Festival de terror

Sobre muertos vivientes se ha escrito y filmado mucho ¨²ltimamente, dentro y fuera de Espa?a. Los cert¨¢menes destinados a elegir la historia que en grado mayor atemorice al p¨²blico son buena muestra de ello, tanto como la selecci¨®n que actualmente nos ofrece la pantalla casera, o la misma radio, a altas horas de la noche. Como se sabe, los temores cumplidos a breve plazo siempre sirven para olvidar los que a menudo la realidad nos ofrece, mucho m¨¢s insistentes y cercanos. Sin embargo, este g¨¦nero, un tanto brillante anta?o, a la sombra de Frankestein o Dr¨¢cula, se repite como el cine en general de modo insistente, parece que los vivos hubieran definitivamente contagiado a un mundo eternamente poblado de terrores. Sus creadores, m¨¢s que atender a la fantas¨ªa, al humor o a la imaginaci¨®n, como en el caso de Polansky, prefieren hoy jugar la baza del sadismo o los efectos especiales. Tal es el caso de estos muertos recientes, que a ratos caen en detalles pueriles, junto a momentos conseguidos, sobre todo en las primeras secuencias o en el final inesperado, como mandan los c¨¢nones.La ra¨ªz de su tono menor estriba no en el asunto en s¨ª, que, como sucede en estos casos, es preciso aceptar de antemano para entrar en el juego, sino en la monoton¨ªa que supone tal amontonamiento de cad¨¢veres. La verdad es que la idea matriz se queda corta, se intenta salvar con exhibiciones m¨¢s o menos macabras, que a la larga resultan excesivas, a pesar de que el relato t¨¦cnicamente resulte realizado de modo brillante. La gris fotograf¨ªa, el pueblo donde la acci¨®n sucede, m¨¢s amenazador de d¨ªa que de noche, son las bazas mejores de una aventura que con un gui¨®n menos confuso y m¨¢s ajustado hubiera alcanzado un nivel m¨¢s conseguido y alto.