideol¨®gicas, etc¨¦tera, parece que no ha sido explicada en los centros de formaci¨®n castrense ni en los organismos de seguridad, la inmensa mayor¨ªa de cuyo personal fue formado o deformado por un sistema antidemocr¨¢tico.
All¨¢ con su responsabilidad quienes quieran hacernos creer que no saben d¨®nde reside la trama negra que quiere acabar con la democracia. Los dem¨¢s tenemos el deber de se?alar el mal. Cuando estamos asistiendo al intento de vaciar de contenido nuestra Constituci¨®n para encubrir ideol¨®gicamente una involuci¨®n autoritaria, no tenemos derecho a quedar en silencio.
Explicar nuestra historia
Debemos movilizarnos para explicar esta Constituci¨®n, nuestra historia, y deshacer as¨ª los fanatismos irracionalistas de una y otra banda. Cada ni?o espa?ol y cada recluta de nuestro Ej¨¦rcito (no digamos los que son m¨¢s) tiene que saber en qui¨¦n reside la soberan¨ªa del Estado espa?ol, que nuestra Monarqu¨ªa es estrictamente parlamentaria, que los partidos pol¨ªticos y los sindicatos son piezas fundamentales para el funcionamiento de la democracia, que el art¨ªculo 15 de nuestra Constituci¨®n proh¨ªbe terminantemente la tortura, as¨ª como las penas y tratos inhumanos o degradantes, que las Cortes son la m¨¢xima instancia pol¨ªtica del pa¨ªs, que las autonom¨ªas no son una concesi¨®n graciosa ni tampoco un acto separatista, sino un principio de la ley fundamental del Estado.
Centenares de j¨®venes catedr¨¢ticos, aoregados de instituto y profesores de EGB se est¨¢n batiendo por una renovaci¨®n total de la ense?anza. Algunos esfuerzos importantes se est¨¢n haciendo por ciertos ayuntamientos democr¨¢ticos. Hagamos mucho m¨¢s: los partidos pol¨ªticas, los sindicatos, los municipios democr¨¢ticos, las m¨¢s distintas organizaciones que constituyen el tejido social, organicemos conjuntamente y dialogando con el pueblo la explicaci¨®n de la Constituci¨®n, de sus bases y de su aplicaci¨®n. Antes de que sea demasiado tarde.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.