La econom¨ªa espa?ola en 1982
LA MORTECINA marcha de nuestra econom¨ªa a lo largo de 1981 y la mediocre gesti¨®n gubernamental en ese ¨¢rea, in¨²tilmente disfrazada con triunfalismos verbales que a nadie convencen y que no resisten el menor an¨¢lisis, obliga a desplazar cualquier tentaci¨®n optimista hacia el futuro. No faltan, sin embargo, argumentos para la esperanza. Espa?a es un pa¨ªs aceptablemente laborioso, no demasiado poblado para su superficie, con un buen emplazamiento geogr¨¢fico y con un sector p¨²blico que representa -al igual que los de Estados Unidos y Jap¨®n- el 30% del producto nacional bruto, frente al 50% de promedio de las naciones europeas. Bastar¨ªa, probablemente, con un m¨ªnimo de racionalidad y decisi¨®n en la pol¨ªtica econ¨®mica para conseguir que 1982 marcara el comienzo de nuestra recuperaci¨®n econ¨®mica.Las estimaciones m¨¢s recientes del Ministerio de Econom¨ªa, las opiniones -ligeramente menos sombr¨ªas que lo habitual- de la CEOE y las ¨²ltimas proyecciones de la OCDE, que predicen un crecimiento de un 2,5% del PNB espa?ol para los pr¨®ximos doce meses, alimentan ese t¨ªmido despertar del optimismo. Con el Campeonato Mundial de F¨²tbol a finales de la primavera, 1982 podr¨ªa ser un a?o crucial, en el que el desempleo quedara, al menos, frenado.
La tasa de inflaci¨®n, pese al car¨¢cter sedentario de nuestra econom¨ªa, sigue encaramada entre el 13% y el 15%, por encima de la registrada en el conjunto de los pa¨ªses industriales. Nuestras exportaciones de bienes y servicios, aunque han recuperado algo de aliento, no bastan para pagar las importaciones, con el corolario de que los d¨¦ficit tienen que saldarse con un creciente endeudamiento externo. La debilidad de nuestra actividad productiva favorece un reajuste de los pagos con el exterior y una lenta ca¨ªda del nivel de precios, pero no consigue, en cambio, estimular la inversi¨®n, sin cuyo concurso es materialmente imposible incrementar el empleo.
La crisis econ¨®mica ha comprimido los m¨¢rgenes de beneficios, ha llevado a la quiebra a muchas empresas y ha ejercido un efecto disuasorio, reforzado por las incertidumbres pol¨ªticas, a la hora de ampliar un negocio o programar una inversi¨®n. El aumento d¨¦ la presi¨®n fiscal, destinado a proporcionar medios para atajar los efectos de la recesi¨®n, remediar la situaci¨®n de los parados y ayudar a los sectores en crisis, no ha estado acompa?ado por una mejor administraci¨®n de los recursos p¨²blicos, con el negativo resultado de que los impuestos no han bastado para financiar los gastos y el d¨¦ficit del sector p¨²blico ha crecido a un ritmo superior al de otros pa¨ªses industriales. La financiaci¨®n de ese d¨¦ficit ha originado, a su vez, una demanda de dinero que encarece su precio y desanima las escasas actitudes inversoras de los empresarios.
Parece, sin embargo, que comienza a operarse un cambio en los comportamientos de los agentes econ¨®micos y en la comprensi¨®n por la opini¨®n p¨²blica de nuestras dificultades. La conveniencia de introducir una mayor flexibilidad en la contrataci¨®n laboral, de forma tal que la protecci¨®n a los trabajadores ocupados no obstaculice el empleo de los parados o de los j¨®venes, empieza a abrirse camino en el mundo sindical. Las desmesuradas expectativas de un crecimiento continuo de los salarios reales dejan paso a una visi¨®n m¨¢s racional de la crisis econ¨®mica mundial. La convicci¨®n de que el despilfarro de los recursos es un precio demasiado alto para la sociedad espa?ola terminar¨¢ sirviendo de freno a los d¨¦ficit del sector p¨²blico y a los derroches del Estado. Aprobados ya los Presupuestos Generales, el control riguroso de los gastos menos productivos podr¨ªa contribuir a moderar el endeudamiento p¨²blico. La revisi¨®n de los programas de inversi¨®n y gastos corrientes para evitar despilfarros ser¨ªa una segura fuente de ahorro y un indicio de que el Estado se toma en serio su papel de administrador competente y honesto de los impuestos pagados por los ciudadanos. La funci¨®n p¨²blica puede ser cumplida sobradamente con las abundantes n¨®minas de la Administraci¨®n, sin necesidad de que el nepotismo, el amiguismo y el clientelismo incorporen, en irregulares situaciones y con variopintas denominaciones, a nuevo personal que hace suyo el conocido dicho de que vivir fuera del presupuesto es vivir en el error.
La progresiva liberalizaci¨®n del sistema financiero y una concepci¨®n menos r¨ªgida de los objetivos de crecimiento de la oferta monetaria deber¨ªan complementarse con el establecimiento de mecanismos de financiaci¨®n a medio plazo que equiparase el mercado interno con el internacional. Las instituciones financieras, espoleadas por la banca extranjera, han comenzado ya a financiar operaciones a medio plazo con inter¨¦s variable. Sin embargo, las autoridades podr¨ªan utilizar a la banca oficial en la instrumentaci¨®n de cr¨¦ditos a medio plazo para inversiones productivas, igual como se ha hecho con la vivienda. Si, por a?adidura, la pol¨ªtica monetaria perdiera algo de su rigidez y se esforzara por compatibilizar el control de la inflaci¨®n con el mantenimiento de un tipo de cambio competitivo, el miedo de los exportadores a una apreciaci¨®n de la peseta tan asfixiante como la de 1978 se desvanecer¨ªa y la confianza de los empresarios en el sentido com¨²n de las autoridades facilitar¨ªa un mejor aprovechamiento de las oportunidades ofrecidas por el mercado internacional.
En cualquier caso, la respuesta del sector privado est¨¢ condicionada por el comportamiento de la Administraci¨®n. Si prosiguiera el desorden y el despilfarro en el gasto p¨²blico y se canonizara la disparatada estrategia de las reestructuraciones industriales pagadas con el dinero de todos los contribuyentes, el esp¨ªritu empresarial dejar¨ªa paso a la b¨²squeda de un lugar preferente en las colas para conseguir la sopa boba de las subvenciones estatales. Si una minuciosa reglamentaci¨®n del mercado laboral y las actitudes gremiales y corporativistas entre los trabajadores empleados continuaran impidiendo formas flexibles de contrataci¨®n de los parados y de los j¨®venes, los patronos seguir¨ªan congelando sus plantillas. Pero si el d¨¦ficit se redujera, si la Administraci¨®n p¨²blica diera ejemplo cortando despilfarros y poniendo la casa en orden, si las empresas dispusieran de mayores m¨¢rgenes para la contrataci¨®n laboral y si la financiaci¨®n del sector privado fuera equivalente a la que disfrutan otros pa¨ªses europeos, no ser¨ªa insensato apostar a favor de un enderezamiento de nuestra alica¨ªda situaci¨®n econ¨®mica a lo largo de 1982.
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