Darwin como modelo de hombre de ciencia
El pr¨®ximo 19 de abril se cumple un siglo de la muerte de Charles Robert Darwin, quien no s¨®lo impuls¨® en¨¦rgicamente la biolog¨ªa, sino que influy¨® decisivamente en el pensamiento general. En homenaje a su memoria el eminente bi¨®logo Faustino Cord¨®n ofrece en tres art¨ªculos una serie de reflexiones sobre los siguientes temas: 1.. La personalidad de Darwin domo modelo de hombre de ciencia, motivo del presente trabajo. 2. Cu¨¢les fueron las principales aportaciones de Darwin y sus criterios de veracidad y rigor, y 3. De qu¨¦ manera sustancial difieren los problemas de la biolog¨ªa actual de los suyos, a los cien a?os de su fallecimiento.
A mi modo de ver, la ciencia experimental moderna, cuyo origen suele datarse en Galileo, se despega de la anterior emp¨ªrica -meramente clasificadora y descriptiva- por el descubrimiento de niveles genuinos de la realidad (mol¨¦culas, ¨¢tomos, etc¨¦tera, c¨¦lulas, animales, etc¨¦tera), cada uno de los cuales, constituido por entidades coherentes, dio origen a una ciencia experimental (qu¨ªmica, quimicof¨ªsica, etc¨¦tera, citolog¨ªa, zoolog¨ªa, etc¨¦tera) que ha ido descubriendo, en su correspondiente objeto de conocimiento, precisamente por la homogeneidad (conviene a?adir y coetaneidad) de ¨¦ste, relaciones reversibles y, con frecuencia, cuantificables. De este modo, cada genuina ciencia experimental ha logrado ir sometiendo una pluralidad a primera vista incoherente e inabarcable de datos, a leyes y sistemas de leyes que, comprendiendo cada vez mejor los efectos por sus causas inmediatas, coherentes, permiten interpretar de modo cada vez m¨¢s unitario lo conocido y prever hechos nuevos; a esta capacidad progresiva de comprensi¨®n te¨®rica de los fen¨®menos se debe, como es sabido, la eficacia con que la ciencia ha conducido la actividad productiva que se tradujo en la revoluci¨®n industrial moderna, en cuyo apogeo vivi¨® Darwin.Conforme a lo anterior, en Darwin, tal vez como en muy pocos hombres de ciencia, se da esa actitud apta propia de los grandes cient¨ªficos experimentales (de Galileo, de Newton, de Faraday, etc¨¦tera) de impulsar la teor¨ªa con apoyo de lo concreto y de aplicar la teor¨ªa a descubrir lo concreto. Lo primero que subyuga al leer a Darwin es su extraordinaria capacidad de observaci¨®n y la de someter a interpretaci¨®n unitaria conocimientos ajenos de muy variados campos de la biolog¨ªa. Ahora bien, esta doble tarea la hace desde su pensamiento y problemas te¨®ricos a los que se esfuerza en corregir y afinar por el contraste con los hechos. Sin duda, Darwin, es uno de los grandes observadores de la naturaleza, pero no se trata de una facultad puramente cong¨¦nita; la altura de su pensamiento es lo que le capacita para observar con agudeza; una an¨¦cdota significativa suya es que cuando enunci¨® por primera vez la hip¨®tesis de la selecci¨®n natural, exclamara: "Ya tengo una hip¨®tesis desde, la que observar". Esa misma altura te¨®rica le acuciaba a buscar y recoger el pensamiento y los conocimientos ajenos del modo generosamente constructivo que distingue la cr¨ªtica cient¨ªfica, a saber, buscar en los dem¨¢s, no la f¨¢cil pesquisa de lados d¨¦biles, sino la comprensi¨®n plena de la verdad por ellos entrevista para desarrollar, con su ayuda, la propia, sentida como resultado de labor colectiva.
Entre la prudencia y la audacia
Un aspecto notable del modo de trabajar de Darwin, que se impone al lector de cualquiera de sus obras y que parece muy propio del hombre de ciencia, es la armon¨ªa entre la prudencia y la audacia intelectual. En el desarrollo de su pensamiento, por una parte, revisa cautamente, no s¨®lo lo observado por ¨¦l, sino los datos y conceptos ajenos cuyo fondo de verdad procura poseer al m¨¢ximo como paso previo para superar los propios errores o limitaciones (esta cr¨ªtica constructiva -la acogida generosa de los cabos de verdad de otros- es el aire que sostiene el vuelo de la ciencia), y, por otra parte, cuando llega a conclusiones firmes, mantiene una inquebrantable fidelidad s¨®lidamente argumentada a los dictados de la propia raz¨®n. Me parece que la prudencia y la audacia intelectual son las dos caras complementarias del proceso mental de todo investigador genuino, proceso en el que son funci¨®n la una de la otra, se apoyan mutuamente, ya que ?c¨®mo llegar a toda una concepci¨®n cient¨ªfica nueva sin un largo proceso de prudente gestaci¨®n ni c¨®mo sostener este largo proceso sin una previa intuici¨®n que no arredra a la audacia?
As¨ª, Darwin, al regresar de sus cinco a?os de circunnavegaci¨®n, se juega, a los veintisiete a?os, la carta de toda su vida a una posible verdad confusamente entrevista. Releyendo estos d¨ªas su Diario del viaje de un naturalista alrededor del mundo, encuentro esta confidencia, no por velada menos significativa: "Si alguien me pidiera parecer antes de embarcarse para un largo viaje, mi respuesta depender¨ªa de la afici¨®n que esa persona tuviera por una rama de conocimientos susceptibles de ser ampliados por ese medio. A no dudarlo, el esp¨ªritu goza contemplando los diversos pa¨ªses del globo y las varias razas de la humanidad, pero los placeres disfrutados no compensan las contrariedades. "Se necesita estar alentado por la esperanza de cosechar en alg¨²n momento, por m¨¢s remoto que sea, cuando haya llegado la ¨¦poca de madurez, alg¨²n fruto de positivo valor" (*). En Darwin, lo radical de su fidelidad a la propia raz¨®n y, es m¨¢s, a su concepci¨®n cient¨ªfica del mundo, una vez que llega a conclusiones firmes, se manifiesta en el car¨¢cter resueltamente pol¨¦mico de algunas cartas suyas, pero en sus libros -como inevitablemente sucede en las obras de ciencia- la poderosa imaginaci¨®n, el genio creador de Darwin queda enmascarado por su prudencia, por la gran familiaridad con lo que estudie, a lo que logra enfocar en las m¨¢s diversas relaciones con su entorno.
Tres etapas, tres escalas
Esta tensi¨®n continua entre la prudente cr¨ªtica de un gran acopio de datos y su audacia intelectual, da a su pensamiento, no s¨®lo fuerte consistencia interna, sino una notable unidad de desarrollo que abarca a toda su vida y que se despliega en tres grandes etapas que se distinguen netamente. Sin duda, este tempo majestuoso de la vida cient¨ªfica de Darwin corresponde a la grandeza de su aporte al pensamiento humano. Su vida cient¨ªfica tiene un argumento a la vez l¨®gico y apasionado. Los l¨ªmites de un art¨ªculo impiden entrar en el examen de estas etapas que corresponden a ascensos de altura te¨®rica. En la primera etapa, que dura desde sus veinte a sus treinta a?os, Darwin se posesiona de las ciencias naturales de su ¨¦poca y, abandonado a su propia iniciativa en su viaje de cinco a?os, contribuye a hacerlas avanzar aplicando ya su talento personal; muy propio de su car¨¢cter es el hecho de que al regresar de su viaje, sin duda colmado de vislumbres de ideas nuevas, se detenga unos a?os a ordenar meticulosamente todo su acopio de datos en colaboraci¨®n con notables especialistas y que de este modo, a la vez, parezca reunir fuerzas para asaltar el obst¨¢culo que confusamente intuye que ha de debelar. Como consecuencia de toda esta labor se convence de que las especies se transforman en virtud de causas cognoscibles, y al encontrar una de estas causas en la selecci¨®n natural se inicia la segunda etapa, que dura de sus treinta a sus cincuenta a?os, en la que recoge pruebas de muy diversa naturaleza y de muy distintos campos de biolog¨ªa, en favor de la evoluci¨®n de las especies y del papel ejercido sobre ella por la causa por ¨¦l postulada, pruebas que expone con objetividad y ponderaci¨®n magistrales en su libro se?ero El origen de las especies por selecci¨®n natural (1859), entre las que aduce, en los primeros cuatro cap¨ªtulos, como corroboraci¨®n, por as¨ª decirlo, experimental a priori, la evoluci¨®n de los animales y vegetales bajo el hombre, tema en el que insiste en su obra Variaci¨®n de animales y plantas en domesticidad (1868). En fin, en una tercera etapa, desde los cincuenta a?os hasta su muerte a los 73, Darwin, perfectamente due?o de su pensamiento lo aplica a plantearse problemas tan importantes como La ascendencia del hombre y Selecci¨®n con respecto al sexo (1871), La expresi¨®n de las emociones en el hombre y en animales (1872), la correlaci¨®n evolutiva entre flores e insectos (1862), ventajas selectivas que operan en apoyo de la fecundaci¨®n cruzada en las especies vegetales (1876), relaci¨®n entre la lombriz de tierra y el suelo vegetal (1881), etc¨¦tera.
La realidad es coherente
En Darwin aparece firm¨ªsima la convicci¨®n de que la realidad es coherente de modo que no s¨®lo es potencialmente inteligible, sino la fuente exclusiva de nuestra racionalidad. En el momento actual, en el que, con tanta frecuencia, el cultivo de la ciencia se contamina de irracionalidad, hay que insistir en que el monismo (la seguridad de que todo fen¨®meno depende y s¨®lo depende del proceso del resto de la realidad) es el corolario de toda la ciencia que se impone vocacionalmente al cient¨ªfico. A este respecto vemos a Darwin inequ¨ªvocamente inclinado a realizarse en la pesquisa racional de la naturaleza, con entusiasmo y rechazando en su juventud toda otra ocupaci¨®n. Ahora bien, esta inclinaci¨®n, que venciendo obst¨¢culos se apodera pronto de Darwin, es evidente que ten¨ªa que arraigar en las mentes con cierta facilidad en la sociedad inglesa de su ¨¦poca, cuya expansiva prosperidad era precisamente hija de la ciencia experimental, de modo que la asimilaci¨®n por el pensamiento general de las verdades objetivas, mediante una cr¨ªtica constructiva empe?ada en difundirlas, se identificaba a¨²n con la prosperidad personal y la p¨²blica. As¨ª, ese momento expansivo de la Inglaterra del siglo XIX -del que es muy consciente Darwin- es muy propicio para alumbrar hombres libres que se hagan a s¨ª mismos en la conquista de pensamiento.
La explicaci¨®n del hombre de ciencia se?ero, universal, que lleg¨® a ser Darwin, hay que buscarla, pues, en la coyuntura social que le toc¨® vivir. Claro que las relaciones familiares, docentes y amistosas, junto con la idiosincrasia, modelan el car¨¢cter de cada uno, por lo dem¨¢s, de modo imposible de rastrear con seguridad. Pero la labor del hombre de ciencia, y tanto m¨¢s cuanto m¨¢s trascendente resulte, depende del entramado social, sobre el que, de un modo u otro, influye el pensamiento cient¨ªfico superior de su ¨¦poca. Su medio social proporcion¨® a Darwin dos cauces diversos, pero complementarios, hacia lo general de su concepci¨®n te¨®rica que la constituye en la verdad biol¨®gica de su tiempo: la oportunidad de enfrentarse solo, en plena juventud y ya excelentemente preparado, a escala mundial, con los m¨¢s diversos aspectos de los seres vivos en su marco geol¨®gico perfectamente entendido, y el otro, su comercio intelectual directo y constructivo con cient¨ªficos que impulsaban y se nutr¨ªan de las corrientes m¨¢s altas de la biolog¨ªa en todo el mundo.
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