S¨®lo hay 1.800 plazas de educaci¨®n escolar para adultos en Madrid capital
Cuando Julia Mart¨ªnez, de 55 a?os, afirma muy convencida que no quiere pasar los ¨²ltimos a?os de su vida sentada en un banco de la UVA de Hortaleza, tornando el sol como hacen los viejos, sus compa?eros de curso en el aprendizaje de leer y escribir, y pensar, y relacionarse con los dem¨¢s sin complejos, asienten tambi¨¦n. Julia Mart¨ªnez forma parte de un grupo de trescientas personas que se tragaron un d¨ªa, a fuerza de valor, su verg¨¹enza y decidieron ingresar en uno de los cursos de educaci¨®n permanente de adultos que se imparten en el centro social de Hortaleza. Lo malo, reiteran continuamente, es que los frutos de ese volumen ingente de voluntad personal que han puesto en juego depende en ¨²ltima instancia de unos funcionarios ?que no tienen ni idea de lo que es esto?.A las once de la ma?ana del viernes ¨²ltimo, un grupo de veinte alumnos del centro y algunos profesores de Hortaleza y de Tetu¨¢n, celebran una asamblea muy parecida a la que realizaron el a?o anterior y el otro, los tres a?os que lleva funcionando el centro. El problema es tambi¨¦n el mismo: la falta de medios y la escasa sensibilidad de los Ministerios de Cultura y Educaci¨®n, parapetados eternamente tras los deseos de buena voluntad, contrarrestados por la realidad oficial de la falta de fondos y las r¨ªgidas normativas burocr¨¢ticas que impiden la adopci¨®n de medidas r¨¢pidas y eficaces.
Alberto El¨ªas es un profesor joven, de aspecto ani?ado, convencido de la necesidad de su trabajo, que lleva tres a?os acumulando experiencia sobre los m¨¦todos pedag¨®gicos de la ense?anza de adultos en el centro social de Tetu¨¢n, el ¨²nico que existe en un distrito que cuenta con 200.000 habitantes. En Tetu¨¢n estudian sus primeras letras o intentan conseguir su t¨ªtulo de graduado escolar unas doscientas personas, y todos los a?os hay que dejar gente en la calle porque ya no hay plazas para nadie m¨¢s. Seg¨²n una encuesta realizada por el Instituto Nacional de Estad¨ªstica, en 1975, en Tetu¨¢n viven 5.000 personas analfabetas, otras 27.000 que no tienen el certificado de estudios primarios y otras 43.000 que no han llegado al graduado escolar, y las cifras se estiman que son bajas.
En Hortaleza, la encuesta la hicieron las entidades ciudadanas, referida no a todo el distrito, sino s¨®lo a la UVA, formada por cerca de 1.100 viviendas de ladrillo malo, en las que habitan unas 5.000 personas. Seg¨²n la encuesta, la mitad son analfabetas, oficial o realmente, puesto que muchas de ellas aprendieron en su infancia a mal-leer y mal-escribir, pero ya se les ha olvidado y se conforman con saber garrapatear su firma donde es necesario hacerlo. El porcentaje se eleva casi a las tres cuartas partes cuando se refiere a las mujeres. Tal vez por eso, la mayor¨ªa de las que asisten a la asamblea del viernes lo son tambi¨¦n: Cristina Moreno, de 52 a?os; Francisca S¨¢nchez, de 38; Carmen Campillo, de sesenta; Santiago Rojas, su hijo, de 32 a?os; Benedicta Mart¨ªnez, esposa del anterior, de treinta; Agustina G¨®mez, de 73, una anciana vivaracha, de fuerte personalidad, que se muestra muy satisfecha de su experiencia escolar, porque ha aprendido a decir las ideas que tiene en la cabeza y que antes no se atrev¨ªa a soltar y se guardaba por miedo a mostrar p¨²blicamente su falta de expresi¨®n. O Concepci¨®n Esteban, de 52 a?os, a cuyo lado se sienta Concepci¨®n Alonso, de diecisiete, y as¨ª hasta una treintena de personas, representantes de los casi trescientos alumnos y alumnas que asisten a los diferentes niveles del curso.
El miedo a hablar
Alberto El¨ªas explica que en Tetu¨¢n s¨®lo hay seis profesores y, como no existe un cuerpo especializado de maestros en ense?anza de adultos, todos los a?os comienzan los tiras y aflojas con las delegaciones provinciales para asegurar de que seguir¨¢n en sus puestos, y no solamente por ellos, sino fundamentalmente por sus alumnos, a quienes ha costado demasiado trabajo vencer su timidez, sus complejos con un profesor determinado, como para tener que empezar de nuevo con otro.?Los problemas son muchos y complejos, y nosotros lo que pedimos a Cultura y Educaci¨®n es la redacci¨®n de un convenio asumido al m¨¢s alto nivel ministerial que asegure la estabilidad en el funcionamiento de los centros. El acuerdo actual estipula que Cultura se encarga de aportar los locales, y Educaci¨®n, los profesores, pero es un acuerdo lleno de lagunas y que como se ha firmado s¨®lo a nivel de direcciones generales y no por los ministros respectivos, cuando cambian los cargos, el nuevo director se desentiende f¨¢cilmente de los compromisos contra¨ªdos por su antecesor?.
En s¨ªntesis, hacen falta m¨¢s locales, m¨¢s profesores y que ¨¦stos tengan la seguridad de que van a permanecer en un mismo lugar durante a?os, hasta que se d¨¦ fin a su muy especial tarea educativa. En Madrid capital s¨®lo hay ense?anza de adultos en centros acogidos a este sistema en Canillejas, Entrev¨ªas, Fuencarral, Hortaleza, Pan Bendito, Villaverde y Vallecas, que acogen a unos 1.800 alumnos. Pero, como explic¨® detalladamente a EL PAIS Mar¨ªa Luisa Jordana, delegada provincial de Cultura, las plazas como profesor de educaci¨®n permanente de adultos no est¨¢n reconocidas en la plantilla general de la EGB. Algunos de los que imparten estas ense?anzas son funcionarios de carrera, otros est¨¢n en comisi¨®n de servicio y otros contratados por un a?o, y, efectivamente, cada curso surge la duda de si se renovar¨¢ o no el contrato. Mar¨ªa Luisa Jordana insiste en que su departamento, y supone que exactamente igual en el Ministerio de Educaci¨®n, est¨¢n muy interesados en potenciar la ense?anza para adultos, ?que consideramos como un importante servicio al ciuciadano?, pero no tienen m¨¢s remedio que someterse a las disponibilidades, y no hay fondos para hacer lo que se quisiera.
Para Alberto, Mar¨ªa Jes¨²s o Carmen, profesores, la realidad social y las necesidades vitales, reales, de la gente no pueden constre?irse a las reglas de la burocracia. La ense?anza de adultos no tiene nada que ver con la de los ni?os. Las personas mayores llegan a la escuela -al centro social, mejor- con sentimientos de verg¨¹enza, t¨ªmidos, con una carga cultural y experiencias acumuladas a lo largo de su vida, con actividades sociales, con responsabilidades y personalidades ya muy marcadas con falta de tiempo, con problemas de relaci¨®n humana en sus casas, y lo primero que hay que vencer es su temor a verse tratados como ni?os.
Eso no lo puede hacer un profesor cada a?o, porque adem¨¢s, al adulto casi hay que sacarle de su casa y llevarle a la clase. Al principio de cada curso, profesores, colaboradores del centro, los mismos alumnos, las entidades ciudadanas del barrio, montan una campa?a para convencer a sus vecinos de la importancia de saber leer y escribir, de poder asimilar y sacar provecho de lo que pone en un libro.
Algunos de los convencidos abandonan pronto, otros se quedan y a los pocos meses -y e insisten en que no es una exageraci¨®n- aprecian un cierto cambio en sus vidas que ni siquiera ellas y ellos sospechaban que pudiera tener tanta trascendencia. ?Al comenzar a leer y escribir vamos perdiendo el miedo, vemos que no tan complejo y te llena de satisfacci¨®n saber que puedes ir a un banco, por ejemplo, y que podr¨¢s rellenar sola el impreso sin tener que pedir ayuda, o el hecho de no tener que preguntar a nadie, cuando vas en el metro, el nombre de la estaci¨®n cu¨¢l es el cartel que indica la salida?.
Uno de los profesores tercia en la conversaci¨®n: ?Vivimos en una sociedad en la que se da por supuesto que todo el mundo tiene un m¨ªnimo de cultura, y esto, al menos Madrid, es mentira?.
Mejorar la vida cotidiana
En la vida cotidiana de la gente alcanzar ese m¨ªnimo no significas¨®lo poder contestar a una carta, enterarte del cartel de la programaci¨®n que sale en la pantalla televisor. En este momento de charla, las alumnas han tomado su dosis de confianza y quieren que el periodista, y m¨¢s tarde los lectores del peri¨®dico, sepan de sus dificultades diarias. Una cuenta complejo de inferioridad que te con su propio hijo, al que con el tos esfuerzos econ¨®micos hab¨ªa podido darle un nivel medio de estudios, pero con quien en su e no pod¨ªa hablar, porque el hijo argumentaba en cualquier momento: ?Pero, mam¨¢, t¨² no entiendes de eso?. O los apuros de abuela y la frustraci¨®n que se siente cuando no se puede leer un cuento al nieto.En suma, toda la asamblea e de acuerdo en que su nueva situaci¨®n de escolares avanzados les supuesto tambi¨¦n reforzar sus lazos familiares y sociales. Porque s¨®lo aprenden a leer, sino a analizar las cosas, a aplicar una metodolog¨ªa a la hora de enfrenta con un problema y resolver sobre todo, a recibir comprensi¨®n, ayuda, y de lo que se recibe se p de dar, o al menos eso afirma tajantemente otra alumna, que ahora sabe perfectamente que muchas veces no se contesta a la pregunta intempestiva de un ni?o de tres a?os s¨®lo porque no se sabe c¨®mo hacerlo, no porque no se tenga la contestaci¨®n.
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