Tres maestros en tr¨ªo

Ya es larga la historia del Tr¨ªo de Madrid. Como larga resulta su madurez y calidad. No pod¨ªa ser de otra manera al conjuntarse tres solistas como Joaqu¨ªn Soriano, Pedro Le¨®n y Pedro Corostola, cada uno de ellos con alto prestigio de concertistas. No siempre la uni¨®n de fuertes individualidades da ¨®ptimos resultados en los g¨¦neros de c¨¢mara, pero el caso del Tr¨ªo de Madrid es un ejemplo raro de servicio a una idea com¨²n, quiz¨¢ porque- en sus componentes, dotados de alto virtuosismo, domina, por encima de cualquier otra condici¨®n, la de ser excelentes m¨²sicos, de tanta exigencia en la limpia ejecuci¨®n como en la adecuaci¨®n y pureza de estilo.El ¨²ltimo concierto del tr¨ªo en el ciclo de c¨¢mara de la Orquesta Nacional ha sido sencillamente precioso. Pocas veces escucharemos un Turina (tr¨ªo n¨²mero 2, en si menor, opus 76) tan equilibrado en sus formulaciones ideol¨®gicas y formales, tan natural en su continuidad y en los mil matices que animan la expresi¨®n. Ante una versi¨®n as¨ª queda bien claro que una de las m¨¢s valiosas aportaciones del m¨²sico sevillano fue la camer¨ªstica: sonatas, tr¨ªos, cuartetos, quinteto.

Obra de madurez, el segundo tr¨ªo nos nuestra perfectamente realizado el ideal sint¨¦tico de Turina: espa?olismo (andalucismo) radical y t¨¦cnica personal, ligada en sus or¨ªgenes a la l¨ªnea conceptual de la Schola Cantorum parisiense de Vincent d'Indy. Lo importante es que no se advierta tal af¨¢n de fusi¨®n, sino que, a partir de los diversos elementos y premisas, se nos d¨¦, con entera naturalidad y m¨¢xima depuraci¨®n, una p¨¢gina de pura musicalidad cuyos valores le otorgan poder de permanencia a trav¨¦s del tiempo y las mutaciones est¨¦ticas. El aut¨¦ntico signo de una gran obra reside precisamente en esto: su poder de perdurar.

El romanticismo, cruzado de clasicismo, propio de F¨¦lix Mendelssohn es evidencia, a niveles muy altos -verdaderos niveles de perfecci¨®n-, en su tr¨ªo n¨²mero 2, en do menor, opus 66, que Soriano-Le¨®n-Corostola exponen en toda su densidad, un tanto enmascarada tras la aparenie ligereza.

En cuanto al Tp¨ªo del Archiduque, dedicado por Beethoven a Rodolfo de Austria, toda palabra resultar¨¢ vana. Basta pensar que algo tan perfecto como el aludido tr¨ªo mendelssohniano, bastantes a?os posterior, parece, en la est¨¦tica y los procedimientos, simple antecedente. Estamos ante un mundo diverso, tanto en el pensamiento -cargado de impulso dram¨¢tico- como en la forma o en la misma consideraci¨®n del piano, el viol¨ªn y el violonchelo como partes de un todo dialogante, contrastante, fuertemente cohesionado y puesto al servicio de una expresividad de cargados tintes, silencios elocuentes, desarrollos org¨¢nicos y t¨¦cnica variativa tan original como la lucida por Beethoven en sus mejores producciones: las m¨²sicas "de la rabia y de la idea".

Tres obras maestras y tres versiones maestras que el Tr¨ªo de Madrid debi¨® prolongar con muy solicitados encores.