El poder de la televisi¨®n
Convertida en el medio de comunicaci¨®n de masas m¨¢s poderoso de nuestro tiempo, la televisi¨®n, como bien se ve ahora en Espa?a, es centro. de las m¨¢s fuertes codicias pol¨ªticas, econ¨®micas y sociales. Soci¨®logos, psic¨®logos y expertos en comunicaci¨®n han multiplicado sus an¨¢lisis sobre los efectos entre la imagen de la pantalla y la del espectador que, en apariencia, asiste pasivamente a ella. La acci¨®n nociva o virtuosa de la televisi¨®n, sus usos alternativos, pero finalmente su capacidad para cambiar la misma idea que la humanidad ha tenido de s¨ª misma una vez que se ha contemplado global y simult¨¢neamente en ella, forman en buena parte el n¨²cleo del debate internacional que hoy ofrecemos.
El tedio del monopolio
La televisi¨®n, como todo lo que desde hace, siglo y medio propicia la participaci¨®n de las masas en la vida p¨²blica, suscita dos clases de temores: el primero se refiere a los efectos de la masificaci¨®n, Una sociedad organizada, estructurada, rica por su diversidad, si carece del arraigo de sus miembros pasa a convertirse en una sociedad descaracterizada. La cultura m¨¢s simple destierra a las obras de calidad y la violencia reemplaza al estilo, como sustituye la jerga al lenguaje hermoso. Cr¨ªtica esta en buena parte reaccionaria, que se cuida bien de no interrogarse sobre la cultura a que ten¨ªan acceso los no privilegiados. Porque ser¨ªa m¨¢s honesto, a este prop¨®sito, evocar el aislamiento, el tedio y la dependencia en los que ha vivido la mayor¨ªa de la poblaci¨®n, y sobre todo a partir del momento en que la industrializaci¨®n y la urbanizaci¨®n vinieron a conmover los cimientos de sociedades con un ritmo de evoluci¨®n m¨¢s lento. Y cr¨ªtica falsa tambi¨¦n, pues todas las observaciones demuestran que la televisi¨®n y los dem¨¢s medios de comunicaci¨®n de masas constituyen verdaderamente un ¨¢mbito general de cultura. No es verdad que los m¨¢s ricos o los m¨¢s cultos los rechacen: cuando la televisi¨®n muestra un acontecimiento dram¨¢tico y lejano o permite escuchar una orquesta de gran calidad, ?c¨®mo negar su aportaci¨®n positiva?Las cr¨ªticas reaccionarias no tienen fuerza propia, y si adquieren alguna es ampar¨¢ndose en el otro temor o cr¨ªtica mucho m¨¢s s¨®lido, basadas en las primeras inquietudes sobre la sociedad de masas, que manifestaba, por ejemplo, Tocqueville. Es decir, en esa modificaci¨®n que suprime los c¨ªrculos y los cuerpos intermediarios para dar todo el poder a un Estado absoluto.
Nuestro siglo no est¨¢ dominado por los efectos perniciosos del consumo de masas, sino por los horrores cometidos por los Estados totalitarios. E incluso Estados no totalitarios ejercen una peligrosa presi¨®n sobre los esp¨ªritus dirigiendo los medios de comunicaci¨®n de masas. ?Qu¨¦ pa¨ªs que se considere democr¨¢tico podr¨ªa ofrecer hoy un diario ¨²nico, publicado por el Gobierno, si bien amenizado con p¨¢ginas locales y fotos espectaculares? Tal es, sin embargo, muy a menudo, la situaci¨®n de la televisi¨®n. Se admite f¨¢cilmente que un instrumento tan poderoso no se deje en manos de las potencias econ¨®micas, pero es tambi¨¦n inaceptable que sea propiedad exclusiva del Estado.
Pero si se elimina este peligro fundamental, mucho m¨¢s grave que todos los otros, queda todav¨ªa el problema propio de todos los medios de comunicaci¨®n de masas no sometidos cotidianamente al juicio del mercado. Porque, ?c¨®mo establecer la correspondencia entre la oferta y la demanda de informaci¨®n o de diversi¨®n? ?C¨®mo evitar que la televisi¨®n sea tolerada solamente por indiferencia o placer ef¨ªmero, peligro mucho m¨¢s real de lo que se cree?
Recordemos que los efectos de la televisi¨®n sobre las opiniones pol¨ªticas, por ejemplo, son muy d¨¦biles cuando un partido pol¨ªtico no tiene el monopolio de la emisi¨®n. Para que sus efectos lleguen a ser importantes es necesario que los mensajes televisados sean retomados por peque?os grupos lo que se corresponde con la pr¨¢ctica de los grandes movimientos de opini¨®n, los partidos de masa o las iglesias, que se apoyan siempre en grupos de base para transmitir los mensajes emitidos desde el centro. Esta observaci¨®n de los soci¨®logos (Lazarsfeld ha hablado de efectos en dos etapas) nos descubre el problema central de la televisi¨®n: la televisi¨®n es efectiva en tanto que da expresi¨®n a grupos o a movimientos colectivos reales y, paralelamente, en cuanto se dirige a p¨²blicos especializados. Una televisi¨®n que conciba a su p¨²blico como una masa indiferenciada tendr¨¢ poca influencia, a menos, repit¨¢moslo, que cuente con todo el poder del Estado. En todos los pa¨ªses occidentales el ¨¦xito de la Prensa se centra en las publicaciones especializadas: publicaciones para las mujeres, para los aficionados al jard¨ªn, a la vela, a la moto, al autom¨®vil, al esqu¨ª, a los viajes, etc¨¦tera. Igualmente, la televisi¨®n por cable se fuerza tambi¨¦n en dirigirse a p¨²blicos locales o especializados. Ma?ana, el magnetoscopio y el videocasete o el videodisco; pasado ma?ana, los sistemas inform¨¢ticos bidireccionales desarrollar¨¢n a¨²n m¨¢s la especializaci¨®n de los p¨²blicos y de los programas. Ya se puede imaginar que un d¨ªa cercano muchos de nosotros recibiremos en casa, sobre una gran pantalla, un diario que tendr¨¢ para unos veinte p¨¢ginas de deportes; para otros, veinte p¨¢ginas de an¨¢lisis econ¨®micos, y para otros, veinte p¨¢ginas de informaci¨®n de libros y exposiciones.
Es importante subrayar que la televisi¨®n no es de por s¨ª viva. Es decir, la televisi¨®n no es capaz de modificar las aptitudes, las opiniones y los comportamientos activos, a menos que presente una vida social y cultural no masificada, es decir, llena de iniciativas, de movimientos y de debates. Existe un gran peligro de destrucci¨®n tanto para una televisi¨®n masificada e indiferente (excepto cuando sirve im¨¢genes dram¨¢ticas que suscitan la compasi¨®n, la admiraci¨®n, el miedo o el horror) como para una televisi¨®n de grupos o asociaciones que, al ser rechazadas por la opini¨®n general, se cierran en un c¨ªrculo estrecho de aficionados o de especialistas. La Prensa es viva cuando da la palabra a los sindicatos y a los empresarios, a los artistas o a los intelectuales; cuando ofrece reportajes sobre un barrio, un pa¨ªs, una poblaci¨®n y, sobre todo, si lleva a cabo campa?as de opini¨®n. Esto puede aplicarse tambi¨¦n a la televisi¨®n.
Se puede elegir entre tres tipos de televisi¨®n: la que est¨¢ al servicio del Estado, que se atiende para informarse sobre las intenciones de este Estado y que no alcanza credibilidad. Al margen de ella, y contra ella, pululan las historias divertidas, los rumores, las informaciones verbales. Una segunda televisi¨®n es la masiva y neutra, la que puede disponer de un monopolio del cual no abusa: ¨¦sta es a la vez omnipresente y poco influyente. Y finalmente se encuentra la televisi¨®n no monopolista y que goza de la mayor independencia frente al Estado. Esta ¨²ltima televisi¨®n, sometida a un tipo u otro de competencia, se dirige activamente a p¨²blicos particulares y trata de adaptarse a los cambios de sensibilidades e ideas. Dentro de poco, los sat¨¦lites permitir¨¢n a la mayor¨ªa de la poblaci¨®n europea recibir un gran n¨²mero de programas procedentes de diversos territorios nacionales. Tal vez los Estados se pongan de acuerdo para hacer reinar por todas partes el mismo tipo de televisi¨®n, controlada estatalmente, aceptable para todos, neutra y sin efectos importantes; tal vez tambi¨¦n nosotros saldremos de la infancia de la televisi¨®n y lleguemos al fin a verla desempe?ar un papel comparable al que conquist¨® la Prensa y al papel que busca actualmente la radio, obligada, por la potencia de la televisi¨®n, a un contacto m¨¢s directo con sus oyentes.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.