La vida intelectual en Espa?a durante la Rep¨²blica / y 4
El incremento de la capacidad creadora, de la participaci¨®n y la solidaridad, de la asiduidad de la ense?anza -ning¨²n profesor faltaba a clase-, fue inveros¨ªmil. La nueva facultad era limpia y esmerada, sin lujo, pero con gran decoro; recuerdo que una persona que la visitaba, acostumbrada a los viejos usos de San Bernardo, en que todo estaba bien grabado a punta de navaja, con inscripciones, iniciales y corazones, y luego s¨ªmbolos pol¨ªticos, dijo: ?Qu¨¦ l¨¢stima; esto, dentro, de cuatro d¨ªas, dar¨¢ pena verlo?. Le dijimos que la facultad llevaba funcionando a?o y medio: no lo quer¨ªa creer.Los estudiantes se encargaban de la vigilancia de la limpieza de la facultad; otra comisi¨®n se encargaba de las cocinas y el restaurante donde se com¨ªa por dos pesetas (2,30 con vino, un solo vaso sin derecho a repetir). Son peque?os detalles reveladores de. un estilo. Se hac¨ªan excursiones en el autob¨²s de la f¨¢cultad. Nadie ten¨ªa dinero, y es importante tenerlo presente para entender esta ¨¦poca. Especialmente los estudiantes no ten¨ªamos un c¨¦ntimo. Los padres sol¨ªan dar a sus hijos, para transportes, gastos menudos y vicios, cinco pesetas por semana (algunos pr¨®digos llegaban hasta ocho). Una peseta de entonces se acercaba a las cien de 1981, pero m¨ªdase la diferencia con la situaci¨®n actual
Cuando, en 1932, Ortega public¨® la primera edici¨®n de sus Obras (el voluminoso, deslumbrante, ?torno naranja?) costaba 55 pesetas, cifra astron¨®mica. Y, sin embargo, ?cu¨¢ntos de nosotros compramos aquel libro! Hab¨ªa que ir a pie y no tomar el autob¨²s; omitir el cine o tal cual caf¨¦ o cerveza; dejar de fumar el que fumaba; vender algunos libros; alguien vendi¨® una dentadura con piezas de oro.
Compr¨¢bamos los libros de los escritores admirados, los esper¨¢bamos, est¨¢bamos al acecho, sab¨ªamos que iban a aparecer,y a veces los compr¨¢bamos en la editorial antes de que llegaran a las librer¨ªas. A la Revista de Occidente, a Cruz y Raya. Son los que llam¨¦ hace mucho tiempo ?autores esperados?. Todo eso se perdi¨®, y todav¨ªa no se ha recuperado. Pero hay que preguntarse por qu¨¦ eran as¨ª las cosas.
Hab¨ªa un horizonte de libertad general; est¨¢bamos empezando a hacer el ensayo de la vida como libertad. Hab¨ªa conciencia de empresa, de que estaba empezando algo nuevo. Hab¨ªa entusiasmo espa?ol, cr¨ªtico, por supuesto; pero entusiasmo por Espa?a, por la lengua, ese espl¨¦ndido instrumento con el cual se ha hecho una literatura maravillosa, pero no tanto como la lengua misma. Ten¨ªamos entusiasmo por la realidad espa?ola, por la historia, que se estudiaba entonces escrupulosa, rigurosamente, sin haber entrado en ese g¨¦nero, entre divertido y lamentable, que es la ? historia ficci¨®n ? a la que estamos entregados.
Exist¨ªa la convivencia intelectual, exist¨ªa la cr¨ªtica, y no solamente. la ? solapada ?,' hecha con las solapas de los libros, sino despu¨¦s de haberlos le¨ªdo. Los libros no se vend¨ªan mucho: muchas tiradas eran de mil ejemplares, tal vez de 2.000; 1.000 era extraordinario. Pero se pod¨ªa publicar un libro de poes¨ªa como La voz a ti debida, de Pedro Salinas ' y se escrib¨ªan inmediatamente doce o quince art¨ªculos de la gente m¨¢s solvente y de mayor prestigio.
Ten¨ªa prestigio, en efecto, ser intelectual. El intelectual no ten¨ªa poder, ni ventajas econ¨®micas, ni influencia pol¨ªtica, pero ten¨ªa prestigio. Recu¨¦rdese lo que fue la Revista de Occidente entre 1923 y 1936: una revista que no se ocupaba para nada de pol¨ªtica, porque para eso hab¨ªa otras publicaciones; que no mencion¨® " la llegada de la Dictadura, ni de la Rep¨²blica, porque esto no tenla que ver con sus temas. Y en 1933 se agreg¨® Cruz y Raya, tambi¨¦n de nivel muy alto; ambas, prodigiosamente escritas. Hasta nuestra modest¨ªsima revista universitaria, Cuadernos, hecha por los estudiantes, ?qu¨¦ decoro intelectual, qu¨¦ esmero de factura y presentaci¨®n!
Hab¨ªa un peri¨®dico, El Sol, cuya vista, cuando por azar encuentro un viejo n¨²mero, me da gana de llorar. Porque ese peri¨®dico fue posible en Espa?a, existi¨® durante veinte a?os, de 1917 hasta que lo mataron en la guerra civil, y era una maravilla de composici¨®n, impresi¨®n, veracidad, decoro ling¨¹¨ªstico y, sobre todo, colaboraciones. A consecuencia de una crisis interna, a comienzos de 1931, Ortega y algunos amigos suyos dejaron de escribir en El Sol y. fundaron Crisol, y despu¨¦s, Luz;. pero creo que, a pesar de todo, El Sol sigui¨® m¨¢s cerca de lo que era el pensamiento de Ortega, y ¨¦ste volvi¨® a escribir en El Sol sus ¨²ltimos art¨ªculos pol¨ªticos, a finales de 1933.
Se dir¨¢: ?Y qu¨¦ pas¨® con la gran politizaci¨®n que llev¨® a Espa?a a la violencia, a la discordia, al desastre de la guerra civil? ?Es que no afect¨® a la vida intelectual?.
Hubo cierta politizaci¨®n en la universidad, hubo huelgas pol¨ªticas de los estudiantes (apenas en Filosof¨ªa y Letras), hubo sus m¨¢s y sus menos, pero no hubo politizaci¨®n de la universidad,? Quiero decir que el sistema de los prestigios y los contenidos de la vida universitaria qued¨® intacto' Se pod¨ªa hacer una huelga pol¨ªtica en la universidad, pero no se sacaban consecuencias intelectuales de ella, no se supon¨ªa que Arist¨®teles era un imb¨¦cil, ni que era de derechas o de izquierdas, ni se supon¨ªa que no hab¨ªa que ense?ar derecho civil, ni que la psicolog¨ªa era reaccionaria, ni que tal catedr¨¢tico, que era admirable, dejase de serlo porque no se le tuviera simpat¨ªa pol¨ªtica, ni que tal otro, afin pol¨ªticamente, dejase de ser un imb¨¦cil.
Estos me parecen ser los t¨¦rminos adecuados de la cuesti¨®n: politizaci¨®n en la universidad, que es peligrosa y da?ina, pero no politizaci¨®n de la universidad, que significa su destrucci¨®n o, lo que es peor, su suplantaci¨®n.
Ahora bien, la politizaci¨®n progresiva lleva a la polarizaci¨®n, y ¨¦sta, que no afect¨® a los verdaderos creadores, s¨ª invadi¨® lo qu¨¦ pudi¨¦ramos llamar los alrededores de la vida intelectual. Fue un sustitutivo del talento; la filiaci¨®n pol¨ªtica, para cada grupo, daba como una patente de corso, val¨ªa por un talento inexistente, y el apoyo de tal o cual facci¨®n pol¨ªtica hac¨ªa parecer intelectuales a los que no lo eran.
Esto fue sumamente peligroso y nocivo, pero es menester hacer constar que en la vida intelectual en sentido estricto no hay discordia hasta 1936. Es decir, la vida intelectual es rota y destruida por la discordia pol¨ªtica, no al rev¨¦s.
Insist¨ª antes en que la producci¨®n intelectual de los a?os de la Rep¨²blica fue inferior en volumen y calidad a la, de un per¨ªodo anterior de igual duraci¨®n; ahora podemos comprender la causa de ello. La creciente politizaci¨®n de la vida espa?ola distrajo de la creaci¨®n; a pesar de que las instituciones docentes o de investigaci¨®n mejoraron de manera extraordinaria, falt¨® la holgura que hab¨ªa existido antes, las solicitaciones de la vida p¨²blica fueron demasiado fuertes. Es seguro que, si la concordia no se hubiese roto, esas instituciones hubieran asegurado el incremento de la creaci¨®n en a?os sucesivos, pero es explicable el descenso moment¨¢neo.
Y todav¨ªa cuando Espa?a se rompi¨® por la discordia, cuando estall¨® la guerra civil, cuando empez¨® el inmenso fratricidio, el cuerpo intelectual experiment¨® una crisis cuyo contenido importa aclarar. Se produce en ¨¦l tambi¨¦n una escisi¨®n. Claro -se dir¨¢-, la de los que tomaron partido por uno u otro bando. No es ¨¦sta la escisi¨®n que m¨¢s me importa. ' Creo que se pudo estar de buena fe en un lado o en otro, que se pudo creer que uno u otro era menos malo, o de menores consecuencias, o m¨¢s remedia ble. Se pudo creer todo eso, y no me parece objetable el que, pues to en el trance de decidir en una guerra ya estallada, envolvente, dentro de la cual se estaba, optase por uno u otro beligerante.
La verdadera escisi¨®n, la que me parece grave, es la de los que permanecen fieles a su condici¨®n intelectual, aunque tomen partido; los que siguen fieles a la verdad, a la calidad intelectual, literaria o art¨ªstica, sea quienquiera el que la realice, y aquellos otros que, en cambio, dimiten de esa condici¨®n intelectual y se entregan por miedo, por ambici¨®n, por fanatismo o por una mezcla de esas tres cosas..
Esto ¨²ltimo fue lo grave, lo que se perpetu¨® incluso despu¨¦s de la guerra, en Espa?a por supuesto, pero tambi¨¦n en alguna medida en rencorosos n¨²cleos de la emigraci¨®n. Lo que algunas veces reto?a amenazadoramente hoy, en circunstancias tan distintas que lo hacen imperdonable, sin sombra de justificaci¨®n. Pero aqu¨ª hablo del tiempo de la Rep¨²blica. Lo que?me interesaba dejar bien claro es que fue la guerra la que rompi¨® la vida intelectual espa?ola, y no la vida intelectual la que incit¨® a la guerra, como tantas veces han dicho los que han acumulado rencor contra la vocaci¨®n del pensamiento y la literatura. Lejos de que la guerra fuera provocada por los intelectuales -quiero decir los que- merec¨ªan ese nombre, no los que abusivamente lo usurpaban-, aquel espl¨¦ndido brote de vida intelectual fue la primera v¨ªctima de la guerra civil.
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