El se?or presidente
Rep¨ªtase una palabra o una breve oraci¨®n varias veces y se observar¨¢, como r¨¢pidamente va perdiendo su sentido hasta convertirse en un recitado mec¨¢nico e ininteligible para el propio orador, Algo similar puede terminar por producirse en la relator¨ªa de este proceso. Tantas veces -?Y estamos empezando!- hemos escuchado lo que hicieron los encausados, lo que dejaron de hacer, lo que escucharon y lo que dicen haber o¨ªdo, sus remisiones a instancias m¨¢s altas, que se corre el peligro intelectual de perder el hilo del juicio y naufragar estrepitosamente en un ensopado de an¨¦cdotas, frases m¨¢s o menos felices e irrelevancias procesales o pol¨ªticas. As¨ª, ya de lleno en la primera fase de la intervenci¨®n de las defensas, hay que acorazarse mentalmente ante las repeticiones que no siguen un hilo conductor hacia determinadas deducciones, sino que procuran remachar esquemas de opini¨®n favorables a cada defendido.A este respecto no es desde?able, de la sesi¨®n de ayer, el tan eficaz como mon¨®tono desfile de declaraciones de capitanes generales con mando en plaza testificando sobre la caballerosidad o solvencia patri¨®tica del general Armada. El argumento b¨¢sico de su defensor, Ram¨®n Hermosilla, parec¨ªa ser el de "atreveros a condenar a treinta a?os a un hombre que recaba estas opiniones de nuestros capitanes generales". Opiniones por supuesto excelentes, un punto incidentes en las virtudes teologales y morales, y menos exultantes respecto a la santificaci¨®n que debe hacerse de otras obligaciones civiles. No obstante, si alguien hubiera tenido alguna duda de que el general Armada era eso que se entiende com¨²nmente por un se?or, este proceso le hubiera evitado la reflexi¨®n. El abogado Hermosilla, que ayer termin¨® su turno de lecturas sumariales, ha logrado -escrito sea con todos los respetosque un nutrido grupo de capitanes generales entonen a coro Es un muchacho excelente en honor de Armada. Como recurso procesal esto carece de reproche, aunque no sirva para dar m¨ªnima luz sobre las responsabilidades pol¨ªticas y militares de este paradigma del caballero militar y cristiano.
El protagonista de la sesi¨®n de ayer fue el presidente de la Sala, teniente general Luis Alvarez Rodr¨ªguez. El comienzo de su presidencia fue extremadamente cauto y moderado. Toler¨® la lectura de la hoja de servicios de Milans y -hoy- parte de la del general Torres Rojas, que nos ilustr¨® sobre la afiliaci¨®n falangista de este ex-jefe de la Acorazada y acerca de sus marcas atl¨¦ticas. Pero el presidente, advertido de las rendijas dilatorias o meramente pol¨ªticas que pueden pretender abrir la mayor¨ªa de las defensas, ha cortado por lo sano. Aceptando protestas con destino a futuras casaciones impidi¨® la lectura de una relaci¨®n de atentados publicada por El Alcazar y de un art¨ªculo de Emilio Romero en el ABC, en el que presuntamente se, retratar¨ªa, por inclusi¨®n o exclusi¨®n, al m¨¢s correcto sucesor de Adolfo Su¨¢rez y encarrilador de nuestros problemas.
Una salva de abogados cay¨® sobre este infante, que ayer demostr¨® no estar dispuesto a que el juicio se prolongue hacia el infinito ni a que se decante pol¨ªticamente en cualquier direcci¨®n. Luis Alvarez Rodr¨ªguez tiene una biograf¨ªa castrense equilibrada entre el mando de armas y tareas de organizaci¨®n y docencia; mand¨® unidades de Regurales durante la guerra civil y blindados en la paz, el Gobierno Militar de Madrid y la Capitan¨ªa de Burgos; pasa a la B en septiembre pr¨®ximo y tiene en esta presidencia, de la Sala y del Consejo Supremo de Justicia Militar, el dif¨ªcil colof¨®n de su carrera. Tras los tanteos iniciales del terreno, y pese al grave incidente, a¨²n no resuelto, de la expulsi¨®n de un periodista a petici¨®n de los procesados, no parece que vaya a dejarse intimidar por una defensa que, l¨®gicamente, busca grietas pol¨ªticas por las que deslizar sus argumentos, o la inversi¨®n del proceso contra quienes no supieron entender el mensaje de los golpistas y as¨ª devinieron en traidores a una causa presentada como remota y difusamente ilegal, pero moralmente saludable.
Por lo que se ve y se escucha, de momento, solo cabe advertir una defensa: la de Armada; n¨ªtidamente dirigida a demostrar que el general no estuvo donde afirma el fiscal ni propici¨® golpe alguno. Acaso puede rese?arse el ¨ªmpetu juvenil de los muchos a?os de Adolfo de Miguel, defensor de Pardo Zancada, Carr¨¦s (quien sigue sin personarse en la sala) y Camilo Men¨¦ndez; pero siempre en la l¨ªnea de esparcir responsabilidades por doquier. Armada, Cortina, G¨®mez Iglesias se defienden, afirman que no han sido; los dem¨¢s, particularmente los m¨¢s involucrados procesalmente, insisten en que hay responsabilidades superiores.
Por lo dem¨¢s, las lecturas solicitadas ayer por las defensas -Armada, Torres Rojas y los encausados al cuidado legal de De Miguel- no acaban de dejar mal al teniente general Gabeiras (de quien nos enteramos que la tarde del 23 de febrero, al regresar de la Junta de Jefes de Estado Mayor, distribuye granadas de mano entre su guardia) y arroja a las tinieblas exteriores al general Juste, entonces al frente de la Acorazada, por sus supuestos titubeos. Pr¨¢cticamente la plana mayor de la Brunete atestigua que Juste no perdi¨® el mando de la misma en ning¨²n momento, a¨²n cuando se supusiera. subjetivamente que no se encontraba satisfecho de las ¨®rdenes que en un principio despachaba su Estado Mayor. Estamos ante una deposici¨®n sumarial destinada a exculpar al general Torres Rojas, quien puede que no impartiera ¨®rdenes directas a su antigua divisi¨®n, pero cuya presencia f¨ªsica -es un hombre querido en El Goloso- tuvo que influir en los ¨¢nimos de sus antiguos subordinados y de su sucesor.
Esta sesi¨®n ha servido igualmente para resaltar el. papel de Quintana Lacaci, Capit¨¢n General de Madrid. Sin sus fren¨¦ticas llamadas telef¨®nicas regresando unidades a sus cuarteles, una sospechosa Operaci¨®n Diana modificada hubiera ocupado los centros neur¨¢lgicos de la capital. Bajo la clave lunes toda la parafernalia de ese aparato intimidatorio de la Divisi¨®n Acorazada estaba dispuesta -con carburante y munici¨®n y los permisos suspendidos desde una hora antes del asalto de Tejero al Congreso- y en l¨ªnea de salida hacia emisoras de radio, peri¨®dicos, televisi¨®n -a la que llegaron-, nervios de comunicaci¨®n o de energ¨ªa, etc.
El Rey -no pod¨ªa ser menos en esta f¨¢bula de las exculpaciones por arriba- sigue apareciendo como el dosel jer¨¢rquico en que se recuestan no pocos de los encausados. Las precisiones te¨®ricas alcanzan su cumbre en el general Torres Rojas cuando insiste en precisar la supuesta voluntad de la Reina en la reconducci¨®n de nuestro proceso democr¨¢tico. La Reina, que constitucionalmente no puede asumir funciones constitucionales, resulta que es traida a colaci¨®n -no se sabe a cuenta de que- precisamente por quienes soslayan directa o tortuosamente el texto constitucional. Afortunadamente no es una sorpresa la remisi¨®n continua de casi todos los encausados a la obediencia debida a la autoridad de los Reyes. Ayer ya se habl¨® en plural de la Monarqu¨ªa a la hora de aliviar responsabilidades y atender directrices m¨¢ximas; como si la Corona fuese un matrimonio al frente de una sociedad an¨®nima. Un elemental repaso al calendario horario del 23 de febrero nos coloca en la pista de que el Rey, a los veinte minutos del golpe, hab¨ªa generado las suficientes ¨®rdenes c¨®mo para que los jefes del Ej¨¦rcito supieran sin lugar a dudas que aqu¨¦l se daba contra su nombre. Es una falacia retrasar la respuesta hasta la intervenci¨®n televisada de don Juan Carlos. Desde la toma del Congreso los tel¨¦fonos y los t¨¦lex de La Zarzuela tejieron una red que evito el desastre.
El general Torres Rojas, finalmente, no termina de aparecer, mal que pese a su defensa, bajo luces excesivamente l¨ªmpidas. Este general fue fulminantemente relevado del mando de la Acorazada ante el ritmo en¨¦rgico que daba a los ejercicios diarios de su divisi¨®n (sus ejercicios t¨¢cticos penetraban excesivamente en Madrid) y no acaba de convencer su extra?a coartada respecto a su presencia en la divisi¨®n el d¨ªa de autos. Aduce que vino a requerimiento de Pardo Zancada y aprovechando que ten¨ªa asuntos notariales que resolver. Sera dif¨ªcil que convenza al tribunal de que un general de divisi¨®n corre a requerimiento de un comandante de Estado Mayor -aunque medien asuntos notariales- y de que su presencia el 23 de febrero en la Acorazada no implic¨® una sutil presi¨®n psicol¨®gica sobre toda la oficialidad de la Brunete y su propio y dubitativo mando natural.
Sea como fuere los temores de que este sea el juicio eterno se han disipado en parte ante un presidente de Sala que ha tomado las riendas en la mano de cara a dilaciones o extrapolaciones de la defensa. Hay juicio por lo que se puede ver para rato, pero al menos no parece que la vista oral del 23 de febrero pueda acabar orillando las responsabilidades personales en favor de un juicio pol¨ªtico. El presidente de la Sala ha tomado la palabra.
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