El liberalismo, convertido en sofisma
La creciente pol¨¦mica a nivel mundial entre las recetas liberales o las intervencionistas para mejor salir de la crisis econ¨®mica, centro de los "Temas para debate" que el pasado domingo public¨® este peri¨®dico, ha suscitado numerosas reacciones. Dos profesores de la Facultad de Econ¨®micas de la Universidad Complutense ofrecen hoy sus puntos de vista cr¨ªticos sobre el art¨ªculo firmado por Pedro Schwartz y titulado ?Por qu¨¦ tiene tantos enemigos la libertad? (v¨¦ase EL PAIS, 21 de febrero de 1982).
"Cui prodest. ?A qui¨¦n beneficia tanto sofisma?". Con esta pregunta de la ret¨®rica foral termina su art¨ªculo ?Por qu¨¦ tiene tantos enemigos la libertad? el profesor Pedro Schwartz. Y, puesto que va de sofismas, andaba Zen¨®n el sofista, arriscado campe¨®n del inmovilismo, desga?it¨¢ndose por las plazas en su intento de convencer a los griegos de que Aquiles no alcanzar¨ªa nunca a la tortuga ni la flecha arribar¨ªa al blanco. Pero no tuvo mucho ¨¦xito en tan peregrina empresa, porque en Grecia hasta los cojos alcanzaban a las tortugas y la gente mor¨ªa a centenares de flechazos en las malhadadas guerras m¨¦dicas, aunque la filosof¨ªa dijese que tal cosa era imposible. As¨ª que los griegos, con sano criterio, decidieron que se equivocaba el fil¨®sofo y que ellos seguir¨ªan corriendo tras las tortugas, para hacerse c¨ªtaras con sus caparazones, y defendi¨¦ndose de las flechas de Jerjes y sucesores.Un buen pu?ado de siglos m¨¢s tarde, J. M. Keynes comparaba, en su Teor¨ªa general, a los cl¨¢sicos de la econom¨ªa con los ge¨®metras euclidianos en un mundo no euclidiano, quienes, al ver que en la realidad las l¨ªneas aparentemente paralelas se encuentran con frecuencia, las critican severamente por no conservarse derechas. Cuarenta y seis a?os despu¨¦s, el profesor Schwartz no s¨®lo ejerce de Zen¨®n, haciendo retru¨¦canos con la teor¨ªa y con la historia, sino de ge¨®metra euclidiano, prefiriendo defenestrar a la realidad y a los economistas en vez de revisar sus teor¨ªas.
Pero vayamos por partes. Un art¨ªculo de peri¨®dico se presta a simplificaciones justificables. Pero lo que no se puede justificar, en modo alguno, es la arrogancia de condenar al pelot¨®n de los ignorantes a los que no piensen como el profesor Schwartz, seg¨²n se insin¨²a ya en el inicio mismo de su art¨ªculo: "Para quienes sabemos econom¨ªa...". Tan inmodesto comienzo enlaza con el siguiente p¨¢rrafo: "La teor¨ªa econ¨®mica y la experiencia hist¨®rica muestran que problemas econ¨®micos tales como el paro, la inflaci¨®n, el estancamiento, la pobreza ( ... ) tienden a corregirse espont¨¢neamente y con rapidez insospechada si se permite que el mercado opere sin trabas". La tozuda realidad nos impone considerar que o bien el profesor Schwartz no sabe econom¨ªa, o bien est¨¢ hablando de otra teor¨ªa y otra historia que la que nosotros conocemos. Pues la Teor¨ªa general no fue una humorada superflua que se le ocurri¨® escribir a Keynes una noche en que el grupo Bloomsbury hab¨ªa bebido una copa de m¨¢s, ni la se?ora Robinson, por citar otro ejemplo, habl¨® de "la segunda crisis de la teor¨ªa econ¨®mica" (hoy se habla ya de "la tercera") por simple af¨¢n de ganarse al auditorio de la American Economic Association, y respecto a la historia, la evidencia est¨¢ tan en contra de lo que afirma el citado profesor que no creemos que merezca la pena detenerse a refutar sus puntos de vista.
Silogismo bicornuto
A pesar de la debilidad de sus argumentos iniciales, el profesor Schwartz prosigue con un razonamiento que sintetizamos, por abreviar, en el siguiente silogismo bicornuto:
Si las cosas son tan evidentes en la teor¨ªa y en la historia, entonces, una de dos, o los socialistas e intervencionistas no saben econom¨ªa o no les conviene la libertad; es as¨ª que no se les puede atribuir ignorancia; ergo...
Aqu¨ª se detiene el profesor, sin atreverse, por el momento, a sacar la conclusi¨®n l¨®gica de tan extravagante dilema. M¨¢s adelante se atrever¨¢ dando a la conclusi¨®n un giro diverso: "No puede achacarse, insisto, tan largo proceso a la ignorancia. Tiene que deberse al inter¨¦s". Sentencia que tampoco deja bien parados a los que discrepan del profesor Schwartz. De nuevo no nos gustan ni el procedimiento sumar¨ªsimo, de juez de consejo de guerra, ni el tono pedante, aunque tales elementos sean accesorios al rigor de la argumentaci¨®n. Pero es as¨ª que ¨¦sta tampoco es demasiado rigurosa ni en la teor¨ªa ni en la historia; luego no nos gusta la argumentaci¨®n. M¨¢xime cuando la arremetida va contra todos los economistas que no compartan el punto de vista del profesor Schwartz.
Para reforzar sus argumentos, el profesor Schwartz emprende una gira por casi todo el orbe conocido, remedando al diablo cojuelo de la picaresca, desde el Reino Unido de la Thatcher hasta Sri Lanka. Pero de este periplo no se pueden extraer las conclusiones que ¨¦l pretende, por diversas razones. La primera es que se ha practicado, consciente o inconscientemente, la elipsis geogr¨¢fica, no incluyendo pa¨ªses m¨¢s conocidos, como, por ejemplo, Chile y Argentina, laboratorios catastr¨®ficos de los experimentos liberales puros, al tiempo que verdaderas dictaduras pol¨ªticas. La segunda, dig¨¢moslo con rubor, tiene m¨¢s que ver con la ignorancia de quienes esto escriben que con otra cosa. Pero es que, a nosotros, citarnos tan por menudo el fervor liberal de Hungr¨ªa, Bulgaria y Rumania (estas dos ¨²ltimas rep¨²blicas, "fascinadas por el ejemplo h¨²ngaro") nos sugiere esas malas pel¨ªculas de Mar¨ªa Montez en que se hablaba del ex¨®tico Este (u Oriente) con lenguaje de americanos de Hollywood y en una escenograf¨ªa falsa de trampa y cart¨®n. Quiz¨¢ nos hace falta algo de turismo, o dinero, y tiempo para ello. La tercera es que el profesor Schwartz nos dice que gracias a su liberalismo econ¨®mico gan¨® las elecciones la Thatcher; pero lo que no nos dice es que c¨®mo muy posiblemente las vaya a perder.
Territorios de Asimov
Despu¨¦s de dejar por el camino unos cuantos consejos para. los economistas, el profesor Schwartz se extra?a de que la humanidad haya sufrido pacientemente cien a?os de intervencionismo "Cuando los economistas ya llevaban otros cien denunciando sus malos efectos". Comprendemos que el estre?imiento espacial obligue a afirmaciones que tienen, al menos, tres peros. Primero, al profesor Schwartz no se le pasa por la imaginaci¨®n que tal vez el equivocado sea ¨¦l, y no toda la humanidad, en suponer unos beneficios tan evidentes al liberalismo puro. Segundo, que el intervencionismo tiene muchos matices para quien no padezca de presbicia mental incorregible. Tercero, que hablar de "los economistas" sin m¨¢s distingos y como un totum revolutum se parece mucho a aquello que cuenta Homero de que los antiguos se imaginaban a los dioses a su semejanza, barbados, si con barbas; rubios, si con doradas melenas, etc¨¦tera, y el profesor Schwartz, liberales puros a todos los economistas por cuanto ¨¦l lo es.
Y, a rengl¨®n seguido, viene el siguiente p¨¢rrafo: "Con esto, amigos lectores, les he tra¨ªdo ( ... ) a una regi¨®n en que ahora se est¨¢n librando los combates con lo desconocido" (?sic!). Nos parece que este p¨¢rrafo, que podr¨ªa firmar Asimov, es demasiado pretencioso para los m¨¦ritos del profesor Schwartz en cuanto pedagogo de los lectores de EL PAIS, pues nos trae a una regi¨®n importante, pero hecha trivial a fuer de conocida: que los intereses individuales son muy importantes en econom¨ªa. Ricardo y Malthus, en esa amable gresca que se tra¨ªan, ya eran conscientes de ello por lo menos en 1820. De modo que es muy viejo eso de que los intereses de las clases y de los individuos juegan su papel en la econom¨ªa, y no justifica en absoluto el p¨¢rrafo anterior, m¨¢s propio de la parapsicolog¨ªa.
El art¨ªculo entra en la recita final, de forma un tanto suicida, con este aserto: "Unicamente quiero deducir de mi razonamiento una implicaci¨®n quiz¨¢ chocante..." (la implicaci¨®n, como en seguida ver¨¢ el lector por la continuaci¨®n de la cita, no es en s¨ª chocante; -a lo sumo, un tanto vieja). "... Buscamos una explicaci¨®n econ¨®mica de los defectos de nuestras instituciones no s¨®lo mercantiles, sino, sobre todo, pol¨ªticas". Con lo que s¨ª choca la afirmaci¨®n es con el resto del art¨ªculo, lo que no debe tentar al profesor Schwartz a rechazarla, sino a revisar sus p¨¢rrafos anteriores. De todos modos, no deja de tener cierta gracia que, a fuerza de cocinar liberalismo puro, se acabe en una empanada marxista, respecto de lo cual queremos imitar a Beltr¨¢n du Guesclin, en la gre?a de los Trast¨¢mara, sin entrar ni salir de la cuesti¨®n.
Terminemos devolvi¨¦ndole su pregunta al profesor Schwartz, s¨®lo que esta vez referida al liberalismo puro: Cui prodest. ?A qui¨¦n beneficia tanto sofisma?
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