Los gallegos
Galicia es algo as¨ª como la reserva imaginativa de la pen¨ªnsula, Don Marcelino Men¨¦ndez y Pelayo estableci¨® la genealog¨ªa, queriendo degradar a Rub¨¦n Dar¨ªo, que por entonces amanec¨ªa en la Corte con sus selvas de sagrada armon¨ªa (Rimbaud hab¨ªa hablado antes de bosques sagrados).Lo que hace este americano son endecas¨ªlabos de gaita gallega.
Se equivocaba acertando, que es la peor manera de equivocarse. De roma, del lat¨ªn, le hab¨ªa llegado a Francia el verso duro y solemne, y a esa m¨²sica sagrada le pusiera Baudelaire su m¨²sica profana, que Rub¨¦n Dar¨ªo pasa al castellano con arpa y riqueza propias. Como donde m¨¢s viva y cantarina est¨¢ la lengua de Roma es en Galicia, a don Marcelino, Rub¨¦n le sonaba a gaita gallega. Ya digo, se equivocaba acertando. Galicia es un Virgilio anacre¨®ntico pasado por una gaita y un afilador. Ahora, Galicia celebra una Semana en Madrid. De Valle-Incl¨¢n a C¨¦la, pasando por Cunqueiro, Dieste, Blanco-Amor, Risco y Rosal¨ªa, nadie le ha puesto tanta m¨²sica latina y celta al castellano como los gallegos (el gallego como lengua propiamente dicha ya lleva todo eso dentro). Hace poco hablaba yo en el palacio de La Zarzuela, cerca y lejos de Don Juan Carlos, sin miedo y sin tacha, con mi amigo, maestro y m¨¦dico de cabecera Juan Rof Carballo. Por los ensayos de Rof corre una prosa ligera, densa y psicoanal¨ªtica, como si el Mi?o pasase por Viena.
Lo cual que, con todas estas gravitaciones en el alma, ayer tarde me fui al Banco de Bilbao, calle de Alcal¨¢, adonde se exhibe una muestra de arte gallego, pintura y escultura. Galicia (Castelao aparte) no ha dado tanto en lo pl¨¢stico como en lo literario. No mucha pintura y poca escultura. Como pieza maestra, ¨²nica, hermosa y m¨¢gica, un hipop¨®tamo de Otero Besteiro, casi de tama?o natural, en bronce verdinoso, un hipop¨®tamo so?ado que ni Cunqueiro, ni Cort¨¢zar, ni Ram¨®n hubieran dejado fuera de sus Bestiarios l¨ªricos.
Pero esta obra excepcional, centro natural de la exposici¨®n, est¨¢ arrinconada de costadillo, contra: un ¨¢ngulo de pared, de manera que no se la puede pasear en su contorno, como requiere toda escultura, sino verla s¨®lo de frente y en el suelo. Para mayor refinamiento d¨¦ alma, el hipop¨®tamo ten¨ªa una nauseabunda colilla en el morro. Siglos galaicos y catedrales de Santiago se ven¨ªan abajo. He aqu¨ª el hipop¨®tamo/ cenicero, el hipop¨®tamo / escupidera, me dije, proponi¨¦ndome no cont¨¢rselo al artista. Hubo, como siempre hay, una piadosa y sensible mujer que quit¨® la colilla. Recorriendo la muestra, vi que las pocas obras escult¨®ricas con que cuenta ten¨ªan todas su colilla, cuidadosamente colocada. La cosa pasaba de la cr¨ªtica de arte al detectivismo de Simenon. Observ¨¦ al personal, todos gallegos. En m¨¢s de. veinte a?os sin perderme exposici¨®n en Madrid, nunca hab¨ªa asistido a semejante exquisitez en la groser¨ªa.Gallego es el colillero, me dije, colilla humana, ¨¦l mismo, de un tabaco espiritual detestable que nadie ha querido ni podido fumarse nunca, y eso le tiene solo e injuriante. L¨¢stima que sus gaitas, hayan venido a Madrid con sus querellas intestinas. Pero esto es an¨¦cdota, y la falta de categor¨ªa est¨¢ en la mala instalaci¨®n de la obra de Otero Besteiro.
Otero Besteiro no ha hecho nunca galleguismo, y quiz¨¢ eso le arrincona. ?Esto son las autonom¨ªas? ?Un usar siempre la obra del vecino como escupidera? ?Esto van a ser las nacionalidades? Sal¨ª, para aserenarme, al Madrid centralista, pueblo abierto, donde las ciudades se hacen unas sobre otras, como dice el gallego Cela. Madrid pirograbado de calores, porque mayo mayea. Madrid ya revent¨®n de oradores y limpiabotas.
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