?Una entrevista? No, gracias
En el curso de una entrevista, un reportero me hizo la pregunta eterna: ??Cu¨¢l es su m¨¦todo de trabajo??. Permanec¨ª pensativo, buscando una respuesta nueva, hasta que el periodista me dijo que si la pregunta me parec¨ªa demasiado dif¨ªcil pod¨ªa cambiarla por otra. ?Al contrario?, le dije, ?es una pregunta tan f¨¢cil y tantas veces contestada por m¨ª que estoy buscando una respuesta distinta?. El periodista se disgust¨®, pues no pod¨ªa entender que yo explicara mi m¨¦todo de trabajo de un modo diferente para cada ocasi¨®n. Sin embargo, as¨ª era. Cuando se tiene que conceder un promedio de una entrevista mensual durante doce a?os, uno termina por desarrollar otra clase de imaginaci¨®n especial para que todas no sean la misma entrevista repetida.En realidad, el g¨¦nero de la entrevista abandon¨® hace mucho tiempo los predios rigurosos del periodismo para internarse con patente de corso en los manglares de la ficci¨®n. Lo malo es que la mayor¨ªa de los entrevistadores lo ignoran, y muchos entrevistados c¨¢ndidos todav¨ªa no lo saben. Unos y otros, por otra parte, no han aprendido a¨²n que las entrevistas son como el amor: se necesitan por lo menos dos personas para hacerlas, y s¨®lo salen bien si esas dos personas se quieren. De lo contrario, el resultado ser¨¢ un sartal de preguntas y respuestas de las cuales puede salir un hijo en el peorde los casos, pero jam¨¢s saldr¨¢ un buen recuerdo.
La introducci¨®n es siempre la misma, y casi siempre por tel¨¦fono. ?He le¨ªdo todas las entrevistas que le han hecho a usted, y todas son iguales?, dice una voz amable y muy segura de s¨ª misma. ?Lo que yo quiero hacerle es algo distinto?. Es in¨²til replicar que todos dicen lo mismo. Adem¨¢s, no lo hago de ning¨²n modo, porque siempre me he considerado un periodista, por encima de todo, y cuando otro periodista me solicita una entrevista me siento en un callej¨®n sin salida: a la vez v¨ªctima y c¨®mplice. De modo que termino siempre por aceptar, con ese hilo de suicida irremediable que todos llevamos dentro.
En dos de cada tres casos, el resultado es el mismo: no resulta una entrevista distinta, porque las preguntas son las de siempre. Incluso la ¨²ltima: ??Quisiera decirme una pregunta que nunca le hayan hecho y quisiera contestar??. La respuesta es siempre la m¨¢s desoladora: ?Ninguna?. Tal vez los entrevistadores no se den cuenta de hasta qu¨¦ punto nos duele su fracaso a los entrevistados, pues en la realidad no es un fracaso de ellos solos, sino, sobre todo, un fracaso nuestro. Siempre me quedo con la impresi¨®n sobrecogedora de que el domingo pr¨®ximo, cuando los lectores abran el peri¨®dico, se dir¨¢n con un gran desencanto, y quiz¨¢ con una rabia justa, que all¨ª est¨¢ otra vez la misma entrevista de siempre, del escritor de siempre, que ya se encuentran hasta en la sopa, y pasar¨¢n con toda raz¨®n y todo derecho a la p¨¢gina providencial de las historietas c¨®micas. Tengo la esperanza de que en un d¨ªa no muy lejano nadie volver¨¢ a comprar los peri¨®dicos donde se publiquen entrevistas conmigo.
Hay entrevistadores de diversas clases, pero todos tienen dos cosas en com¨²n: piensan que aquella ser¨¢ la entrevista de su vida, y est¨¢n asustados. Lo que no saben -y es muy ¨²til que lo sepan- es que todos los entrevistados con sentido de la responsabilidad est¨¢n m¨¢s asustados que ellos. Como en el amor, por supuesto. Los que creen que el susto s¨®lo lo tienen ellos, incurren en uno de los dos extremos: o se vuelven demasiado complacientes, o se vuelven demasiado agresivos. Los primeros no har¨¢n nunca nada que en realidad valga la pena. Los segundos no consiguen nada m¨¢s que irritar al entrevistado. ?Eso es bueno?, me dijo un excelente entrevistador de radio. ?Si uno logra irritar al entrevistado, ¨¦ste terminar¨¢ por gritar la verdad de pura rabia?. Otros emplean el m¨¦todo de los malos maestros de escuela, tratando de que el entrevistado caiga en contradicciones, tratando de que diga lo que no quiere decir, y tratando, en el peor de los casos, de que digan lo que no piensan. He tenido que enfrentarme algunas veces a esta clase de entrevistadores, y los resultados han sido siempre los m¨¢s deplorables. Debo reconocer, sin embargo, que, en otro g¨¦nero de entrevistas, el m¨¦todo puede conducir a una explosi¨®n deslumbrante. Este fue el caso, hace algunos a?os, en una conferencia de Prensa sobre temas econ¨®micos que concedi¨® el presidente de Francia Val¨¦ry Giscard d'Estaing. Fue un espect¨¢culo radiante, en el cual los periodistas disparaban con cargas de profundidad, y el entrevistado respond¨ªa con una precisi¨®n, una inteligencia y un conocimiento asombrosos. De pronto, una periodista pregunt¨® con el mayor respeto: ??Sabe usted, se?or presidente, cu¨¢nto cuesta un billete de Metro??. El se?or presidente, por supuesto, no lo sab¨ªa.
Entrevistas de guerra
En esta clase de entrevistas, que tal vez deb¨ªan llamarse entrevistas de guerra, el nombre culminante es el de mi admirada Oriana Fallaci. Otros periodistas que creen conocerla -pero que sin duda no la quieren- tienen reservas en relaci¨®n con su m¨¦todo. Dicen que en efecto no altera ni una sola palabra de lo que dijo el entrevistado frente al micr¨®fono, pero en cambio acomoda a su antojo el orden en que que dicho, y, sobre todo, cambia Y retoca sus propias preguntas como mejor le conviene. No me consta, Y es muy probable que quienes lo hacen no lo sepan tampoco de primera mano. A fin de cuentas, no creo que ese m¨¦todo sea menos sospechoso que el empleado en la actualidad por las revistas norteamericanas Time y Newsweek, que graban una conversaci¨®n de var¨ªas horas y luego no utilizan sino el material de una p¨¢gina, sin preguntarse si las omisiones no alteran de alg¨²n modo el sentido del texto original. En todo caso, el resultado del m¨¦todo de Oriana Fallaci es casi siempre revelador y fascinante, y muy pocas personalidades de este mundo han resistido a la vanidad de concederle una entrevista. A ella, por su parte, s¨®lo se le ha ablandado el coraz¨®n frente a dos hombres: el pr¨ªncipe Rainiero de M¨®naco y monse?or Helder Camera. El propio Henry Kissinger admiti¨® en sus memorias que la entrevista de Oriana Fallaci fue la m¨¢s catastr¨®fica que le hab¨ªan hecho jam¨¢s. Es f¨¢cil comprender, porque en ninguna otra hab¨ªa quedado tan descubierto por dentro y por fuera, y de cuerpo entero. Como s¨®lo puede lograrse, desde luego, con los recursos m¨¢gicos de la ficci¨®n.Un buen entrevistador, a mi modo de ver, debe ser capaz de sostener con su entrevistado una conversaci¨®n fluida, y de reproducir luego la esencia de ella a partir de unas notas muy breves. El resultado no ser¨¢ literal, por supuesto, pero creo que ser¨¢ m¨¢s fiel, y sobre todo m¨¢s humano, como lo fue durante tantos a?os de buen periodismo antes de ese invento luciferino que lleva el nombre abominable de magnet¨®fono. Ahora, en cambio, uno tiene la impresi¨®n de que el entrevistador no est¨¢ oyendo lo que se dice, ni le importa, porque cree que el magnet¨®fono lo oye todo. Y se equivoca: no oye los latidos del coraz¨®n, que es lo que m¨¢s vale en una entrevista. No se crea, sin embargo, que estas desdichas me alegran. Al contrario: al cabo de tantos a?os de frustraciones, uno sigue esperando en el fondo de su alma que llegue por fin el entrevistador de su vida. Siempre como en el amor.
A prop¨®sito
Despu¨¦s de terminar la nota anterior me encontr¨¦ con una entrevista a Mario Vargas Llosa publicada por la revista Cromos, de Bogot¨¢, con el siguiente t¨ªtulo: ?Gabo publica las sobras de Cien a?os de soledad?. La frase, entre comillas, quiere decir, adem¨¢s, que es una cita literal. Sin embargo, lo que Vargas Llosa dice en su respuesta es lo siguiente: ?A m¨ª me impresiona todav¨ªa un libro como Cien a?os de soledad, que es una suma literaria y vital. Garc¨ªa M¨¢rquez no ha repetido semejante haza?a porque no es f¨¢cil repetirla. Todo lo que ha escrito despu¨¦s es una reminiscencia, son las sobras de ese inmenso mundo que ¨¦l ide¨®. Pero creo que es injusto critic¨¢rselo. Es injusto decir que la Cr¨®nica no est¨¢ bien porque no es como Cien a?os de sociedad. Es imposible escribir un libro como ¨¦se todos los d¨ªas?. En realidad -ante una pregunta provocadora del entrevistador-, Vargas Llosa le dio una buena lecci¨®n de c¨®mo se debe entender la literatura. El titulador, por su parte, ha dado tambi¨¦n una buena lecci¨®n de c¨®mo se puede hacer el mal periodismo. A prop¨®sito de esto, creo que alguna vez tendremos que hablar sobre otro de los aspectos m¨¢s sucios de una entrevista: la manipulaci¨®n.
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