Una sardinada
Plaza de Valencia. Q¨²ince de marzo. Segundo festejo fallero Cinco novillos de Torrealta, inipresetitables, salvo el cuarto; quinto, de Beca del Monte, aceptable.Juan Mora: Media delantera (vuelta). Pinchazo bajo delantero y otro hondo (palmas). Franco Cadena: estocada ca¨ªda (palmas). Tres pinchazos y media: elpresidente le perdon¨® un aviso (palmas). El Moncho: estocada baj¨ªsima atravesada, que asoma (vuelta). Estocada ca¨ªda (aviso) y cinco descabellos (vuelta).
Casi todo lo que sali¨® por los chiqueros era una sardinada. ?Y a qui¨¦n puede interesar lo que un torero haga con una sardina? Mejor dejarlo.
Pero la empresa de esta plaza no se puede ir de rositas. Cuando la fiesta est¨¢ en una delicada fase de recuperaci¨®n, meter en la feria fallera, una de las m¨¢s importantes del pa¨ªs, semejante carnavalada es, por lo menos, un grave error. Poner precios de langosta a una sardinada es, adem¨¢s, un fraude intolerable.
Error y fraude. Mal asunto para empezar. Los taurinos son capaces de pasarse la vida ahogando la Fiesta entre ambas coordenadas.
Salvo rar¨ªsimas excepciones, el mejor de los taurinos no le vale ni para ir a por tabaco al m¨¢s modesto empresario de cualquier otro sector e incluimos al del espect¨¢culo.
Ninguno tiene peor promoci¨®n, peor ambiente, peor imagen que el de los toros. Ha ca¨ªdo en zafias manos una fiesta con enorme arraigo popular, est¨¦tica, emocionante, donde el peligro es ley y el arte norma, y donde historia y leyenda lo enriquecen y apoyan. No existe otra que tenga tanto argumento. Y los taurinos la han hecho jirones. Llevan a?os destruy¨¦ndola. Lo mismo les da arrinconar a un mont¨®n de toreros para que un grupito de mediocres multipliquen sin apuros sus actuaciones, que mutilar las reses, que sacar a la verg¨¹enza p¨²blica una maloliente sardinada.
Nada les importa. Pero el p¨²blico tiene su ley, y se defiende como puede. Para empezar, no acudiendo a la plaza. Ayer, los tendidos estaban desolados. Quienes acertaron fueron los que se quedaron en casa. ?Sardinadas a doscientos duros?. Estar¨ªamos buenos. ?A qui¨¦n le puede interesar semejante timo?.
De manera clue la novillada careci¨® de historia, salvo en dos novillos, que se lidiaron en cuarto y, quinto lugar. Y tampoco fue mucho. Porque, por ejemplo, el cuarto, que ten¨ªa cara y fachada, no ten¨ªa fuerza. Juan Mora lo mulete¨® con estilo, cuando no se ca¨ªa, lo que ocurri¨® pocas veces.
El quinto, alto, escurrido, muy armado y astifino, result¨® el ¨²nico fuerte de la tarde. Franco Mora quiso torearlo en los medios, que era mal terreno, y el propio novillo le enmend¨® la plana, acerc¨¢ndose al tercio. All¨ª, el torero se ech¨® la muleta a la izquierda, que era el lado boyante del animal, y peg¨® no se sabe cuantos cientos de pases, con el enga?o atr¨¢s y la vulgaridad delante. Obstinado en volver a los medios, sufri¨® un achuch¨®n y un baretazo. Regres¨® precipitadamente al tercio y entonces se vio que mandaba el novillo, pues al cabo de tanto pase a¨²n estaba sin torear. Qu¨¦ cosas.
El Moncho anduvo a gusto con sus sardina fl¨¢ccidas y consigui¨® mostrar ciertos apuntes de toreo hier¨¢tico, con una verticalidad amanoletada que podr¨ªa darle sitio si la mantuviera con novillos de verdad. Intervino en quites, que es buena predisposici¨®n. En el sexto hizo uno por tijerillas. A ese mismo animalejo Franco Cadena lo tore¨® por chicuelinas y Mora por ver¨®nicas de las buenas.
El tercio fue posible por el acertado criterio del presidente de que todas las reses entren tres veces al caballo. Las de ayer, por supuesto, no ten¨ªan resuello para aguantar las tres varas. Ni una siquiera. Las sardinas no se pican. Pero se simul¨® la suerte y no pas¨® nada. A fin de cuentas, todo era simulado.
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