Vigencia de una reforma agraria para Andaluc¨ªa
A partir del siglo XVI, la energ¨ªa pol¨ªtica de los Estados se centra en la formaci¨®n de una econom¨ªa mundo, que consiste en la aparici¨®n de una nueva forma de extracci¨®n del excedente por medio del mecanismo de un mercado mundial. En este mercado, Andaluc¨ªa jug¨® un papel nada desde?able. El centro de gravedad peninsular estaba, en cuanto al comercio y la prosperidad econ¨®mica, en Andaluc¨ªa, vitalizada por la ruta americana. Sevilla y C¨¢diz se convierten por su comercio mar¨ªtimo en centros clave del sistema econ¨®mico mundial.Como ha demostrado el profesor Dom¨ªnguez Ortiz, el potencial .econ¨®mico andaluz transform¨® a esta regi¨®n en la m¨¢s destacada en cuanto a la riqueza espa?ola hasta los albores del siglo VXIII. Dicha riqueza, empero, se encontraba concentrada en muy pocas manos. La agricultura era el soporte econ¨®mico de la econom¨ªa y, como ya hemos visto m¨¢s arriba, la desigualdad de los grupos que gravitaban sobre ella estaba tremendamente desequilibrada.
Desde finales de la centuria del setecientos hasta mediados del siglo XIX, esto es, durante la crisis del antiguo r¨¦gimen, se inicia el declive andaluz, lo que significa el empobrecimiento relativo de la regi¨®n, que se prolongar¨¢ hasta nuestros d¨ªas.
El declive
No es ¨¦ste lugar de analizar las causas del declive andaluz, pero s¨ª de resaltar el papel que jugaron, primero, la nobreza terrateniente, y luego, la burgues¨ªa que accede a la propiedad y controla la vida pol¨ªtica municipal. El progresismo que hasta la segunda mitad del ochocientos hab¨ªa mostrado la burgues¨ªa andaluza -anticlerical, liberal e ilustrada- se torna en conservadurismo reaccionario a partir del sexenio revolucionario (1868-1874); consciente de que, tras el experimento republicano, su opositor no era ya la nobleza ni la Iglesia, sino el campesinado y la clase obrera.
Es indudable que, en el arranque inicial del proceso industrializador, Andaluc¨ªa era la regi¨®n espa?ola mejor dotada. Sin embargo, esta riqueza fuertemente concentrada en unas pocas familias es utilizada fundamentalmente en compras de nuevas tierras.
Los terratenientes andaluces no invierten en la incipiente industria andaluza, salvo en el impulso explotador minero, cuyo capital pronto cay¨® en manos extranjeras. De esta forma, Andaluc¨ªa pasa paulatinamente, de ocupar una posici¨®n privilegiada en el sistema econ¨®mico espa?ol y una situaci¨®n central en la econom¨ªa mundo, a un lugar perif¨¦rico y subordinado en la divisi¨®n social del trabajo, tanto a nivel nacional como internacional.
Los dos grandes procesos, esquematizados en sus rasgos b¨¢sicos -la apropiaci¨®n latifundista y la periferizaci¨®n de Andaluc¨ªa-, provocan una reacci¨®n de protesta campesina que ha de interpretarse como una lucha permanente por mejorar sus m¨ªseras condiciones de vida, primero, y recuperar la tierra, .despu¨¦s. En este contexto, los enfrentamientos de clase y la din¨¢mica conflictiva que ¨¦stos han generado en el campo andaluz son una consecuencia de ambos procesos, que culminan con la oportunidad perdida de una reforma agraria en la II Rep¨²blica.
La represi¨®n sistem¨¢tica con que hist¨®ricamente se han apagado las insurrecciones campesinas andaluzas alcanza formas institucionales durante el franquismo, que cree disolver la cuesti¨®n agraria andaluza en el proceso de acumulaci¨®n r¨¢pida y violenta de capital que genera el crecimiento industrial espa?ol. No obstante, aunque el ¨¦xodo del campesinado andaluz que provoc¨® tal proceso supuso un alivio temporal, al cortarse las remesas de divisas del turismo, por un lado, y de los emigrantes, por otro, el problema de la tierra surgi¨® de nuevo. La pol¨ªtica agraria de aquellos a?os supuso un fuerte apoyo a la gran propiedad, dando una s¨®lida estabilidad al sistema latifundista.
En los ¨²ltimos datos publicados por el Instituto Nacional de Estad¨ªstica, en 1975 (padr¨®n municipal de habitantes), sobre poblaci¨®n activa agraria por provincias, el grado de proletar¨ªzaci¨®n agraria (braceros del total de poblaci¨®n activa agraria) era del 48% (Almer¨ªa), 84% (C¨¢diz), 83% (C¨®rdoba), 78% (Granada), 81% (Huelva), 88% (Ja¨¦n), 84% (M¨¢laga) y 85% (Sevilla). El total para toda Andaluc¨ªa era el 80%.
Si comparamos estas cifras con las ya consideradas en los siglos XVIII y XIX, observamos c¨®mo el sistema de desigualdades agrarias que subyace a tales datos no ha variado sustantivam ente. Los desequilibrios sociales persisten, as¨ª como la situaci¨®n real de paro y, en determinadas zonas, de hambre por parte de los jornaleros.
Cuando el capitalismo confiaba en que el crecimiento econ¨®mico no ten¨ªa l¨ªmite, en pa¨ªses como Espa?a las clases dirigentes pensaban que el problema de la distribuci¨®n de la riqueza latifundista desaparecer¨ªa con la emigraci¨®n.
Nuevo contexto de crisis
En el nuevo contexto de la crisis econ¨®mica mundial, a la que los problemas energ¨¦ticos predicen una larga duraci¨®n, el tema de la reforma agraria adquiere en la actualidad una nueva y vigorosa significaci¨®n. La superioridad econ¨®mica de la gran empresa agraria frente a la agricultura familiar, que tanto las corrientes liberal como marxista pretend¨ªan haber demostrado, empieza a ser cuestionada en los pa¨ªses industrialmente m¨¢s avanzados.
La utilizaci¨®n de tecnolog¨ªas agrarias sucesivas desequilibradoras y degradantes de los ecosistemas, que exigen una creciente aprobaci¨®n de energ¨ªa y recursos no renovables externos a los propios sistemas agrarios, aparece necesariamente vinculada a la gran empresa agraria. Su rentabilidad con los nuevos criterios econ¨®micos, basados en la obtenci¨®n de balances energ¨¦ticos, es sensiblemente inferior a la de una agricultura familiar moderna.
Una reforma agraria en Andaluc¨ªa basada en este tipo de organizaci¨®n agraria generar¨ªa, por otra parte, un sustrato social que alterar¨ªa la persistencia hist¨®rica de, la desequilibrada estructura social agraria andaluza, pieza clave en la ubicaci¨®n perif¨¦rica de nuestra regi¨®n. La viabilidad econ¨®mica de una transformaci¨®n de este tipo requerir¨ªa su inserci¨®n en un plan de desarrollo integral de la econom¨ªa analuza, as! como la elecci¨®n de un modelo de desarrollo espec¨ªfico para Andaluc¨ªa, obviamente distinto al seguido hasta ahora para el conjunto de la econom¨ªa espa?ola.
Vemos, pues, que si las consideraciones energ¨¦ticas, ecol¨®gicas y econ¨®micas constituyen ya razones suficientes como para cuestionar la funcionalidad del sistema latifundista andaluz, el problema del paro y la escasa dinamicidad de la estructura social, consecuencia del desequilibrado sistema de desigualdades sociales, son tambi¨¦n razones poderosas para plantear una posible transformaci¨®n del mismo, aunque ello haya de hacerse desde determinados supuestos pol¨ªticos (M. P¨¦rez Yruela y E. Sevilla Guzm¨¢n. 1980). Todo esto hace que el reparto de la tierra en Andaluc¨ªa, en unidades de explotaci¨®n viables, con utilizaci¨®n de fuerza de trabajo familiar, vuelva a tener sentido, y ahora no s¨®lo desde planteamientos sociales, que siempre los tuvo, sino tambi¨¦n desde planteamientos puramente econ¨®micos.
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