La sociedad espa?ola ante el paro
Espa?a est¨¢ hoy preocupada obsesivamente con la consolidaci¨®n de la democracia liberal. Contra lo que muchos piensan, esta consolidaci¨®n no depende de declaraciones y maniobras pol¨ªticas, sino de la capacidad del sistema para resolver nuestros problemas b¨¢sicos. Pocos m¨¢s fundamentales que el problema del paro. Pocos tambi¨¦n donde, al abrigo de medias palabras y medias acciones, puedan crearse malentendidos y frustraciones m¨¢s peligrosas para las libertades p¨²blicas.Los malentendidos surgen de que la clase pol¨ªtica utiliza dos lenguajes. Uno de uso interno y otro cara al p¨²blico. En el discurso interno muestra las cosas como se imagina que son. En el discurso p¨²blico presenta la imagen precisa para atraerse votos. La gobernabilidad del sistema depende del grado de desajuste entre esos discursos y, sobre todo, de la distancia en que uno y otro est¨¦n de los sentimientos dominantes de la sociedad civil.
El discurso interno de la clase pol¨ªtica oscila en torno a tres ideas: 1. La econom¨ªa espa?ola est¨¢ abocada a tiempos muy dif¨ªciles, y la reducci¨®n de oportunidades de trabajo es irreversible. 2. Ello se debe, sobre todo, a una crisis profunda y duradera del sistema econ¨®mico, de envergadura mundial; y 3. La salida de esta crisis (y la contenci¨®n del proceso de p¨¦rdida de puestos de trabajo) pasa por una reactivaci¨®n de la econom¨ªa de mercado, con un papel asignado al sector p¨²blico en tanto que catalizador de esa reactivaci¨®n.
?Cu¨¢l es la posici¨®n de la sociedad civil? A finales de 1979 la fundaci¨®n FIES, en una encuesta, pregunt¨® a 5.000 cabezas de familia (con predominio de hombres activos de m¨¢s de veinticinco a?os). Los resultados (publicados en Papeles de Econom¨ªa Espa?ola, n¨²mero 8, 1981) manifiestan una divergencia inquietante entre el discurso interno de la clase pol¨ªtica y los sentimientos de la sociedad. Seg¨²n ¨¦stos, la sociedad: 1. No ha ajustado sus expectativas a la crisis econ¨®mica y no est¨¢ preparada para encararse con un horizonte de dificultades de muchos a?os. 2. Se resiste a atribuir la causa del paro a una crisis econ¨®mica, y hace a la clase pol¨ªtica y a la clase empresarial responsables de ¨¦l; y 3. Pone sus esperanzas en un intervencionismo estatal de la econom¨ªa, favoreciendo un mercado de trabajo intervenido y segmentado, con marginaci¨®n de las gentes de edad y de las mujeres.
Hambre de trabajo
Que los parados tengan hambre de trabajo, y muchos de ellos est¨¦n dispuestos a aceptar trabajos de cualquier tipo, parece l¨®gico. Que ello es as¨ª lo sabemos por la encuesta FIES-79. Seg¨²n ¨¦sta, cuatro de cada cinco parados aceptar¨ªan un empleo menos cualificado del que tuvieron, un empleo con el salario m¨ªnimo, un trabajo eventual o a tiempo parcial. Dos de cada tres parados aceptar¨ªan un empleo con menos remuneraci¨®n, un empleo en otra localidad e incluso un empleo sin Seguridad Social. Uno de cada dos parados aceptar¨ªa un trabajo en el extranjero.
Menos l¨®gica o realista parece la actitud del conjunto de los cabezas de familia del pa¨ªs. Porque est¨¢n en la disposici¨®n de ¨¢nimo de quienes cuentan con una demanda de trabajo que no existe. Sus aspiraciones se corresponden con los a?os de desarrollo de los sesenta y primeros setenta, y no se han reducido para ajustarse a la realidad.
En Francia, en 1978, SOFRES realiz¨® una encuesta formulando la pregunta siguiente: "Se espera que en el plazo de unos diez a?os, gracias al progreso t¨¦cnico, la productividad haya aumentado tanto que sea posible o bien trabajar la mitad de tiempo ganando lo mismo que ahora o bien ganar el doble trabajando el mismo tiempo... ?Qu¨¦ preferir¨ªa usted si tuviera la oportunidad de escoger?". Los franceses dijeron preferir trabajar menos y ganar lo mismo (55%) a trabajar igual y ganar el doble (32%). El contraste con Espa?a, donde se repiti¨® la pregunta, es enorme. Los espa?oles invirtieron las preferencias: el 55%, dijo preferir ganar el doble trabajando lo mismo, y el 25%, trabajar menos ganando igual.
El salario medio espa?ol viene a ser entre 2/3 y 3/4 del salario franc¨¦s, pero esta diferencia no explica ese contraste. Lo decisivo a este respecto es el sistema de percepci¨®n y evaluaci¨®n de la realidad: la sensibilidad a la calidad del tiempo libre y el realismo en las posibilidades del momento.
El paro, ?efecto de qu¨¦?
De la encuesta FIES-79 se deduce que la poblaci¨®n espa?ola ve el paro como efecto del incumplimiento de una responsabilidad moral: la responsabilidad de la clase pol¨ªtica y, algo menor, la clase empresarial del pa¨ªs. Un matiz importante: se atribuye m¨¢s responsabilidad al conjunto de la clase pol¨ªtica (¨ªndice 57: diferencia entre el porcentaje de respuestas que atribuyen/no atribuyen importanc¨ªa a este factor), que al Gobierno (¨ªndice 41). Tambi¨¦n atribuye responsabilidad del paro a los abusos y a las imprevisiones de los propios parados y los emigrantes (¨ªndices 48 y 42).
En cambio, la poblaci¨®n se resiste a hacer imputaciones causales del paro a la econom¨ªa mundial, al juego de las fuerzas econ¨®micas, al mercado u otros factores impersonales (¨ªndice 33).
Probablemente todo esto ocurre porque la poblaci¨®n entitride con dificultad el funcionamiento y la l¨®gica del sistema econ¨®mico. La l¨®gica de la imputaci¨®n causal de un efecto al funcionamiento de un sistema se le escapa. En su lugar utiliza la l¨®gica de la atribuci¨®n de responsabilidad moral a un sujeto. Corrobora este aserto el desconcierto que la poblaci¨®n espa?ola parece sentir ante la p¨¦rdida de peso relativo de la agricultura en la econom¨ªa del pa¨ªs, a la que, consider¨¢ndola por lo dem¨¢s responsabilidad de la mala pol¨ªtica del Gobierno y la inercia de los propietarios, atribuye una importancia enorme en la g¨¦nesis y el desarrollo del paro (¨ªndice 72).
Aunque la poblaci¨®n haga responsable del paro a pol¨ªticos y empresarios, y a los primeros m¨¢s que a los segundos, espera m¨¢s de aqu¨¦llos. Los resultados de la encuesta expresan un deseo generalizado de intervencionismo estatal: 1. De ayuda directa a la peque?a empresa (el 64% consider¨® esta medida como la m¨¢s acertada). 2. De presi¨®n sobre las grandes instituciones financieras, bancos y cajas de ahorros, oblig¨¢ndolas a invertir (46%). 3. De intervenci¨®n directa en forma de programas de obras p¨²blicas (38%); y 4. De inspecci¨®n y control de abusos en la percepci¨®n del seguro de desempleo (34%).
Pero el deseo de una intervenci¨®n estatal es a¨²n mayor cuando se trata del mercado de trabajo. Aqu¨ª, la distancia entre el discurso interno de la clase pol¨ªtica y la opini¨®n de la sociedad civil es enorme. La clase pol¨ªtica dice recelar de las barreras y las rigideces del mercado de trabajo; la sociedad civil pretende un mercado regulado y compartimentado. El modelo de la primera es una sociedad libre y una econom¨ªa de mercado o mixta; el de la segunda, una sociedad y una econom¨ªa casi corporativa.
La sociedad quiere que se distribuya el trabajo de modo que, ante todo, se asegure no el funcionamiento de la econom¨ªa (37%), sino la satisfacci¨®n de las necesidades (63%). Pero ?c¨®mo distribuye estas necesidades? ?Ve a todos con la misma necesidad? A la hora de distribuir trabajos y necesidades la poblaci¨®n espa?ola discrimina, y dibuja el modelo ideal de una sociedad segmentada y jerarquizada donde un n¨²cleo de trabajadores masculinos (y nativos) necesitan el trabajo m¨¢s que una periferia de trabajadores mayores y mujeres casadas (y extranjeros). En consecuencia, la poblaci¨®n manifiesta un inter¨¦s secundario en pol¨ªticas de distribuci¨®n de empleo que desdibujen la diferencia entre n¨²cleo y periferia, flexibilicen el mercado y universalicen las oportunidades de empleo, tales como las medidas de trabajo a tiempo parcial.
Dos rasgos merecen nuestra mirada atenta, aunque la imagen que resulte no sea agradable. No es agradable ver c¨®mo las redes de solidaridad social, en tiempos de crisis, se quiebran por sus puntos m¨¢s d¨¦biles. Nada menos que un 62% de la poblaci¨®n pretende impedir el acceso al empleo de los mayores de sesenta a?os, al que se suma un 24% partidario de dificult¨¢rselo: cuatro de cada cinco cabezas de familia, decididos a lanzar a las gentes de edad al limbo, y no dorado, de la jubilaci¨®n y del retiro. Tambi¨¦n cerca de un 60% quiere impedir o dificultar el trabajo de la mujer casada.
Qu¨¦ cabe esperar de la clase pol¨ªtica
La encuesta pone de manifiesto los l¨ªmites de lo que se puede esperar de la sociedad civil. Esta sociedad alberga en su seno grandes valores, sentido com¨²n y sentimientos de solidaridad. Pero tiene tambi¨¦n grandes limitaciones, tanto mayores y m¨¢s visibles cuanto m¨¢s graves; complejos y generales son los problemas con los que se enfrenta. En tales casos, la sociedad civil tiende a retraerse sobre s¨ª misma y buscar seguridad en f¨®rmulas aparentemente simples y en experiencias de sociedad preindustrial y de econom¨ªa intervenida o casi corporativa.
?Qu¨¦ cabe esperar del discurso p¨²blico y de la acci¨®n p¨²blica? ?Qu¨¦ cabe esperar que la clase politica haga a la vista de estos sentimientos de la sociedad?
La clase pol¨ªtica cree que su tarea es convencer al pa¨ªs de que una opci¨®n centro-izquierda es preferible a una opci¨®n centro-derecha o viceversa. En realidad, tal como est¨¢n las cosas, su tarea principal es convencer al pa¨ªs de que sus intereses ¨²ltimos deben tener precedencia sobre sus intereses aparentemente m¨¢s pr¨®ximos.
La sociedad civil ve con dificultad sus intereses a medio y largo plazo. La clase pol¨ªtica dice, y se dice, s¨®lo a medias lo que vislumbra. Poco m¨¢s y ser¨¢n ciegos que conducen a ciegos. Y entonces s¨®lo cabr¨¢ esperar de la benevolencia de los dioses que no hayan colocado el precipicio demasiado cerca.
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