Los silencios de Armada
"El fiscal terminar¨¢ por llamar a declarar a Kafka", comentaba al final de la sesi¨®n de ayer uno de los principales observadores jur¨ªdicos de este proceso. Ha sido una jornada plena de detalles, de anecdotario, que en poco contribuye al esclarecimiento de las responsabilidades de cada encausado. Uno de los defensores comentaba jocoso en el receso del almuerzo su intenci¨®n de publicar el pr¨®ximo verano y en M¨¦xico la versi¨®n genuina de los sucesos del 23 de febrero. Santiago Segura, defensor del capit¨¢n Mu?ecas, recuerda en un corrillo de periodistas su sobrinazgo del cardenal Segura -aquella bestia cargada de f¨¦-. Se desvela un pacto de sala para que los codefensores no intervengan m¨¢s que en el ¨²ltimo turno de defensa: la exposici¨®n de conclusiones definitivas. La impresi¨®n generalizada entre los asistentes a esta vista es que, en la fase actual del proceso, solo hay una pregunta -o una direcci¨®n de preguntas- y una misma respuesta: el Rey mandando y un comandante -Cortina- que empuja. Un sector de las defensas incidiendo en lo que desean se escuche en la calle y un fiscal que como un pastor ovejero, parece que da vueltas sin sentido sobre un asunto, ronronea con aparente debilidad, y acaba llevando el reba?o al aprisco y obteniendo las respuestas, que sirven para esclarecer el tema. El caso es que para no caer en el mero anecdotario de frases interesantes, situaciones ambiguas o continua adicci¨®n de nuevos personajes a esta trama, conviene escribir hoy sobre el otro lado del muro de la sala: las residencias de los encausados.Desde ayer el clima emocional ha cambiado en su intimidad. Tras las declaraciones pen¨²ltimas de Milans, Tejero se encerr¨® en su cuarto con sus hijos presa de una s¨²bita interioriz aci¨®n. A medida que avanza la. causa crece entre estos justiciables la figura delfantasma de todo proceso: s¨¢lvese quien pueda. As¨ª, testigos presenciales relatan la desconfianza mutua entre los inquilinos del Servicio Geogr¨¢fico del Ej¨¦rcito a cuenta de los ¨²ltimos interrogatorio s, de alguna Filtraci¨®n a la Prensa desde procesados relacionados con antiguos servicios de informaci¨®n y hasta de que este -tambi¨¦n- es un proceso en el que hay ricos y pobres, personajes de notoriedad y corifeos, responsabilidades para la Historia y simples remisiones a castillos militares. Todo ello trascendiendo hasta a la relaci¨®n interfamilias: distanciamiento clasista hist¨®rico-econ¨®mico entre familiares de procesados por una misma causa. Puede haber dado comienzo el m¨¢s eres t¨² en la causa defebrero.
La atenci¨®n de ayer fue copada por la comparacencia del general Armada en la mesita reservada a la deposici¨®n de testigos e interrogados a la derecha del banco fiscal. Tras las sesiones dedicadas a Milans -ayer no solo resuelto sino hasta un punto jaque- Armada da una imagen diametralmente opuesta. Milans domina el escenario. Armada tiene otro tono de voz, diferente vocalizaci¨®n, menos seguridad expresiva en lo que dice. Milans -no puede ocultarlo- es un hombre de acci¨®n. Armada, un militar m¨¢s pr¨®ximo a la reflexi¨®n y a la biblioteca. Por m¨¢s que ¨¦l mismo ha-ya recordado c¨®mo -precisamente- apoy¨® con una bater¨ªa de ca?ones en el frente sovi¨¦tico a la compa?¨ªa que mandaba el capit¨¢n Milans.
El inicio del interrogatorio de Armada por el fiscal mov¨ªa a cierta ternura hacia el interrogado, en el entendimiento de que el general togado Claver estaba siendo m¨¢s duro con Armada que con Milans. Quiz¨¢ las cosas no puedan ser de otra manera teniendo en cuenta que el fiscal tiene m¨¢s dif¨ªcil probar "contra Armada" su reconstrucci¨®n de los hechos -como contra Cortina, valga el ejemploque contra Tejero y sus guardias o lo que podr¨ªamos llamar el grupo de Valencia, con Milans a la cabeza.
Tambi¨¦n vendr¨ªa obligada esta dureza en el interrogatorio fiscal de Armada por el car¨¢cter escurridizo de este. La l¨ªnea base de su exposici¨®n radica en que intent¨® ante Tejero -ya con el Congreso secuestrado- dos posibles salidas, una oficial (aviones y dinero) y otra oficiosa (posibilidad de dirigirse a los diputados para que ellos abrieran un portillo a la situaci¨®n). Aduce en su desacargo que el propio general Sabino Fern¨¢ndez Campos, secretario de la Casa Real, coment¨® con ¨¦l las tres alternativas de aquella noche de febrero: no ir al Congreso, ir en nombre del Rey o acudir a t¨ªtulo personal.
Lo primero era peligroso y entrahaba inacci¨®n., lo segundo impensable y lo ¨²ltimo daba pie a la posibilidad de hacer algo. Y Armada se ofreci¨® para el di¨¢logo oficioso con Tejero. Por lo dem¨¢s niega conocer anteriormente al teniente coronel de la Guardia Civil, niega cualquier actividad conspirativa, y cierra posibilidades interrogativas respecto a la supuesta entrevista en la calle madrile?a de Juan Gris con Tejero y Cortina y a las llamadas a Valenc, a a Milans los d¨ªas previos al golpe. Nada de nada. La palabra de un caballero militar contra la de otro soldado de honor. Fin de trayecto por cuanto los testigos contrarios al general Armada o lo son de o¨ªdo (escuchan a Milans hablar con un tal Alfonso) o es Tejero, un jefe del Ej¨¦rcito provisto de una biograf¨ªa que no convierte su palabra en algo especialmente s¨®lido.
Armada, sea como fuere, ha puesto ¨¦nfasis en un punto: "He estado, estoy y estar¨¦ a las ¨®rdenes del Rey. Mi fidelidad a la Monarqu¨ªa se me transmite de generaci¨®n en generaci¨®n. Y pase lo que pase har¨¦ honor a esa fidelidad." Y a partir de aqu¨ª no presenta el menor resquicio en sus declaraciones acerca de la irresponsabilidad de las imputaciones a la Monarqu¨ªa de un sector de los encausados. Como bien dice Armada, a ¨¦l el Rey le hac¨ªa alguna confidencia cuando ostentaba su secretar¨ªa, pero a partir de tener otro destino el Rey (o la Reina) no le ha hecho ninguna. Armada, partiendo de esta base argumental sobre la que es innecesario insistir por cuanto es categ¨®rico -jam¨¢s tuvo o se sinti¨® poseedor de un mandato real- desmonta una declaraci¨®n para ¨¦l desfavorable como la de Pascual Galmes, entonces Capitan General de Catalu?a, quien en conciencia, se extra?a de que Armada a su regreso de Valencia en enero le dijera que no se hab¨ªa entrevistado con Milans. La explicaci¨®n de Armada es veros¨ªmil: con buena voluntad Pascual Galmes yerra; confunde el viaje del 10 a Valencia con el del 29 -dimisi¨®n de Suarez- al pol¨ªgono de tiro de San Gregorio (Zaragoza) para presenciar ante los saud¨ªes una demostraci¨®n del cohete "Teruel". Parece cierto que el ex-Capitan General de Catalu?a mezcla ambos sucesos.
Pero esto, aunque Armada pone en el incidente todo el entusiasmo del hombre que hasta ahora ha estado sentado, escuchando y esperando, es menos importante que la narraci¨®n que hace sobre su conversi¨®n en futuro presidente de la naci¨®n: el aspiraba, preferentemente a la jefatura de artiller¨ªa del Ej¨¦rcito, que le gustaba, y ve¨ªa remota la posibilidad de ser segundo jefe del Estado Mayor. En cualquier caso se encontraba a gusto en L¨¦rida, donde mantuvo un almuerzo sin mayor trascendencia con M¨²gica, Revent¨®s y el alcalde Leridano (PSOE) desorbitado por los medios de comunicaci¨®n. Afirma que di¨® cuenta de aquella reuni¨®n de hombres solos -aunque presidi¨® la mesa la mujer de Ciurana- a su Capit¨¢n General para soslayar las hablillas de una ciudad peque?a como L¨¦rida.
Respecto a las misteriosas llamadas a Valencia, no se?or, no senor, as¨ª como a- la entrevista con Tejero a quien dice no conocer personalmente hasta su encausamiento. El fiscal intenta conducirle al derrumbamiento moral haci¨¦ndole el relato de la historia, casi releyendo sus conclusiones provisionales en un esfuerzo m¨¢s sicol¨®gico que legal por encontrar una falla en su sistema defensivo. Armada, plano, a veces dubitativo, tiene tambien sus reacciones: "No entiendo como estando yo en Madrid se hace ir a Valencia a Pardo Zancada para que escuche mi voz". "No entiendo como un comandante es quien decide la operaci¨®n del Congreso (alusi¨®n a un Cortina que emerge como el hombre que fija la fecha del 23 de febrero y empuja la intentona).
No es menos ca¨²stico que su predecesor Milans en algunos puntos concretos. As¨ª cuando preguntado por la capacidad del servicio de informaci¨®n militar para detectar la conspiraci¨®n aduce que "las fuentes de informacion del Estado Mayor eran muy peque?as. All¨ª no se enteraban de nada." Lamenta -"me hizo polvo"- art¨ªculos de prensa como el de Emilio Romero en Abc reput¨¢ndole como posible hombre-puente ante una crisis pol¨ªtica. Por lo dem¨¢s es menos correoso ante puntos del interrogatorio como los referentes a su compromiso con la cita de militares -m¨¢s Carr¨¦s- en la casa madrile?a del teniente coronel M¨¢s. En definitiva, un encausado anguila, menos convincente de cara al p¨²blico que el expansivo Milans, pero punto-negro de una acusaci¨®n -y de parte de las defensas- que encontrar¨¢n muy cuesta arriba probarle f¨ªsicamente su participaci¨®n en los hechos. Cabe la certeza moral y cierta deducci¨®n l¨®gica sobre el papel de este hombre (que se ve apesadumbrado, pero firme, entero) en los sucesos de febrero, pero ser¨¢ arriscado, llevarle hasta una confesi¨®n o una prueba concluyente. Los silencios de Armada parecen dif¨ªcilmente inexpugnables.
Parte de la sesi¨®n matinal fue consumida por el final de la deposici¨®n de Mil¨¢ns ante defensores. Estos -cabe suponer que en connivencia con sus defendidos, parecen optar por una suerte pol¨ªtica de nueva cocina vasca: men¨² largo y estrecho, insistencia en un factor que no puede convencer m¨¢s que al p¨²blico ya convencido. Milans hace uso de una carta que se ha visto en la Sala. Antes de ayer se retiraron los encausados y regresaron al advertir que Milans quedaba rezagado; le cedieron la prelaci¨®n en la marcha. Ayer, Armada regres¨® el ¨²ltimo a sus aposentos sin que nadie, excepci¨®n hecha del jefe de la relator¨ªa, cayera en la cuenta de que es un general de divisi¨®n a quien se debe protocolo. Un hombre s¨®lo (siempre dif¨ªcil de destruir) en un grupo de encausados que comienza a recoger la flor de la desconfianza mutua. Lo dicho: se acabar¨¢ citando a Kafka.
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