A nivel de estafa
Cuando sali¨® el primer toro la gente se sinti¨® estafada, porque adem¨¢s de que era chico ten¨ªa unos pitones escandalosamente romos. No ya la sospecha, sino la evidencia del fraude se ense?ore¨® de la plaza. ??Afeitado!?, era el grito un¨¢nime. A nivel de estafa parec¨ªa montada esta corrida y el pueblo se preguntaba: ?Hay autoridad?El toro pas¨®, como pasaron los dem¨¢s, que tampoco ten¨ªan seriedad ninguna. ?Para qu¨¦ complicarse la vida? Las pe?as estaban de fiesta y no la iban a arriargar los toros. Y el resto, en su mayor¨ªa llegado de Madrid, ten¨ªa un buen conformar. En Las Ventas habr¨ªa sido otra cosa. En Las Ventas salen unos toros as¨ª y queman la plaza.
Adem¨¢s, hab¨ªamos ido a ver a Anto?ete. Quien m¨¢s, quien menos, so?aba con la torer¨ªa de Anto?ete. Enti¨¦ndase: en esta ¨¦poca de pegapases, cuando aparece (o reaparece) un espada con torer¨ªa es como cuando se encuentra agua en el desierto. Bien, supongamos que estamos en el desierto y hemos encontrado agua; no vamos a protestar ahora porque sabe a cloro.
Plaza de San Sebasti¨¢n de los Reyes
27 de agosto. Tercera de feria. Toros de Gavira, sin trap¨ªo, romos, amoruchados. Anto?ete: silencio y dos orejas. Ortega Cano: silencio y palmas. Yiyo: oreja protestada y palmas.
As¨ª con Anto?ete, y no protestamos aunque su torer¨ªa tra¨ªa ayer poquit¨ªn de cloro. Lo del toro dicho, s¨ª, que es grave pecado en toreo, pero tambi¨¦n por el defecto de citar y embarcar para el redondo con el estoquillador apuntando al cielo.
La faena al cuarto, un noble animalito, estuvo salpicada de detalles toreros, que cristalizaban en los pases por bajo, en los cites dando distancia, en un bonito cambio de mano ligado con el de pecho hondo, en los ayudados finales a dos manos. Y en el armaz¨®n mismo de lafaena, t¨¦cnicamente buena. Luego, si analizamos, es preciso subrayar ese defecto del pase en redondo ejecutado con el pico para arriba y los naturales instrumentados sin temple, en los que no se confi¨®; pero resolvi¨® el apuro con recursos de veterano, adorn¨¢ndose por la cara.
Al desmochado primero, que era manso y pegaba coces, le sac¨® con maestr¨ªa de la querencia, le dej¨® volver a ella, y ensay¨® el natural d¨¢ndole los adentros. No pod¨ªa haber m¨¢s, y cumpli¨® perfectamente Anto?ete.
Toda la corrida result¨® m¨¢s amoruchada que mansa. Ortega Cano, con el peor lote, pele¨® valientemente para que sus moruchos embistieran, pero era tan gratulto af¨¢n como si hubiese pretendido que le fueran a por tabaco. La lidia del mulo es un desprop¨®sito, aunque ya que est¨¢bamos all¨ª pudimos fijarnos en la extraordinaria colocaci¨®n y magn¨ªfica brega de ese pe¨®n importante que es Mart¨ªn Recio, y, desde luego, en la voluntad y entrega del diestro cartagenero, que mereci¨® menor suerte.
Igualmente manso el tercero, pero noble, Yiyo le cogi¨® pronto la distancia y cuaj¨® una faena bien ligada, en la que quiz¨¢ sobr¨® una acusada crispaci¨®n, que si no es defecto grave en lo t¨¦cnico, s¨ª lo es en lo art¨ªstico, cuando est¨¢ convenido que el toreo debe realizarse siempre con naturalidad. Los mejores momentos de la faena fueron unos derechazos en los que citaba medio de frente.
El sexto ten¨ªa apariencia de novillucho malo y se ca¨ªa. Alguna protesta aislada se oy¨®, pero a aquellas alturas al p¨²blico lo que de verdad le interesaba era marcharse. Yiyo volvi¨® a citar de frente, pero no consegu¨ªa centrarse. Naturalmente, tampoco hab¨ªa emoci¨®n. Y, aunque la banda -seis profesores plet¨®ricos de moral y buenas intenciones- no paraba de soplar, el ambiente era muy triste. Estos taurinos no tienen arreglo. La fiesta es en sus manos un trapo de fregar.
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