El voto femenino
Antes las mujeres no ten¨ªan m¨¢s que dos coartadas: la peluquer¨ª¨¢ y la madre. Hasta que la demagogia de izquierda/derecha les dio el voto (Gil Robles estaba seguro de que todas votar¨ªan conservador), y tuvieron ya una tercera y definitiva coartaja para volver pasadas los diez. El energumenismo nacional cree que la mujer (son m¨¢s de la mitad de la poblaci¨®n) est¨¢ revolucionando la sociedad mediante el voto. El energumenismo nacional/nicotinado no sabe que ellas ya estaban revolucionando la sociedad mediante la peluquer¨ªa y la madre. Sobre todo, la madre. A casa de la madre iban a cargar las pilas, a llenarse de raz¨®n y de razones contra el hombre, el marido, el yerno, porque lo malo del marido es que acaba convirti¨¦ndose en el yerno de su mujer (como la mujer acaba convirti¨¦ndose en la suegra de su marido). Pero las madres est¨¢n ya todas en las residencias ?Francisco Franco? de la tercera edad, sin que Ester Vilar haya podido evitarlo. Las peluquer¨ªas, en cambio. han cogido m¨¢s marcha que nunca, y en la peluquer¨ªa (que es el mass-media femenino, superior a la tele, porque permite la glosa y el di¨¢logo) es donde ellas fraguan su Operaci¨®n Galaxia (u Operaci¨®n Solriza) contra el macho y sus machismos. A nuestros adustos varones, que en realidad son los Reyes Godos vestidos en El Corte Ingl¨¦s, planta maridos, no les inquieta el voto femenino porque pueda ser abortista, divorcista, feminista o izquierdista, sino que es otra coartada que tienen ellas para volver despu¨¦s de las diez.Espa?a, pa¨ªs con fama de impuntual es la naci¨®n de las grandes puntualidades del honor, la honra y la muerte. Aqu¨ª los toreros mueren a las cinco en punto de la tarde y las mujeres se pierden a las diez en punto de la noche. Si le dan las diez en la calle, la santa esposa o la sant¨ªsima hija se convierten en flor del fango como Cenicienta, pasadas las doce, se convierte en fregona. El mito de Cenicienta no tiene hoy otra lectura (y no s¨¦ si se la han hecho ya las feministas) que la puntualidad como esclavitud, el reloj como inquisidor, la calle como alquimia que transforma en mujer de la vida a la princesita y, finalmente, el inesquivable regreso al hogar como reencuentro con el sub/yo o verdadera identidad: la fregona. Todas pierden el zapato, claro, desde los tiempos de Cenicienta, pero ahora se quedan a buscarlo y dicen que han estado en la pelu. O lo que es peor, que han ido a votar. Y lo malo es que es verdad, porque el PSOE exige un refer¨¦ndum a todas horas. Desde que Teresa de Avila tir¨® la sandalia (feminismo m¨ªstico que ya he glosado aqu¨ª), todas tiran el zapato (Cenicienta tambi¨¦n lo tir¨®, porque quer¨ªa quedarse) y las m¨¢s irrecuperables tiran el belcor, quiz¨¢ porque tienen otro en casa. Dec¨ªa John Steinheck que las mujeres desordenadas siempre pierden un guante y las ordenadas los pierden por parejas. Casi en v¨ªsperas preelectorales de unos idus de marzo (aunque nadie sabe para qu¨¦ mes caer¨¢ marzo), la que no pierde el zapato de rebajas pierde el guante de Pertegaz, y aqu¨ª los caballeros, que van a las Cortes subidos en el caballo solariego, ya no se encretpan tanto por esa menudencia de la honra femenina como por esa otra menudencia del voto (un papelito), pues lo que m¨¢s nos inquieta siempre de la mujer son las inenudencias y los menudillos.
El voto femenino, en gran parte joven, puede ser casi decisivo en algunas cosas, para cambiar nuestro rollo. Claro que el rollo volver¨¢ s¨ªempre a su ser (para eso est¨¢ Ferrer Salat), pero la que se ha ido a votar vuelve a las tantas y el honor es patrimonio del alma y el alma s¨®lo es de Calder¨®n y del marido (que la honra tambi¨¦n monta sus tri¨¢ngulos y menages). Son unas Lys¨ªstratas.
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