La conflictiva estancia madrile?a de Chuck Berry
En el marco de las fiestas de los Carabancheles, y organizado por la junta de distrito correspondiente, el viernes pasado se celebr¨® en el Campo de la Mina del citado barrio madrile?o un festival rock cuyo plato fuerte era la actuaci¨®n, por primera vez en la villa, de Chuck Berry, un aut¨¦ntico pionero del rock and roll: leyenda viva y talento generador de algunas de las p¨¢ginas primeras y mejores de la historia de esa modalidad musical.A punto de cumplir los cincuenta a?os, en el ocaso de una accidentad¨ªsima carrera truncada por una estancia de dos a?os en la c¨¢rcel, Charles Edward Berry no cultiva los buenos modos con la Prensa y los admiradores. Es m¨¢s bien una estrella bronca y mal dispuesta, que en Barajas abofete¨® a un fot¨®grafo de Prensa y al llegar a su hotel rechaz¨® el alojamiento por encontrar insuficiente la anchura de su cama.
Estos incidentes y el hecho de que no se presentara a probar sonido pusieron en circulaci¨®n el rumor de que el cantante de color no consumar¨ªa su visita, violentamente ansiada por los doscientos o trescientos rockers uniformados que ocupaba con marcialidad de pandilla y cuero negro las primeras filas de la polvorienta explanada deportiva. Luego se supo que Berry hab¨ªa sido contratado por la espl¨¦ndida suma de dos millones y medio de pesetas, y la posibilidad de despreciar esa cantidad resultaba remot¨ªsima conociendo el car¨¢cter personal del negro. Lo que parece evidente es que la organizaci¨®n no recuper¨® la inversi¨®n, porque la admisi¨®n costaba cuatrocientas pesetas, y all¨ª -a causa, sin duda, de una deficiente promoci¨®n- nunca hubo m¨¢s de 4.000 o 5.000 personas.
La fiesta comenz¨® (tras el inevitable retraso) con los madrile?os Cucharada, un grupo de rock duro que -aunque sirvi¨® para calentar a parte del p¨²blico- no ense?¨® nada digno de menci¨®n (a no ser que valga la pena volver a criticar la obsolescencia de ese estilo repetitivo y machacante, de tan cuestionable reciedumbre). Tras ellos salieron los hermanos Amador, componentes del tr¨ªo Pata Negra. Este grupo gitano, descendiente de otro bastante maldito -Veneno-, cuenta, como aqu¨¦l, con el apoyo de un sector de la cr¨ªtica que valora su autenticidad y su alegre embriaguez. Son algo as¨ª como el cante jondo vestido de rock y su valor musical y etnogr¨¢fico se acrecienta cuando recordamos la artificiosidad de otro rock andaluz: el de los sinf¨®nicos Triana, Alameda y otros.
El rock ten¨ªa que llegar y lleg¨®, pasada la medianoche, con un Chuck Berry algo menos en¨¦rgico que el que recordamos gracias a algunos documentales, aunque su show en directo fue incontestable en cuanto a profesionalidad y buen sonido. Le acompa?¨® una pulcra banda de m¨²sicos desconocidos, que ni siquiera fueron presentados, y su hija, Evelyn Berry, que intervino hacia la mitad del concierto cantando poco, pero movi¨¦ndose mucho y muy bien, con toda la fibra de la raza. Adem¨¢s, su aparici¨®n dio un descanso al viejo Berry, que era de lo que se trataba. El m¨²sico de Saint Louis (Missouri), fiel a s¨ª mismo, toc¨® sus temas m¨¢s c¨¦lebres, como Roll over Beethoven y Sweet littIe sixteen (que a principios de los sesenta fueron difundidos por los Beatles y los Rolling Stones, insignes mentores de Berry en Europa). Todo el recital fue un singular ejercicio de comunicaci¨®n entre el cantante y el p¨²blico, cuya singularidad estaba en la facilidad y falta de apasionamiento con que Berry lo provocaba, quiz¨¢ por la costumbre. Bastaban un par de ??Hey!? del negro, entre tema y tema, para que la masa respondiera y levantara los brazos, ruborizada de entusiasmo. Era una suerte de comunicaci¨®n algo elemental, sostenida por la fuerza del mito viviente que, en un par de ocasiones, quiz¨¢ para que los madrile?os no nos muramos sin haberle visto hacerlo, ensay¨® su en otros tiempos fren¨¦tico duck-wal (paso de pato). El punto culminante del concierto fue probablemente el tema Johnny B. Goode, casi un himno rock, que fue coreado.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.