Estofado de toro
La gloria torera aproximadamente es esto: tener media femoral de pl¨¢stico y algunas fincas r¨²sticas en el registro, un buf¨®n en n¨®mina que te haga re¨ªr a cambio de una rodaja de mortadela, un cura de pueblo que te pida dinero por carta para restaurar el techo de su parroquia, un m¨²sico que te fabrique un pasodoble cargado de bombo, un tabernero que al conocerte por la cara te invite a tina raci¨®n de percebes, una nube de gorrones que te pase la mano por el lomo en el bar del hotel WeIlington, un pesado que te recuerde constantemente con voz asm¨¢tica aquella ver¨®nica que diste en la plaza de Calahorra. Este matador ya ha ejecutado con la espada, como quien no quiere la cosa, a m¨¢s de 3.000 toros, y eso le ha proporcionado renombre, fincas, sablistas, bufones y varias cicatrices en el cuerpo, entre ellas ese costur¨®n que le brilla en la garganta con un tono malva, recuerdo de una tarascada en Aranjuez que estuvo a punto de partirle el ga?ote. Ahora Paco Camino est¨¢ sentado delante de dos huevos fritos con chorizo, entre un artista pintor y un diputado provincial comunista. En el fondo del valle muge el ganado retinto, que el vaquero lleva a abrevar en un remanso del Ti¨¦tar. -Sab¨ªa que aquel toro entraba muy mal por la derecha. Me faltaban dos pases para terminar la faena y quise forzarlo por donde ¨¦l no quer¨ªa ir. Sab¨ªa que me iba a enganchar, pero pens¨¦ que s¨®lo ser¨ªa una voltereta. Entonces me trinc¨® por aqu¨ª. Y cuando intent¨¦ levantarme, vino hacia m¨ª con un odio muy raro en los ojos y en seguida sent¨ª un fogonazo de sangre en el cuello. Llevaba va el muslo pasado, aunque eso no me preocupaba nada. El peligro lo ve¨ªa yo en el gaznate. Despu¨¦s, en la radiograf¨ªa aparecieron dos lentejuelas metidas en la campanilla.
-?Qui¨¦n se hab¨ªa equivocado? -Se equivoca siempre el torero. El valle del Ti¨¦tar est¨¢ florido al pie de la sierra de Gredos y all¨ª abajo las terneras devoran un tapiz de primavera, casi un gobelino, para ponerse bien lustrosas de cara al Mundial. Alg¨²n turista les meter¨¢ el diente. Paco Camino va de granjero pacifista, habla de piensos compuestos, riegos por aspersi¨®n, abono org¨¢nico y cr¨¦ditos de c¨¢mara agraria, pondera con orgullo carnicero la densa culata de los charol¨¦s, que dentro de poco ser¨¢ solomillo de restaurante. Nadie dir¨ªa que este campero con camisa de seda y pantal¨®n de Fancy Men rematado con botas crudas es el mismo que anda por las plazas de toros pasando por las armas animalitos sin apelaci¨®n. Este filete es excelente, una blisa de jara sopla sobre el aroma de los huevos fritos, el prado est¨¢ lleno de margaritas, pero no hay que fiarse mucho. El pintor Pepe D¨ªaz me se?ala con un trozo de chorizo.
-A este no le gusta la fiesta.
-Ya se ve. Tiene pinta de vegetariano.
-Dice que es una salvajada. Parece un suizo.
-Pero le entra al jam¨®n como nadie. Y ese cerdo tambi¨¦n ha sido degollado.
-?De veras?
El cuadro es perfecto. Arriba est¨¢ la erester¨ªa de Gredos a¨²n nevada, en la falda de pinos se ve colgado Madrigal, cantan los mirlos entre cencerros de vaca mansa, una alfombra silvestre baja hacia el valle por donde discurre el Ti¨¦tar en medio de pastizales, un perro dogo estira las patas al sol del mediod¨ªa con el caucho de la boca lleno de baba, los cr¨ªados son mudos y serviciales, el jam¨®n es de Jabugo, a las moscas se las lleva un airecillo de diamante, la casa de Paco Camino est¨¢ subida en un cerro y desde all¨ª, por encima detbanquete agreste, se divisan campos de avena, secaderos de tabaco, hileras de chopos con una bruina verde en las ramas, el ganado retinto que, despu¨¦s de abrevar, se va a dormir la siesta al soto h¨²medo, cantando por san Juan de la Cruz. En la finca, al pie de la colina, hay tambi¨¦n un tentadero de paredes encaladas, que le sirve de juguete al matador,junto a unos cercados donde pastan becerras bravas bajo la dictadura de los sementales de morrillo como un queso de bola y ojos turbios de vicio. Los sementales dormitan a la sombra de una encina; de cuando en cuando se levantan, olisquean el culo de una vecina que pasa por all¨ª, le hechan un palo y se vuelven al petate de margaritas. Eso es vida Un pliegue de viento trae cantando a un jilguero. Madrid est¨¢ lejos.
De los japoneses de agencia a los del mostacho del ocho
En Madrid ha comenzado la matanza de San Isidro entre unos paredones de estilo mud¨¦jar rematados con la bandera de la patria. En los tendidos se asienta el famoso colorido de la fiesta, es decir, japoneses de agencia, espa?oles de sol con un gorro de papel en la cabeza, gritos de bomb¨®n helado, moscas que antes de empezar lacorrida ya piden la vez en el desolladero, morenos de alpaca y clavel en la sombra, millonarios de barrera que se miran de reojo piara ver qui¨¦n se fuma el puro m¨¢s largo, abuelitas de California subiendo por los pasillos de la grada arreadas con l¨¢tigo por el jefe de la excursi¨®n, progresistas del ocho con mostacho a lo Nietzsche que piensan en los bueyes de Guisando, gente del negocio en el callej¨®n, monosabios y barrenderos que tapan las cagadas sanguinolentas con arena. El famoso colorido de la fiesta coincide exactamente con la gama de camisas y jerseis que en esa temporada se venden en El Corte Ingl¨¦s. A la hora en punto sale a la plaza un se?or vestido en Comejo y hace no s¨¦ qu¨¦ con una llave. En seguida aparece el cortejo, disfrazado de siglo XVIII: alguaciles con penacho de plumas de pato y terciopelo rancio, jacos mal comidos, pencos proletarios con el colch¨®n a cuestas y una vistosa cuadrilla de serpientes emplumadas con gorro de astrac¨¢n sint¨¦tico. El turista saca hasta la punta de la nariz la bola de los ojos y pregunta:
-?D¨®nde est¨¢ el toro?
-No ha venido.
-Ah.
-Tenga un poco de calma. Ahora llega.
-?No lo traen los toreros?
-A veces. No siempre.
El turista cree que cada matador trae su toro desde el hotel atado como una cabra. No es as¨ª. Cuando se despeja la plaza el toro sale por esa puerta de enfrente. Sale despendolado, comienza a dar vueltas, se pega unos coscorrones en el burladero pensando que detr¨¢s est¨¢ el ¨²tero de su madre y de pronto se para en medio del ruedo sorprendido al ver a un se?or con una boina rara, los calcetines color de rosa y las hombreras relampagueando vidrios que se acerca a saludarle sin conocerle de nada con una especie de cubrecamas en la mano. El toro se lleva un susto enorme, como se lo llevar¨ªa cualquiera en su lugar. Y entonces embiste como hace media Espa?a contra la otra, con la misma raza que un te¨®logo cuando no le das la raz¨®n, igual que un poder f¨¢ctico si le llevas la contraria. El torero aparta el cubrecamas y la mole pasa. El turista ya se ha fijado en la divisa que trae el animal colgada de la paletilla.
-?Esa flor es natural?
-S¨ª, se?or.
-?C¨®mo se llama?
-Caricia vulgar. O amapola de empresario.
-?Los toros nacen con ella puesta?
-M¨¢s o menos.
El toro se da unos viajes a medio metro de la barriguita del h¨¦roe. A eso los poetas lo llaman ver¨®nicas de alhel¨ª y los fil¨®sofos arte en el tiempo o esculturas semovientes. El p¨²blico grita invocando a Al¨¢ en tierra de cristianos o a un sobrino suyo que atiende con el nombre de ol¨¦. Hasta ahora todo el mundo parece contento, menos unos progresistas del ocho que vociferan al ver que el animalito trae una pata chula. En seguida sale un picador encaramado en un tanque de guata y un jamelgo hace de costalero con un ojo tapado para que no mire lo qu¨¦ se le viene encima, aunque lo sabe. El toro se arranca contra la carroza y el gordo de arriba le arrea una lanzada en la espalda, completamente a traici¨®n, y al instante aparece un estofado de carne molida en el morrillo de la fiera, que chorrea. patas abajo. En el desolladero se relamen ya las moscas invitadas a la fiesta, mientras el animal hunde el testuz en la casamata en busca del responsable ment¨¢ndole la madre al gamberro que desde lo alto, abierto de piernas, con las botas a salvo dentro de un caldero, lo fr¨ªe a puyazos. El turista es profesor de Etnolog¨ªa en la Universidad de Ohio y en este preciso momento desea vomitar la paella con sangr¨ªa que acaba de tomar en un mes¨®n de la calle de Segovia.
-?Por d¨®nde se va?
-All¨ª lo pone. Vomitorio n¨²mero 4.
-Muchas gracias.
-Aunque puede echar la paella aqu¨ª mismo. Estamos entre amigos.
Un pincho de morcilla sin derecho a cabrearse
El profesor se hab¨ªa cre¨ªdo la cosa de Hemingway, que en esto de los toros era un soguilla bastante infeliz, aunque ten¨ªa mejor est¨®mago que este turista, ca¨ªdo en las Ventas en su a?o sab¨¢tico. Y en eso una trompeta da un toque desga?itado y se cambia el tercio. Ahora llegan los banderilleros, por regla general de culo bajo y con algunos kilos de m¨¢s, y acaban por poner a aquella mole ensangrentada como a un cristo. La estampa del toro, deslumbrante al salir del chiquero, va cogiendo una est¨¦tica de pincho de morcilla, lleno de palos prendidos con un arp¨®n en el costillar. Los entendidos examinan con rigor si el animal saca la len- Pasa a la p¨¢gina 12 Viene de la p¨¢gina 11 gua, muge, escarba o se queja de algo. Al parecer eso est¨¢ muy mal visto. Hasta el hippy m¨¢s soso blasfema si le pisas un callo, pero el toro tiene obligaci¨®n de demostrar en medio ?te la desgracia que es todo un hombre. En este preciso instante el bicho est¨¢ cabreado con toda la raz¨®n del mundo, aunque ignora que le queda lo peor. La serpiente emplumada se quita el gorro y se lo echa a una se?orita de la tercera fila para que se lo guarde un rato, mientras va a darle los santos ¨®leos a un moribundo y vuelve en seguida. Los progresistas del ocho, que todav¨ªa se creen eso de Grecia, piensan en Teseo y Ariadria, en el minotauro dentro del laberinto, pero este minotauro est¨¢ alimentado con piensos Sanders y s¨®lo quiere irse con su madre o que llamen al m¨¦dico de guardia. No hay escapatoria. El torero le pega veinte mantazos junto al carril, y el pincho de morcilla, en la medida de sus fuerzas, hace cuanto puede para que este Teseo de sindicato levante un fajo de billetes a su costa. Si el asunto no ofrece peligro, el h¨¦roe sigue haciendo cosas con el delantal, pero si la morcilla se pone borde, entonces abrevia. Coge el sable y empieza a darle navajazos buscando hueco en medio del estofado. Al final el toro cae, como cualquier hijo de vecino. La gente aplaude y el profesor de Etnolog¨ªa, reci¨¦n vomitado, regresa a la almo hadilla.
-?C¨®mo ha ido eso?
-No he encontrado el vomitorio, pero he echado la paella en el bolsillo de un acomodador.
-?Le ha dado propina?
-Cinco duros. ?Est¨¢ bien?
-Es la costumbre.
En el desolladero las moscas est¨¢n sentadas a la mesa y tambi¨¦n aplauden cuand entran las mulillas bajo el rel¨¢mpago del l¨¢tigo arrastrando el men¨² del d¨ªa. Un equipo de cirujanos con guardapolvo de hule maneja el hacha sutilmente contra el reci¨¦n asesinado entre t¨¢banos y japoneses, que se ha cen retratos junto a la cabeza separada de la fiera. Lejos de este matadero tur¨ªstico de estilo mud¨¦jar hay vaguadas con jaras floridas en el valle del Ti¨¦tar, sotos h¨²medos donde en el siglo XVI.se escond¨ªa el ciervo vulnerado de san Juan de la Cruz. No es que uno sea mariquita ni haga nada por llevar el hilo musical a los mataderos municipales. Se trata simplemente de contemplar la estampa feliz del animal m¨¢s bello de la creacion suelto por el campo con flores en las pezu?as, en medio de una extensi¨®n de espliego que cabecea con la brisa y le cosquillea el braguero. Paco Camino invita al artista pintor, al diputado comunista, al fot¨®grafo y a este que suscribe a dar un paseo en Land Rover dentro de los cercados de reses bravas. No es por nada, pero all¨ª se ven dulces ternerillos amamant¨¢ndose de la madre, se mentales que le gui?an el ojo a una amiga ¨ªntima, toros que te miran con gran filosof¨ªa de la vida. A todo esto, el p¨¢jaro canta en la rama. Paco Camino, en su finca de Madrigal de la Vera, tiene unas puntas de ganado bravo s¨®lo para divertirse en su tentadero de juguete y hacer pulso con las vaquillas entre dos tacos de jam¨®n, con la bota de vino en el burladero.
-Yo empec¨¦ a torear con pantal¨®n corto. Mi padre era banderillero y conoc¨ªa a los ganaderos de all¨¢ abajo. Como me ve¨ªan con trazas desde ni?o, me invitaban siempre. Mi padre estuvo emmi cuadrilla hasta que gan¨¦ tres millones de pesetas. Entonces, al saber que el negocio de la panader¨ªa ya estaba salvado, me dej¨® solo.
-Tambi¨¦n ir¨ªas por las capeas, como todos.
-Eso no lo he tocado.
-Dicen que t¨² conoces mucho al toro.
-Como cualquiera.
-Los hay que no, se enteran.
-Durante la lidia el toro cambia de parecer muchas veces, porque aprende cosas en seguida. Unos toreros lo ven antes y otros despu¨¦s. Paco Camino se sube la pernera del pantal¨®n y cuenta cicatrices en la pantorrilla; despp¨¦s se?ala las del muslo, las de la tripa y as¨ª hasta llegar al bordado de color malva de la nuez. Es el recuerdo de sus errores en la plaza. Pero este torero es un triunfador, la aventura le ha salido redonda desde aquella panader¨ªa de Camas hasta lo alto del caballo, aqu¨ª, en el valle de su propiedad. ?o se ha visto obligado a andar con el fardo a cuestas por las capeas de los pueblos, donde los mozos le cortan los test¨ªculos al toro para ofrec¨¦rselos a la novia en el balc¨®n o, en su defecto, si ¨¦sta le hace ascos, a la p¨¢trona del lugar en el camar¨ªn de la ermita. Se ha ahorrado esa lluvia de palos, ilisultos y gritos bajo el polvo de la sequ¨ªa, los toros ensogados, las bolas de fuego con que la raza celebra.su propio destino, eso que har¨¢n con ella a la menor ocasi¨®n, mientras en los corrales de la aldea, a modo de poder f¨¢ctico, aguarda al maletilla un profesor de lat¨ªn de siete hierbas muy placeado.
El vaquero de 'boutique' y los charol¨¦s suizos
Paco Camino est¨¢ ya aburrido de la flesta, seg¨²n se ve. Ahora pone todo su inter¨¦s en que los charol¨¦s suizos cr¨ªen una culata bien gorda para que los turistas se la zampen en el Mundial. Monta a caballo y se pasea como un vaquero de boutique entre mugidos ecologistas guiando al ganado manso hacia la ladera. El diputado comunista est¨¢ all¨ª y no dice nada. Probablemente tiene la cabeza puesta en la revoluci¨®n de la cultura a trav¨¦s de la escuela taurina. El pintor Jos¨¦ D¨ªaz se abraza el pecho; muy abierto el comp¨¢s de las piernas, observa el solomillo de las terneras, pone cara de pensador profundo y dice:
-Estas tambi¨¦n tienen los d¨ªas contados.
-S¨ª.
-En el matadero p¨²blico no se andan con bromas.
-Ya.
-All¨ª la faena es m¨¢s corta.
-Pero nadie aplaude.
Ser¨ªa cosa de ver un matadero municipal con la taquilla abierta y al pueblo lleno de fervor pidiendo la oreja para el matarife que ha apuntillado al primer golpe a una vaca melera, o a una oveja merina, o a un cerdo de bellota. En la calle de la Victoria todav¨ªa no se venden entradas para este fest¨ªn. En las tascas de azulejos con carteles, cabezas de toro disecadas, guindillas, retratos de diestros antiguos, pajaritos fr¨ªtos, gambas al ajillo y castore?os de picador en salmuera; en la calle de la Victoria se Mueve el mundo bajo de la fiesta entre limpiabotas que un d¨ªa empe?aron el colch¨®n para ver, a Joselito y vendedores de loter¨ªa que recuerdan aquella tarde en que a Granero un toro le meti¨® el cuerno por el ojo.
-En esa mesa se sent¨® Hemingway, as¨ª, como lo ve.
-Y qu¨¦.
-Aquel s¨ª que era un t¨ªo.
-Un pardillo es lo que era. Se cre¨ªa cualquier cosa que le dijera un tipo con patillas en el callej¨®n.
Alrededor de la matanza de San Isidro, en el laberinto de la call¨¦ de la Victoria, se gasta una filosofia de picador retirado. Por all¨ª va un turista abanto buscando una entrada para la escabechina de la tarde. Un reventa cojo se abre de capa y lo recibe con una vercinica ce?ida.
-Mister, mister, ?quiere sombra?
-?Cu¨¢nto?
-Diez mil por ser para usted, que es rubio.
-Okey
No escarmientan. El toro est¨¢, en el chiquero, aunque,antes ha pasado por la barber¨ªa. El, torero est¨¢ en el hotel, tumbado mirando al techo. El famoso colorido de la fiesta, compuesto por camisas de El Corte Ingl¨¦s, enciende el puro de la. sobremesa. Las moscas piden la vez en el desolladero. En el valle del Ti¨¦tar cantan los mirlos, las jaras est¨¢n, floridas, muge el ganado y un torero contempla el horizonte de su propiedad por encima de un par de huevos con chorizo.
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