El camino de Roma

Ning¨²n escritor tan amigo del esc¨¢ndalo dentro de la reciente literatura italiana como Curzio Suckert, alias Malaparte. A medias entre la narrativa, la pol¨ªtica y el periodismo, su af¨¢n de protagonismo he servido de modelo para una serie de disc¨ªpulos dentro y fuera de Italia. Dedicados a llamar la atenci¨®n de una incipiente burgues¨ªa sin memoria hist¨®rica ni grandes exigencias culturales, su obra pas¨®, del fascismo a la democracia con la facilidad de aquellos que s¨®lo creen en sus propios beneficios, en su grafoman¨ªa como seguro pasaporte al umbral de la fama.A?os m¨¢s tarde, en nuestros d¨ªas, ninguna directora o director de cine ha hecho gala de una necesidad parecida como Liliana Cavani. Es raro que uno y otra hayan tardado tanto en encontrarse, aunque sea m¨¢s all¨¢ de la muerte, de la que tanto gustan los dos servirse para sus discursos maniqueos. Ambos se llevan bien. A la realizadora s¨®lo le falta meter los dedos en los ojos de los espectadores para llegar al l¨ªmite de su capacidad de asombro. Todo lo dem¨¢s est¨¢ en su filme, justificado como siempre con la necesidad de mostrar la guerra en su crudeza, pero ofrecido como mercanc¨ªa de segunda o tercera mano. Casi todo es imp¨²dico y falso en esta historia, desde su pretendido punto de vista humanitario hasta ese Mastroianni rid¨ªculo, desde las escenas de amor puro hasta las prostitutas huyendo de la lava del Vesubio. En esta ensalada napolitana para italianos de paladar anglosaj¨®n no falta un s¨®lo t¨®pico. Es una historia que llega tarde y mal, tal como anduvo en Cannes, fuera de lugar, no s¨®lo en su oportunidad, sino en sus propias im¨¢genes. La verdad es que desde sus primeros fotogramas, resulta dif¨ªcil olvidar el recuerdo de Paisa, pero todo lo que en el filme de Rosellini era dolor, verdad y hasta belleza pl¨¢stica, la Cavani lo convierte en una aventura de guerra con olor a spaghetti, como los westerns de hace a?os, sus h¨¦roes fingidos y su abundancia de v¨ªsceras al aire, cuando no de sangre derramada.