El rearme
EL REARME es siempre un grave da?o para la Humanidad. No s¨®lo afecta a la naci¨®n que lo decide, sino a todas las dem¨¢s, amigas o enemigas; desde el Tercer Mundo al que van a parar las armas consideradas obsoletas por las innovadas a las grandes potencias, que reducir sus distancias y aumentar sus m¨¢rgenes de seguridad. Las armas son los objetos de consumo. por excelencia; perecen sin ser usadas y se sustituyen por otras inmensa mente m¨¢s caras, que un tiempo despu¨¦s habr¨¢n perdido su eficacia total en raz¨®n del movimiento de concurren cia y defensa que generan. El programa de rearme del presidente Reagan presenta todas estas caracter¨ªsticas: es un vuelco hist¨®rico de gran envergadura, que afectar¨¢ a la seguridad del mundo, a las condiciones pol¨ªticas y muy especialmente a la econom¨ªa, en un momento de crisis general.No es, sin embargo, una sorpresa. Si hay un solo presidente en la historia de Estados Unidos que est¨¦ respondiendo en el ejercicio del poder a lo enunciado en su campa?a electoral, ese presidente es Reagan. Ha sido elegido para ello; desde el movimiento de las diversas instancias de poder en Estados Unidos y la maquinaria interna del Partido Republicano, todo apuntaba a Reagan precisamente porque deb¨ªa representar un cambio hist¨®rico: el final definitivo -hasta nueva orden- de la Am¨¦rica rooseveltiana, que fue capaz de penetrar con su doctrina y su filosof¨ªa pacifista, negociadora y social, raformadora del viejo capitalismo salvaje, hasta a presidentes tan reacios a esas ideas como Eisenhower o Nixon; aun el destronamiento de Nixon podr¨ªa verse como un movimiento interno de la doctrina rooseveltiana contra unos intentos regresivos. Los rearmes patrocinados por Eisenhower y Kennedy tuvieron igualmente una envergadura menor.
El programa de rearme nuclear americano corresponde enteramente a la doctrina de "Rusia es culpable", y, por tanto, peligrosa: peligrosa a escala mundial, por su representaci¨®n pol¨ªtica y por su intento de expansi¨®n, y, sobre todo, por la capacidad y cantidad de su armamento, que el Pent¨¢gono y la OTAN definen continuamente como muy superior al de Estados Unidos y la Alianza. La ¨²nica respuesta posible a la situaci¨®n, seg¨²n la Casa Blanca, es el rearme, envuelto en la sem¨¢ntica, cl¨¢sica de que es un esfuerzo de paz ("para permitir a Am¨¦rica defender la paz m¨¢s all¨¢ de este siglo", en la frase con que Reagan propone su programa).
Consecuencia inmediata es la inutilidad de las entrevistas entre dos delegaciones de Estados Unidos y la URSS previstas en Ginebra para tratar de la reducci¨®n mutua de armamentos y de las conversaciones SALT; y la casi invalidez de la serie de negociaciones entre Haig y Gromiko celebradas recientemente en Nueva York. Es dudoso que lleguen a celebrarse las conversaciones entre Breznev y Reagan, que los aliados europeos de Estados Unidos pretend¨ªan para antes de seis meses. Te¨®ricamente, al menos, todo el esfuerzo de distensi¨®n ha quedado bloqueado. En la presentaci¨®n del proyecto de programa de armamento nuclear no hay ninguna referencia a que ¨¦ste pudiera reducirse o dejarse sin efecto en el caso de que la URSS hiciera esfuerzos aut¨¦nticos de desarme y negociaci¨®n: este tipo de planes, una vez lanzados, no admiten reducciones, puesto que se trata, como ha dicho el propio Reagan, de una revivificaci¨®n de la estretegia a largo plazo. Lo que supone el plan de Reagan es lo que predicaban quienes le han dado poder -y los votos no eran dudosos en cuanto a su mayor¨ªa-: "la situaci¨®n de desaf¨ªo planteada por la URSS es irreversible, todo el esfuerzo anterior de los otros presidentes para llegar a un acuerdo ha sido in¨²til y s¨®lo la fuerza puede conducir a la disuasi¨®n". La moderaci¨®n con que los aliados europeos de Estados Unidos han recibido el texto del programa parece indicar que la fuerza de Reagan es ya irresistible. En Bonn se ha explicado como una necesidad ante la "grave amenaza" sovi¨¦tica por la situaci¨®n en Polonia; en Londres, el Gobierno conservador ha desechado toda posibilidad de un desarme unilateral brit¨¢nico -como propon¨ªa el partido laborista, que lo consideraba imprescindible para salir de la dif¨ªcil situaci¨®n econ¨®mica-; y en Francia, Mitterrand es, como se sabe, mucho m¨¢s pr¨®ximo a las ideas de fuerza militar que lo fueron los Gobiernos anteriores de la derecha.
Otra cosa son las poblaciones. La m¨¢s cl¨¢sica sensibilidad indica que un esfuerzo de rearme es siempre una mayor aproximaci¨®n a la guerra -bien porque el rearme la acerque, bien porque emprenderlo es reconocer esa proximidad-; los recuerdos de la ¨²ltima est¨¢n demasiado vivos en Europa, y la conciencia de que la pr¨®xima puede ser infinitamente m¨¢s grave es muy activa. Hay una inquietud europea, adem¨¢s, por el mantenimiento de un sentimiento de soberan¨ªa y por las grandes repercusiones econ¨®micas que el rearme haga pesar sobre la colectividad y sobre cada uno de sus miembros.
La respuesta de la Uni¨®n Sovi¨¦tica -sobre la que a¨²n pesa la infamia de la invasi¨®n de Afganist¨¢n- es m¨¢s que nada verbal, y no ahorra dureza. Los c¨¢lculos de Reagan, que le han llevado al programa de rearme -adem¨¢s, naturalmente, de los de econom¨ªa interior, que pueden haber sido decisivos-, parecen consistir en creer que la URS.S no tiene soluci¨®n pr¨¢ctica para la situaci¨®n que se le viene velozmente encima. Un esfuerzo de rearme equivalente s¨®lo puede hacerlo depauperando m¨¢s el nivel de vida de su poblaci¨®n, que ya es bajo, tanto en la URS S como en los pa¨ªses del Pacto de Varsovia. En esta ¨®ptica, una sustituci¨®n de Breznev y su equipo entra dentro de lo posible.
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