La gran maniobra
Ahora resulta que los males y problemas del mundo contempor¨¢neo, llenos de complejidades y con perspectivas ciertas de permanecer irresueltos durante mucho tiempo, se deben sencillamente a una gran maniobra oculta dirigida desde el Kremlin para acabar con el Occidente. Se trata de proletarizar la clase media. Para ello se sube el precio del petr¨®leo. Se aumentan los salarios mediante huelgas salvajes, se incrementan los impuestos por Gobiernos c¨®mplices, se inventa la ecolog¨ªa, se atribuye a la energ¨ªa nuclear supuestos efectos nocivos. Y se hace bajar la productividad. Una vez convertidos as¨ª en proletariado los inmensos sectores mayoritarios de la Europa occidental, se les coge y se les quita la religi¨®n para que no pase lo de Polonia. Es la segunda gran maniobra del comunismo sovi¨¦tico. ?C¨®mo se arrebata la fe a un pueblo? Pues es muy f¨¢cil. Se abren las compuertas de la permisividad sexual. Se venden o regalan p¨ªldoras, preservativos, revistas, filmes, videos, libros, peri¨®dicos de contenido libidinoso. Se aprueba el divorcio y se fomenta el aborto. Se permite la cr¨ªtica ir¨®nica del Palmar de Troya o de los viajes en autob¨²s sin ch¨®fer -desde F¨¢tima a Benavente-. Se subvenciona la pederastia y el travestismo, se incita a la Prensa del coraz¨®n a publicar los partos de las divorciadas. Y ya est¨¢. Al Kremlin le ha costado muchos millones de rublos y muchas quintas plumas compradas a precio de oro lograr su objetivo en Espa?a. Pero la gente habr¨¢ perdido la fe despu¨¦s de perder el dinero. Se convierten, sin saberlo, en proletarios. Una vez realizada la transformaci¨®n proceden a hacer lo que todos los proletarios del mundo: se proclaman dictadores. La Europa occidental acabar¨¢ siendo una inmensa dictadura del proletariado sin necesidad de disparar un tiro. Pero ?qu¨¦ listos son estos t¨ªos de Mosc¨²! Esta versi¨®n original y pintoresca de la Europa de nuestros d¨ªas no se ha publicado en un semanario de humor, tal como podr¨ªa pensar el lector de estas l¨ªneas. Ha visto la luz en un gran diario de Madrid, firmado por la pluma brillante, barroca y ardiente de mi querido amigo el presidente de la Asociaci¨®n de la Prensa.La idea de que existen oscuros gabinetes secretos en los que se proyectan conjuras para acabar con la civilizaci¨®n establecida tuvo en el romanticismo pol¨ªtico del siglo XIX su momento estelar. Al irse derrumbando a trozos el antiguo r¨¦gimen a golpe de revoluciones industriales, de revoluciones pol¨ªticas y de revoluciones sociales, las arcaicas formaciones del orden antiguo imaginaron la existencia de siniestros poderes ocultos que dirig¨ªan el proceso hist¨®rico. Siempre el hombre ha tratado de buscar explicaciones m¨¢gicas a lo que no entiende. Es el esp¨ªritu precient¨ªfico que prefiere inventar mitos a estudiar y conocer los hechos.
A primeros de este siglo hubo un episodio literalmente semejante al que ahora describe el fogoso periodista de Abc. Son los Protocolos de los sabios de Si¨®n, enorme embuste literario de pol¨ªtica-ficci¨®n que supuestamente compil¨® un profesor, Sergio Nilos, en 1905, en Rusia, y en el que los sabios o los mayores del sionismo mundial reflejaban los acuerdos de sus reuniones peri¨®dicas destinadas a dominar el mundo por la raza jud¨ªa. No hab¨ªa ejemplares del libro en Rusia, pues la revoluci¨®n de 1917 los destruy¨® todos y ¨²nicamente quedaba un ejemplar en el Reino Unido, que tradujo en 1920 un periodista ingl¨¦s que hab¨ªa sido corresponsal en San Petersburgo del Morning Post. En esos inenarrables protocolos est¨¢ todo previsto por el mando supremo de los sabios.
Nadie supo nunca sus nombres. Ni siquiera cu¨¢ntos eran. Pero al terminarse la primera guerra mundial, el sionismo y el problema de Palestina eran un asunto pol¨¦mico en la pol¨ªtica brit¨¢nica, y sobre los Protocolos opinaron, con pasi¨®n, liberales y conservadores, sionistas y antijud¨ªos. Henry Ford, desde Estados Unidos, ech¨® su cuarto a espadas contra los israelitas. Y, por supuesto, Hitler hizo de los Protocolos su libro de cabecera cuando engendro el Mein Kampf. "Los jud¨ªos quieren descristianizar a Europa a trav¨¦s de un siniestro plan en el que tambi¨¦n colaboran los francmasones. Su objetivo final es proletarizar al Occidente cristiano y entregarlo al dominio sovi¨¦tico que est¨¢ dir¨ªgido por el sionismo", se puede leer en la traducci¨®n espa?ola de los Protocolos. Pocos a?os despu¨¦s, los exterminios hitlerianos produc¨ªan sus primeros resultados raciales en Europa, debido en buena parte a la divulgaci¨®n de falsedades de esta naturaleza, que en los a?os treinta crearon un ambiente de fanatismo propic¨ªo al gran genocidio.
Aunque parezca mentira, este tipo de sandeces sigui¨® vigente entre nosotros, y en pleno franquismo hubo un fraude parecido. Se invent¨® la existencia de un "consejo supremo de la masoner¨ªa internacional", que se reun¨ªa imaginariamente en Lisboa varias veces al a?o. Eran media docena de inexistentes personajes que se daban cita en la capital portuguesa para dar instrucciones a los gobernantes de su obediencia, en plena guerra mundial. Por supuesto, el prop¨®sito era el mismo de siempre: acabar con la religi¨®n cristiana. Las actas de las reuniones de esos nuevos Protocolos eran de una comicidad irresistible. Por ejemplo, los l¨ªderes de aquel tiempo -Roosevelt, Stalin, Churchill, Hitler, De Gaulle, Mussolini y Chiang- recib¨ªan nombres cifrados. Se llainaban el leopardo rojo, el lobo negro, el chacal, el ¨¢guila voraz, el tigre amarillo y cosas parecidas. Era un lenguaje de zoo ideol¨®gico a lo Walt Disney. Creo que a Franco, futuro redentor de la cristiandad amenazada, le apodaban el cordero blanco. Por supuesto, la cristiandad en peligro era entonces la Alemania de los hornos crematorios y de los campos de concentraci¨®n. Cada tres meses viajaba a Portugal un enlace que tra¨ªa las actas o planchas mas¨®nicas con el contenido de las decisiones supersecretas. La filtraci¨®n se consegu¨ªa por los buenos oficios de una monja portuguesa vinculada familiarmente a uno de los conspiradores. Era barato el trabajo. No llegaba a 30.000 pesetas por plancha. El servicio de esta peque?a estafa artesanal de nuestra CIA dur¨® varios a?os y fue objeto de minuciosa interpretaci¨®n en los m¨¢s altos niveles del Estado, donde se cre¨ªa a pies juntillas en tal engendro. En un memorable discurso del anterior jefe del Estado puede leerse un imaginario documento de Stalin sacado de una de esas actas que terminaba as¨ª: "Dado en la torre parda del Kremlin, el d¨ªa tal de tal". Era un Final digno del novelista Alejandro Dumas o de Julio Verne.
?Descristianizar Espa?a? Un pueblo no pierde la fe porque sea rico o pobre. Ni porque las mujeres usen bikini en la playa o controlen su natalidad. O porque no se agarrote a los maricones, como hac¨ªa la monarqu¨ªa de los Austria. Pierde las creencias si ve en los cristianos el mal ejemplo de las injusticias, el esc¨¢ndalo de la violencia y el odio, el af¨¢n de imponer su dominio, la negativa a escuchar a los dem¨¢s, la falta de respeto a la opini¨®n de los discrepantes, la violaci¨®n de la libertad de conciencia, el farise¨ªsmo hip¨®crita de las conductas y el vincular a la Iglesia con una determinada orden social, sea en Europa o en Centroam¨¦rica.
Ni Europa est¨¢ t¨¢bida, ni se halla en decadencia. Ni se proletariza. Europa occidental tiene una gran mayor¨ªa de clase media de tendencia moderada, y no tiene el menor inter¨¦s en el llamado modelo sovi¨¦tico, a todas luces inadecuado y arcaico para sus aspiraciones actuales. Invitarle a que abandone el vicio de la ociosidad y asuma la virtud del trabajo es, en el momento presente en que existen en ella veinticinco millones de trabajadores en ocio forzoso, la se?oritada m¨¢s fr¨ªvola que se le pueda ocurrir a nadie. La ra¨ªz cristiana de Europa es, junto a la de Atenas y la de Rona, una de las claves de nuestra cultura colectiva, que es la de la libertad y la del humanismo individual. Los problemas de Europa no los ha inventado un grupo clandestino de maniobreros, sino que los ha tra¨ªdo consigo el progreso y el desarrollo en su proceso evolutivo. Y de ese mismo progreso cient¨ªfico y t¨¦cnico saldr¨¢ la soluci¨®n para que la sociedad abierta, libre de tab¨²es, de temores y de miedos infantiles, siga adelante.
Y el hombre, a pesar de todo, seauir¨¢ rezando.
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