La guerra del japon¨¦s y el empleado
La fiesta es un espect¨¢culo de lucha, una guerra, en la que casi siempre vence la inteligencia del torero a la fuerza bruta del toro. Esa es la consideraci¨®n que, con otras m¨¢s de ¨ªndole menor, mueve a los espectadores para acudir diariamente a Las Ventas. En los ¨²ltimos d¨ªas, sin embargo, va a ser preciso a?adir otro motivo de atracci¨®n, no menos belicoso: la guerra del japon¨¦s y el empleado.Resulta que la empresa de Madrid tom¨® hace alg¨²n tiempo la decisi¨®n de no permitir el uso de filmadoras en el interior de la plaza, sin permiso previo. A tenor de esta disposici¨®n, algunos empleados celosos tratan de cumplir su cometido con una dedicaci¨®n encomiable. Y, claro, la batalla es inevitable.
Imagine que es usted un japon¨¦s en Espa?a; como tal, ha tra¨ªdo numerosos artilugios electr¨®nicos en su equipaje, entre los que no falta, estar¨ªa bueno, una filmadora. Imagine usted que su se?ora, en Okinawa, le ha encargado con insistencia que le traiga de Madrid un v¨ªdeo con una corrida de toros. Entonces (siga usted en japon¨¦s), llega a la ansiada plaza con su pesada filmadora al hombro y resulta que un extra?o se?or con gorra le dice que no con el dedo. Usted no comprende y se va, encogi¨¦ndose de hombros. El extra?o se?or entonces le agarra por la manga del traje, y le sigue diciendo que no, esta vez con la cabeza. Usted, que es un japon¨¦s educado, hace un gesto inquiridor, al que obtiene por toda respuesta un poco refinado tir¨®n al estuche de su filmadora. En ese momento, usted pierde su proverbial paciencia, se cabrea y da otro tir¨®n a su artilugio. Y se monta la otra lucha de todos los d¨ªas.
Tontamente mezclaron tambi¨¦n ayer los espectadores, sobre todo los de la andanada. fiscal (?qu¨¦ ricamente, por cierto, estaba ayer Antonio S¨¢nchez, presidente de la Pe?a Andanada, en una contrabarrera del ocho, mientra sus pupilos cumpl¨ªan su misi¨®n desde arriba!) al secretario de Estado para la Informaci¨®n, Ignacio Aguirre, con la escasa presencia de algunos de los toros, simplemente por mor del parentesco que une al portavoz gubernamental con Atanasio Fern¨¢ndez, el ganadero de la tarde. Bastante tendr¨¢ Aguirre con asimilar el descalabro de UCD en Andaluc¨ªa. Enrique M¨²gica, sin embargo, se pase¨® exultante, flotante, en vencedor, por el callej¨®n de la plaza. Nadie de UCD se atrevi¨® a tal. Alg¨²n experto en leyes, como Escudero, deber¨ªa, por cierto, patrocinar una modificaci¨®n del reglamento taurino para obligar a los toreros rubios como Pep¨ªn Jim¨¦nez a usar coleta, mo?a o casta?eta de color igual que el pelo. Jim¨¦nez, que parece un querub¨ªn sueco, visto de espaldas en la plaza parece como si llevara en el cogote un enjambre de moscas negras, negr¨ªsimas, o algo peor. No es serio.
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