Los ciegos
Los ciegos, los ciegos, ahora son los ciegos, un culto ciego belga, que quiere pasar al m¨¦todo Braylle mi libro Memorias de un ni?o de derechas para que lo lean todos los ciegos belgas y franceses, todos los ciegos que leen franc¨¦s en el mundo, los ciegos, ah los ciegos, la media humanidad en sombra, abor¨ªgenes del privilegio de lo negro, ind¨ªgenas del oro de la nada, los ciegos, mis fin¨ªsimos ciegos sutil¨ªsimos, porque ?mis l¨ªmites son mi riqueza?, y el hombre limitado por la luz o la sombra enriquece hasta el virtuosismo (en todo ciego hay un virtuoso de algo, con frecuencia de la m¨²sica) los dem¨¢s sentidos, y no s¨®lo los dem¨¢s sentidos, sino esos otros sentidos, inc¨®gnitos y pr¨®ximos, de que nos habla ya la biolog¨ªa: hombre de tres cerebros, el hombre (seg¨²n recopila Koestier, el reptil, el primitivo y el superior), c¨®mo no va a ver mundos y trasmundos al alcance del ciego, de los ciegos.El otro d¨ªa he hablado aqu¨ª de escribir para los analfabetos, que es la ¨²nica marca que debe marcarse el escritor. Y ah¨ª est¨¢n los ciegos, analfabetos cult¨ªsimos, analfabetos respecto del alfabeto del d¨ªa, pero que leen en todo lo dem¨¢s con el o¨ªdo, las puntas de los dedos, la memoria, el cuerpo entero. Se ha hecho a veces, entre nosotros, la dramaturgia de los ciegos, la explotaci¨®n sentimental o social de ciego. S¨®lo quiero recordar al maestro Rodr¨ªguez-Albert, sombra polvorienta de los caf¨¦s madrile?os republicano, pobre y digno, dandde su ceguera, que se quejaba mucho, lleno de reproches, de alguno correligionarios que hab¨ªan metaforizado la ceguera a efecto ¨¦tico/est¨¦tico, pero le hab¨ªan restado su calderilla m¨²sica al buen ciego.
SABATO
Rodr¨ªguez-Albert, ay tu bast¨®n de plata, nada pretencioso al que te acog¨ªas como riqueza ¨²ltima y contacto primero de un m¨¢s all¨¢ con luz, de un m¨¢s all¨¢ con oro, que s¨®lo el invidente abre los ojos, un d¨ªa, en alguna parte. No hagamos el sentimentalismo de ciego, que a ellos les molesta y con raz¨®n, que es demasiado f¨¢cil y es mentira, pues se ha hablado de Homero, ciego y genio, cuando Homero fueron varias generaciones de aedas griegos. No hagamos nuestro informe. sobre ciegos siempre entre la ambig¨¹edad de S¨¢bato o la eticidad de otros. Digamos solamente que a lo m¨¢s que puede llegar un escritor como yo que se deja los ojos en la prosa, cada d¨ªa, es a entrar en el reino de los ciegos, a que lo lean los ciegos, los analfabetos y los pobres, las tres especies puras, las tres razas celestes que nos rondan. Lo dem¨¢s es marketing y Ateneo.
Habla Luis Mart¨ªn-Santos, en Tiempo de silencio, de los ciegos:
-?Qui¨¦n ha echado todos los ciegos de Madrid a la calle, en e d¨ªa m¨¢s crudo del a?o?
Algo as¨ª se preguntaba el gran escritor, que pasar¨ªa en seguida a la ceguera doble de la muerte y la gloria. ?Y qu¨¦ han podido encontrar los ciegos, qu¨¦ van a encontrar en mi libro, qu¨¦ Memorias en su desmemoria, qu¨¦ ni?o de derechas ni de izquierdas, ellos, que son de partido de Milton, quienes nos juzgan siempre entre la sombra? Nadie sino los ciegos nos ven tan claramente en nuestra usura de tiempo, de fama, de dinero. Cuando se escribe, en fin, con el coraz¨®n ciego de veracidad, acaban ley¨¦ndole a uno los ciegos, en su franc¨¦s y su Braylle, que a un invidente s¨®lo puede interesarle lo que est¨¢ escrito con videncia, no con el mero oficio o la rutina.
Los analfabetos, ciegos para la luz fenicia de. lo que uno dice, ciegos para la luz de la gram¨¢tica, tambi¨¦n lo leen a uno.
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