'El pez es rojo'
El pez es rojo, que acabo de leer con un cierto retraso, es uno de esos libros que parecen una novela fant¨¢stica por el rigor con que est¨¢n apegados a la realidad. Sus autores son dos norteamericanos muy conocidos por sus investigaciones period¨ªsticas. Warren Hinckle se gan¨® hace dos a?os el Premio George Polk por sus revelaciones sobre actividades de la CIA dentro de Estados Unidos que son ilegales. William Turner es un antiguo funcionario del FBI que ha escrito, entre otros libros, un reportaje exhaustivo sobre el asesinato de Robert Kennedy. Ambos se dedicaron durante varios a?os a rastrear la documentaci¨®n y los protagonistas de la guerra secreta que la CIA ha adelantado contra Cuba desde 1959. Sin excluir, por supuesto, el medio centenar de atentados contra Fidel Castro. El resultado es este libro fascinante, que va m¨¢s all¨¢ de cualquier obra de ficci¨®n. El pez es rojo era el nombre cifrado del desembarco de la bah¨ªa de Cochinos.Leyendo este libro asombroso, uno se pregunta c¨®mo es posible que los Gobiernos sucesivos de un pa¨ªs como Estados Unidos, cuyo genio creador es una de las maravillas de este siglo, hayan podido perseverar durante veinte a?os en semejante sistema de disparates y despilfarrar sin medida tanta imaginaci¨®n in¨²til y tanto dinero est¨¦ril. Es apenas concebible que sus servicios de inteligencia hayan sido tan poco inteligentes como para establecer un contubernio entra?able con lo peor de su sociedad: las mafias del juego, los traficantes de narc¨®ticos, los delincuentes de la ¨ªndole m¨¢s siniestra, y todo eso en nombre de los intereses m¨¢s altos de la democracia. Uno de sus socios eminentes, Howard Hughes -el exc¨¦ntrico multimillonario muerto del miedo a los microbios hace pocos a?os- trat¨® de que, a cambio de sus servicios, Estados Unidos prolongara la guerra en Vietnam, s¨®lo para vender m¨¢s helic¨®pteros de sus f¨¢bricas, e intent¨® sobornar al presidente Lyndon B. Johnson con 100.000 d¨®lares en efectivo para que suspendiera los ensayos nucleares en Nevada, porque cre¨ªa que le hac¨ªan da?o para la salud. Dentro de este ¨¢mbito de locura, la CIA ten¨ªa barcos artillados que navegaban sin tropiezos con banderas inocentes, y que cambiaban de color y de forma con tanta frecuencia que era imposible identificarlos. En cier to momento, esa flota de la guerra secreta, que era aut¨®noma e impune, y no ten¨ªa nada que ver con las fuerzas armadas del pa¨ªs, fue la m¨¢s numerosa y destructiva de todo el Caribe. Cu¨¢nto ha costado y sigue costando esta aventura manicomial es algo que el talento magistral de los autores de este libro no han podido establecer. Tal vez porque nadie lo sabe a ciencia cierta.
Cuesta trabajo creer que en el origen de todo esto estuviera nadie menos que el creador del agente secreto 007. As¨ª fue. En la primavera de 1960 -seg¨²n cuentan Hinckle y Turner-, el senador John F. Kennedy, que poco despu¨¦s ser¨ªa el nuevo presidente de Estados Unidos, ofreci¨® un almuerzo a su autor favorito, lan Fleming. El senador le pregunt¨® al escritor qu¨¦ se le ocurrir¨ªa a James Bond si se le encomendara la tarea de eliminar a Fidel Castro. Fleming contest¨®, sin pesta?ear, que hab¨ªa tres cosas importantes para los cubanos: el dinero, la religi¨®n y el sexo. A partir de esa premisa, imagin¨® tres proyectos. El primero era arrojar sobre Cuba una cantidad fabulosa de dinero falsificado, como una cortes¨ªa de Estados Unidos. El segundo era arregl¨¢rselas para que apareciera en el cielo cubano una cruz luminosa, como un anuncio de la vuelta inminente de Cristo a la Tierra, para exterminar al comunismo. El tercero era lanzar panfletos sobre Cuba, firmados por la Uni¨®n Sovi¨¦tica, para advertir a la poblaci¨®n que las pruebas at¨®micas de Estados Unidos hab¨ªan contaminado de radiactividad las barbas de los revolucionarios, y que esto los volver¨ªa impotentes. Fleming supon¨ªa que despu¨¦s de esta advertencia los revolucionarios se afeitar¨ªan la barba, incluso Fidel Castro. Y concluy¨®: "Sin barbas no hay revoluci¨®n".
John Pearson, el bi¨®grafo de Fleming, escribi¨® m¨¢s tarde que todo lo dicho en aquel almuerzo hist¨®rico era una broma del novelista, para dar a entender que lo ¨²nico eficaz para derrotar a Fidel Castro era tratar de ponerle en rid¨ªculo. Pero la CIA lo tom¨® al pie de la letra, y el ¨²nico proyecto que no tuvo en cuenta fue el de los dineros falsificados, porque no les pareci¨® original. En efecto, hab¨ªa sido estudiado por los nazis para desorganizar la econom¨ªa de Inglaterra. La idea de obligar a los revolucionarios a afeitarse no habr¨ªa sido eficaz, pues ¨¦stos se afeitaron por propia iniciativa poco tiempo despu¨¦s, y la revoluci¨®n sigui¨® su curso. Antes de eso, los laboratorios de la CIA hab¨ªan inventado unos polvos que si se echaban en los zapatos har¨ªan caer todos los pelos del cuerpo, pero no encontraron a nadie que los echara dentro de las botas de Fidel Castro.
La gran mayor¨ªa de los proyectos, incluido el desembarco en la bah¨ªa de Cochinos, que era el m¨¢s ambicioso terminaron en el fracaso. Pero algunos dirigidos a destruir la econom¨ªa fueron certeros. "Aviones del centro de armamento naval de Lake China", dice el libro, "sobrevolaron Cuba, regando cristales en las nubes, que precipitaron lluvias torrenciales sobre ¨¢reas no agr¨ªcolas y dejaron ¨¢ridos los ca?averales".
M¨¢s conocida fue la acci¨®n de un grupo terrorista que, en marzo de 1970, recibi¨® de la CIA un frasco con el virus de la fiebre porcina africana, para que lo introdujeran en Cuba. Seis semanas m¨¢s tarde, la isla sufri¨® el primer brote de fiebre porcina africana del hemisferio occidental, y unos 300.000 cerdos tuvieron que ser sacrificados.
Los fracasos menos explicables, por supuesto, han sido los de los atentados a Fidel Castro En realidad, Castro tiene una vida cotidiana imprevisible, sus servicios de seguridad son muy dificiles de penetrar, y la contrainteligencia cubana est¨¢ considerada como una de las m¨¢s eficaces del mundo. Pero eso no es suficiente: para explicar el fracaso de m¨¢s de cincuenta atentados preparados por la CIA con sus recursos m¨¢s sabios. Hay que pensar que existe un elemento diferente que escapa a las computadoras de la CIA, y que tal vez no sea del todo ajeno a la magia del Caribe.
Cuando el presidente Kennedy mand¨® a Cuba al abogado neoyorquino James Donovan, en 1963, para que negociara la liberaci¨®n de un grupo de prisioneros norteamericanos, la CIA prepar¨®, sin que Donovan lo supiera, un regalo especial para Fidel Castro. Era un equipo de pesca submarina en cuyos tanques de ox¨ªgeno hab¨ªan puesto bacilos de tuberculosis. El propio Donovan no sabe por qu¨¦, pero el equipo no le pareci¨® digno de un jefe de Estado, y lo cambi¨® por otro que ¨¦l mismo compr¨® en Nueva York. "De todos modos", ha dicho un agente de la contrainteligencia cubana, "nosotros hubi¨¦ramos revisado el equipo".
Los fracasos m¨¢s sorprendentes fueron los de los tres atentados que la CIA prepar¨® contra Fidel Castro durante su larga visita a Chile, en 1971. En el primero, Castro iba a ser asesinado, durante una conferencia de Prensa, con una ametralladora escondida dentro de una c¨¢mara de televisi¨®n. "Era algo similar al asesinato de Kennedy", dijo el hombre de la CIA que dirigi¨® el atentado, "porque la persona que iba a matar a Castro estaba provista de documentos que le har¨ªan aparecer como un agente desertor de los servicios cubanos en Mosc¨²". Pero, a la hora de la verdad, a uno de los asesinos le dio un ataque de apendicitis, y el otro no se atrevi¨® a disparar solo. El otro atentado estaba previsto durante la visita de Fidel Castro a las minas de Antofagasta, en el norte de Chile. Un autom¨®vil descompuesto en el camino oblig¨® a detener la caravana oficial. Dentro de ese autom¨®vil hab¨ªa cuatrocientas toneladas de dinamita conectadas a un detonador el¨¦ctrico. Pero, por razones todav¨ªa inexplicadas, la dinamita no estall¨®. El tercer intento deb¨ªa ser un disparo desde otro avi¨®n en tierra, cuando Fidel Castro hiciera escala en Lima; pero un cambio en la posici¨®n de los dos aviones determin¨® que el piloto de la CIA se negara a disparar, por temor de no poder escapar a tiempo. Un cuarto atentado, tambi¨¦n frustrado, fue el que intent¨® una bella agente de la CIA que tuvo acceso a Fidel Castro y estaba dispuesta a echarle en la bebida unas c¨¢psulas de veneno. Pero las hab¨ªa introducido en Cuba dentro de un frasco de cold cream, y cuando quiso utilizarlas no las encontr¨®: se hab¨ªan disuelto.
Hay tres casos que no cuentan los autores de El pez es rojo. Uno de ellos fue cuando electrificaron con alto voltaje los micr¨®fonos de la tribuna donde iba a hablar Fidel Castro. La seguridad cubana lo descubri¨® a tiempo, y su explicaci¨®n fue la m¨¢s simple: "Ya hab¨ªamos pensado que a alguien se le iba a ocurrir alguna vez". El otro atentado que nunca ocurri¨® fue el que deb¨ªa intentar un empleado de la cafeter¨ªa del hotel Habana Libre, a quien la CIA le hab¨ªa dado unas c¨¢psulas inodoras, incoloras e ins¨ªpidas, y cuyo efecto mortal era bastante retardado, para que el criminal pudiera escapar. Se trataba de echarlas en el batido de frutas que Fidel Castro sol¨ªa tomarse cuando llegaba a la cafeter¨ªa en la madrugada. El agente esper¨® m¨¢s de seis meses y, cuando por fin apareci¨® Fidel Castro, las c¨¢psulas ya hab¨ªan perdido su efecto. La CIA las cambi¨® por otras de actividad indefinida si se conservaban en congelaci¨®n. El agente las puso sobre el congelador, y cuando Fidel Castro volvi¨®, al cabo de cuatro meses, le prepar¨® el batido de frutas de siempre; pero a ¨²ltima hora no pudo romper el hielo que hab¨ªa cubierto la c¨¢psula.
Con todo, el mayor peligro en que se ha visto Fidel Castro, y que tampoco est¨¢ citado en este libro fant¨¢stico -no fue un atentado-, fue despu¨¦s de la derrota de la invasi¨®n de la bah¨ªa de Cochinos, cuando regresaba del frente en un jeep descubierto. Dos supervivientes de la derrota, que se hab¨ªan escondido detr¨¢s de unos arbustos, le vieron pasar a menos de diez metros, y uno de ellos le tuvo en su mira por breves segundos. Pero no se atrevi¨® a disparar.
Copyright 1982. Gabriel Garc¨ªa M¨¢rquez-ACI.
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