La polic¨ªa vigila los Almacenes Rael, de Alcorc¨®n
La polic¨ªa vigila permanentemente los almacenes Rael, del poligono Urtinsa, de Alcorc¨®n, en los que se expend¨ªa el aceite que las ¨²ltimas hip¨®tesis relacionan con la neumon¨ªa at¨ªpica. Los empleados y regentes de las naves pr¨®ximas aseguran que el establecimiento ten¨ªa una vida comercial muy intensa: vendedores ambulantes provistos de furgonetas, carros de mano e incluso bolsas de viaje se surt¨ªan all¨ª de aceite de oliva, soja o girasol para revenderlo en zonas distantes o pr¨®ximas. Seg¨²n algunos testimonios, un cami¨®n cisterna de gran capacidad repon¨ªa las existencias de los almacenistas cada dos o tres d¨ªas.Los almacenes Rael ocupan la nave n¨²mero once del pol¨ªgono Urtinsa, un complejo de construcciones de techo piramidal, todas ellas destinadas a fines industriales. Bajo el r¨®tulo Rael, almac¨¦n de aceites, hay unas grandes puertas marrones vigiladas por la polic¨ªa, y ante ellas, algunas garrafas de pl¨¢stico transl¨²cido. Los vecinos conocen muy bien este tipo de envases de cuello estrecho, ¨²nicamente se?alados por la inscripci¨®n cinco litros. ?Son los utilizados por los almacenistas de Rael, unos comerciantes muy bien instalados. Disponen de cinco o seis grandes dep¨®sitos y de m¨¢quinas llenadoras y empaquetadoras. En esta zona del complejo es muy frecuente la imagen de los transportistas que acuden a llenar sus furgones de cajas y envases. Muchos otros peque?os vendedores llegaban con carritos de mano o, en algunos casos, con grandes bolsas. Los dos hermanos que atend¨ªan el almac¨¦n supervisaban todas las ope raciones de venta: a veces los hemos visto probar el contenido de las cisternas con ayuda de un cacito, tal como hacen los catadores de v¨ªnos?.
Numerosa clientela ambulante
A primera vista, los almacenes ten¨ªan una envidiable vida comercial. Estaban respaldados por su numerosa clientela de vendedores ambulantes. Los m¨¢s poderosos se distingu¨ªan f¨¢cilmente por sus furgones, y llevaban su cargamento a mercados de la capital o de otras provincias. Los ambulantes meno res s¨®lo se aventuraban hasta lo grandes pueblos pr¨®ximos o hac¨ªan sus ventas sin salir de Alcorc¨®n. Cerca de la nave n¨²mero 11, algunos curiosos respiran con cautela el aroma pegadizo de aceite que viene todav¨ªa de los grandes dep¨®s¨ªtos, y recuerdan algunas de las ¨²ltimas ofertas que recibieron en sus propias casas. Todos ellos evitan dar sus nombres, porque la neumon¨ªa tiene ya una peque?a tradici¨®n de peste, y es un error mentar la soga en casa del ahorcado. ?Hace s¨®lo unos d¨ªas rechac¨¦ en el bar de mi marido una oferta de varios bidones que me hac¨ªa una peque?a vendedora. Yo creo que la f¨¢cil salida del producto indujo a muchas personas sin empleo a dedicarse a la venta ambulante como ayuda familiar. Aqu¨ª, en Alcorc¨®n era habitual la imagen del hombre del carrito y de las vendedoras, que llegaban con sus bolsas de mano llenas de garrafas?.
Angustia en el vecindario
Casi todos los vecinos tienen ahora alguna peque?a historia de aceite sospechoso que contar. Hay amas de casa que juran haber eludido a vendedores ambulantes emboscados o que cayeron en la tentaci¨®n de comprarles, pero se arrepintieron milagrosamente de hacer ensalada a ¨²ltima hora. ?Mi madre?, dice un recadero de comercio, ?compr¨® cinco garrafas hace algo m¨¢s de una semana: ahora est¨¢ angustiada, porque cuando quiso enterarse de que estaba contaminado hab¨ªamos consumido casi media. Por el momento, no tenemos s¨ªntomas de enfermedad. Estamos, eso s¨ª, muy preocupados. Obsesionados, mejor dicho?. A primeras horas de la tarde, un ret¨¦n de polic¨ªas nacionales releva a la dotaci¨®n del zeta que vigilaba el almac¨¦n. En el centro del pueblo, todos piden las ¨²ltimas cifras..Buscan residuos de aceite at¨ªpico en sus despensas y comienzan a acusar s¨ªntomas de intoxicaci¨®n de rumores.
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