La autonom¨ªa de Madrid
La villa de Madrid ha ofrecido en su plaza Mayor y durante este verano, una escenificaci¨®n del Madrid calderoniano y de los Austrias que, a tenor de las cr¨ªticas, ha resultado un ¨¦xito y ha gustado a propios y extra?os.Aunque no he tenido ocas¨ª¨®n de asistir, deduzco por las cr¨®nicas que los castizos han disfrutado a lo grande con toda esa retah¨ªla de personajes y situaciones propias de la ¨¦poca revivida: manolos, chulaponas y entorchados; randas, fisgones y querindangos; polichinelas y matachines; majas y chisperos; mantillas, chapines de raso y un mont¨®n de filigranas y perifollos son elementos que bien conjuntados, forman escenas con los que cualquiera, madrile?o o for¨¢neo, puede pasar ratos inolvidables.
Todo eso es parte, s¨®lo parte, de la historia de Madrid. Y no es casualidad que este casticismo- conjunto peculiar de usos y modoshaya nacido y crecido en los ¨²ltimos cuatrocientos a?os: los que Madrid lleva de capital de Espa?a. A fin de cuentas, lo castizo es, en jerga del lugar, un personal¨ªsimo "saber llevar la capital de Espa?a". Un casticismo, expresi¨®n del amor a la patria chica, que aqu¨ª nunca ha tenido problemas para convivir con el otro patriotismo, el grande, que es el amor a Espa?a.
En alguna ocalsi¨®n se ha dicho que la autonom¨ªa de Madrid "no llegar¨ªa por la, exigencia de una presi¨®n social". No hay, a mi modo de ver, una n¨ªtida conciencia auton¨®mica, tal corrio ¨¦sta se entiende en otras regiones hist¨®ricas, lo. cual no significa que Madrid -municipio y provincia- carezca de conciencia hist¨®rica o simplemente de historia. De ambas tiene mucho. Como tiene tambi¨¦n muchas reivindicaciones.
Sucede, sencillamente, que Madrid tiene conciencia de capitalidad. Madrid es, de hecho, capital de Espa?a desde 1561, y nada tan f¨¢cil para los madrile?os a estas alturas de su historia como aunar con naturalidad el amor a las dos patrias: la chica y Espa?a. Las dos van juntas, de forma que los probiemas de cualquier regi¨®n espa?ola se han sentido, y se sienten, como propios, unidos. Madrid ha sido, y es en funci¨®n de Espa?a.
Pero la capitalidad no es, por cierto, un beneficio que envidiar sin m¨¢s. Federico Carlos Sainz de Robles, cronista oficial de la villa, tiene escritas unas palabras, mitad iron¨ªa y mitad queja, que no son pura literatura. Tienen fondo: "De verdad, de verdad, sabemos los madrilef¨ªos que puede perdonarse el bollo por el coscorr¨®n, por los muchos coscorrones. La capitalidad espa?ola es un constante sacrificio en beneficio del resto de la naci¨®n. Exige ser el ¨²ltimo en beneficiarse, prescindir de las propias caracter¨ªsticas, compartir lo genuinamente propio con cuantos lo deseen; exige aceptar la responsabilidad general, escuchar con atenci¨®n y sin ira cuantas majader¨ªas se les ocurren a nuestros pr¨®jimos...".
Expresado en t¨¦rminos de 1981, el precio de la capitalidad es ¨¦ste: carest¨ªa de vida, escasez de viviendas asequibles, largas distancias en transportes que siempre se antojan asfixiantes, un medio ambiente polucionado y ensordecedor, una end¨¦mica insuficiencia de espacios verdes en los que recuperar la paz... Calidad de vida: esto es lo que paga -?o recibe?- Madr¨ªd por ser capital de Espa?a.
?Y la provincia? La provincia fue una innovaci¨®n de las Cortes de C¨¢diz, perfilada definitivamente por Javier de Burgos a comienzos del siglo XIX. A partir de su implantaci¨®n, la literatura especializada mantuvo una notable pol¨¦mica: frente al municipio, cuyo car¨¢cter de ente natural -y, por tanto, su derecho a la existencia y a la autonom¨ªa- nadie discut¨ªa, se opon¨ªa la naturaleza artificial de la provincia, m¨¢s -entonces- demarcaci¨®n funcional del Estado que "ayuntamiento de ayuntamientos". Con el paso del tiempo, la provincia y la Diputaci¨®n han adquirido arraigo y la pol¨¦mica ha pasado a la historia.
En lo que se refiere a nuestra provincia, conviene aceptar sin complejos ni recelos que, de igual forma que Madrid es en funci¨®n de Espa?a, tambi¨¦n el centenar de municipios de la provincia quedan afectados por la capitalidad.
Afectados, no supeditados. El "Alcal¨¢ cantonal" -y similaresest¨¢ bien para el trotskismo, que siempre anda compitiendo con la extrema derecha por lograr la pintada m¨¢s original (a veces, incluso comparten los mismos criterios), pero no responde a la realidad de los hechos. La "variedad regional", un hecho incontestable
Cuando en 1833 la provincia adquiere los l¨ªmites definitivos, la variedad comarcal era un hecho incontestable, a pesar de que las dos terceras partes de la poblaci¨®n resid¨ªan en la capital.
La plataforma de El Escorial, forestal y ganadera, los cultivos de vid y olivo de San Mart¨ªn de Valdeiglesias, o las huertas de Aranjuez exist¨ªan como entidades perfectamente diferenciadas. Como diferenciados eran los valles de los r¨ªos Manzanares, Henares, Lozoya y Jarama. En 1981, la extensi¨®n de la gran metr¨®poli ha alterado los esquemas. Y la zonificaci¨®n poco tiene que ver con las formaciones geol¨®gicas. El Norte se considera residencial; el Este y el Sur, industriales, y al Oeste se le tiene como terreno relativamente deprimido. La entidad comarca ha quedado pr¨¢cticamente absorbida por la entidad provincia.
De estas y otras consideraciones pueden sacarse algunas conclusiones:
Primera. La m¨¢s importante y urgente tarea que debe abordar la comunidad aut¨®noma de Madrid es el ordenamiento territorial para la recuperaci¨®n de l¨¢ calidad de vida. Este es el "hecho diferenciador" de Madrid. Lo que justifica su constituci¨®n como comunidad uniprovincial al margen de Castilla-La Mancha y Castilla-Le¨®n, cuyas caracter¨ªsticas y problemas actuales son absolutamente distintos. Madrid unido a alguna de estag dos comunidades resultar¨ªa un factor claramente disfuncional para todos.
Segunda. El futuro estatuto de la comunidad aut¨®noma madrile?a no diferir¨¢ mucho de otros que ya est¨¢n en avanzado proceso de elaboraci¨®n. La especialidad de Madrid estar¨¢, probablemente, m¨¢s en su organizaci¨®n interna que en las competencias asumidas.
El car¨¢cter uniprovincial impone que la Diputaci¨®n se integre dentro de la comunidad aut¨®noma por la ¨²nica y exclusiva raz¨®n de evitar duplicidades burocr¨¢ticas. La comunidad aut¨®noma debe asumir, por su parte, la obligaci¨®n de convertirse en "ayuntamiento de ayuntamientos".
En este punto, los partidos pol¨ªticos est¨¢n obligados a hacer un considerable esfuerzo de entendi.miento para lograr que en la asamblea legislativa -sucesora de la Diputaci¨®n en pleno- est¨¦n verdaderamente representadas las diversas zonas del territorio de la provincia.
Y esta cuesti¨®n -de organizaci¨®n interna- es tan importante como dif¨ªcil. Importante, porque los municipios de la provincia no deben sentirse comparsas al socaire de la gran metr¨®poli. Y dif¨ªcil, porque m¨¢s del 75% de la poblaci¨®n de la comunidad aut¨®noma reside en la capital. Las f¨®rmulas para equilibrar la ecuaci¨®n poblaci¨®n-territorio no son f¨¢ciles, pero cada partido pol¨ªtico debe buscarlas.
Tercera. Aunque s¨®lo sea por la tan prosaica raz¨®n de que el Estado tiene en el municipio de Madrid la propiedad de varios cientos de inmuebles, es bueno reconocer que el Estado es el primer vecino del municipio.
Es l¨®gico, pues, que entre el municipio y el Estado -que somos todos- se establezcan unos cauces de permanente y especial di¨¢logo, y en esta l¨ªnea, el proyecto de ley de las Bases de la Administraci¨®n Local prev¨¦ una relaci¨®n directa entre el Ayuntamiento de la villa y el Gobierno. Ser¨ªa demag¨®gico y falso ver en esto un trato preferencial o un agravio comparativo: es simplemente una exigencia funcional para la buena gobernaci¨®n de un municipio que, al ser en funci¨®n de Espa?a, es de todos.
Naturalmente, esta relaci¨®n Estado-Ayuntamiento de Madrid no ha de ir en desdoro de la comunidad aut¨®noma, que ha de ejercer su autonom¨ªa pol¨ªtica sin condicionamientos derivados de la capitalidad de Madrid.
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