No a los pactos con Estados Unidos, s¨ª a la OTAN
Esta es la tesis que muy calificados y representativos sectores de la opini¨®n p¨²blica espa?ola han venido manteniendo desde que tuvieron conocimiento de las condiciones en que en 1953 se concedi¨® a los norteamericanos el derecho de construir y utilizar las bases a¨¦reas, la naval y las dem¨¢s instalaciones militares de que disfrutan en territorio espa?ol.Esas condiciones fueron cuidadosamente ocultadas en el pasado a nuestro pueblo, pero lo curioso es que, establecida la democracia, no ha habido hasta ahora gran inter¨¦s por unos u otros en revelar la verdadera situaci¨®n. Algunos libros, entre los que se cuenta el reciente y magn¨ªfico de Angel Vi?as Los pactos secretos de Franco con Estados Unidos, son de las pocas excepciones que se han dado a esa regla general dominante de no hurgar en un tema que hiere nuestra dignidad nacional. Pero ?qu¨¦ es lo que ocurre con esos pactos? Algo tan extraordinario como que no obligan a los norteamericanos a defender a Espa?a en el caso de que fu¨¦ramos objeto de una agresi¨®n por raz¨®n de la existencia de todas esas instalaciones militares de que ellos pueden disponer.
Estados Unidos nunca ha permitido que su presencia en terr,ltorio espa?ol pudiera ser interpretada como una alianza militar. Se ha preocupado de hacerlo constar as¨ª en los diarios de sesiones de su Senado, sin cuya aprobaci¨®n no puede contraer ning¨²n compromiso de esa naturaleza.
Tengo ante mis ojos una fotocopia del diario de sesiones de 22 de septiembre de 1970, en el que se transcriben las declaraciones de altos representantes del Departamento de Estado ante el Comit¨¦ de Relaciones Exteriores del Senado que les requiri¨® para que dieran explicaciones sobre el alcance de la renovaci¨®n de los acuerdos por cinco a?os, reci¨¦n suscrita en Washington, el 6 de agosto de aquel a?o, por el secretario de Estado, m¨ªster Rogers, y el ministro de Asuntos Exteriores espa?ol, L¨®pez Bravo. Aquellas comparecencias condujeron a que el Senado acordara que ?nada en el citado acuerdo ser¨¢ interpretado como una obligaci¨®n nacional contra¨ªda por Estados Unidos de defender a Espa?a?.
Ning¨²n compromiso
Es interesante se?alar que el entonces subsecretario de Estado, mister Alexis Johnson, en su larga declaraci¨®n por escrito, hab¨ªa manifestado lo siguiente: ?Otras disposiciones de este acuerdo ponen en claro indirectamente que no existe ning¨²n compromiso por parte de Estados Unidos respecto a Espa?a. Por ejemplo, Estados Unidos no est¨¢ obligado por este acuerdo a mantener fuerzas militares en Espa?a. Aunque la Administraci¨®n prev¨¦ que mantendremos algunas fuerzas en Espa?a durante el plazo de cinco a?os del acuerdo, si en cualquier momento cambi¨¢ramos de opini¨®n, no hay nada en el acuerdo que impida la retirada inmediata de. Espa?a de todas las fuerzas y equipos militares. A este respecto el art¨ªculo 33, p¨¢rrafo e), dispone que "el Gobierno de Estados Unidos podr¨¢ retirar en cualquier momento las construcciones no permanentes instaladas a sus expensas, as¨ª como su personal, propiedades, equipo y material". En el supuesto de que fuera contemplada cualquier retirada importante durante el plazo de este acuerdo, ello ser¨ªa objeto, naturalmente, de consultas con Espa?a, pero no necesitamos la conformidad de Espa?a para llevar a cabo tal retirada?. Los subrayados son m¨ªos.
Todo esto preocup¨® extraordinariamente a los dirigentes de la oposici¨®n democr¨¢tica espa?ola y doli¨® mucho (es de justicia proclamarlo as¨ª) a hombres del r¨¦gimen fenecido que no encontraron, sin embargo, alternativa viable a la situaci¨®n que ellos mismos crearon cuando en 1953 buscaron a cualquier precio el respaldo pol¨ªtico internacional de Estados Unidos. Poreso, dos meses antes de la aludida renovaci¨®n de 1970, 120 personas significativas de aquella opos¨ªci¨®n democr¨¢tica aprovechamos una visita del secretario de Estado m¨ªster Rogers a Madrid, para hacerle llegar una nota en la que mostr¨¢bamos nuestro desacuerdo con tal renovaci¨®n. Copia de ella fue enviada al mismo tiempo a nuestro ministro de Asuntos Exteriores, L¨®pez Bravo.
Sin democracia
Dec¨ªamos en la nota que si Espa?a formara parte de la OTAN como las dem¨¢s nac¨ªones de la Europa occidental, ?en las que existen bases americanas?, la obligaci¨®n de defensa por parte de Estados Unidos y los ej¨¦rcitos de la Alianza Atl¨¢ntica, en los que estar¨ªa integrado el espa?ol, no ofrecer¨ªa duda, pero la dificultad para ingresar en tal organizaci¨®n radicaba en nuestra falta de libertades y de instituciones democr¨¢ticas. ?La oposici¨®n de mocr¨¢tica identificada con el pa¨ªs?, conclu¨ªamos, ?no encuen tra excusa que pueda justificar el retraso de la evoluci¨®n de sentido democr¨¢tico que, adem¨¢s de sus bienes intr¨ªnsecos, nos proporcionar¨ªa -coloc¨¢ndonos al nivel de las instituciones pol¨ªticas occidentales- el bien fundamental de no participar en pactos o acuerdos que por su naturaleza puedan ensombrecer nuestro prestigio y aumentar el riesgo de ser atacados sin que queden cubiertas adecuadamente las necesidades de la defensa nacional?.
Como algunos recordar¨¢n, sesenta y tantos de los firmantes de aquella nota tan razonable fuimos sancionados con multas que variaron entre 100.000 y 25.000 pesetas. A uno de los multados, Jos¨¦ Mar¨ªa de Areilza, le correspondi¨® enfrentarse a finales de 1975 y princip¨ªos de 1976, como ministro de Asuntos Exteriores del primer Gobiemo de don Juan Carlos, el presidido por Arias Navarro (cuando faltaba m¨¢s de un a?o para el establecimiento de la democracia mediante las elecciones de junio de 1977), con el problema de dar por terminados los pactos de que se trata cuyo plazo de cinco a?os hab¨ªa vencido, o renovarlos en las condiciones menos desventajosas posible. Lo primero, por razones obvias, era imposible, y como experto que siempre ha sido en el mundo de la diplomacia, logr¨® que la renovaci¨®n de los pactos, por un per¨ªodo que terminar¨¢ el pr¨®ximo d¨ªa 21, fuera con el rango de Tratado Internacional (con intervenci¨®n del Senado estadounidense) en lugar de ser un mero acuerdo entre dos Gobiernos. Consigui¨® tambi¨¦n que los norteamericanos se comprometieran a retirar en,1979, de la base naval de Rota, los submarinos portadores de proyectiles nucleares Polaris, compromiso que cumplieron. Pero lo que no logr¨® Areilza, ni han logrado despu¨¦s otros ministros de Asuntos Exteriores igualmente expertos, es que Estados Unidos se comprometa a defender a Espa?a mediante un tratado al margen de la Alianza Atl¨¢ntica. De ah¨ª que el texto de la resoluci¨®n, por la que el Senado norteamericano ratific¨® el Tratado de Amistad y Cooperaci¨®n firmado en Madrid el 24 de enero de 1976, que ahora vence, contenga el siguiente p¨¢rrafo:
?Estados Unidos, mientras reconoce que este Tratado no ampl¨ªa el actual compromiso defensivo de Estados Unidos en el ¨¢mbito del Tratado del Atl¨¢ntico del Norte, ni crea un compromiso de mutua defensa entre Estados Unidos y Espa?a, espera que se desarrollen relaciones ampliadas tales entre la Europa occidental y una Espa?a democr¨¢tica que sean conducentes a la completa colaboraci¨®n de Espa?a con la Organizaci¨®n del Tratado del Atl¨¢ntico del Norte en sus actividades y en sus obligaciones de mutua defensa.
Fin a la relaci¨®n desigual
Un Gobierno democr¨¢tico espa?ol como el que existe (o los que han existido desde el 15 de junio de 1977) est¨¢ en el deber de poner fin a una relaci¨®n tan desigual como la que hoy tenemos con Estados Unidos. Nuestra entrada en la OTAN no aumentar¨¢. los riesgos que desde 1953 estamos corriendo con la presencia de sus fuerzas armadas en nuestro territorio. El presidente Calvo Sotelo ya ha proclamado que Espa?a no admitir¨¢ la presencia de armas nucleares en su suelo, y que en las islas Canarias no se establecer¨¢ ninguna base militar de utilizaci¨®n conjunta.
Verdad es que hubiera sido preferible ingresar en la Comunidad Econ¨®mica Europea antes de hacerlo en la OTAN, pero aquel ingreso se ha ido demorando y la fecha del 21 de septiembre se echa encima. Si los dos congresos de UCD proclamaron el prop¨®sito de sumarnos a la Alianza Atl¨¢ntica y,con ese programa ganamos las elecciones de 1979, ha llegado la hora de dar el paso. Ante la invariable actitud norteamericana, sigo pensando que es inaceptable pactar la renovaci¨®n de la actual situaci¨®n. Creo que s¨®lo cabe su inevitable pr¨®rroga hasta que formemos parte de la OTAN en pie de igualdad con las dem¨¢s naciones europeas integradas en ella.
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