El salario del miedo
Nunca se dieron prisas en Campamento. El nuevo procedimiento jur¨ªdico-militar ofrece -y lo est¨¢ demostrando- amplias garant¨ªas de defensa y exposici¨®n de motivos. Pero lo de ayer ya fue un equivalente de la Home fleet reduciendo su marcha rumbo a las Malvinas: lentitud estomagante. S¨®lo intervinieron dos letrados, Pardo Aldea (un comandante de la Guardia Civil que defiende a su cu?ado, ca pit¨¢n del mismo cuerpo, L¨¢zaro Corthay -le piden cinco a?os-) y Sanz Arribas (que defiende a los capitanes Cid Fortea, de la Acorazada, y Enrique Bobis, de la Guardia Civil -cinco a?os a cada uno-); a las doce de la ma?ana, un receso inexplicado de casi tres cuartos de hora; a la una y media, suspensi¨®n hasta las cuatro -media hora m¨¢s de lo habitual-; y a las cinco y media -treinta minutos antes de lo habitual-, suspensi¨®n de la vista hasta hoy.Vacaciones intermitentes, galvana, pereza, asolamiento no deseado ante una invasi¨®n de p¨®lenes a¨²n menos codiciados en el patio campamental, discusi¨®n sobre la variedad de helic¨®pteros que nos vigilan (ayer una pareja de Huey Cobra del Ej¨¦rcito, otro blanco y panzudo no identificado, otro m¨¢s, Bell, de burbuja, de la Guardia Civil) y una sensaci¨®n tan cierta como la premonici¨®n de los malos acontecimientos de que se pretende prolongar esta historia hasta que la sentencia se pueda hacer p¨²blica pasado el 30 de este mes.
A lo que parece, casi todos aqu¨ª se retardan, aterrados ante la mera posibilidad de que la publicaci¨®n de las sentencias venga siquiera a rozar el domingo 30, d¨ªa de las Fuerzas Armadas, acto presidido por el Rey en Zaragoza y con unas tropas mandadas por el capit¨¢n general de la regi¨®n, teniente general Caruana, el hombre que toma, por orden de Milans, el Gobierno Civil de Valencia durante una noche y que despu¨¦s, por lo o¨ªdo en Campamento, no se atreve a destituir de su mando a Milans, pese a las ¨®rdenes al respecto recibidas del Jefe del Ej¨¦rcito, teniente general Gabeiras.
Hay que amparar a Caruana -parece ser la consigna-, no vaya a ser que aparezca en alg¨²n considerando de esta sentencia y nos d¨¦ el d¨ªa; o que la mera comunicaci¨®n al pa¨ªs de la sentencia d¨¦ lugar o pie a desconsideraciones hacia las Fuerzas Armadas. ?Qu¨¦ tonter¨ªas! ?Qu¨¦ asunci¨®n incre¨ªble de los prop¨®sitos de los propios golpistas: que se identifique el 23 de febrero con las Fuerzas Armadas!
Caruana ha quedado en esta pel¨ªcula como un general sin grandes conocimientos de lo que ocurr¨ªa aquella noche y que, cuando le instruyeron desde m¨¢s altas instancias sobre lo que pasaba, se pleg¨® al mando e intent¨® una misi¨®n imposible: arrestar al gallo de su capit¨¢n general. Para qu¨¦ nos vamos a enga?ar: si lo intenta con mayor ¨¦nfasis le pegan un tiro. Bastante hizo con revelarle a Milans el objetivo de la visita que le hac¨ªa. Y el resto de las Fuerzas Armadas, ?qu¨¦ tienen que ver con esta extrapolaci¨®n tan escasamente gallarda que nos vemos obligados a contemplar d¨ªa a d¨ªa en Campamento?
Pues debe de tener mucha, a tenor de los vientos que soplan en el extra?o patio de armas. Muy probablemente, un Gobierno que tiene miedo a la clase militar y a sus reacciones posteriores a su propia justicia. No han entendido nada; ni siquiera el aforismo castrense de que hay que empezar, en asuntos complejos, por tenerle miedo al miedo. En 1.939 la consigna dio buenos resultados a unos pocos pilotos de la Royal Air Force. Hoy, tal no sirve para los se?aleros de la UCD. Bien podr¨ªa decirse, parafraseando a Churchill, que "nunca tan pocos hicieron menos por tantos". Otra vez ser¨¢ y otros seremos los que, sin complejos, aplaudamos al Ej¨¦rcito en Zaragoza. Ya llegar¨¢ -todo llega en esta vida- el gran Maura de la derecha espa?ola, privado de miedos y acoquinamientos de uniforme.
Las dos defensas anteriormente enunciadas fueron correctas. Mejor dicho: excelentes, a tenor de algunos precedentes escuchados. Alg¨²n d¨ªa habr¨¢ que escribir de los letrados que en esta causa no han hecho otra cosa -en ocasiones violentando sus convicciones ¨ªntimas- que defender a unos clientes a costa de arrostrar el sambenito de vestir la toga golpista. Al menos, los letrados Pardo Aldea y Sanz Arribas nos han aliviado de la tortura intelectual de considerar a los diputados secuestrados aquella larga noche como meros retenidos. Otros compa?eros de toga recibieron el siguiente comentario de quien pod¨ªa permit¨ªrselo: "Estamos inventando un delito nuevo: hurto de uso de diputados". Coges un autom¨®vil por menos de veinticuatro horas y s¨®lo es hurto de uso (la pena se rebaja considerablemente); haces lo mismo con el Congreso y por ah¨ª, por ah¨ª. Hay abogados para todo.
Como esto contin¨²e tan lento habr¨¢ ciudadanos de pyo que lo sientan por la Guardia Civil. El 14 de junio comienza en la Audiencia Provincial de Almer¨ªa otro proceso asaz complicado por la muerte (digamos que, como menos, rara) de tres j¨®venes que antes de morir hab¨ªan pasado por las manos de la Ben¨¦merita. Pues mucho de esta Instituci¨®n decimon¨®nica y anticuada estamos escuchando en Campamento. ?Ay del juicio de Almer¨ªa si algunas de las sofiamnas que en defensa de los guardias civiles se escuchan en Campamento se repiten desde la acusaci¨®n en el sur! La obediencia debida, que para el guardia civil es m¨¢s sagrada que para nadie; el hecho de que la Guardia Civil debe operar, en muchas ocasiones, al margen de sus mandos n¨¢turales; la realidad de que la Guardia Civil, por estar diseminada por toda la geograf¨ªa rural espa?ola, lejos de quienes la dirigen, ha de tener un sentido de la obediencia pr¨¢cticamente irracional. De El crimen de Cuenca a los sucesos de Almer¨ªa, pasando por el tropel de guardias civiles que primero asaltan el Congreso detr¨¢s del primer jefe que les convoca (no natural) y que acaban abandon¨¢ndolo por una ventana y de mala manera. Para qu¨¦ nos vamos a enga?ar. Es la tragedia de un cuerpo obsoleto, que cumpli¨® su tarea en una Espa?a rural, bandolerista, encerrado en casas-cuartel y mirando a los caminos poblados de arrebatacapas.
S¨®lo ha recibido una inyecci¨®n de modernidad: la Agrupaci¨®n de Tr¨¢fico. Se les quit¨® hasta el bicornio (?A qu¨¦ esa man¨ªa de denominar tricornio a un sombrero de dos picos?), se les dot¨® de helic¨®pteros, medios de comunicaci¨®n mec¨¢nica por carretera, una ft¨ªnci¨®n clara a cumplir: atender a los automovilistas. Y la Guardia Civil -de Tr¨¢fico- merece cumplidamente todos los parabienes. ?A qu¨¦ viene esa sorda manta de tercermundismo que procura la pareja, el mauser pesando en el hombro, la casa-cuartel aislante y endog¨¢mica, la ronda por las afueras, la desesperaci¨®n del aislamiento rural, para procurar que estos hombres contin¨²en con responsabilidad militar? ?Acaso lo que se quiere es que el Ej¨¦rcito de este pa¨ªs tenga bajo su responsabifidad el tr¨¢fico de las carreteras, la vigilancia de las maletas en las aduanas y la de las costas, para que no penetre m¨¢s contrabando de drogas o tabaco o de alcohol (si cabe la distinci¨®n)?
En el juicio de Campamento -lo hemos escuchado ayer- se aduce, por boca de defensores, que los oficiales de la Benem¨¦rita (no digamos ya, los meros guardias) obedecen por una especie de compulsi¨®n m¨¢gica que arrastra el reglamento del Duque de Ahumada. Es cre¨ªble. Tejero, si se lo propone, tanto asalta con los mismos guardias y oficiales el Congreso que la Embajada sovi¨¦tica, la Conferencia de Seguridad y Cooperaci¨®n Europea que la sede del Mundial. Lo que le hubiera dado la gana a la tocata. hacia sus compa?eros de que se trataba de cumplir un servicio. Y hasta tal punto llega la disciplina perdida de este Cuerpo que llega a aducirse, en favor de uno de sus oficiales, que -se lamenta que el teniente general Aramburu (actual y durante los autos director general de la Guardia Civil) no hubiera dado ¨®rdenes directas a los mandos naturales de los asaltantes del Congreso. Todo esto es bastante surrealista: acatan y obedecen ciegamente presuntas ¨®rdenes de un Rey que jam¨¢s han visto ni o¨ªdo (se las est¨¢n contando otros que ni siquiera son sus mandos naturales) y se niegan a obede cer la orden tajante del director de su Arma, a menos que lo mande el teniente, el capit¨¢n, el comandante, etc¨¦tera. Aqu¨ª s¨®lo aparecen dos alternativas: o hay mucho cuento respecto a la asonada de febrero o a la Guardia Civil hay que cogerla del bicornio y traerla -desmilitarizada, mal que le pese a Carr¨¦s y a Tejero- a las postrimer¨ªas del siglo XX.
Pero bueno, entre el p¨¢nico institucional a las Fuerzas Armadas y el particular miedo a la Guardia Civil, aqu¨ª seguimos en Campamento escuchando que todo fue una orden superior y que se debe absolver a todo el mundo, limitado mentalmente a obedecer ¨®rdenes superiores. Y, adem¨¢s, otorgando el ringorrango a unos letrados, dign¨ªsimos, pero que ya poco tienen que aducir, y d¨¢ndonos a todos parcelas de asueto en Campamento. Para este relajo pocos saben qu¨¦ hace fum¨¢ndose un puro, muerto de aburrimiento y de salud para su edad, en el G¨®mez Ulla, el teniente general Alvarez Rodr¨ªguez, presidente de esta causa.
Son los propios militares quienes relatan el chiste: Alguien quiere que el Ej¨¦rcito sea como una compresa femenina: que no se mueva, que no transpire y que no se note. Versi¨®n carpetovet¨®nica, grosera y gen¨¦sica del gran mudo franc¨¦s. Tampoco es para tanto; aqu¨ª lo que se precisa es un punto m¨¢s de cocci¨®n en esta olla de racionalidad que entre todos pretendemos cocer.
N.B.- Tejero lleg¨® a agredir fisicamente al comandante Cortina, inmediatamente antes de su traslado, junto con G¨®mez Iglesias, a las dependencias que ya ocupaba el general Armada en la otra punta del Servicio Geogr¨¢fico del Ej¨¦rcito. Aqu¨ª estan m¨¢s tranquilos, pero no dejan de tener sus problemas: estos oficiales, respetuosos ante un oficial general, siguen pidiendo permiso a Armada cada vez que se sirve la colaci¨®n. Y en los oficios dominicales soportan piamente, en su compa?¨ªa, la escucha que de la misa les depara el general Armada, que se la sabe.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.