Se empieza por el principio
Tuve la ocurrencia hace poco de escribir algo pensando en los j¨®venes, y lo que se me ocurri¨® fue instarles a pensar en el hombre, a meditar en el hombre que llegar¨¢n a ser. Conviene, si se intenta forjar un ideal, dise?arlo con rasgos que sean el vivo retrato de la realidad. Por ejemplo, si vemos la imagen del Caballero de la mano en el pecho, s¨®lo con verle conocemos su vida y milagros. El, ¨¦l mismo nos cuenta todos sus actos y pensamientos. Puede que hoy haya alg¨²n caballero con la mano en el pecho -con el coraz¨®n en la mano- pero, ?qu¨¦ cara tiene? No, eso no est¨¢ claro, y el ¨²nico medio de saber qui¨¦n es alguien es verle la cara. Ahora, en este tiempo en que devoramos im¨¢genes, andamos buscando la imagen del hombre que quisi¨¦ramos llegar a ser. Por esto trat¨¦ de producir cierta incomodidad en los j¨®venes demasiado satisfechos con su juventud, ignorantes de su transitorio esplendor. ?Parece que esto redunde en decepci¨®n o des¨¢nimo? Nada de eso, sino todo lo contrario. Esto incita a pasar -sin pasotismo- a sobrepasar o superar lo que se tiene, obtenido por naturaleza, sin esfuerzo ni elecci¨®n de proyecto.Fue para m¨ª una satisfacci¨®n saber que unos cuantos chicos quer¨ªan discutir conmigo el art¨ªculo con testigos, el insobornable testigo de la c¨¢mara, y lo discutimos. Los chicos eran de una belleza sorprendente y, as¨ª como es dif¨ªcil ver al Caballero, me fue facil¨ªsimo leer la fisonom¨ªa de estos donceles, que podr¨ªan figurar en un Piero della Francesca, y que van deportivamente desma?ados, bien pertrechados para el camino. Yo, en dos minutos, procur¨¦ sonsacar sus intenciones de porvenir, y alguna idea m¨¢s o menos clara obtuve. Andan sueltos, con bastante libertad y cierta instrucci¨®n bien asimilada, de modo que se puede hacer c¨¢balas imaginando ad¨®nde ir¨¢n. Con m¨¢s tiempo, habr¨ªa tratado de averiguar de d¨®nde vienen: es fundamental saber lo que han mamado.
Por formularlo as¨ª, pienso, sigo en mi di¨¢logo interior -ya que confieso que mi ¨²nica fuente de informaci¨®n es la Televisi¨®n Espa?ola, por no entregar mi tiempo a los peri¨®dicos- en los espacios que nos muestran las papillas de las mejores marcas con que hoy refuerzan el natural alimento de los rorros. Eso parece que est¨¢ bien, supongo que los pediatras lo controlar¨¢n. Luego, el rorro gatea -primer a?o-; luego empieza -segundo y tercero- a emborronar papeles. La dieta suministrada a su,. . ?mente, alma, persona? . .. consiste en atracarle de las nourritures terrestres, que quedar¨¢n en ¨¦l marcadas a sangre y fuego -no es met¨¢fora- sustancia y calor de las neuronas que seguir¨¢n coleando mientras viva el ciudadano actuante, veinte, treinta, cuarenta a?os...
Ahora que los ejecutivos -no importa lo que ejecuten- son tan j¨®venes, sabemos que su alimentaci¨®n fue muy diferente de la de otros tiempos. Sabemos que estos ya no mamaron la larga y oscure paz del hogar diecinuevesco. Estos ya ingurgitaron inquietudes, terrores, hambres -?terrible alimento!- y vemos su naturaleza afectada por una especie de anemia de la personalidad -rara vez atacada por la excepci¨®n-. No conviene dilapidar el tiempo en considerar lo que pas¨®, lo que ya es as¨ª y no puede ser de otro modo. Vale m¨¢s meditar en lo que va a ser, en lo que va a pasarles a los que empiezan por la cuerda floja de sus primeros a?os.
La cuesti¨®n inmediata es ¨¦tica y est¨¦tica. M¨¢i; bien en orden inverso porque lo est¨¦tico es lo primero en la fase oral. Lo bello es cosa que se cliupa, es puro placer. Claro est¨¢ -indiscutiblemente claro- que el placer de la cosa vista, chupada, sentida por cualquiera de los sentidos provoca la resonancia ¨¦tica que llamamos simpat¨ªa- amor y desamor, bien y mal en la balanza de la conducta. Despu¨¦s de las papillas, controladas por el m¨¦dico, vienen los aliinentos que consisten en juguetes y en lo que se llama material escolar, prolijo sobre todo en los jardines de infancia. Se puede detectar en ellos t¨®xicos, cuando no virus, tales como la fealdid sistematizada en juguetes, mu?ecos y mu?ecas, principalmeniie en estas creaciones de fisonoirn¨ªa humana. Siempre existierori en la mitolog¨ªa infantil gnomos, y duendes con gestos grotescos o adustos: ahora abundan seres nada fant¨¢sticos, semejantes a los que vemos pasar a nuestro lado, y estos son rematadamente feos. La mu?eca de biscuit desapareci¨® al mismo tiempo que la pintura realista, pero la pintura se desintegr¨® por un proceso intr¨ªnseco, especulativo: el cubismo y otros males no pod¨ªan caer en las manos de los ni?os: ellos los miran sin asombro desde sus cuartitos de bambis. Lo atroz es entregar a los ni?os im¨¢genes cuya fealdad es ir¨®nica, fealdad graciosa por sus gestos y muecas: las peponas de trapo marcando insuperable estupidez. Poner iron¨ªa en los ninos es el mayor contrasentido, es un atentado a su inocencia, que piensa en serio.
La censura no sirve de nada si no demuestra algo. Por ejemplo, la deliciosa canci¨®n: "Chiquitita...". La o¨ªmos en todas partes, mel¨®dica y capciosa, y entendemos la letra traducida al espa?ol, "Chiquitita, t¨² sabes b¨ªen / que las penas v¨ªenen y van / y desaparecen...". Con esta advertencia animan a una chiquitita de cuatro o cinco a?os, para que comprenda, como un viejo esc¨¦ptico, lo pasajero de las penas... S¨®lo hablo de juguetes y canciones: a los moralistas de ahora les escandalizan las canciones del siglo pasado que hablaban de cr¨ªmenes y adulterios. "Ya le vi venir, ya le vi venir de casa la querida. ?Ayayay!...". No dir¨¦ que esto est¨¢ bien, pero, ?por qu¨¦ sustituirlo con algo peor!... No hay nada peor que lo vac¨ªo.
Entre las cosas bien organizadas para diversi¨®n de los ni?os, lo que m¨¢s me aterra es el mundo social en que les zambullen las fiestecitas infantiles. Todo se ejercita en ellas: la vanidad, la ostentaci¨®n de las amas de casa. Para las chicas es el escaparate, ah¨ª se pavonean y se cotizan. Ellos, mientras tanto, se entrenan en la competencia. El aislamiento de los peque?os en su mundito (de esto ya habl¨¦, nunca bastante) es relativo, porque los chicos ven todo lo que los grandes no quieren que vean. Tal vez no ven muy claro lo que hacen sus familiares, pero el cine y la televisi¨®n les ense?an lo suficiente. Me he hartado de decir que el cine y la televlsi¨®n son maravillosas escuelas de ver, y lo repito porque, por mal que sea ver, no ver es mucho peor. La inocencia no se pierde ante la realidad. O s¨ª, se pierde porque para eso es, para perderse en el pi¨¦lago de la experiencia. Con lo que se corrompe es con la imagen bastarda del escepticismo y su obscena fealdad.
Cientos de p¨¢ginas no bastar¨ªan a describir esa imitaci¨®n de la sociedad que se cultiva en el mundito de los ni?os: aniversarios con velitas y lo que es ya apocal¨ªptico, ?fiestas de primera comuni¨®n! ... En los intervalos comerciales se constata el resultado. Por ejemplo, una ni?a que sale del ba?o y su madre la seca con una toalla. La ni?a dice: "?Ay!, ?qu¨¦ ¨¢spera! Diferente de las de casa de fulan¨ªta". La madre, avergonzada de la comparaci¨®n, busca un suavizante mejor; la ni?a dice: "Ahora s¨ª, esta es igual...". Las propagandas del mundo consumista son muy pedag¨®gicas; en ellas los ni?os se entrenan en el desear, ped¨ªr y obtener. Pero no hablemos con sorna de cosas tan graves: lo verdadero lanza a veces ejemplares sorprendentes... Un ni?o arma cuidadosamente un cochecito complicad¨ªsimo para el hermano que espera, luego apoya la cabeza en el vientre de su madre y, con una palmadita, d¨ªte a su hermano: "?Los hay con suerte!". ... Poder demostrar al mundo tal pureza es consolador.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.