La ofrenda
La reciente pieza oratoria de la m¨¢s alta autoridad de la regi¨®n militar gallega ante el altar del ap¨®stol Santiago revela un tipo de diagn¨®stico de la sociedad espa?ola, y aun de toda la sociedad contempor¨¢nea, que no debe pasar sin comentario. Al fin y al cabo, se trata de un documento p¨²blico le¨ªdo en la tradicional ofrenda, anclada en una leyenda singular, la del voto de Clavijo, de cuyas cien doncellas codiciadas por la rijosidad sarracena no hubo ni hay constancia hist¨®rica fundamentada. Caso diferente es el de la novia del actual pr¨ªncipe de Gales, cuya virginidad fue establecida por un coro de doctores del Reino Unido en medio de la admiraci¨®n general.La doctrina de Fern¨¢ndez Posse, que sirve de clave interpretadora de la situaci¨®n presente, parte de unos supuestos que vamos a enumerar. El mundo se halla en su situaci¨®n ca¨®tica. Ello se debe a la decadencia de los valores tradicionales que hicieron grande y poderosa, seg¨²n el general Fern¨¢ndez Posse, a la Espa?a de los siglos de oro. Existe asimismo una tenebrosa conspiraci¨®n internacional, Esa trama roja, fuertemente subvencionada y armada, se propone crear por doquier focos de terrorismo que vayan destruyendo la civilizaci¨®n cristiana. Pero al mismo tiempo se trata de minar por otros medios m¨¢s sutiles la sociedad de Occidente, ang¨¦lica en su inocencia y en su virtud. Empresas multinacionales de sospechoso capital fabrican peque?as p¨ªldoras para evitar el obligatorio embarazo de las mujeres, que evitar¨ªan as¨ª la gr¨¢vida responsabilidad de sus abultados embarazos, contrapartida b¨ªblica de la afici¨®n de Eva a desayunar manzanas en el huerto del Ed¨¦n. Torvos periodistas, embozados en negras capuchas, orquestan campa?as pidiendo supuestas leyes progresistas de corte europeo, tales como una ley del divorcio civilizada, una despenalizaci¨®n razonable del aborto para las mujeres de escaso poder¨ªo econ¨®mico, un c¨®digo alimentario que liquide los gigantescos tinglados del fraude ole¨ªcola latifundista y un irrevocable derecho a la libertad de expresi¨®n y a la protecci¨®n del periodista frente a la presi¨®n de los involucionistas. Peticiones todas que tienden a subvertir el orden establecido, como es bien notorio.
Late en el fondo de la argumentaci¨®n el temor del milenario. Una Europa hedonista, ligada a los placeres materiales, se despe?a, al parecer, por el tobog¨¢n de la molicie hasta su destrucci¨®n definitiva. El a?o 2000, cifra cabal¨ªstica, podr¨ªa muy bien coincidir con el juicio final, previsto en las profec¨ªas. En el aflo 1000 hubo una conmoci¨®n parecida en la Europa de entonces, que coincid¨ªa en sus fronteras con la cristiandad. Frailes y visionarios anunciaron el t¨¦rmino de los tiempos a base de cometas amenazadoras, lluvias de fuego, olas gigantescas y tremebundas epidemias. Hubo se?as del ¨²ltimo d¨ªa, conversiones masivas y suicidios colectivos. No pas¨® nada, por supuesto. ?Por qu¨¦ hab¨ªa de ser el a?o 1000 una fecha m¨¢gica? ?Qu¨¦ sentido tiene el calendario numeral establecido por el hombre? Tanto da llamar a nuestro a?o presente 1981 como 36981. ?A partir de qu¨¦ fecha empieza la historicidad del ser humano? Con el progreso de la paleontolog¨ªa prehist¨®rica y los
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datos del carbono radiactivo se agranda gigantescamente el t¨²nel del tiempo pasado. Se habla de millones de a?os al fijar los primeros s¨ªntomas del homo sapiens, del homo faber, del precursor de nuestro linaje. ?Cu¨¢ntas tramas, cu¨¢ntas subversiones, cu¨¢ntas conspiraciones, cu¨¢ntas ofrendas ante los d¨®lmenes y los menhires no se habr¨¢n evocado a lo largo de esos cientos de miles de a?os para aplacar al rayo, al hurac¨¢n, al terremoto, al fr¨ªo glacial, a los monstruos antediluvianos, al terror de lo desconociclo?
Es interesante notar el insiste nte tema de la molicie y del hedonismo. En los a?os cuarenta, poco despu¨¦s del final de nuestra guerra civil, estuvieron de moda las pintadas oficiales, especialmente en - las ciudades y pueblos que atravesaban las carreteras nacionales. Recuerdo que, de ni?o, viajando con mi padre en una tarde lluviosa de invierno, tuvimos una aver¨ªa de coche en un lugar de la meseta castellana, lo que nos oblig¨® a buscar refugio nocturno. No hab¨ªa, por supuesto, iluminaci¨®n el¨¦ctrica en las calles, ni tampoco aceras ni canalillos. A trav¨¦s de un barrizal imponente y con linternas llegamos a una casa cuyos due?os, con esa hidalgu¨ªa hospitalaria del burgal¨¦s, nos ofrecieron gratuito acomodo. Un brasero templaba el fr¨ªo ambiente de la alcoba. En el pueblo no hab¨ªa agua corriente sino jarra y palangana,. como en la poco pr¨®spera Espa?a de Pr¨®spero Merirn¨¦e. El quinqu¨¦ de petr¨®leo alumbr¨® nuestra cordial y divertida sobremesa. A la ma?ana siguiente, reparada la aver¨ªa, reemprendimos el viaje. A la luz del d¨ªa vimos que el coche hab¨ªa quedado inmovilizado en un arc¨¦n junto a un muro de adobe. En ¨¦l, la doctrina vigente hab¨ªa escrito en negros trazos: "Los pueblos que se entregan a la molicie est¨¢n condenados a desaparecer. Franco". A?os despu¨¦s pas¨¦ por el pueblo, que ten¨ªa ya calles urbanizadas, luz el¨¦ctrica, una gran fuente p¨²blica frente a un buen n¨²mero de edificios nuevos. A pesar de los kilovatios instalados y de las alcantarillas construidas, no hab¨ªa a¨²n desaparecido el letrero. A ver qu¨¦ sucede en el a?o 2000.
En una Europa que tiene doce millones de parados, de los cuales dos millones corresponden a Espa?a, es sorprendente hablar de hedonismo al viejo ap¨®stol del integrismo primitivo de Jerusal¨¦n. En una crisis de car¨¢cter general, que eleva el costo de la vida cotidianamente, poniendo en riesgo las apretadas econom¨ªas familiares de la inmensa mayor¨ªa de los 350 millones de europeos, es extra?o acusar de molicie Aquellos que alegan con dificultades a cerrar el presupuesto mensual sin empe?arse. El viejo continente no atraviesa una etapa de placeres materiales ni de sesteo claudicante, sino un duro momento hist¨®rico de cambio de sociedad, de respuesta trabajosa a los desaf¨ªos de un porvenir incierto. Refugiarse en el anuncio de un caos apocal¨ªptico del que escaparemos tan s¨®lo con una autarqu¨ªa de elegidos de Dios, resultar¨ªa una aventura extra?a.
No s¨¦ si est¨¢ comprobada hist¨®ricamente la venida de Santiago a Espa?a o es, quiz¨¢, m¨¢s segura la visita de san Pablo a las peque?as comunidades cristianas del Levante hispanorromano. En cualquier caso, prefiero al .cierra Espa?a," del uno, la ofrenda del "abre Espa?a" dirigida al Ap¨®stol de las gentes.
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