Un fondo de coroneles
En la sesi¨®n de la tarde el fiscal; general auditor de la Armada Jos¨¦ Manuel Claver, manejaba con mayor maestr¨ªa que por la ma?ana la patata caliente de interrogar a Milans del Bosch; graduando los silencios, repitiendo en voz alta sus propias reflexiones ("no lo entiendo, no lo entiendo...") termin¨® por hacer al procesado una pregunta muy simple: ?Particip¨®, apoy¨¢ndole, en el levantamiento armado del teniente coronel Tejero?. Milans, quien no acostumbra a responder con simples monos¨ªlabos, contest¨®: S¨ª. El fiscal subray¨® con un nuevo silencio esta afirmaci¨®n y dio provisionalmente por ultimado su turno interrogativo.El de ayer fue el d¨ªa de Milans. Su padre, teniente general, 92 a?os, erguido en su ancianidad y fumando alg¨²n que otro cigarrillo, hac¨ªa a su hijo, uniendo las manos, el signo de la felicitaci¨®n cuando ¨¦ste abandonaba la sala. Tres generaciones de Milans del Bosch (y las tres militares) estaban presentes para ver y escuchar al ex-capit¨¢n general de Valencia resuelto, distendido, con tablas, manejando su situaci¨®n, dicharachero, haciendo un uso sabio del respeto que sus bocamangas y apellidos despiertan en el Tribunal, fiscal y defensores. No pocas de sus respuestas se recostaban en los murmullos de risas aprobatorias.
En la ma?ana, resuelto el incidente entre defensores y la fiscal¨ªa del que se escribir¨¢ m¨¢s adelante, el fiscal inici¨® un interrogatorio cauteloso y de una respetuosidad exquisita. Ya previamente el presidente de la Sala, al explicar el procedimiento del interrogatorio hab¨ªa aludido a "interrogados" y no a "procesados". Exhortado a decir verdad, pero relevado de juramento, Milans -tratado en todo momento de mi general, pidiendo aclaraciones, intentando dar lectura a p¨¢rrafos de su bando valenciano, lo que consigui¨®, repreguntando, sali¨¦ndose en varias ocasiones del terreno escueto de la pregunta- se someti¨® a un listado de cuestiones del fiscal que intentaba seguir un orden eron¨®logico de los hechos. Sobre el proyecto Tejero afirma Milans que muchos espa?oles y casi todos los militares estaban preocupados por la tripleta de problemas autonom¨ªas-terrorismo-paro; grupos de militares m¨¢s o menos nerviosos, m¨¢s o menos radicales, buscaban una soluci¨®n a estas preocupaciones y en el ambiente flotaba la certeza de que se gestaban tres golpes de Estado: el de los coroneles, el de los tenientes coroneles y algo en la Guardia Civil. Preocupado por el primer intento enunciado (se hablaba de un indeterminado n¨²mero de regimientos comprometidos en una asonada que ser¨ªa radical) ¨¦l intent¨® parar o retrasar el cuartelazo vendiendo a estos grupos la soluci¨®n Armada.
Armada, a lo que parece, le hab¨ªa referido una prolongada conversaci¨®n con los Reyes en el Pirineo de cinco o seis horas; que el Rey estaba harto de Su¨¢rez y hab¨ªa que cambiarlo, que pas¨® revista con ellos a una lista de presidenciables sin encontrar un futurible, la vieja teor¨ªa de que el Rey optaba por un gobierno civil y la Reina por otro militar, etc¨¦tera. Que el Rey sab¨ªa que se estaba propiciando un hecho pol¨ªticamente violento y que de producirse estaba dispuesto a reconducirlo; una palabra que se cita como textual. Y a partir de esta curios¨ªsima confidencia del general Armada (que se precia de no comentar con nadie sus conversaciones con los Reyes) el teniente general Milans (que a su vez se vanagloria -y ayer lo volvi¨® a recordar por si nadie lo sab¨ªa- de que jam¨¢s acepta ¨®rdenes de inferiores) deviene en firme representante de la soluci¨®n Armada y se dedica a intentar detener los golpes duros en marcha.
As¨ª, cuando se ve en el piso madrile?o de su ayudante el teniente coronel Mas, con Torres Rojas ("ten¨ªa credibilidad entre los oficiales de la Acorazada y entre los militares m¨¢s radicales"), Tejero, Carr¨¦s y otros cuyos nombres contin¨²a ocultando -y de ello hace gala-, intenta convencer a estos representantes de soluciones m¨¢s expeditivas de la bondad del proyecto de su patrocinado: que se van avanzando los peones, que Armada contra la opini¨®n de Su¨¢rez ser¨¢ segundo jefe del Estado Mayor del Ej¨¦rcito, que el paso siguiente es la formaci¨®n de una Junta de Jefes de Estado Mayor m¨¢s adicta al Rey, que se usar¨ªa el propio mecanismo constitucional pararef¨®rmar la Carta Magna y que, en definitiva, "hab¨ªa algo mejor" que lo que coroneles, tenientes coroneles o guardias civiles (por seguir la propia enumeraci¨®n de Milans) propon¨ªan. Despu¨¦s, tras estos encomiables esfuerzos por parar o retrasar a los golpistas, Milans se une al golpe para parar el golpe, a tenor de ese s¨ª con el que ayer termin¨® de responder
El general Claver, con guante blanco, intenta llevar a Milans contra el muro de sus contradicciones l¨®gicas. ?Como es que alert¨® su regi¨®n militar la ma?ana del 23 de febrero? Porque como sab¨ªa que se producir¨ªael asalto al Congreso y se le hab¨ªa informado de la intenci¨®n de Comisiones Obreras de asaltar los cuarteles en caso de golpe de Estado ten¨ªa que tomar medidas precautorias. ?Pero sab¨ªa lo que se iba a producir? Lo sab¨ªa pero, ?como era con conocimiento de Su Majestad, quien iba a reconducirlo...! El fiscal. espacia los segundos y las palabras: "No lo entiendo ... No lo entiendo". Ya antes el fiscal intent¨® entenderlo preguntando a Milans por qu¨¦ no intent¨® una comunicaci¨®n directa con el Rey, comprobatoria de las tesis de Armada. Milans, que ruega no se le interrumpa, explica que su nivel de relaci¨®n con el Rey no es como para estar yendo y viniendo a La Zarzuela, pero que a finales de noviembre del 80 (en ese mismo mes ya hab¨ªa hablado con Armada) asisti¨® en Cartagena a la entrega de una bandera de combate a una fragata, acto al que asist¨ªa la familia real. En la plancha de la embarcaci¨®n pidi¨® al teniente general Valenzuela audiencia con el Rey; luego en el almuerzo insisti¨® ante el propio Don Juan Carlos: "Se lo digo a Sabino y te llamar¨¦" afirma que le dijo el Rey. "Pues hasta ahora" remata Milans. E insiste en que cre¨ªa totalmente en Armada.
En otro escal¨®n de su interrogatorio -en este caso a preguntas de su propio defensor- deja al general Armada -quien contin¨²a estoico- literalmente a los pies de los caballos. Cuando fue arrestado en el Cuartel del Ej¨¦rcito acept¨® como oficial de ¨®rdenes al coronel Pardo de Santayana, que le transmiti¨® dos o tres recados de Armada: que todo comenz¨® el 23 y que hab¨ªa que olvidar lo anterior . El mismo 24 de febrero, ya arrestado Milans en Madrid, pregunta por Armada, quien sube a saludarle y "muy nervioso" le dice: "No conviene que nos vean juntos", y le reitera que es importante que todo haya comenzado el 23.
El teniente general Gabeiras, entonces jefe del Estado Mayor del Ej¨¦rcito, tambien recibe su trallazo. Si Armada no est¨¢ ni en su despacho ni en La Zarzuela (como parece que hab¨ªa anunciado), ?no le extra?a que estuviera trabajando en el despacho, de Gabeiras?. No, porque tambi¨¦n se hab¨ªa rumoreado que Gabeiras ten¨ªa conocimiento de lo que se estaba fraguando. Y el comandante Cortina, por mor del interrogatorio de ayer, ve materializada su figura como la del hombre que empujaba el golpe en la direcci¨®n de Armada. Y alg¨²n sarcasmo. "?A ti que te parece este Cortina?" pregunta Milans a Pardo Zancada paseando el 22 de febrero por Valencia. "No s¨¦, no s¨¦", m¨¢s mosqueante que dub¨ªtativo como respuesta del comandante, definitoria del hombre "que est¨¢ aqu¨ª empujando" seg¨²n lamenta Armada a Milans.
Con una buena memoria -"aunque no tan perfecta como la de Gabeiras"- Milans est¨¢ poniendo los clavos de la inverosimilitud de su historia. No es veros¨ªmil que ante la indiscrecci¨®n de Armada no intentara m¨¢s firmemente ver al Rey. Y adem¨¢s en noviembre -casi tres meses antes de las confidencias de enero sobre los supuestos deseos reales- ya est¨¢n hablando de salidas pol¨ªticas a la crisis. No parece muy contento Milans con el retraso del Rey en darle audiencia -recuerda que le han saltado otros tenientes generales en el camino de La Zarzuela-, pero el enfado y la propia estima no justifican el no haber insistido en la entrevista. Por otra parte en la sala se di¨® ayer carta de naturaleza a algo no por sabido y comentado menos grave: golpes de Estado para todos los gustos, a escoger y revolver, con nombres y apellidos que Milans -preguntado expl¨ªcitamente- afirma que no revelar¨¢ nunca, con un entendimiento del compa?erismo m¨¢s acusado que el entendimiento de la raz¨®n de Estado. Y, aqu¨ª, por lo o¨ªdo, se est¨¢ juzgando precisamente a los m¨¢s blandos del escalaf¨®n. Revelaciones y silencios que no confortan los ¨¢nimos en Campamento. Si en el mejor de los casos ni los coroneles, ni los tenientes coroneles, ni el resto de militares asistentes a la reuni¨®n dirigida por Milans en la calle madrile?a de General Cabrera no est¨¢n en las filas de los procesados -afirmar que no est¨¢n presentes ser¨ªa excesivo- ni esta causa va a servir para identificarlos, el des¨¢nimo es una tentaci¨®n l¨ªcita.
Por lo dem¨¢s, el incidente procesal de la ma?ana entre defensores y fiscal. Este solicit¨® un interrogatorio no por prelaci¨®n mec¨¢nica de rangos y antig¨¹edades sino por cooptaci¨®n a medida que intenta reconstruir los hechos. Ped¨ªa as¨ª comenzar por Tejero -para el fiscal, brazo ejecutor- y, es de suponer, terminar con las cabezas de la conspiraci¨®n. Grandes protestas de la defensa exigiendo se respetara el orden jer¨¢rquico. Parece que en otros juicios militares as¨ª se ha hecho siempre y que a mayor abundamiento, lo contrario trastocar¨ªa el esquema intelectual de las defensas. Tampoco deja de ser cierto que un interrogatorio que se presume dilatado -hoy proseguir¨¢ el de Mil¨¢ns- introducir¨¢ mayores dosis de confusi¨®n en la opini¨®n p¨²blica y en la propia Sala si se sigue el orden de rango que si se pregunta sobre una reconstrucci¨®n, aunque sea la del fiscal. A la postre es ¨¦ste y no la defensa quien tiene que hilar la historia. Tras un receso por diez minutos que alcanz¨® la hora (con los inevitables rumores alarmistas) el presidente opt¨® por dar raz¨®n a los abogados defensores en el imaginable criterio de que en este juicio, muy especialmente, no puede darse la menor sensaci¨®n de indefensi¨®n de los encausados. Primera protesta del fiscal a efectos de casaci¨®n y nuevos aplausos provenientes de las filas de familiares -palmas que se escuchan femeninas- cortados por la campa?illa presidencial y siseos de entre las comisiones militares.
El peque?o rifirrafe procesal y el interrogatorio de Mil¨¢ns dej¨® muy en segundo plano la primera comparecencia de Garc¨ªa Carr¨¦s en su silla de acusado. Inmenso pese a que de ¨¦l se dice ha perdido doce kilos, enfundado en un terno azul, con camisa celeste, recibe efusivos saludos de defensas y codefensores y los env¨ªa a su esposa y su hijo, ayer presentes. Entre el p¨²blico una mayor sensaci¨®n de afluencia de ese sobreentendido que se reputa como zona nacional. En un error de ubicuaci¨®n -es su primer d¨ªa en el Servicio Geogr¨¢fico del Ej¨¦rcito- Carr¨¦s utiliza el lavabo destinado al p¨²blico; coincide, ante otros varones, con un joven rubio que se cuadra, entrechoca los talones, levanta el brazo en el saludo romano y se presenta: "?A tus ¨®rdenes; soy hijo del coronel X de X!". Cabaret en el evacuotorio.
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