Los argentinos aqu¨ª
Antes nos identificaban, fundamentalmente, con extensas praderas, numerosas vacas, los Chalchaleros y el enigma del peronismo.Esos signos primeros de identidad argentina en Espa?a han ido quedando atr¨¢s. Fueron desplazados, en cierta medida, por el folklorismo grotesco y sangriento de Isabel Per¨®n, la represi¨®n c¨ªnica de Videla/Viola, los desaparecidos y, m¨¢s cercanos en el espacio, los refugiados y los inmigrantes econ¨®micos (aunque muchas veces es dif¨ªcil trazar una exacta l¨ªnea divisoria entre ambos grupos). Pero en los ¨²ltimos tiempos estos datos se van difuminando, los recuerda cada vez menos gente -ni vacas, ni pampas, ni peronistas-, y estamos siendo s¨®lo los argentinos, significante m¨¢s breve pero contundente que se asocia con pedanter¨ªa, aires de superioridad, movidas de piso a quien sea para conseguir un puesto de trabajo, justificar cualquier acci¨®n con el pasado dram¨¢tico y militante, abultadas cuentas telef¨®nicas sin pagar, psicoanalizados psicoanalizadores insaciables.
Complicado desaf¨ªo buscar la objetividad en este tema sin caer en la defensa pavloviana de los indiscutibles-valores-nacionales, y eludir, a la vez, la tentaci¨®n de presentarse como un personaje sin pertenencias nacionales; argentino en Europa que reniega de sus or¨ªgenes, que ve con distancia paternal las vacas, los dictadores y el torturante subdesarrollo, intentando dar una imagen de periodista mundano, diluyendo las contradicciones del exilio en un planetarismo a lo Mcluham, una especie, en fin, de S¨¢nchez Drag¨® en clave de tango. Sin embargo, creo que no es necesaria la defensa apasionada ni la autoexaltaci¨®n personal di ferenciadora y cretina si aplicamos la raz¨®n. Porque donde empiezan los matices se acaban los nacionalismos. Mi idea es que los argentinos, as¨ª, en abstractb, como f¨®rmula globalizadora, no existen m¨¢s que en los documen tos nacionales de identidad. Como no existen los espa?oles ni los jud¨ªos. La cuesti¨®n es tan ob via que da verg¨¹enza recordarla: hay caracter¨ªsticas hist¨®ricas, culturales que configuran especificidades de determinados grupos sociales; especificidades que, no sin cierta reticencia, podemos denominar nacionales. Es absurdo, por otra parte, plantear la utop¨ªa de chinos id¨¦nticos a gallegos, pero de all¨ª a creer que todos los alemanes son duros y violentos, que todos los ingleses toman el t¨¦ a las cinco, que a todos los espa?oles les apasionan los toros, o que todos los argentinos son estafadores sofisticados, lacanianos sin diplomas y pedantes consumados, hay una distancia considerable.
Creo que hay una buena cantidad de argentinos que son insoportables. Compatriotas, como se suele decir, que no asumen haber cambiado o tenido que cambiar de pa¨ªs. Que contin¨²an viviendo en un pasado cada vez m¨¢s m¨ªtico -el all¨¢- y que sirve de eje referencial al cual adorar y en el cual apoyarse para no insertarse en la sociedad espa?ola y, a la vez, sentirse justificados en despreciar este pa¨ªs y autolegitimarse en actuaciones impresentables. Las razones que llevan a muchos a esta posici¨®n son diversas: en el caso de los refugiados es el l¨®gico rechazo que produce haberse visto compulsivamente alejados de su contexto social. El exiliado es un personaje en conflicto, y muchos espa?oles lo saben por experiencia propia. Adem¨¢s, y esto es aplicable a refugiados e inmigrantes econ¨®micos en estado puro, que la mayor¨ªa de los argentinos en Espa?a pertenecen a la pequena burgues¨ªa; son tercera o cuarta generaci¨®n de la inmigraci¨®n espa?ola, italiana y de otros pa¨ªses que entre los siglos XIX y XX impulsaron a sus trabajadores poco calificados hacia Am¨¦rica para desembarazarse de tensiones sociales. Complejo proceso que vino a dar, como uno de sus resultados menos espectaculares y a m¨¢s largo plazo, que estos nietos y bisnietos regresen ahora a las tierras de sus antecesores teniendo que hacer continuas reafirmaciones de nacionalismo, de argentinidad. O sea: subrayando que Argentina, pese a ser un pa¨ªs relativamente nuevo, en el que a principios de este siglo la mitad de la poblaci¨®n era extran-
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jera, ha logrado adquirir rasgos de "personalidad propia".
Intuyo que este regreso enfrenta con un pasado que no se vive memorable. La peque?a burgues¨ªa vive fascinada por el mito de la movilidad social, y a ese nieto o bisnieto estudiante o profesional que tuvo un abuelo campesino inmigrante le encantar¨ªa invocar pr¨®ceres, pero no parientes pobres, Entonces comienza el pesado discurso: venimos a Espa?a despu¨¦s de una derrota pol¨ªtica, pero damos clase sobre c¨®mo deber¨ªa haber sido la transici¨®n; las espa?olas son guapas, pero, bueno, como, las argentinas no hay; aqu¨ª no saben lo que es la buena carne; los obreros est¨¢n aburguesados, y no conocen el dulce de leche. Siguiendo en esa l¨ªnea de continuidad he visto argentinos explicando que el franquismo en comparaci¨®n con la dictadura de Videla fue,un juego de ni?os. Porque nosostros somos siempre m¨¢s y mejor, inclusive en el horror (y acentuado si somos porte?os y no del interior de Argentina).
Y como los espa?oles tampoco son todos los espa?oles, est¨¢n los que matizan, los que m¨¢s all¨¢ de la pronunciaci¨®n rara de las palabras o la presentaci¨®n del pasaporte en vez del DNI se arriesgan a confiar en unos argentinos y rechazar a los que abusan de la solidaridad. Son amigos, establecen relaciones sim¨¦tricas, otorgan cartas de confianza. Y est¨¢n los otros, muchos disfrazados de progresistas, que ante la crisis econ¨®mica y pol¨ªtica espa?ola no duda? en buscar chivos expiatorios y transforman a todos los argentinos en nuevos jud¨ªos, miembros de una resucitada invasi¨®n ¨¢rabe, gitanos encubiertos, y sacan a relucir su racismo y anacr¨®nica hispanidad, convirtiendo autom¨¢ticamente a todo argentino -y latinoamericano- en un ladr¨®n, secuestrador de futbolistas, terrorista y violador de la lengua espa?ola.
Ambas partes tienen de qu¨¦ quejarse. Por ejemplo, las Cortes retrasan qui¨¦n sabe para cu¨¢ndo la ley de Asilo; existe un mercado negro de mano de obra extranjera, y m uchos argentinos estafan apelando a la solidaridad. De acuerdo. Pero m¨¢s all¨¢ del tango o la jota aragonesa, de la n¨ªldre patria, los hijos malditos, los Gobiernos ineficientes, hay una sola v¨ªa que permitir¨¢ esta convivencia -que corre el riesgo de ser desafortunada- entre algunos argentinos y muchos espa?oles: la de la ¨¦tica y la dignidad, dejando de lado, para empezar, principios chovinistas, vengan de este lado o de aquel del Atl¨¢ntico.
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