De animales y fil¨®sofos
Los fil¨®sofos llegan a Guanajuato, al norte de Michoac¨¢n, pasan r¨¢pidamente por entre sus iglesias barrocas y sus monumentos porfirianos, por entre los ni?os pobres que tratan de venderles chicles y los campesinos expropiados que llegan en procesi¨®n manifestaci¨®n, y, bajo el principio de extraterritorialidad, inician en sus salones una pelea de perros. Enti¨¦ndase. No es que peleen como perros: es que los perros son su tema. La ponencia versa, m¨¢s precisamente, sobre Los derechos de los animales -una versi¨®n corregida y disminuida, sin duda, de la secular discusi¨®n filos¨®fica sobre el sexo de los ¨¢ngeles. Disminuida pero no menos significativa o sintom¨¢tica: tratemos de reconstruirla.La ponencia (J. Ferrater Mora-P. Cohen) defiende que el imperativo categ¨®rico debe presidir la relaci¨®n no s¨®lo entre las personas, sino tambi¨¦n entre personas y animales. Este imperativo nos ordena no hacer aquello que no quisi¨¦ramos que nos hicieran a nosotros o, m¨¢s general y positivamente, hacer aquello que "podemos desear que se transforme en ley universal". Ahora bien, el hecho de que no haya en este caso reciprocidad posible -el que los animales no puedan tratarnos a nosotros conforme a tal imperativo- no resulta para la ponencia un obst¨¢culo para que los hombres debamos seguirlo en nuestra relaci¨®n con ellos. En cualquier caso, concluye la ponencia, los nuevos descubrimientos sobre el origen y g¨¦nesis de la vida no hacen sino reducir d¨ªa a d¨ªa la supuesta distancia que nos separa de los an¨ªmales.
Luis Villoro, como muchos de los concurrentes al congreso que ¨¦l preside, entiende que en la ponencia se ha tratado de dar una apariencia kantiana a un razonamiento en el fondo utilitarista. Y es un hecho que la versi¨®n fuerte del imperativo categ¨®rico ("act¨²a de tal modo que el otro sea siempre un fin y no un medio") es dif¨ªcilmente sostenible cuando se trata de la relaci¨®n entre seres de distancia jer¨¢rquica. Habr¨ªa que sostener m¨¢s bien, piensa Villoro, una moral de base utilarista para nuestras relaciones con los animales y una moral kantiana para nuestras relaciones con otros hombres. Los seres inferiores, a diferencia de los hombres, podr¨ªan ser pues utilizados, hasta cierto punto, como medios por
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y para nosotros en tanto que seres de superior jerarqu¨ªa.
?Pero estamos realmente dispuestos a aceptar que cualquier inter¨¦s de una especie inferior (o de un individuo en un estado menos desarrollado: verbigracia, un feto de seis meses) debe ser sacrificado a cualquier inter¨¦s de una especie superior o de un individuo m¨¢s completo? Podemos utilizar a los animales como medio de carga, de alimentaci¨®n, etc¨¦tera. ?Pero es leg¨ªtimo utilizar seres que sufren y sienten como instrumento de distracci¨®n o como medio para evacuar s¨¢dicamente nuestras frustraciones? Cierto que puede resolverse la cuesti¨®n a?adiendo que los animales pueden ser utilizados "hasta cierto punto" para satisfacer nuestras aut¨¦nticas necesidades. Pero el problema es entonces el de definir cu¨¢l es este cierto punto o cu¨¢les son estas aut¨¦nticas necesidades. Dec¨ªa Shopenhauer, que "el hombre es el ¨²nico animal que mata sin necesidad". Y en un sentido es cierto que estas no-necesidades por las que el hombre mata (venganza, odio, distracci¨®n) son las m¨¢s aut¨¦nticas, las m¨¢s espec¨ªficamente humanas, ?pero estar¨ªamos dispuestos a aceptar que ellas legitiman en cualquier caso el dolor y la muerte que puedan ocasionar a otros seres vivos?
El problema de esta tesis no termina, sin embargo, aqu¨ª. El declarar leg¨ªtima una relaci¨®n meramente instrumental con seres de inferior categor¨ªa abrir¨ªa la puerta a la explotaci¨®n indiscriminada de cualquier individuo (negro, deficiente mental, etc¨¦tera) definido o entendido en una sociedad dada como inferior, como "menos hombre". Y legitimar¨ªa a¨²n que una hipot¨¦tica raza de seres superiores que nos visitara un d¨ªa (superiores en el sentido, digamos, de que estuvieran dotados de comunicaci¨®n mental directa o algo as¨ª) nos utilizaran a nosotros como simples medios o instrumentos para sus fines.
Otra tesis vendr¨ªa, sin duda, a resolver estos problemas, aunque no sin crear otros peores. Es la tesis de Jes¨²s Moster¨ªn, de la Universidad de Barcelona (quien sabe mucho del tema y espero que le sirvan estas l¨ªneas para ampliar el debate). Para ¨¦l, como para Mario Bunge, m¨¢s que hablar de los derechos que los animales tienen hay que discutir sobre qu¨¦ derechos queremos o estamos dispuestos a concederles. De apuerdo hasta aqu¨ª. Pero a?ade Moster¨ªn que la cuesti¨®n pertinente a plantearse no es entonces la de unos supuestos derechos de los animales, sino de si preferimos un mundo donde se respete nuestro medio, y a los animales y plantas que en ¨¦l viven, o si preferimos un mundo donde todo ello se explote indiscriminadamente y a la larga se destruya.
El inconveniente de esta formulaci¨®n es que, en primer lugar, todos (o casi todos) estamos de acuerdo con la primera de las opciones, y, en segundo lugar, que no nos ofrece criterio alguno para plantear o resolver los aut¨¦nticos problemas que son casi siempre los de un conflicto de derechos o intereses. Todos estaremos de acuerdo en que es bueno matar a los animales del modo menos doloroso posible, o tratar de preservar las especies en peligro de extinci¨®n. El problema real se plantea, sin embargo, cuando hay que optar entre dedicar un n¨²mero limitado de recursos a la sofisticaci¨®n humanitaria de los mataderos o a la creaci¨®n de m¨¢s guarder¨ªas infantiles; a comprar helic¨®pteros para el Icona o a subvencionar la leche en zonas deprimidas. Incluso planteado ego¨ªstamente (necesitamos de un cierto equilibrio ecol¨®gico cuya ruptura es, en ¨²ltima instancia, peligrosa para el hombre mismo), este principio de preservaci¨®n no nos ofrece criterio alguno para decidir o resolver el conflicto qu¨¦ se mantiene a¨²n entre el largo plazo (al que estar¨¢n dispuestos a atender los individuos o pa¨ªses ricos) y el corto plazo (por el que, pese a sus costes, optar¨¢n, sin duda, los m¨¢s necesitados). Con lo que el conflicto entre hombres y animales se transformar¨¢ en un mucho m¨¢s dificil conflicto entre unos hombres y otros.
De ah¨ª que, tanto frente al utilitarismo humanista de Villoro como al voluntarismo ecol¨®gico de Moster¨ªn, yo tienda a replantear el problema, expl¨ªcita y descaradamente, en t¨¦rminos de derechos de los animales en el sentido fuerte del t¨¦rmino. Es decir: a preguntarme en qu¨¦ situaciones o en relaci¨®n a que cosas, de haberlas, han de ser los animales un fin y no un medio; a tratar de, definir qu¨¦ derechos putativos, si algunos, tienen los animales y frente a qu¨¦ o qui¨¦n los detentan; es decir, frente a qu¨¦ o qui¨¦nes estamos dispuestos a reconocer su "mejor derecho"...
Y entiendo que conviene hablar de sus derechos porque ello nos obliga a reconocer y a hacer expl¨ªcitas las opciones que al respecto tomamos -los derechos que estamos dispuestos a concederles frente a los hombres, individualmente y en su conjunto-. S¨®lo as¨ª podr¨ªa castigarse la tortura o extinci¨®n gratuita de animales -pero s¨®lo as¨ª tambi¨¦n tendr¨ªamos que tomar conciencia de que, al permitir la producci¨®n de alimentos diet¨¦ticos en lata para perros o la creaci¨®n de peluquer¨ªas caninas, estamos no s¨®lo reconociendo un derecho a' sus due?os, sino tambi¨¦n un derecho de ciertos animales frente a una humanidad en la que muchas cr¨ªas mueren cada d¨ªa de hambre y de fr¨ªo-. Con lo que quiz¨¢ descubramos que resulta mucho m¨¢s justificable la sacralizaci¨®n india de la vaca (que salv¨® de la extinci¨®n a una especie indispensable, para la vida del hombre en un territorio seco con monzones intermitentes) que la domesticaci¨®n urbana de perritos que no suponen ninguna contrapartida para la especie humana y que tienden a neutralizar las "virtudes" mismas del animal en cuesti¨®n... De esto habr¨¢ servido entonces, cuanto menos, el haber estado discutiendo sobre los derechos de los animales dentro de un congreso de filosof¨ªa, en la ciudad de Guanajuato, entre san Miguel Allende y Dolores Hidalgo, el mes de diciembre de 1981.
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