La inteligencia en el cine
Joseph L. Mankiewicz, -desde que comenz¨® su carrera, como guionista de enorme prestigio a partir de 1930 y como director, de sus propios guiones a partir de 1946, siempre dese¨® hacer un western. Habl¨® de ello largo y tendido en algunas entrevistas que concedi¨® antes del rodaje de El d¨ªa de los tramposos. Y lo cierto es que este deseo no dejaba de tener un deje, si se tienen en cuenta las peculiaridades del cine de Mankiewicz, de rareza, casi de extravagancia. ?Qu¨¦ buscaba, en efecto, uno de los escasos intelectuales de pura cepa que ha dado el cine norteamericano en el feudo de los cineastas feriantes, que hicieron siempre alarde de su desprecio hacia el cine intelectual?.Es probable que la misma pregunta contenga la respuesta: si Mankiewicz so?aba con hacer un western, es decir una pel¨ªcula del g¨¦nero por excelencia, era precisamente por eso, porque no ignoraba el tono ir¨®nico con que los grandes practicones de los g¨¦neros de Hollywood alababan sus refinados y cultos dramas y comedias, llenos de esquinas, de recovecos psicol¨®gicos, de sutilezas idiom¨¢ticas, de palabras y m¨¢s palabras, de carencias de actos, y, sobre todo, de actos violentos. El supercivilizado Mankiewicz deseaba afrontar el reto del modelo m¨¢s salvaje inventado por el cine, quiz¨¢s para demostrar que era domesticable.
Y, efectivamente, lo domestic¨®. Con El d¨ªa de los tramposos Mankiewicz hizo un western con todas las consecuencias, ya que en ¨¦l se aceptan y desarrollan los esquemas primordiales del rito, y sin embargo es una pel¨ªcula suya, igualmente con todas sus consecuencias. As¨ª demostr¨®, a su manera, que el g¨¦nero no era tan salvaje que s¨®lo abriera sus rutas a los exploradores iniciados, ni su cine tan cerrado sobre s¨ª mismo que no pudiera abrirse paso en terrenos tan ajenos. Las convenciones del g¨¦nero y el sello de autor de Mankiewicz se acoplaron y complementaron con tal facilidad y solidez, que de all¨ª sali¨® una pel¨ªcula ¨²nica, rara, sin antecedentes ni consecuentes, que dej¨® perplejos a muchos esc¨¦pticos.
El autor de Carta a tres esposas y Eva al desnudo, que le valieron en 1949 y 1950 respectivamente cuatro oscars, dos por los guiones y otros dos por las direcciones, as¨ª como de Odio entre hermanos, La condesa descalza, Operaci¨®n Cicer¨®n- Mujeres en Venecia, La huella, Julio Cesar y Cleopatra, entre otras admirables pel¨ªculas, que hicieron de ¨¦l uno de los cineastas m¨¢s adultos y originales de la historia del cine, parece sentirse, en la b¨¢rbara y c¨ªnica historia de El d¨ªa de los tramposos, completamente a sus anchas, sin privarse, entre los figurones de la leyenda del Oeste, de ninguna de sus sutilezas y enrevesamientos culturales.
Mankiewicz se expresa siempre a trav¨¦s de dos elementos del filme, sobre los que recarga y casi cifra con exclusividad su estilo, e incluso su caligrafia: el di¨¢logo y el actor. Mankiewicz es un excepcional dialogador -tal vez el m¨¢s depurado del cine norteamericano, con Howard Hawks, y de ¨¦l se dijo que "si el cine hablado no. existiese, Mankiewicz lo hubiera inventado"- y un no menos excepcional director de actores. Y unos y otros siguen reinando en El d¨ªa de los tramposos, filme de incontenible locuacidad y un aut¨¦ntico ejercicio, casi un alarde, de arte interpretativo.
Y este alarde no s¨®lo gravita sobre Henry Fonda y Kirk Douglas, en un d¨²o de monstruos sagrados memorable, sino el de la totalidad del reparto, que tiene cierta condici¨®n coral, dentro de la que despuntan interpretaciones de absoluta solvencia, como las de Warren Oates -ese insustituible secundario que acaba de morir en la plenitud de su oficio y su arte-, Hume Cronyn -en su genial creaci¨®n del viejo ladr¨®n homosexual, que sue?a en ser ama de casa-, Burgess Mered¨ªth -en uno de s'us mejores trabajos, el de un foragido anciano a quien siguen llamando Kid-, Arthur O'Connell, Martin Gabel, y todos los dem¨¢s, hasta una docena de antol¨®gicos personajes, que s¨®lo es posible imaginar encerrados en el gesto de estos actores.
El d¨ªa de los tramposos se emite hoy a las 22.20 por la primera cadena.
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