"Radio Kabul Libre" emite gracias a la donaci¨®n de un grupo de intelectuales europeos
D¨ªa 1?
-En Francia nos preguntamos a menudo a qu¨¦ esperan los afganos para unificar su resistencia.
-Pues diga a los franceses que pueden esperar: los afganos no se unir¨¢n.
-?Tal vez porque a¨²n es demasiado pronto?
- No se trata de eso. Simplemente no tendr¨ªa sentido.
-Sin embargo, sus clanes, sus tribus, sus innumerables divisiones...
-Son nuestra fuerza, nuestra alma. Lo ¨²nico en este mundo por lo que estar¨ªamos dispuestos a sacrificar nuestras vidas.
-?Antes que por la naci¨®n afgana?
-No existe una naci¨®n afgana. Exceptuando Babrak Karmal, aqu¨ª nadie est¨¢ dispuesto a morir para defender la naci¨®n afgana.
El hombre que as¨ª se expresa no tiene nada en com¨²n, advertimos, con el vago jefe de banda, obtuso y fan¨¢tico. Con su rostro lampi?o, su aspecto demacrado, su pelo oscuro e inhabitualmente largo, cabr¨ªa pensar m¨¢s bien en un sosias afgano de Antonin Artaud. Actualmente, transcurridos veinte meses desde la invasi¨®n, forma parte de estos j¨®venes comandantes de valles que, cuando no est¨¢n en sus puestos, luchando entre los suyos, merodean por Peshawar. con rabia en el alma y vac¨ªos los bolsillos, en busca de las armas que sus hombres necesitan.
?Su nombre? Poco importa c¨®mo se llame. Pero, para hacer una concesi¨®n al relato, le llamaremos Am¨ªn. Tan s¨®lo diremos que se trata de una de las poqu¨ªsimas personas que saben que, apenas hace unas horas, aterriz¨¢bamos en Karachi Marck Halter, Renzo Rossellini y, el autor de estas l¨ªricas, con tres emisores de radio en nuestros equipajes. Y si est¨¢ ahora aqu¨ª, con nosotros, en la sede de un partido que ¨¦l desprecia profundamente, soportando la insolencia con la que el mujaidin de pardia le cachea, tratando dif¨ªcilmente de abrirse -de abrirnos- paso entre la masa de guerreros andrajosos que se aglutinan en torno a las verjas, es porque nosotros, con nuestro empaque de intelectuales franceses, le dijimos al descender del avi¨®n: "Hemos prometido a los ciudadanos franceses que, con sus donativos, han contribuido a la compra de estos aparatos, entregarlos en mano a una organizaci¨®n-representativa-de-la-totalidad-de-la-resistencia-afgana...".
D¨ªa 2?
Pero hoy, al igual que ayer, y a pesar de nuestras pesquisas, esta "organizaci¨®n representativa" contin¨²a ni dar se?ales de vida.
No es, por todos los indicios, el Movimiento Isl¨¢mico Revolucionario de Mohamed Nabi Mohamedi, en plena efervescencia a nuestra llegada, y, cuya gran preocupaci¨®n parece ser en estos momentos desenmascarar a los "agentes del Ezbi Islami" que hayan podido infiltrarse, ayer por la noche, en el grupo de combatientes procedentes de la provincia de Kunduz.
Tampoco cabe pensar en el Ezbi Islam¨ª, organizaci¨®n manifiestamente fan¨¢tica, uno de cuyos j¨®venes "dirigentes revolucionarios", bruscamente irritado por una de nuestras preguntas y remedando inconscientemente la imagen del ayatollah que aparece por encima de su cabeza, nos espet¨® en tono amenazante: Israel no es una naci¨®n. Rechazamos cualquier tipo de ayuda suya. Estos hombres son agentes sionistas".
Podr¨ªa sospecharse, en todo caso, del liberal y democr¨¢tico Frente de Liberaci¨®n Nacional de S. Mudjadedi, a quien ten¨ªamos intenci¨®n de dirigirnos, de no haber descubierto, mientras nos mostraba un mapa del pa¨ªs, que para nuestro anfitri¨®n, ignorando altivamente toda la mitad Norte, las fronteras de Afganist¨¢n limitaban con las de las tribus pashtunas.
Por lo que respecta al Frente Nacional de] desenfadado Saved Ahmed Gallani, a quien, acompa?ados como de costumbre por Amin, visitamos en ¨²ltimo lugar, cuando el se?or de la casa, aut¨¦ntico "descendiente del profeta", entonaba en el c¨¦sped del jard¨ªn la ¨²ltima plegarla de la jornada, el hecho m¨¢s destacable es que en ¨¦l fuimos testigos de una escena singular. Para asombro de todos, el santo var¨®n, volvi¨¦ndose de repente hacie el comandante, y tras confiarle sin ambages que en ¨¦I deIegar¨ªa los cien kalashnikov, que estaba a punto de recibir de un emirato lejano, manifest¨® en un tono m¨¢s bajo: "Yo s¨¦ que t¨² no eres de los nuestros, pero tambi¨¦n s¨¦ que eres un buen musulm¨¢n. S¨®lo te pido a cambio una promesa ante el Cor¨¢n: que recorras una por una todas las monta?as anunciando a tus guerreros que luchen en nombre de Sayed Ahmed Gallini, descendiente del profeta".
Este cuadro no carece, por supuesto, de garra, y seguramente dice mucho de las relaciones entre estos partidos en exilio y los heroicos miembros de la resistencia del interior. Pero lo cierto del asunto es que, al menos por ahora, tampoco aporta nada en favor de la unidad, formal y coherente, ideol¨®gica, que ingenuamente esper¨¢bamos.
D¨ªa 3?
"?Atenci¨®n!. A tu frente se, halla Mazar-I-Sharif. A tu derecha tienes a Sheberghan y, si te fijas bien, a cincuenta kil¨®metros a tu espalda, la frontera rusa. Procura elevar tu voz todo lo posible; piensa con qu¨¦ profundidad de foco cuentas y evita, hasta donde puedas, las lincas verticales. Te esperamos en los 95 kilohercios; a partir de aqu¨ª calcula la longitud de tu antena. Te recuerdo que cuentas con quince minutos para emitir".
No; no se trata de la primera emisi¨®n de Radio Kabul Libre. Por la noche no tuvimos tiempo de transportar nuestro equipo hasta Mazar-I-Sharif, en la frontera sovi¨¦tica. La escena tiene lugar en zona tribal simplemente, en una tierra de nadie, entre Pakist¨¢n y Afganist¨¢n, donde est¨¢ cerrado el paso a los extranjeros, pero tambi¨¦n a los polic¨ªas. Es precisamente aqu¨ª, en este marco de rocalla y de crestas peladas, donde Renzo Rossellini, sinti¨¦ndose m¨¢s cinecit¨¢ que nunca, ha decidido efectuar, en toda su dimensi¨®n, el primer simulacro de una emisi¨®n ...
Y es tambi¨¦n aqu¨ª, a resultas de esto, donde nos enteramos, Marck y yo, junto con estos famosos, m¨ªticos, t¨¦cnicos afganos que, desde hace dos d¨ªas, est¨¢bamos protegidos. Akber, el jefe, es ingeniero electr¨®nico formado en Estados Unidos; Attak, su ayudante, un simple electricista, no deja de repetir sentenciosamente que "un aparato como ¨¦ste cuesta mil kalashnikov". Sadek, ex portavoz de la radio oficial de Kabul, nos pre gunt¨® cort¨¦smente, al borde de un barranco, si ¨¦ramos amigos de monsieur L¨¦on Zitrone. Y Tamin, Al¨ª, Aziz, Kader, Abdullah, para quienes, a pesar de no haber visto nunca en su vida un emisor, hoy, tras ocho d¨ªas de entrenamiento intensivo que han precedido a nuestra llegada, la inodulaci¨®n de frecuencia no encierra el nienor secreto.
Ni unos ni otros poseemos, pienso, el fetichisino de la t¨¦cnica. Pero es ahora, en este ¨¢rido roquedal, rodeados de estos ocho hombres, quienes, de paso, nos han manifestado que todos - ?oh maravilla!- pertenec¨ªan a diferentes tribus, etnias y partidos. cuando hemos comprendido: primo, que el aire de Peshawar no nos sentaba nada bien; secondo, que la unidad de la resistencia, si se lleva a cabo alg¨²n d¨ªa, s¨®lo se har¨¢ sobre la marcha; tertio, que el ¨²nico modo de devolver a los afganos lo que les pertenece probablemente sea, despu¨¦s de todo, acudiendo a Afgan¨ªst¨¢n.
D¨ªa 4?
En Dara, esta ciudad ¨²nica en el mundo, donde los artesanos venden, fabrican y remedan todas las armas del planeta posibles e imaginables, se puede encontrar de todo.
Por ejemplo, a un venerable hombre de negocios que viene a pl¨¦ desde Kabul para vender el fusil ametrallador que dice haberle prestado un militar ruso de permiso. O un mujaidin m¨¢s joven, con un soberbio turbante multicolor, que ha bajado de la monta?a para venir a guarnecer una vez m¨¢s los huecos vac¨ªos de la cartuchera que le cruza el pecho.
Y as¨ª, en medio de todo esto, en el marco de un estr¨¦pito digno del lejano Oeste y de un ambiente de mercadillo, tres intelectuales algo desfasados discuten con fervor la cuesti¨®n de si es o no ¨¦tico financiar la compra de las armas que, inanana al amanecer, proveer¨¢n a Al¨ª, Aziz y Abdullah, los tres tecnicos que se han ofrecido a conducirnos. Pasa a la p¨¢gina 8
"Radio Kabul Libre"
Viene de la p¨¢gina 7D¨ªa 5?
Esta ma?ana vino Am¨ªn para presentarnos a Abdul, un tirador de primera, y nos dijo en un tono nada teatral que le confiaba nuestra protecci¨®n. Hechas las presentaciones, Abdul, literalmente fascinado por las gafas graduadas de uno de nosotros, y que no tard¨® en colocarse, exclam¨®, con la mirada transfigurada: "?Oh Al¨¢ misericordioso! ?Veo!",
Por fin, la traves¨ªa de Bajawar, la ¨²ltima agencia tribal anterior a la ley de la jungla. De ella nos hab¨ªan dicho que estaba infestada por el Ezbi local pero nosotros, al realizar unas compras en el bazar, s¨®lo encontramos caras amistosas.
?Se trata de un gran viaje o de una gran ilusi¨®n? Lo que s¨ª es cierto es que una traves¨ªa por Afganist¨¢n tiene tambi¨¦n su lado c¨®mico. Y que, al menos en lo que a m¨ª concierne, es ahora, una vez llegada la noche, ah¨ªto de polao y de carne de cordero, instalado en la "casa de hu¨¦spedes" de1a granja de piedra donde nos han acogido, cuando empiezo a percatarme de que tan s¨®lo dentro de unas horas franquearemos clandestinamente la frontera, de un pa¨ªs en guerra con, para utilizar la expresi¨®n de Attak, nuestros "3.000 kalashnikov".
D¨ªa 6?
Las cosas se complican. Durante cuatro horas hemos trepado por abruptos caminos de cabras hasta alcanzar, extenuados, la cima fronteriza. Echamos entonces a rodar por la otra vertiente, a trav¨¦s de pistas un poco m¨¢s anchas y sembradas de con¨ªferas, cada vez m¨¢s numerosas conforme nos vamos acercando al valle que abajo se divisa. Atravesamos el Khunar en una balsa de madera colocada sobre pellejos de pieles de cabra y jalada por un cabo tendido entre las dos orillas. Por fin hemos llegado a la "gran carretera" de Jelalabad, una pista sembrada de piedras que nos ha conducido hasta aqu¨ª, hasta las inmediaciones de este vallecito del Pech donde, de repente, la vegetaci¨®n reverdece. Mas, no obstante, repito, las cosas se complican, y es que hay que admitir que este pa¨ªs, por el que llevamos deambulando ya unas cuantas horas, se parece a todo menos a Afganist¨¢n...
Lo que hemos descubierto es, en realidad, una tierra tranquila, apaciguada, pac¨ªfica. Amplios paisajes desolados, abatidos por el silencio, donde los mismos hombres parecen hallarse mineralizados. No tantos cr¨¢teres de bombas, por ejemplo, o restos de roquetas, como campos abandonados o vastas viviendas desiertas cuyas puertas casta?etean por el viento. En lugar de esa incesante, tumultuosa y casi febril naveta de hombres que, el invierno pasado, descubr¨ªan los periodistas aqu¨ª enviados, un flujo extra?o, exang¨¹e, de guerrilleros presurosos o de contrabandistas que saludan, sin rezagarse, con un lac¨®nico "Salam Alekum" mascullado entre dientes. Hasta el punto de que, de no haber sido por las descripciones que nuestros compa?eros nos d¨ªeron de pueblos perdios en las alturas y controlados -?a¨²n!- por el Ezbi, hubi¨¦ramos podido pensar que nos hall¨¢bamos en un pa¨ªs irreal, fant¨¢stico.
El hecho de que, a lo largo de toda la jornada, no hayamos encontrado ni una granja amiga ni un santuario donde recobrar el aliento s¨®lo constituye una muestra de las otras muchas se?ales que podr¨ªamos rese?ar. Como, por ejemplo, esta otra, aterradora: el anciano Arbab, con el que nos cruzamos al subir al transbordador, duelo de las aguas de una aldea vecina, nos describe c¨®mo llegaron los comunistas" una noche, c¨®mo envenenaron el modesto canal en torno al cual giraba la vida y c¨®mo as¨ª, en unos pocos d¨ªas, arrojaron de la aldea a todos sus habitantes. O esta otra: Chigal, la ciudad muerta, con su mezquita intacta, sus extensas calles de tierra invadidas por la mala hierba y sus casas de adobe como reliquias encalladas en la polvareda. Pero me olvidaba de la principal: salvo las huellas dejadas en la carretera por viejos autom¨®vil es -oruga hace ya muchas semanas, y a medio camino del r¨ªo, las ruinas de un fort¨ªn destruido hace ya tiempo, debemos confesar que no hemos encontrado ni rastro de un soldado enemigo.
?Vamos a tener que creer a Al¨ª cuando entonces nos asegura, a modo de explicaci¨®n, que los rusos son unos cobardes que no salen de sus cuarteles por miedo a ser sorprendidos por una patrulla de mujaidines; o a Aziz, cuando, por suparte, objeta que s¨ª que han salido, pero el mes pasado, cuando se trataba de recuperar los fuertes de Asmar, Nari y Barikot, y que si ya no se, les ve es porque, desgraciadamente, ya no hay nada que recuperar ni devastar; o de nuevo a Am¨ªn, cuando nos demuestra brillantemente que Afganist¨¢n no es Vietnam, que el Ej¨¦rcito rojo no es un- ej¨¦rcito de GI's, sino que ha aprendido a controlar el pa¨ªs sin tener necesidad de saquearlo a la vista y conocimiento de todos?. Lo que, en todo caso, hemos visto nosotros es la se?al de una estrategia nueva, sutil y aut¨¦nticamente diab¨®lica: gobernar sin dirigir; permanecer sin mostrarse; hacer pasar hambre, vaciar, empobrecer un pa¨ªs, ahorr¨¢ndose el gran espect¨¢culo militar.
Sea lo que fuere, cual el tiempo tal el tiento, debemos admitir que, hasta la fecha, la estrategia encuesti¨®n no nos ha resultado nociva para nuestros proyectos. Es, en efecto, en medio de una gran quietud como hemos podido entregar los aparatos, en la cresta de la monta?a, a Ishak y a Safi, los dos jas que han salido a nuestro en cuentro. Sin excesiva aprensi¨®n, hemos presenciado c¨®mo nos abandonaba la mitad de la escolta para, junto con los t¨¦cnicos, con ducir los aparatos a otro lugar. A un paso casi ligero, en fin, hemos llegado hasta ¨¦ste refugio, pues es tamos citados para recibir dentro de poco la primera verdadera emisi¨®n...
Todav¨ªa no son las doce de la noche. Echados sobre los charpoi de cuerdas y cinchas entrelazadas, apenas nos hemos adormecido. Un ni?o acaba de entrar. Sin moverse del umbral, nos dice: "Arriba. Ya es la hora. Afuera os esperan".
Efectivamente, afuera nos esperaban. Y no precisamente los dos centinelas que hab¨ªamos dejado: decenas, tal vez una centen¨ªa de formas, agachadas en medio de la noche; como un ej¨¦rcito de sombras de carne envueltas en mantones del color de la tierra, cuyos pliegues dejaban a veces adivinar el ca?¨®n de un fusil. Entre ellos hab¨ªa algunos ni?os y tambi¨¦n algunas mujeres y, un poco m¨¢s lejos, el c¨ªrculo de los d¨ªas grandes, el de las "barbas grises", los venerables de la tribu: "M¨ªs hermanos", dijo simplemente Am¨ªn, se?al¨¢ndonoslos con adem¨¢n ben¨¦volo. "Han venido para escuchar la emisi¨®n; subir¨¢n con nosotros".
Nosotros subimos con ellos, detr¨¢s de ellos. Jadeando tras ellos, a lo largo del camino mal iluminado por la luna. Desprendiendo a cada paso las piedras que ellos, de forma milagrosa, consiguen evitar. Tratando de fundirnos, de abrazar la columna negra que se prolonga a lo largo de toda la pendiente. Hasta que, por fin, ya en la c¨²spide, el c¨ªrculo vuelve a constituirse en torno a un viejo transistor, de donde brota en seguida la voz m¨¢gica procedente del otro valle: "Aqu¨ª Radio Kabui Libre. Primera emisi¨®n de los afganos libres. Los afganos hablan a sus hermanos de Afganist¨¢n ......
Y entonces, de improviso, la imprudencia. La locura, el irreparable error. Sin que antes nadie pudiera detenerlos, uno, dos, tres, despu¨¦s diez mujaidines izan su arma al cielo y lanzan salvas de alegr¨ªa. El grupo se estremece, se agita, se pone en movimiento y, finalmente, recorre cuesta abajo, sin una palabra, sin un clamor, la pendiente de marras. La noche, se dice a menudo, pertenece a los muja¨ªdines; pero esta noche, por desgracia, los mujaidines estaban a ochocientos metros de un f¨®rt¨ªn.
Lo sucedido a continuaci¨®n no necesita palabras. El regreso, en plena noche, tras los pasos de la v¨ªspera. Recorrer de noche el mismo trayecto que hicimos de d¨ªa. Tratar de encontrar la barcaza extraviada; dar, por fin, para nuestra alegr¨ªa, con ella y o¨ªr el suave zumbido de un helic¨®ptero de reconocimiento. Es ya la ¨²ltima marcha cruel.
D¨ªa 7?
-De modo que usted es un desertor.
-No; no es cierto. Los cuarteles est¨¢n cerrados y los soldados desarmados. Y cuando van al combate es con ametralladoras sovi¨¦ticas a sus espaldas.
-Pero usted est¨¢ aqu¨ª...
-S¨ª; pero por otra raz¨®n. He pagado y me han dejado huir.
-?C¨®mo es esto? ?Qui¨¦n ha pagado?
-Mi familia, por supuesto; al oficial afgano de mi guarnici¨®n.
-?Ocurre esto a menudo?
-Yo creo que s¨ª. Nos alistan a la fuerza; nos ponen un uniforme; nos llevan en avi¨®n a la otra:punta del pa¨ªs; a continuaci¨®n, hablan con nuestra familia y fijan el rescate.
D¨ªa 8?
Jornada tranquila. Sin problemas. Rossellini ha ido a Dara a ver si all¨ª nos pueden fabricar, entre dos cerbatanas, un sistema de seguridad que pueda encender a distancia los emisores. Marek Halter se ha quedado en Peshawar para traducir las cintas que Boukovsky, Maximov y otros han grabado para dirigirse a los soldados sovi¨¦ticos. Y todos hemos dado las ¨²ltimas pinceladas al proyecto de Carta que ma?ana vamos a proponer al nuevo comit¨¦ afgano de Radio Afganist¨¢n Libre...
D¨ªa 9?
Todav¨ªa hay algunos, como Akbar, que se preocupan por estos rid¨ªculos programas rusos que, disidentes o no, difundir¨¢n en el pa¨ªs las ¨®rdenes de los churawi.
Algunos, pendientes, con toda justicia, de velar por los paquistan¨ªes, han propuesto, junto con Attak, instalar en zona tribal el estudio de grabaci¨®n que nosotros dejaremos atr¨¢s.
Am¨ªn ha dado una charla presentando las principales l¨ªneas t¨¦cnicas, pol¨ªticas y militares de los programas que, seg¨²n dijo, hay que poner ya en pr¨¢ctica.
Safl tambi¨¦n ha intervenido, para agradecer al Gobierno franc¨¦s la ayuda que, a trav¨¦s de nosotros, han prestado al pueblo afgano. Pero nosotros, un poco contrariados, hemos precisado que "el Gobierno franc¨¦s", desgraciadamente, no ha hecho gran cosa.
Nos hemos comprometido, para terminar, a continuar el combate, a ampliar la campa?a de solidaridad, a hacer todo lo que est¨¦ en nuestras manos para que el a?o que viene, en Kabul, decenas de nuevos emisores re¨²nan de nuevo las voces de la libertad.
?Sabremos mantener, cuando regresemos, la promesa hecha a los afganos, del mismo modo que, en Peshawar, hemos honrado la promesa hecha a los franceses?
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