La crisis del panamericanismo
Hasta hace algunos a?os pocos pa¨ªses superaban a Estados Unidos en la permanencia y continuidad de su pol¨ªtica exterior, dentro de los inevitables vaivenes del pragmatismo de: cada momento. El monro¨ªsmo en el continente americano, la pol¨ªtica de la puerta abierta en Extremo Oriente y la poca simpat¨ªa por el imperialismo colonialista, sustituido ¨¦ste por la influencia econ¨®mica de las grandes empresas privadas. (Standard Oil, Compa?¨ªa Fruta del Caribe ... ) eran l¨ªneas constantes de esa pol¨ªtica.El Congreso de Viena no fue amable con Espa?a, a pesar de la tr¨¢gica y decisiva intervenci¨®n espa?ola en la derrota del emperador de los franceses. No prest¨® apoyo la Santa Alianza, nacida en Viena, a la causa realista en la guerra civil, que permiti¨® la emancipaci¨®n de casi todos los dominios espa?oles en el Nuevo Mundo. El Gobierno ingl¨¦s ayud¨® o, por lo menos, mir¨® con simpat¨ªa la causa de los patriotas, que tuvieron en Londres representantes oficiosos u oficiales.
Para la Santa Alianza -ahora rediviva y doblada antag¨®nicamente en la OTAN y en el Pacto de Varsovia- era m¨¢s importante desterrar de Espi?a los conceptos de libertad y soberan¨ªa nacional de la Constituci¨®n de 1812 que intervenir en la crisis de la monarqu¨ªa espa?ola del Nuevo Mundo.
La doctrina Monroe
En esas circunstancias, el presidente Monroe se enfrenta a las posibles ambiciones de los Gobiernos europeos sobre Am¨¦rica, espa?ola con su famosa declaraci¨®n de, 1822. Las potencias europeas hallaron en el "reparto de Africa" amplio espacio para sus ambiciones imperialistas.
Monroe proclamaba la doctrina de considerar como una agresi¨®n a Estados Unidos cualquier intervenci¨®n extracontinental en un pa¨ªs americano, doctrina que se ha compendiado en la frase "Am¨¦rica, para los americanos".
En la segunda mitad del siglo XIX, fracasada la aventura francesa en M¨¦xico con el breve y tr¨¢gico gobierno del emperador Maximiliano, la hegemon¨ªa norteamericana se afirma en las Am¨¦ricas.
El monro¨ªsmo ten¨ªa su aspecto positivo. Era el de reconocer la soberan¨ªa de los Estados iberoamericanos, como supuesto de la garant¨ªa que llevaba consigo frente al. colonialismo, siempre posible de parte de Europa.
El 14 de abril de 1889 -que se declara D¨ªa de las Am¨¦ricas- crean los pa¨ªses del Nuevo Mundo, en conferencia continental reunida en Washington, la Uni¨®n Paramericana. Inician todo un sistema pol¨ªtico de colaboraci¨®n internacional dentro del continente.
El sistema panamericano avanza lentamente, sufre los efectos de la pol¨ªtica cambiante de las administraciones estadounidenses y alcanza su plenitud en la Carta de Bogot¨¢, que le dio el nombre de Organizaci¨®n de Estados Americanos (OEA).
A ella accedi¨® Cuba despu¨¦s de la guerra hispano-norteamericana de 1898; no as¨ª Puerto Rico, dominio norteamericano, que con el ilustre estadista Mu?oz Mar¨ªn consigue la situaci¨®n de Estado libre y asociado.
Con la Uni¨®n Panamericana parec¨ªa posible sustituir el principio europeo, inestable y dram¨¢tico, del "equilibrio" o "balanza del poder".
Derecho internacional americano
Surge como singular creaci¨®n el derecho internacional americano, dif¨ªcil de ser comprendido en Europa. A trav¨¦s de las conferencias panamericanas o por costumbres y tradiciones aparecen en ¨¦l los conceptos notables, como el principio de la consulta de todos los Gobiernos ante situaciones internacionales cr¨ªticas, el de, la no intervenci¨®n, el asilo diplom¨¢tico para los perseguidos pol¨ªticos y la igualdad formal entre los Estados, a pesar de las muy considerables diferencias de poder. Nada de vetos al modo de las Naciones Unidas, ni de miembros permanentes y no permanentes en los ¨®rganos directivos.
En la Conferencia Panamericana de Bogot¨¢, en 1948, se aprueba la carta constitucional del sistema, que se llama desde entonces OEA; deja de corresponder la secretaria general a los diplom¨¢ticos norteamericanos, que no han vuelto a ocupar desde entonces.
A diferencia de su lejano pariente Teodoro Roosevelt, el de la pol¨ªtica del "garrote", Franklin D. Roosevelt, en su larga y memorable gesti¨®n, inicia una nueva pol¨ªtica: la del "buen vecino". Sus frutos fueron inmediatos. Apenas empieza la segunda guerra mundial se re¨²ne la Conferencia de Consulta de los Cancilleres (ministros de Relaciones Exteriores) en Panam¨¢, y afirma con vigor la solidaridad interamericana frente al peligro nazi.
La OEA y la ONU
Los diplom¨¢ticos suramericanos jugaron papel importante en la Conferencia de San Francisco, creadora de las Naciones Unidas, y no fueron ajenos al entusiasmo internacionalista y de afirmaci¨®n de libertades p¨²blicas que all¨ª se respiraba.
Parec¨ªa en peligro la Uni¨®n Panamericana una vez que se hab¨ªa logrado la organizaci¨®n te¨®ricamente mundial. En San Francisco se vio la utilidad de las organizaciones regionales", que hab¨ªa de generalizar, o por lo menos as¨ª se esperaba, la eficacia y beneficios del sistema regional americano. Conciliar uno y otro fue tarea de la Conferencia de Bogot¨¢ de 1948.
La Carta de Bogot¨¢ dio origen a considerables avances del sistema, consolidados logros anteriores, como la instituci¨®n del Comit¨¦ de Juriconsultos de R¨ªo de Janeiro, o realizando otros nuevos.
Sin duda, la revoluci¨®n cubana y la tensi¨®n La Habana-Washington ha sido golpe serio para la OEA, que pudo ser y no ha sido todav¨ªa lugar de distensi¨®n y cooperaci¨®n entre los, dos pa¨ªses, a pesar de los viejos apoyos yanquis a las dictaduras cubanas y otras circunstancias de mutuo recelo.
El presidente Kennedy, con todo, volvi¨® a la pol¨ªtica de Roosevelt, con su Alianza para el Progreso, que ayud¨® a diversos programas de reformas agrarias, pol¨ªtica de viviendas, colaboraci¨®n educativa, entre otros asuntos. No era perfecta esta pol¨ªtica, pero era generosa y prometedora.
Reagan, contra Monroe
La actitud del presidente lleagan de ayuda al Reino Unido en el actual dram¨¢tico problema de las Malvinas significa, sin duda, el fin del monro¨ªsmo y ser¨ªa crisis del sistema interamericano. Casi todos los pa¨ªses americanos, en reuni¨®n de sus miembros de Relaciones Exteriores, no han ahorrado su censura a lo que estiman posici¨®n colonialista y de apelaci¨®n a la fuerza.
La abstenci¨®n de Haig en la reuni¨®n de ministros de la OEA anunciaba una situaci¨®n de conciliaci¨®n y buenos oficios que contrasta con la posterior declaraci¨®n del presidente Reagan de ayuda al Reino Unido.
La Casa Blanca, tan cercana a la casa de la Uni¨®n Panamericana, en el centro monumental de la ciudad que lleva el nombre del libertador de las colonias inglesas de Am¨¦rica del Norte, parece entregar su coraz¨®n a Londres, mientras observa, impasible y atento, Mosc¨², la tercera Roma.
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