La paz perpetua
"S¨®lo hay una manera de entender ese derecho a la guerra: es muy justo y leg¨ªtimo que quienes piensan de ese modo se destrocen unos a otros y vayan a buscar la paz perpetua en el seno de la tierra, en la tumba, que con su manto f¨²nebre tapa y cubre los horrores v los causantes de la violencia" (Kant. La paz perpetua).
En 1795 apareci¨® en K?nigsber un libro con un hermoso t¨ªtulo: La paz perpetua. En el pr¨®logo escribe Kant: "A la paz perpetua. Esta inscripci¨®n sat¨ªrica que un hostelero holand¨¦s hab¨ªa puesto a la puerta de su casa, y sobre una pintura que representaba un cementerio, ?estaba dedicada a todos los hombres en general, o especialmente a los gobernantes, nunca hartos de guerras, o bien quiz¨¢ s¨®lo a los fil¨®sofos, entretenidos en so?ar el dulce sue?o de la paz? Quedese sin respuesta esta pregunta... El autor de estas l¨ªneas hace constar que el pol¨ªtico pr¨¢ctico acostumbra a desde?ar, orgulloso, al te¨®rico, consider¨¢ndole como un pedante inofensivo, cuyas ideas, desprovistas de toda realidad, no pueden ser peligrosas para el Estado, que debe dirigirse por principios fundados en la experiencia".
Despu¨¦s de las luminosas p¨¢ginas de La paz perpetua vinieron, como sabemos, guerras, violencia, muerte sobre Europa. Los llamados pol¨ªticos pr¨¢cticos, los due?os del realismo, de los pactos, del oportunism, o de la supuesta sensatez, siguieron tejiendo los hilos que conduc¨ªan peri¨®dica y, al parecer, inevitablemente, a sucesivas cat¨¢strofes. Las p¨¢ginas del pr¨®logo a La paz perpetua alud¨ªan, sin embargo, a un problema: a la oposici¨®n latente entre el mundo del pensamiento, de las ideas sobre la justicia, la solidaridad, y, ese otro mundo de la realidad que, controlado por los administradores de la vida p¨²blica, contradice con la violencia y la guerra la aparente utop¨ªa ideal. Pero este supuesto realismo est¨¢ lleno de claudicaciones y enga?os. Impone la l¨®gica de una raz¨®n miserable, que funciona ¨²nicamente sustentando su dominio en la solapada violencia que, hoy m¨¢s que nunca, se ejerce sobre la mente y sobre la capacidad de f¨®rmular juicios independientes y, veraces. Este es uno de los puntos capitales en la estructura del mundo contempor¨¢neo. El individuo, mal nutrido intelectualmente, sometido a las im¨¢genes deformadas y destructoras que manejan frecuentemente los llamados medios de comunicaci¨®n, est¨¢ indefenso ante las decisiones de esos medios y ante los due?os de la palabra, de las ideolog¨ªas y, en consecuencia, ante los se?ores de las armas.
El problema consiste en que esa costra de violencia y opresi¨®n, m¨¢s o menos atente, debido a la facilidad de comunicaciones, a lo inmediato y pr¨®ximo que, por ello, se ha hecho el mundo, se ha convertido en el verdadero campo de operaciones para decidir el destino, humano. Todo lo que pretende salirse fuera de esta capa, que solidifica la presi¨®n del poder y de los intereses econ¨®micos, queda relegado al "mundo de la utop¨ªa". Y, sin embargo, los pol¨ªticos de la realidad, no es la realidad lo que atisban. Por eso cuando que justificar con argumentos sus decisiones, apenas encuentran otras razones que las que descansan, en la desnutrida mentalidad de sus conciudadanos y en el tejido social convertido en una enfermiza red de presiones voraces y de compromisos insolidarios. Kant comenta as¨ª esa doble faz de los pol¨ªticos: " Los pol¨ªticos que sostienen que la naturaleza humana no es capaz de realizar el bien prescrito por el ideal de la raz¨®n son Ios que, en realidad, perpet¨²an la injuria a la justicia y hacen imposible toda mejora y, progreso. Estos h¨¢biles pol¨ªticos se ufanan de poseer una ciencia pr¨¢ctica; pero lo que tienen es la t¨¦cnica de los negocios, y teniendo en sus manos el poder que por ahora domina, est¨¢n dispuestos a no olvidar su propio provecho y a sacrificar al pueblo y, si es posible, al mundo entero.
Despu¨¦s de doscientos a?os de haber sido escritas estas palabras, debemos resistirnos a creer en el tajante y duro diagn¨®stico kantiano. Porque si, efectivamente fuera cierto, estar¨ªamos en la obligaci¨®n moral de revelarnos decididamente contra esa concepci¨®n de la pol¨ªtica e intentar por todos los medios, el que una sociedad que dice regirse por leyes no est¨¦ gobernada por quienes piensan regular la vida y lograr la paz, irnaginando y maquinando el asesinato colectivo. A medida que progresa el desarrollo tecnol¨®gico de la guerra, a medida que los cient¨ªficos quedan encapsulados en un dispositivo econ¨®mico e ideol¨®gico proyectado contra la vida y contra la historia misma, se presenta con m¨¢s urgencia que nunca la necesidad de unir el mundo de la cultura y la moralidad con la pol¨ªtica.
Es ahora el momento de intensificar un rearme que no sea el de la muerte. Sabemos que nunca ha habido un peligro mayor de destrucci¨®n y, de crueldad, y sabemos tambi¨¦n que es necesario poner en marcha esos mecanismos de solidaridad, eticidad, justicia, que han de provocar en los gobernantes, que verdaderamente lo sean, un gesto menos est¨²pido que la sonrisa de desprecio. "Espa?a es diferente", sol¨ªan decir aquellos se aprovechan de su diferencia y que, fomentan el el fanatismo y la incultura. Hoy, los mismos ide¨®logos de diferencia pretenden, con los argumentos m¨¢s absurdos y, con el cinismo m¨¢s provocador, acortarla, convirtiendo a nuestro pa¨ªs en una colonia de intereses b¨¦licos. Porque, efectivamente, si somos o hemos sido diferentes, ahora se marcar¨¢ definitivamente esa separaci¨®n: las potencias que hoy, curiosamente, tanto se interesan por nuestra europeizaci¨®n, ponen de manifiesto que es su inter¨¦s el que les interesa: un pa¨ªs y tecnol¨®gica y educativamente inferior como el nuestro, utilizado para lo que esos pa¨ªses sirven: para ser convertidos en arsenales, en campos de batallas, comprados con un par de m¨ªseras migajas y con un par de m¨¦ritos deleznables.
Pero hay, adem¨¢s, otro lema curioso: "Espa?a es o era la reserva espiritual de Occidente", dec¨ªan los ide¨®logos del consuelo m¨ªstico. Me temo, sin embargo, que sea para otro tipo de reserva para el que se nos destina. Por ello, frente al cinismo de los planificadores de la nada, frente al est¨²pido realismo pol¨ªtico, opongamos un verdadero rearme espiritual, quiero decir ¨¦tico. No con la tradicional hipocres¨ªa de la falsa ¨¦tica que administra la muerte o, en el mejor de los casos, la estupidizaci¨®n de los otros, sino con la ¨¦tica de la sinceridad, de la solidaridad y de la vida.
Hay, pues, que establecer unos principios que, hacia el inmediato futuro, se?alen un nuevo territorio moral que no est¨¦ cuarteado, como el presente, por una feroz e irreconciliable dualidad y que hagan imposible las grotescas y funestas razones que se aducen para, por ejemplo, justificar nuestra incorporaci¨®n al Pacto Atl¨¢ntico. El ministro de Defensa ha declarado, entre otras, semejante monstruosidad: "De lo que se trata es de que la posibilidad de r¨¦plica en caso de que los misiles -que nos apuntan- sean disparados, fuera lo suficientemente contundente como para que el posible agresor tuviera un da?o en su propio territorio, sus propios bienes, instalaciones o personas, de tal naturaleza que no le fuera eficaz el disparar esos misiles". ?C¨®mo se pueden formular en serio estas proposiciones? El ministro de Defensa, que habr¨¢ visto ya y comentado, tal vez, el Guernica amenaza con miles de guernicas a otros seres humanos. ?Qu¨¦ feroz dial¨¦ctica del poder justifica esta barbarie? ?Qu¨¦ rueda nos ha agarrado ya entre sus engranajes para que un ser humano sensible proponga, como si se tratave de un juego inocente, la planificaci¨®n de la muerte como un objetivo ideal, y condene de esa manera a su pr¨®jimo? Carece ya de sentido esa teor¨ªa de la defensa de los valores del mundo occidental. ?Qu¨¦ valores podemos creer que defienden este sadismo de declaraciones, de inventos, de armas? ?Qu¨¦ autoridad moral tienen aquellas potencias capaces de planificar la estrategia de asesinatos colectivos? ?Que principios eticos, incluso religiosos, apoyan a las posibles burocracias del crimen, disfrazadas de maniqueos eficaces?
El lenguaje pol¨ªtico, los medios de informaci¨®n, tienen que iluminar, educar a los seres humanos. Es preciso para ello, entre otras cosas, una revisi¨®n del vocabulario pol¨ªtico, de palabras que con una hermosa tradici¨®n como justicia, paz, libertad, patria, derecho, han sido degradadas al servicio de dos t¨¦rminos funestos para la solidaridad y la cultura: lucro y violencia. Una sociedad mundial nunca m¨¢s pr¨®xima que hoy, debido a los medios de comunicaci¨®n, debe fundarse sobre una nueva cultura de la argumentaci¨®n, de la racionalidad. Por supuesto que, contra el deseo plat¨®nico, Kant afirma que "no hay que esperar ni que los reyes se hagan fil¨®sofos, ni que los fil¨®sofos sean reyes. Tampoco hay que desearlo: la posesi¨®n de la fuerza perjudica inevitablemente el libre ejercicio de la raz¨®n. Pero si los reyes o los pueblos que se rigen por leyes no permiten que la clase de los fil¨®sofos enmudezca o desaparezca, obtendr¨¢n en el estudio de sus iluminaciones de las que no pueden prescindir".
El clima de paz y, de distensi¨®n se ha enrarecido en estos ¨²ltimos a?os. Una intoxicaci¨®n creciente invade los canales de comunicaci¨®n y las noticias que nos transmiten. Se est¨¢ intentando instalarnos en la cotidianidad naturalidad de la guerra y de sus hoores. Los profetas del desaliento, los ide¨®logos de la frustraci¨®n hablan de lo inevitable del conflicto. La justificaci¨®n de la bomba de neutrones es un buen ejemplo de ello: una bomba que piadosamente respeta las obras de los hombres, que perdona ciudades para que las ruinas humeantes no acusen y que arrasa a los seres humanos, de responsabilidades.
Me atrever¨ªa a hacer una invocaci¨®n final. No olvidemos a quellos que hoy pretenden mantener la paz con el juego de la guerra. Porque si sobrevivi¨¦ramos no bastar¨ªa a los desolados supervivientes, si los hay, con afirmar que no se hab¨ªan dado cuenta de que esos famosos estrategas de la pol¨ªtica fueron, en el fondo, unos locos. Habr¨ªa que procurar no consolarse a posteriori del crimen hist¨®rico con la teor¨ªa de una inevitable sucesi¨®n de paranoias. A esos posibles dementes pid¨¢mosles responsabilidades ahora, antes de que enloquezcan definitivamente, antes de que sea demasiado tarde para nosotros, para nuestros amigos, para nuestros pobres enemigos posibles o fabricados, para nuestros hijos, sobre los que no tienen ning¨²n derecho los insensatos. Esos que, tal vez, farisaicamente escandalizados del divorcio o del aborto, pretenden divorciar la vida de la tierra y, hacer abortar el mundo.
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