El riesgo de la escritura
En el principio fue la palabra, el lenguaje oral. Durante cientos de miles de a?os nuestra especie humana se comunic¨® con gritos, se?as, gestos, y mucho despu¨¦s, con vocablos que conten¨ªan un n¨²cleo definido de pensamiento racional. En Occidente los primeros pasos de la civilizaci¨®n escrita aparecen en el siglo VIII antes de Cristo. Eric Havelock ha explicado en un l¨²cido ensayo el paso del alfabeto fenicio, con un silabario consonante, al alfabeto griego, que introdujo la vocal junto al consonante, combin¨¢ndola. "Fue", escribe, "una revoluci¨®n comparable a la del descubrimiento del n¨²mero cero realizada por los indios y los ¨¢rabes, y que puso en marcha el inmenso proceso mental de la matem¨¢tica".La civilizaci¨®n escrita se va estableciendo poco a poco en Grecia, coexistiendo durante mucho tiempo con la cultura de los sistemas orales. El uso peyorativo que hacemos en la era moderna del t¨¦rmino analfabetismo no debe hacernos olvidar el hecho de que la humanidad vivi¨® en el ¨¢mbito de las culturas verbales sin escritura durante centenares de siglos. En la misma Grecia, cuando ya la civilizaci¨®n escrita hab¨ªa asentado su predominio cultural, la noci¨®n iletrado o agrammatos, de desconocedor del sistema alfab¨¦tico, no ten¨ªa sentido discriminador o inferiorizante. Roma tom¨® del griego las bases de la civilizaci¨®n escrita y la transmiti¨® a los pueblos de su imperio europeo. Havelock subraya la condici¨®n gen¨¦tica sustancial del hombre como sujeto de expresi¨®n oral a trav¨¦s de la boca, lengua y laringe, y llama "accidente hist¨®rico reciente" a la aparici¨®n de la civilizaci¨®n escrita, es decir, del hombre que lee y escribe.
El invento griego modific¨® a largo plazo el contenido del esp¨ªritu humano, y la aparici¨®n de los caracteres movibles con la imprenta y la racionalizaci¨®n de las letras llevada a cabo por el impresor Aldo Manvce, en el siglo XVI, introduciendo el tipo carolino en la imprenta, desencaden¨® el incontenible torrente de la universalidad de la civilizaci¨®n escrita en la que vivimos, pensamos y actuamos hoy d¨ªa.
Algo m¨¢gico qued¨® prendido en la letra escrita. Un elemento de misteriosa atracci¨®n que le confiere una secreta fuerza frente a la palabra. Se observa esa cualidad a lo largo de la historia de la civilizaci¨®n escrita. Los dogmas de las tres grandes religiones se condensan en libros. La Escritura es por antonomasia uno de ellos. El Cor¨¢n es otro. Mahoma era iletrado total. Su cultura teol¨®gica estaba aprendida de retazos o¨ªdos a viajeros llegados de la Meca y de Jerusal¨¦n y de las inspiraciones reveladas. Sin embargo, este libro prof¨¦tico sirvi¨® de pretexto a la destrucci¨®n de la biblioteca de Alejandr¨ªa como perniciosa colecci¨®n de textos escritos, que por ajenos al c¨®digo de la verdad mahometana merec¨ªan ser destru¨ªdos.
La persecuci¨®n de los fanatismos en las guerras de religi¨®n de Europa se ilumin¨® durante siglos con los resplandores de las hogueras de los libros prohibidos. Las inquisiciones de toda suerte quemaban los folios escritos con la sa?a, la santa furia de quien ve¨ªa en los signos de la escritura un s¨ªmbolo en clave de los pensamientos heterodoxos.
Estamos terminando el siglo XX y hemos visto y contemplado en ¨¦l las piras humeantes de libros abrasados en Alemania, en Italia, en Chile, en Ir¨¢n, en tantos lugares, como si el pensamiento del hombre pudiera ser destruido al consumirse en la hoguera los signos de su comunicaci¨®n gr¨¢fica, convirti¨¦ndose en ceniza. Es curioso e inquietante ese desaforado temor que inspira la letra escrita a los sistemas cerrados y desp¨®ticos. Al advenir la Revoluci¨®n Francesa, por ejemplo, hubo una general reacci¨®n conservadora en muchas cortes europeas, incluida la de Carlos IV. Creo que fue Floridablanca el que decret¨® la aduana ideol¨®gica en el Pirineo, prohibiendo la entrada de la biblia de la Ilustraci¨®n, es decir, la Enciclopedia francesa. Se impermeabiliz¨® la frontera para evitar la poluci¨®n doctrina? de los derechos del hombre. Y a poco se organiz¨®, como es de rigor, un tr¨¢fico clandestino de los gruesos tomos que tra¨ªan de contrabando los discursos filos¨®ficos de D'Alembert y Diderot al r¨ªtmico tranco de las s¨®lidas mulas pirenaicas. Tambi¨¦n en la Am¨¦rica espa?ola se introduc¨ªan los librotes volterianos con astucias comerciales como explic¨® Ram¨®n de Basterra en su delicioso estudio sobre los Nav¨ªos de la Ilustraci¨®n. Llevaban en su vientre los paquetes de La Guaira que sal¨ªan de Bilbao y Pasajes, la escritura prohibida con destino a las tertulias de los caballeritos de Caracas, de Cartagena de Indias o de Veracruz, liberales e independentistas, y volv¨ªan con la sabrosa carga del cacao chocolatero que aromaba las camillas de los can¨®nigos de C¨¢diz o de Salamanca con sus tazas humeantes y los vasos con azucarillo.
El escritor arriesga por el mero hecho de convertir la iniciativa mental en p¨¢ginas impresas mucho m¨¢s que el que habla o expone verbalmente las mismas cosas. La libertad de expresi¨®n es fundamentalmente la libertad de escribir. Stendhal dec¨ªa que era casi imposible escribir bien sin evocar, aunque sea indirectamente, algunas verdades que ofenden mortalmente al poder. Ese es quiz¨¢ el motivo del profundo recelo que despierta la letra escrita. Hay dos medidas distintas para calibrar los excesos del lenguaje verbal y los t¨¦rminos de la lengua escrita. Lo hablado se evapora y queda en vago testimonio. Al que escribe y publica se le tiene, en cambio, atrapado por los signos Impresos de su opini¨®n. El triunfo del escritor es lograr que ley¨¦ndolo piensen todos los lectores que puedan hacerlo. Pero es tambi¨¦n el riesgo de la aventura de escribir. La funesta man¨ªa de discurrir por cuenta propia es mirada con sospecha perenne por todos los establecimientos de la sociedad humana. Y como escribi¨® Marcel Proust: "Las novedades en pol¨ªtica excitan el horror de los establecidos hasta que son asimiladas y rodeadas de elementos tranquiliz adores".
El "intelectual nefasto" -se dec¨ªa no hace muchos a?os en las esferas oficiales de nuestro pa¨ªs-, como si esas dos palabras fueran de complementaria evidencia. La actual marea del fundamentalismo isl¨¢mico, que amenaza con socavar muchas estructuras de poder de la naci¨®n ¨¢rabe, es tambi¨¦n, por definici¨®n, hostil al libre pensamiento escrito, por entender que entre sus p¨¢ginas anida invisible el esp¨ªritu de Satan¨¢s. Y ?qu¨¦ decir del p¨¢nico de los mandos del dogmatismo sovi¨¦tico hacia los inevitables brotes de libertad de expresi¨®n que en la sociedad rusa, en evoluci¨®n, de nuestros d¨ªas se producen?.
El desviacion¨ªsmo y la contrarrevoluci¨®n son los t¨¦rminos en que esta arcaica iglesia condena a los que piensan y escriben por libre. Y ni siquiera en el campo de la investigaci¨®n y de la ciencia cabe escapar a la vigilante lupa de estos torquemadas del colectivismo.
Lo escrito lleva consigo un riesgo y una responsabilidad que la civilizaci¨®n hablada no comportaba. Es un mensaje a los dem¨¢s hombres que queda proclamada en comunicaci¨®n perenne. Y hay una silenciosa solidaridad entre todos los que usan la pluma con libertad, para defenderse de los recelos y de los agravios de quienes prefieren la mordaza a la cr¨ªtica, y el estr¨¦pito adulator¨ªo que aturde, a la reflexi¨®n que ennoblece.
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