Noticias y rumores
Resulta obvio que una de las maneras m¨¢s elementales de difundir un rumor es desmentirlo. Por eso es de imaginar la confusi¨®n del Gobierno a la hora de decidir dar ese ment¨ªs o no a los bulos que recorrieron ayer toda Espa?a -y de manera especial las provincias vascas- sobre la inminencia de una nueva intentona militar. Resulta igualmente obvio que si alguien sigue en el empe?o de derribar al r¨¦gimen por la fuerza de las armas no abandonar¨¢ tampoco la de la palabra: el rumor detectado ayer, por eso, no puede ser gratuito. M¨¢s bien parece creado y difundido desde las propias oficinas del golpismo. Est¨¢ fabricado sobre el convencimiento de que este pa¨ªs no descansar¨¢ tranquilo hasta ver tras los barrotes cumplir condena a los culpables del 23-F. Est¨¢ instrumentado sobre el envalentonamiento de la extrema derecha, el veneno de sus publicaciones, la audacia de sus complicidades, la pasividad frente a sus provocaciones.El Libro de estilo de EL PAIS, norma por la que se rigen los comportamientos informativos de este peri¨®dico, dice que los rumores no son noticia. El de ayer tampoco lo ha de ser para nosotros. No existen condiciones objetivas ni motivaciones de ninguna especie que no sea la ambici¨®n de unos pocos, su culto a la violencia, su ¨¢nimo ignorante o criminal, para que se repita la aventura insensata del 23 de febrero pasado. Si se repitiera, est¨¢ condenada al mismo y estent¨®reo fracaso. Este pa¨ªs tiene derecho a tener miedo y memoria hist¨®rica para justificarlo. Se equivocan, sin embargo, los fabricantes de rumores si piensan que el miedo es lo ¨²nico que encontrar¨¢n delante.
Pero ser¨ªa injusto tambi¨¦n no reconocer la necesidad de devolver la confianza a algunos sectores de nuestra sociedad. A esos mismos sectores, a todos los ciudadanos preocupados lo mismo por los bulos que por la realidad de los problemas que aquejan a nuestra convivencia, es preciso incitarles a la solidaridad activa y a la normalidad c¨ªvica. Porque el ¨²nico s¨ªntoma de inestabilidad real en nuestra pol¨ªtica, la ¨²nica enfermedad social que padecemos, inencontrable en el resto de los pa¨ªses democr¨¢ticos de Occidente a los que hemos sido homologados en el uso consciente y ordenado de las libertades, son precisamente esos residuos autocr¨¢ticos que todav¨ªa es posible encontrar en los or¨ªgenes de rumores como el de ayer. El Estado y el Gobierno de la naci¨®n tienen hoy la fuerza y la legitimidad necesaria para hacer uso de ella, y el apoyo moral y real de la opini¨®n p¨²blica, ya bastante hastiada de que un pu?ado de matones est¨¦ tratando siempre de poner al borde del v¨¦rtigo la normalidad pac¨ªfica de nuestra convivencia.
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